martes, 17 de diciembre de 2013

La fe, los milagros y la razón


—Porque ustedes tienen poca fe. Les
aseguro que, si tuvieran la fe del tamaño de
una semilla de mostaza, dirían a aquel
monte que se trasladara allá, y se trasladaría.
Y nada sería imposible para ustedes.
Mateo 17, 20
En primer lugar quiero hacer la aclaración de que, en este ejercicio, me referiré de manera recurrente a los católicos, porque me criaron como uno y porque son los creyentes con los que tengo contacto más directo y de los que extraigo prácticamente todos mis ejemplos, aunque estoy cierto de que se podrán identificar en mis palabras a los creyentes de todas las religiones.
¿Qué es la fe? Ni siquiera los creyentes se ponen de acuerdo, y mucho se ha debatido sobre su significado y alcances. Sin embargo, la definición más aceptada es aquella que parte de la definición bíblica que señala que “La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven.” (Hebreos 11,1): Si la fe es algo así como “creer sin pruebas” o “la prueba misma de lo que no se ve”, y los milagros, por su parte, son “pruebas de la existencia de Dios (que no se ve)”, entonces: ¿qué hacen los creyentes buscando o queriendo ver milagros en cada acontecimiento inusual?
Conozco un gran número de católicos que en todo lo improbable favorable ven un milagro, y en todo lo improbable desfavorable ven la “obra del demonio” o una “prueba de dios”. Por ejemplo: si se murió su hijo de cáncer, luego, es una “prueba de dios” que mandó a los padres (o en su defecto, “dios da y dios quita por razones misteriosas”). Por el contrario, si se salva su hijo de cáncer, es un “milagro de dios” gracias a la “intermediación de Juan Pablo II”. Muchas veces he escuchado a creyentes decirme: “¿ya supiste que se salvó “fulano” de morir de cáncer después de que lo visitó la Virgen de Zapopan?... ¿Aún así dudas de la existencia de Dios?”. Hasta aquí, todo pudiera ser bastante noble de parte de ellos, pero no excluye el hecho de que es también bastante ilógico.
Si los católicos están obligados a tener fe, ¿por qué tienen la inclinación o la tentación de buscar milagros que respalden sus creencias?, ¿por qué cuando se encuentran con un agnóstico o ateo casi siempre defienden “su fe” con pruebas de la existencia de dios a través de los milagros? Si hubiera pruebas de la existencia de Dios, de entrada no sería necesario que la palabra “fe” se usara casi 300 veces en la Biblia, y es más, ni siquiera habría nada que debatir, de la misma forma que ya nadie debate que la Tierra es casi redonda. Me parece que el único punto de que exista el concepto “fe en dios”, es precisamente ese: No existen pruebas sólidas de que Dios existe. El hecho de que existan tantos santos y que existan procedimientos de canonización basados en “milagros verificables”, es una absoluta sinrazón en la que han caído tanto los creyentes como la Iglesia, ésta última –asumo- para poder retener creyentes a los que no les basta la fe para seguir creyendo en dios o para poder creer en él.
En virtud de lo anterior, mi hipótesis es la siguiente: La gran mayoría de los creyentes necesitan pruebas para creer en dios, porque les guste o no, tienen cerebro, y el cerebro necesita estar tranquilo con algo razonable que sustente dicha creencia. Hace miles de años, cuando se escribió la Biblia por seres humanos (incluso si aseguraron haber platicado directamente con dios), no había ninguna evidencia de que la lluvia o la sequía no fuera producto de la voluntad de un ser invisible que vivía en el cielo (porque eso creían literalmente, que estaba en el cielo). Ahora que existen evidencias de que mucho de lo que está escrito en la Biblia es falso (y/o no verificable), se han generado dos vertientes paralelas para un mismo fin: la primera, apostarle a la “no literalidad” de lo escrito, sino al significado que “dios quiso” transmitir con historias como todo lo contenido en el Génesis. La segunda, apostarle a la búsqueda de pruebas documentadas de situaciones altamente improbables, y luego ponerles el apellido de milagros y atribuírselos al mismo ser invisible que vive en el cielo (aunque quizás ahora ya no se lo crean tan literalmente como antes).
Me parece ilógico (por contradictorio) tener fe y buscar pruebas al mismo tiempo. Si la fe fuera verdadera, no necesitaría sustentarse en milagros, es más, no se creería en los milagros como pruebas de dios. Si la fe fuera genuina, ante la presencia de un milagro, se debería de decir “no creo en los milagros, porque dios nos pidió que creyéramos en él sin ninguna prueba, y creer que dios hizo el milagro para probarnos su existencia, es negar la propia esencia de la fe.”. Pero no, la gran mayoría van en busca de milagros en todos lados, desde la bella puesta de sol y el aleteo de un colibrí, hasta todas las personas que sanan de manera improbable o inexplicable para la medicina. Además de ello, muchas veces los usan como “argumentos razonables” para justificar su “fe” en dios, y para compeler a los demás a que también la tengan. A los que les responden que no se cree que la puesta de sol sea una prueba de la existencia de dios, les llaman ciegos y les pregunta “¿qué más pruebas quieres?”. “Una verificable” desde luego sería una respuesta válida, pero inútil en ese hipotético debate, porque te dirán “puedes voltear para allá y verificar que el sol se está poniendo y que ello es majestuoso, ¿algo más?”
Además, considero que decir que se tiene fe y simultáneamente creer que dios efectivamente hace o manda hacer milagros, es también lo mismo que creer que dios es idiota o al menos incongruente. Pongámonos en los zapatos (o sandalias) de dios: escribimos (o inspiramos) un libro en el cual utilizamos casi 300 veces la palabra “fe” en todos los contextos posibles aunque básicamente con un único significado: Creer sin ver y sin cuestionar. Eso les exigimos a todos aquellos que quieran ser nuestros fieles: que crean en nosotros sin ninguna prueba de nuestra existencia. Hasta aquí, y más allá de lo cuestionable de una petición de esa naturaleza, creo que es bastante claro lo que esperamos de aquellos que quieran llamarse nuestros hijos o siervos (ambas acepciones bíblicas aceptadas). Pero por otro lado, para no perder “el negocio”, decidimos darles “probaditas” de nuestra existencia cada que podemos, y con parámetros (según ellos objetivos) como la cantidad de veces que nos recen o que vayan a nuestros “centros de adoración” (e.g. templos). Obviamente un creyente con una fe genuina, jamás se molestaría en rezar para pedirnos algo, pues eso sería una prueba de que en realidad no tiene fe en que somos un dios infalible, ya que sus rezos solo nos demostrarían dos cosas: que quieren una prueba de nuestra existencia y que no confían en nuestro “plan perfecto”. Entonces, “hacer milagros” sería equivalente a premiar a los menos fervorosos, premiar a los más desobedientes de todos los que se llaman nuestros siervos. Por otro lado, hacer milagros a los que no rezan para pedirnos cosas (solo para alabarnos), sería innecesario pues evidentemente no los necesitan para creer en nosotros, ya que al no pedir absolutamente ninguna prueba, ya están dando muestra plena de su fe. Ayudarlos sin que nos lo pidan, solo para que sean felices en la Tierra (como curándolos de su enfermedad o arreglando sus problemas financieros) sería también ilógico, pues con su fe ya se ganaron el “paraíso eterno” que hemos creado para ellos (y cansado de prometérselos además), entonces tampoco tiene caso ayudarlos o mejor aún, la mejor forma de ayudarlos sería matarlos en su vida terrenal para que accedan cuanto antes a nuestra presencia por su genuina fe en nosotros.
En virtud de lo anterior, queda claro que un dios que atiende rezos, hace favores (o excepciones) especiales, viole leyes de la naturaleza a favor de algunos, le dé valor al número de rosarios o padres nuestros que rece una persona, y en general que se preocupe por estar haciendo milagros a diestra y siniestra según quién y cómo se los pida, es un dios incongruente con su propia “palabra”, con su propia infalibilidad, con sus propias promesas (y amenazas) y con su propia exigencia de fe.

El problema de este tipo de “fe verdadera”, que personalmente no conozco en nadie -pues hasta los Papas usan “papa-móvil” blindado y hasta los que van a misa en carro se ponen cinturón de seguridad- es que es un tipo de fe que violenta completamente el funcionamiento de nuestro cerebro. El cerebro funciona en base a modelos y patrones, pero esos modelos y patrones necesitan tener por lo menos un sustento verificable para sostenerse. Así, los “conspiracionistas” ven en todo lo que pasa hechos maquiavélicos de cierto grupo de poderosos, y su prueba está, precisamente, en todo lo que pasa. La ventaja que tienen sobre los católicos, por ejemplo, es que para ser conspiracionista no se te exige creer en ello sin tener ninguna prueba. Para los católicos mexicanos la Iglesia les ofrece tres grandes pruebas de la existencia de Dios: la Biblia, Jesús, y la Virgen de Guadalupe, pero evidentemente muchas veces no les son suficientes para sostener todo el modelo fantástico sobre el cual está sustentada en su cerebro su percepción o modelo de realidad, y es entonces cuando empieza la buscadera de milagros en todo lo extraño que sucede. Ello es así, porque su cerebro les grita “Dame pruebas, dame pruebas!”, y por eso las buscan en absolutamente todo (antes en la lluvia ahora en los sucesos muy probablemente aleatorios que les van sucediendo a diario) sin darse cuenta que al hacerlo, al buscar milagros, se están exhibiendo como los seres verdaderamente racionales que en el fondo su cerebro les exige ser.

viernes, 13 de diciembre de 2013

De las “Trompetas del Apocalipsis” y otras conclusiones raras


Es sorprendente lo viral que pueden volverse un grupo de videos donde aparentemente se escuchan unas trompetas en medio de la noche en una ciudad cualquiera. Pero más sorprendente es la forma en que se concluyen cosas verdaderamente descabelladas, una de ellas es que se trata de las siete trompetas referidas en el libro del Apocalipsis de la Biblia, en referencia a los tres juicios que supuestamente el Dios Bíblico realizará cuando el Mundo termine.

Para empezar, y suponiendo sin conceder que lo que está escrito en la Biblia sea infalible, se me ocurren decenas de explicaciones para  el origen de dichos sonidos, desde una sencilla edición de audio para sobreponerlo a la grabación original, hasta ser producto de algún vecino budista drogado y con un buen sistema de sonido. En medio de eso caben muchísimas otras causas. Claro que también podría ser Dios tocando unas trompetas, pero en todos los casos, hasta que no se compruebe el origen (lo cual pudiera ser imposible) estamos obligados por la razón, la lógica y el sentido común a no dar ninguna por cierta. (De hecho ya se descubrió que los sonidos fueron extraídos de la película “La Guerra de los Mundos” de Spielberg y sobrepuestos a un archivo de video).

Lo importante saber es que cuando abandonamos las reglas del razonamiento lógico, corremos el riesgo de ser fácilmente timados por el prójimo o por lo que pasa a nuestro alrededor, y por eso es importante tratar de aplicarlas la mayor parte del tiempo posible. Obviamente hacerlo implica usar la corteza cerebral, y el cerebro evolucionó para evitar usarla todo el tiempo por una lógica de economía y administración de recursos. Un cerebro que utiliza la corteza para concentrarse y pensar profundamente requiere muchísima energía y genera muchos desechos, por eso el cerebro trata de utilizar el “piloto automático” en la mayor cantidad de ocasiones posibles. Esto es muy útil para realizar muchísimas acciones, tales como manejar, bailar, comer o caminar entre la muchedumbre, pues nos permite evitar pensar profundamente antes de cada paso que damos. Simplemente el cerebro genera un patrón y se atiene lo más posible a ese patrón (por eso, cuando caminamos y hay desniveles inesperados podemos lesionarnos o al menos sentir que nos vamos “al precipicio”). Otro ejemplo es subir escaleras: recuerdo que en una casa que viví el cuarto o quinto escalón era más alto que todos las demás, e invariablemente todo el que visitaba esa casa y subía por primera vez, tropezaba en él, porque el cerebro calcula la altura de los escalones basado en el primer escalón, generando con ello un patrón que le permite ahorrar energía al no tener que analizar uno por uno cada escalón, con el inconveniente en este caso, de que cuatro escalones después inevitablemente tropezabas.

Ahora bien, con nuestra concepción del Mundo es lo mismo, generamos un patrón sobre cómo creemos que funcionan las cosas, y nos aferramos a él, pero ¿qué pasa cuando nuestro modelo o patrón de la realidad está basado en un Mundo fantástico, lleno de seres increíbles cuya existencia nunca se ha comprobado, como dioses, ángeles, demonios, almas, espíritus y conspiraciones? Que el cerebro tratará siempre de ajustar cualquier cosa “inexplicable” con ese modelo de realidad que hemos generado para vivir “tranquilos”.

Las consecuencias de ese modelo tan “cómodo” para el cerebro (le evita esforzarse en pensar y en buscar la comprobación de los hechos) están a la vista:
  •        Una luz en el cielo: Es una nave espacial llena de extraterrestres que vienen a conspirar con el gobierno norteamericano.
  •        Una coincidencia: Es el destino que está escrito en algún lugar superior.
  •        Una silueta en la oscuridad: Es el fantasma de una viejita.
  •        Se me pierde algo: Me lo escondió un espíritu chocarrero.
  •        No me puedo levantar ni mover aunque me siento despierto. Se me subió el muerto.
  •        Sucedió algo altamente improbable: Un milagro de dios o de uno de sus miles de santos.
  •        Tengo problemas de amor o dinero: El horóscopo tenía la razón.
  •        Me salió algo terriblemente mal: Dios me castigó o me está poniendo a prueba.
  •        Siento que ya conocía a alguien que me acaban de presentar: Nos conocimos en otra vida antes de reencarnar en esta.
  •    Gané dinero en el casino. Todos los astros se alinearon para ayudarme, porque seguramente había una alineación similar a la del día en que nací aunque de seguro me va a ir mal en el amor.
  •        Escuché una voz en mi cabeza que me decía “estrella el avión contra el edificio”. Fue Dios indicándome lo que tenía que hacer.
  •     Tengo un evento y está nublado. Voy a enterrar un cuchillo, lo cual ayudará a generar una variación meteorológica determinante para modificar el rumbo de las nubes que percibo como amenaza, o voy a rezar para que mi dios intervenga y mande las nubes para otro lado.
  •        Se aparece una mancha de humedad en una pared. Es una aparición divina y se trata de una prueba de la existencia de un dios igualito que nosotros ("imagen y semejanza").
  •        Soñé con mi abuelito: Está en el purgatorio pagando por sus pecados y quiere que le rece para que pueda salir más pronto.
  •      Etc, etc, etc...

Todo esto debió de ser de mucha utilidad mientras evolucionábamos, porque el cerebro se siente “incómodo” sin tener una explicación para todo lo que percibe, ya que esa falta de explicación se percibe como amenaza y genera intranquilidad. El cerebro odia el “no sé”, y siempre busca una manera de evitar los “no sés”, a pesar de que ello lo orille a creer en algo que no se pueda comprobar, incluso (o especialmente) si es absurdísimo. En los millones de años de evolución en los cuales la información que se transmitía de una generación a otra era muy limitada, y los medios para explicar muchas cosas que sucedían a nuestro alrededor más limitados aún, creer en el dios del sol y de la lluvia, por ejemplo, era muy útil para que el cerebro no gastara energía innecesaria tratando de explicar o entender algo que estaba completamente fuera de su alcance.

Afortunadamente ya no es así. La capacidad de transmitir información profundamente detallada de una generación a otra, de la mano del método científico y las reglas del razonamiento lógico, nos han hecho madurar como cultura lo suficiente para poder respondernos como individuos “no lo sé” a aquello que no entendemos o cuyo origen desconocemos. En un proceso de madurez que quizá algún día se traduzca en ventaja evolutiva, tenemos que educarnos para aceptar como respuesta un “no sé, pero quizá algún día lo sepa” a lo que no podamos probar, porque tenemos la información suficiente para entender las reglas bajo las cuales se rigen las cosas, pero sobre todo porque tenemos cientos de antecedentes de “misterios fantásticos” resueltos con el paso del tiempo y los avances de la ciencia, y que ahora hasta nos produce risa saber que se aceptaban como verdades generalizadas (como que la Tierra era plana y estaba sostenida por cuatro elefantes gigantes parados sobre una tortuga todavía más gigantesca). En ese sentido, creo que estamos obligados a poner nuestro “granito de arena” para evitar ser el hazmerreir de las futuras generaciones y tratar de empezar a cuestionarnos todas esas cosas fantásticas e incomprobables que alegremente damos por hecho para sedar a nuestro cerebro (o sea, a nosotros mismos).

Finalmente, considero importante que cuestionemos todo aquello que damos por cierto sin otro fundamento que la herencia cultural y que hay que tener mucho cuidado cuando de sacar conclusiones descabelladas se trate cada que se nos presente ante nosotros algo “inexplicable”, porque de otra forma siempre habrá gente dispuesta a explotar de alguna forma u otra (limosnas, remedios milagrosos, etc.) el modelo de realidad que hemos abrazado por comodidad y/o por herencia, y que si bien nos ahorra el uso de la corteza del cerebro de manera recurrente, también nos puede quitar una buena parte de nuestra libertad. 

jueves, 28 de noviembre de 2013

Convivencia Humana en Redes Sociales

El ser humano es un animal social por naturaleza propia, ya que evolucionó durante cerca de siete millones de años en grupos sociales de entre veinte y doscientos individuos hasta convertirse, hace alrededor de doscientos mil años, en la especie que desde entonces somos. No obstante, apenas llevamos diez mil años siendo sedentarios, que en su momento debió ser un verdadero reto afrontar y del que derivaron instituciones como “el Estado”, “la Iglesia”, “la Moneda” y “el Matrimonio”, cuya exacta necesidad ahora podría ser cuestionada.
Sin embargo, no creo que exista nada que haya cambiado de manera tan radical e inmediata nuestra forma de relacionarnos socialmente como los celulares, el Internet, el correo electrónico y las redes sociales, al grado que quizás en los últimos treinta años hayamos modificado más nuestras interacciones sociales que en los anteriores dos mil años, sin aún comprender cómo nos impactará ello.
En primer lugar, debemos reconocer que el Facebook no ha cambiado nuestro cerebro. Un ser humano solo puede ocuparse, en promedio, de ciento cincuenta personas. Aunque tengas tres mil “amigos” en Facebook, la realidad es que solo tenemos capacidad para sentir cercanas a alrededor de ciento cincuenta personas, incluyendo a tus padres, hermanos, abuelos, primos, etc, y cuando una nueva persona llega a tu vida para convertirse en “cercana”, necesariamente otra tendrá que salir.
En segundo lugar, nuestra necesidad de dar y recibir afecto de “nuestra gente” tampoco ha cambiado. También llamada “acicalamiento social”, el ser humano necesita saber que al menos esas ciento cincuenta personas están preocupadas por él, y esas personas necesitan de nuestro cariño también, y lo sabemos. Por eso, muchas veces hemos estado frente a una publicación de un contacto de Facebook, y meditado profundamente si darle click en “Me Gusta”, comentarla o ignorarla, basándonos en toda una serie de factores, objetivamente ajenos al simple hecho de si nos gusta o no la publicación. Por ejemplo:
-          Si esa persona nos importa.
-          Si estamos contentos, distanciados, indiferentes o enojados con esa persona.
-          Si extrañamos a esa persona o queremos hacerle sentir nuestra cercanía.
-          Si esa persona suele dar “Me Gusta” a nuestras publicaciones o no.
En tercer lugar, está demostrado que el reconocimiento social estimula la producción de “premios” por nuestro cuerpo, como una adaptación evolutiva que nos incentive a ser útiles en nuestra sociedad. Por eso, cuando alguien reconoce nuestro esfuerzo o nuestro trabajo, tenemos esa sensación de profunda satisfacción, porque estamos siendo “bombardeados” por endorfinas y otros neuropéptidos. El problema es que el Facebook nos puede sobre-exponer a dicho reconocimiento y recibir un simple “Me Gusta” puede ayudarnos a liberarlos, volviendo adictivo dicho reconocimiento, aunque objetivamente seamos poco útiles para la comunidad.
En cuarto lugar, nuestras necesidades de intimidad y de privacidad tampoco han cambiado. Necesitamos distanciarnos de vez en cuando de ciertas personas, incluso cercanas, o círculos sociales para sentirnos relajados y descansar del escrutinio público. El problema es que la combinación Facebook/Smarthphones hace muchas veces imposible este distanciamiento, con todo lo que ello implica, ayudando a provocar tantos divorcios y despidos laborales producto de actividades en Facebook que salieron del anonimato pretendido. Todo esto además sin considerar el mal uso que se le pueda dar a nuestra información personal que alegremente compartimos.

Finalmente, considero que estamos muy lejos de comprender la magnitud del impacto y consecuencias que tendrán las redes sociales en nuestra vida y la de toda la comunidad, pero debemos estar muy alertas porque no todas pudieran ser positivas o benéficas, e incluso muchas de ellas nocivas para nuestra salud y bienestar.

lunes, 7 de octubre de 2013

Reflexiones sobre la Libertad Humana

Sugerencia previa
Antes de leer este ensayo, me gustaría que el lector tomara un lápiz y papel, y escribiera su definición personal de “Libertad”… Gracias.

Introducción
La Libertad ha existido en la Tierra básicamente desde que existen seres vivos en ella. La evolución de la vida en el Planeta no pudo darse sin ese ingrediente llamado Libertad, que es el causante de que actualmente existan tantos seres vivos en este planeta, desde las microscópicas bacterias y virus hasta las grandes ballenas, todos somos producto de una evolución de miles de millones de años que no pudo darse fuera de un contexto de Libertad.
El principio de la selección natural de las especies, en el fondo obedece a un principio de libertad de decisión que prácticamente cada ser vivo ha debido ejercer en un momento determinado de su vida. Quizá cueste trabajo creerlo, pero de otra forma no pudiera explicarse la configuración actual de la vida y del mundo viviente, incluido dentro de él, el ser humano. Como ejemplo, existen especies de aves de configuración social monógama[1] -como la humana-, en las que algunos de sus miembros deciden correr el riesgo de buscar relaciones sexuales “extramaritales” clandestinas con parejas distintas a la suya, mientras la mayoría de sus miembros simplemente deciden ser fieles a su pareja.
En lo que respecta a la historia del ser humano, recientemente (hace alrededor de unos 10 millones de años), un grupo de primates -ante la disminución de bosques (su hábitat natural), el aumento de su población y la escases que ello representaba para los de su especie- tomó la decisión de descender a buscar sobrevivir en tierra firme, en virtud de que las otras opciones eran buscar eliminar a otros de su especie para ocupar su territorio o la muerte. Quizá hubo muchos otros primates que, ante la situación, decidieron aferrarse a un estilo de vida insostenible y perecieron por su testarudez, fallando además en la vital y trascendental tarea de transmitir sus genes. Otros quizá se lanzaron a luchar por un espacio de bosque, separándose así para siempre de nuestra línea evolutiva.
Aquellos que tomaron libremente la decisión de buscar adaptarse al desconocido mundo de la tierra firme, tuvieron que tomar después –en un contexto de libertad- muchas otras decisiones, cada una de las cuales fue llevándolos hacia nuevos senderos evolutivos. En el camino, se ramificaron diversas especies de homos, todas ellas más o menos exitosas hasta que llegaba el momento en que se enfrentaban contra circunstancias muy difíciles de superar y tuvieron que adaptarse (evolucionar) o bien, extinguirse para siempre.
¿Cuántas decisiones libremente tomadas por nuestros antecesores en los últimos diez millones de años permitieron nuestra exitosa expansión en el Planeta? Imposible saberlo, pero lo que sí sabemos es que fueron decisiones -al menos ligeramente- correctas, pues de lo contrario ningún humano existiríamos.
Para entender la importancia de esto, cada ser humano podemos hacer una analogía sobre nuestra propia existencia, sin ni siquiera tener que ir millones de años atrás. Personalmente, basta con ir unas cuantas décadas atrás, al día en que mi madre conoció a mi padre, y libremente optó por darle su nombre y su teléfono o dirección, quizás. Ella pudo después de meditarlo un poco y en perfecto ejercicio de su libertad, ignorar a mi padre, con lo cual, ya no existiría.
Lo mismo pasó con todos mis antepasados. Cada uno de ellos tomó libremente una decisión que, de no haber tomado, habría significado mi no-nacimiento. Mi existencia (y la de cualquiera) fue tan causal (y quizá casual), que si cualquiera de mis 256 tatatatatatarabuelos(as) hubiera cambiado de parecer respecto a la pareja con la cual reproducirse, yo no existiría. No niego que es probable que alguna de mis 128 tatatatatatarabuelas no tomara libremente la decisión de con quien casarse; quizás su familia la obligó a casarse con alguno de mis 128 tatatatatarabuelos allá por el año de 1820. En ese caso, egoístamente hablando, debo estar muy agradecido con su padre o su madre (es decir, uno de mis 512  tatatatatatarabuelos(as)) por haberla orillado a reproducirse con quine lo hizo. Aún así, esa hipotética mujer, tomó libremente decisiones que me permitieron existir, como no suicidarse, escapar o cuidar de sus hijos(as).
Las razones de mi existencia no se pueden explicar simplemente con la revisión de mi árbol genealógico, puesto que dentro de cada caso concreto la libertad de decisión de alguna persona que me antecedió directa o indirectamente, influyó para que yo existiera. Quizá a mi abuela alguna mujer la salvó de morir cuando era niña, alimentándola y cuidándola sin necesidad de hacerlo. La decisión que esa persona tomó libremente fue una de las cientos de millones de decisiones libremente tomadas a las cuales debo mi existencia.
Con la humanidad es exactamente lo mismo, somos una especie bastante novel en el Planeta, que apareció en él debido a cientos de millones de decisiones que libremente tomaron las especies que nos antecedieron. Aplicando analógicamente el hipotético ejemplo que hice sobre mi persona, con el homo sapiens como especie pasa lo mismo. Así como yo tengo padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, también el ser humano como especie los tiene, y si alguno de esas especies hubiera tomado libremente un rumbo diferente a la que en un momento determinado tomó (como no descender de los árboles nunca), ninguno de los 6,500 millones de seres humanos existiríamos en la Tierra.
La Libertad es tan grande e importante como la vida y, en términos terráqueos, su existencia es prácticamente tan antigua como la vida misma. Pretender que la Libertad es producto de la racionalidad humana y pensar que ningún ser vivo más que el ser humano es capaz de tomar decisiones libremente, es una interpretación egocéntrica, arrogante y desinformada de la libertad. La persona que atribuye todo acto animal al instinto, quizá olvida su propia esencia.
Así como la Libertad nos ha llevado a ser tan exitosos como especie, con una serie de malas decisiones, podríamos terminar muy mal. Muchos grupos de seres humanos, como los habitantes de la Isla de Pascua, tomaron libremente decisiones que los llevaron a extinguirse como cultura  y prácticamente extinguirse del todo, pues su población descendió de 30,000 habitantes a tan solo 2,000 en un par de siglos.[2] Esto representa una disminución del 93.5% en un periodo breve de tiempo.[3]
Las elecciones que día a día hacemos como seres humanos, como seres vivos, afecta de manera incalculable el rumbo de las cosas. Todos los días se nos presentan cientos de decisiones y aunque muchas lleguen a ser intrascendentes, muchas otras que lo parecen, en realidad no lo son. La Libertad, como lo dijo Montesquieu, es un ejercicio que implica una gran responsabilidad. Gracias a ella los seres humanos hemos tenido un gran éxito como especie y también producto de ella, muchas especies igualmente exitosas en su momento, se han extinguido ya del Planeta.
Cabe aquí mencionar un ejemplo que recurrentemente utilizan los antiabortistas: el de Emilia Kaczorowska, madre del finado Karol Józef Wojtyla. Dadas las circunstancias que la rodeaban a ella en lo personal, y al mundo de la postguerra, en lo general, allá por el año 1919, ella tuvo la libertad de abortar. Se dice que a pesar de la fuerte presión que se le presentó, ella tomó libremente una valiente decisión: dar a luz a su segundo hijo, quien a la postre llegaría a ser nombrado Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, etc. Creo que más allá del contexto antiabortista en que este ejemplo es utilizado, y de que uno pueda ser católico o no, es innegable el impacto que una persona como Juan Pablo II tuvo en el mundo moderno, y la importancia para la humanidad que tuvo una decisión libremente tomada por su madre en un momento determinado.
Así las cosas, estoy convencido de que cada decisión que libremente tomamos, tiene muchísimo mayor impacto en el destino del Planeta y de la especie de lo que quizás nunca hemos imaginado, estemos o no consientes de ello. Cada una de las decisiones que libremente tomemos, influirán en un momento determinado para preservarnos como especie, evolucionar o extinguirnos definitivamente.




La Libertad Humana        
Una de las mayores aspiraciones del ser humano, a lo largo de nuestra historia, ha sido la Libertad. Estoy seguro de que hace más de 500,000 años, mucho antes de que se inventara la palabra escrita, los primeros humanos en la Tierra valoraban tanto como lo hacemos ahora nosotros, el ideal de Libertad, incluso sin poder definirlo[4]. Así las cosas, desde que nacimos como especie y desde que nacemos como personas, estamos instintivamente en busca de Libertad.
Hace apenas alrededor de 5,000 años, los sumerios representaron de manera escrita, por primera vez en la historia conocida, la palabra “libertad”. Del ama-gi [5] sumerio vale destacar que llegó a la humanidad prácticamente tan pronto como llegó la lengua escrita. No es de sorprender que palabras que se utilizan para nombrar a las “cosas” hayan sido pioneras, pero sí es de sorprender que la palabra “libertad” utilizada para definir una idea tan abstracta este presente desde el nacimiento de la lengua escrita, lo cual prueba su innata importancia.
Cuando nacemos, en nuestros primeros meses de vida, queremos ser libres del dolor, del hambre y del sufrimiento; instintivamente buscamos libertad de decidir a qué hora comer o a qué hora dormir. Aprendemos (o instintivamente lo sabemos) que la única forma efectiva de hacer valer esas libertades es a través del llanto. Si tenemos frío, hambre, dolor, sueño o miedo, automáticamente lloramos. Así, poco a poco vamos aprendiendo que la Libertad no es automática, hay que luchar por ella.
Después, cuando aprendemos a caminar, hablar y a comer solos, queremos ser libres de hacerlo cuando y como nos plazca. No creo que sea coincidencia que una de las primeras palabras que aprendemos a decir, es “no”. Esa palabra tiene que ver mucho con la libertad, puesto que nuestros padres la emplean constantemente para señalarnos las tantas cosas que tenemos prohibido hacer. Con esa palabra relacionamos las primeras restricciones concretas a nuestra libertad, y con esa misma palabra, empezamos a defender verbalmente nuestra libertad. Para una madre debe ser muy difícil asimilar la primera vez[6] que la palabra “¡No!” sigue a una orden directa como: “¡Sofía, tómate tu biberón!”. Pero para ese pequeño ser humano, se trata de una nueva arma concreta para defender su Libertad. A esa edad, las otras dos armas serían el llanto, como ya dijimos, y la simple desobediencia.
En nuestros primeros años de escuela, empezamos a descubrir mayores libertades, y empezamos a descubrir las consecuencias de ellas. También empezamos a buscar la libertad en diferentes formas. Nos gusta empezar a ejercer la libertad de escoger lo que compraremos en la tiendita escolar. Empezamos a ejercer la libertad de decidir con quien socializamos en el recreo y a quien evitamos. Por las tardes debemos decidir con cierta libertad si hacemos nuestras tareas con dedicación y esmero o si las hacemos rápido para pasar a otra actividad. También decidimos si en las tardes libres vemos una caricatura o salimos a jugar con los vecinos, por ejemplo. 
En la pubertad y adolescencia el instinto de libertad florece al máximo. Queremos y exigimos más libertades sin siquiera entender las consecuencias de su ejercicio. Queremos la libertad de poder seleccionar y comprar nuestra ropa, queremos la libertad de decidir qué les platicamos a nuestros padres y qué no, queremos la libertad de ir a fiestas de noche, queremos la libertad de tener nuestra propia habitación o espacio. Queremos automóvil. Queremos dinero. etc.
El punto es que, desde que nacemos y conforme vamos creciendo, vamos experimentando el permanente conflicto entre lo que queremos hacer, lo que podemos hacer y lo que no debemos hacer. Quizá en nuestros primeros años nos sea particularmente difícil entender por qué no podemos hacer lo que queremos. ¿Por qué no puedo jugar con este utensilio (cuchillo) que tanto me gusta?, ¿Por qué no puedo comer estas golosinas tan sabrosas?, ¿Por qué no puedo hacer dibujos en las paredes de mi casa? Obviamente a los 18 meses de vida no se pueden estructurar preguntas como las de este ejemplo, pero sin duda se realizan de manera abstracta en la cabeza de cada niño y esas prohibiciones empiezan a dejar una marca indeleble en la vida de cada persona sobre la necesidad y la importancia de la Libertad… de su Libertad.
Por eso, muchas madres se molestan tanto cuando quien les cuida a sus hijos les permite hacer o comer cosas que están prohibidas por ella, porque se confunde a su hijo respecto a lo que es libre de hacer y comer de lo que no es. Viceversa, si nos encargan a un hijo que no es nuestro, será muy difícil para él asimilar que en nuestra casa no se puede brincar en los sillones de la sala, ya que sus padres siempre se lo han permitido, y para él es una libertad adquirida.
Empero, mientras vamos aprendiendo qué somos libres de hacer y qué no somos libres de hacer, de manera simultánea –y casi perversa- vamos aprendiendo algunos “trucos” para aumentar nuestras libertades o abusar de ellas. El primer y más típico ejemplo, es el del niño que desde sus primeros meses de vida descubre que llorando recibe excesiva atención. Eso lo hace caer en la tentación de llorar no para defender sus libertades básicas, sino única y exclusivamente para que lo carguen en brazos, donde se siente más cómodo que en la cama o en su cuna. No tiene una necesidad concreta y latente como hambre, frío, miedo, dolor o malestar alguno, simplemente tiene ganas de que alguien lo cargue y descubrió lo fácil que es lograrlo a través del llanto. Abusa de su libertad a través de un medio originalmente concebido para otro fin. Claro que es un ejemplo un poco exagerado, pero cualquier padre debe saber que uno de los peores errores que puede cometer es abrazar excesivamente, y ante cualquier pequeño llanto, a su bebé.
Desde ese momento en delante, en todas las etapas de nuestra vida, tenemos el permanente conflicto sobre cómo y cuándo ejercer nuestra libertades, y si abusamos o no abusamos de ellas. Y casi puedo asegurar que todos hemos abusado, alguna vez en nuestra vida, de las libertades que nos son concedidas. Algunas veces de manera velada y esporádica, algunas otras de manera más descarada y recurrente. Algunas veces con dudas sobre si realmente estábamos abusando de nuestra libertad o no y algunas otras veces plenamente conscientes de que estábamos abusando de ella.
En ese sentido, mi hipótesis sobre la “Libertad Humana” es que como ser vivo que es, en lo general, y como especie en lo particular, el homo sapiens valora mucho la Libertad e instintivamente se encuentra buscándola, defendiéndola y luchando por ella. Sin embargo, también instintivamente el ser humano tiende a buscar ampliar sus libertades, lo que muchas veces se traduce en una inclinación hacia el abuso de las libertades con las que cuenta. Este instinto a buscar mayor Libertad, incluso (o necesariamente) a costa de la Libertad de otros seres humanos, se agrava, o al menos es más notorio, en el ser humano poderoso o gobernante, quien tiene la constante tentación de restringir las libertades de aquellos a quienes domina o gobierna. Todo ello genera un permanente conflicto en cada ser humano, en lo particular, y en cada sociedad, en lo general, sobre lo que se debe o no se debe hacer. Este conflicto no es privativo de nuestra especie, pero nuestro gran cerebro ha hecho de él todo un laberinto de posibilidades difíciles de estudiar y de entender. En todo ello abundaremos en su momento.





Entendiendo La Libertad
El problema para entender la Libertad radica en que dicho término representa una idea, no una cosa. Tratar de comprender y definir Libertad es tan difícil como tratar de definir amor, justicia, paz o belleza, pues definitivamente son conceptos sumamente subjetivos. Además, como lo veremos en el siguiente capítulo, pienso que la Libertad es un ideal natural e instintivo. Por último, considero que la Libertad es quizás el ideal que encierra más paradojas en él.
Así, habrá personas que consideren que no son libres (carentes de libertad), por el simple hecho de estar casados, mientras que para otros el matrimonio es (o fue) su “puerta a la libertad”. Habrá muchos que se consideren esclavos por tener que trabajar ininterrumpidamente 8 horas diarias 5 días a la semana, mientras que para otros el tener un trabajo de 40 horas semanales es precisamente lo que les ha permitido ser libres, etc.
Como bien lo señaló el inglés Maurice Cranston, hablar de libertad a secas es decir mucho o no decir nada; porque si una persona desconocida se presenta ante ti y te dice “Soy libre”, es imposible que sepas a ciencia cierta a qué se refiere esa persona. ¿Escapó de prisión?, ¿Pagó todas sus deudas?, ¿Se divorció?, ¿Le perdonaron sus pecados?, ¿Se sacó la lotería?, ¿Estaba paralítico y volvió a caminar? No lo sabemos ni lo podemos deducir de una afirmación, a primera vista, tan universal, como el decir “Soy libre”.
Al ser la Libertad una idea (o un ideal) propio de cada persona, dos personas que objetivamente se encuentran exactamente ante la misma situación, pueden considerarse libres o no libres, de acuerdo a su propia concepción de Libertad y de la vida misma.
Sin embargo, las ideas importan mucho, y una de las que más importan es la de Libertad. Si le dices a una persona: “Tú no eres libre”, seguramente esa persona quede sensiblemente marcada por esa opinión o al menos te exija una explicación sobre tu dicho. Viceversa, si tu le dices a una persona “Envidio tu libertad”, posiblemente será uno de los mejores halagos que haya recibido en su vida.
El mayor problema es que, precisamente, por ser la Libertad un ideal y su entendimiento tan subjetivo, cuando he debatido sobre ella y sus alcances, me he topado con el argumento dogmático (y falaz) de: “Pues esa es mi visión sobre la Libertad, y nadie puede quitármela ni decirme que estoy equivocado, precisamente porque es opinión sobre la libertad, y soy libre de tener esa concepción.”. Cuando se debate sobre la definición de ideas (o ideales) es muy difícil convencer, con argumentos sólidos incluidos desde luego, sobre la definición personal de un concepto. El problema real es que es muy fácil caer en el error o en la falacia de argumentar que una conceptualización es válida, por el simple hecho de ser personal, incluso sin argumentos de por medio para sustentarla.
Otra cuestión que complica mucho su entendimiento, son las paradojas que rodean el ideal de Libertad. La primera es respecto su definición. Casi todas las personas están de acuerdo, en términos generales, en lo que es Libertad[7]. Sin embargo, cuando se debate sobre aplicación de libertades concretas, entonces ya no es tan sencillo entenderla y definirla. ¿Viola mi libertad de expresión la nueva ley? ¿Viola mi libertad de tránsito determinada disposición? La aparente claridad del concepto desparece tan pronto surgen este tipo de cuestiones delicadas y todo tiende a subjetivarse.
La segunda paradoja es respecto a la permanente búsqueda de Libertad en que nos sumergimos, incluso sin saber el fin de nuestra búsqueda, al grado de llegar al punto en que, mientras más libertades tienes, más libertades quieres. Generalmente cuando luchamos por una libertad, pensamos que por el simple hecho de acceder a ella seremos libres. Empero, cuando accedemos a esa libertad tan anhelada, nos damos cuenta muy pronto que existen otras libertades que no tenemos y que no somos tan libres como creímos que seríamos.
La tercera paradoja está relacionada con la felicidad. Siempre pensamos que mientras más libertad tengamos más felices seremos, cuando no necesariamente es así e, incluso, podría ser inversamente proporcional. Algo interesante de esta paradoja es que la felicidad es en muchos aspectos parecida a la libertad, a saber:
  • Es una idea o un ideal.
  • Es sumamente difícil de definir.
  • Es una meta permanente.
  • Es difícil determinar si es un fin o un medio.
Así las cosas, muchas veces -o casi siempre- el ser humano relaciona un concepto con el otro, un ideal con el otro. Una diferencia es que lo normal es luchar por la libertad para alcanzar la felicidad. De hecho, no recuerdo ninguna guerra en nombre de la felicidad. Sin embargo, es posible que al obtener la libertad por la que se luchó no se obtenga la felicidad que se pensaba relacionada a esa libertad, o peor aún, es posible que al obtener esa libertad se pueda ser menos feliz de lo que se era antes de tenerla.
Muchos millones de personas han luchado e, incluso, dado la vida por obtener la libertad de elegir a sus gobernantes (democracia)… Y ¿qué han obtenido a cambio de esa lucha en muchas ocasiones? Gobernantes más mediocres, más corruptos y más inútiles que los monarcas, emperadores o dictadores contra los que lucharon. Consecuencia, mayor libertad pero menos felicidad. Así las cosas, y en el otro sentido, es perfectamente posible (e incluso bastante probable), que restándole libertad a la gente ésta sea más feliz. Quizá el único y verdadero reto para ello resida en que la gente no se entere que le están restando libertades, pues el ideal de libertad -al ser instintivo- es muy importante. Librando este obstáculo se puede perfectamente hacer feliz a la gente quitándole libertades, por paradójico que esta idea pueda parecer. Bendita ignorancia, dirían algunos.
Desde el punto de vista económico, en el mundo capitalista globalizado, el ideal (o instinto) de libertad, contribuye a mover de manos miles de millones de dólares. Las empresas y sus publicistas han sabido sacar buen provecho del ideal instintivo de Libertad implícito en todo ser humano. En Estados Unidos, el despegue de las camionetas conocidas como SUV[8] se debió precisamente a esa doble connotación de libertad que publicitariamente le dieron los fabricantes de autos: Por un lado, la “gran” libertad que da ese amplio espacio interior a sus ocupantes (por ejemplo, la capacidad de transportar una tabla de surf), y por otro lado (quizá el más importante), ofrecer la libertad de salir de la ciudad en la SUV, y tener la libertad de poder tomar cualquier camino o paraje rural, subir cualquier montaña, llegar a cualquier playa o acceder a lugares recónditos, inalcanzables para un simple sedan, con el único objeto de ser… libre.
Esa publicidad y esa moda se exportó a muchos países, como México, e incluso se acondicionó al mercado, utilizándose la mercadotecnia de vender la idea de libertad para productos cuya original concepción ni siquiera es para ese fin, como lo son las camionetas conocidas como Pick-up´s. Ahora vemos las calles de nuestras ciudades llenas de SUV´s y de Pick-up´s, totalmente subutilizadas, gastando inútilmente gasolina y espacio; ocupadas por un solo tripulante y con la caja de carga permanentemente vacía. ¿Cuántas camionetas de doble tracción jamás han necesitado dicho sistema? ¿Cuántas montañas habrán subido y cuántos ríos habrán cruzado? Me atrevo a decir que la gran mayoría, ninguno. Pero el instinto está tranquilo… El día que quiera podría hacerlo, eso es lo importante, ese es el placebo que brindan estos y muchos otros cientos de productos, que no ofrecen mayor libertad real, sino únicamente la sensación de tenerla.

 El Instinto de Libertad
Creo que la Libertad es un ideal instintivo sumamente arraigado en todo ser humano y en todo ser vivo[9]. Es muy difícil ir en contra de él. De ser instintos independientes, quizás no sea tan predominante como el instinto de supervivencia -tema que analizaremos en el siguiente capítulo- pero en el peor de los casos, en la hipotética “olimpiada de instintos del ser humano” el instinto de libertad quedaría en segundo lugar.
Una de las cuestiones claves que se presentan cuando se debate sobre Libertad, es determinar si ésta es un fin o un medio. No desconozco que para muchas sociedades, en lo general, y para muchos seres humanos, en lo particular, la libertad ha sido un fin. Han existido muchos hombres y mujeres en la Tierra que han nacido y muerto esclavos, con la única aspiración real en toda su vida de ser libres. ¿Para qué? Quizás muchos que en toda su vida anhelaron libertad o que incluso murieron luchando por obtenerla, nunca lo supieron exactamente e incluso, también quizás, nunca les interesó saberlo. Pero para determinar si la libertad es un fin o un medio es necesario primero replantear la pregunta así: ¿cuál es el fin último del ser humano? No creo que la respuesta sea “ser libre”.
Considero que el fin primario de nuestro Instinto de Libertad es la satisfacción de necesidades. Es difícil concebir racionalmente la lucha por una libertad concreta que no lleve a satisfacer una necesidad específica. Volvamos al ejemplo del bebé que instintivamente piensa “necesito ser libre del dolor” o “necesito ser libre del hambre” y luego, llora. Defiende su libertad a sentirse bien y a comer de la única manera que conoce. Son necesidades que están respaldadas por libertades irrefutables[10].
En ese mismo tenor, los humanos vamos teniendo necesidades a lo largo de nuestra vida, que se van traduciendo en diferentes tipos de libertades (o derechos[11]). Estas necesidades, muchas veces se pueden considerar “universales” y otras veces son necesidades concretas de cada persona, aunque no por ello menos valiosas.
Entre los ejemplos de necesidades más comunes y básicas de los seres humanos, podemos mencionar las siguientes necesidades:
  • De vivir (Libertad a la vida o instinto de supervivencia);
  • De alimentarme (libertad de trabajo, libertad de elegir mi alimento y, en el peor de los casos, derecho a la asistencia social);
  • De dormir[12] (libertad de sueño, nadie debe ser obligado a no dormir o a no dormir bien);
  • De reproducirme (libertad de procreación);
  • De ser libre o de no ser esclavo (Comúnmente conocida como “libertad” a secas);
  • De decir lo que pienso u opino (libertad de expresión y de opinión);
  • De publicar y difundir ideas u opiniones, propias o ajenas (libertad de imprenta o de prensa);
  • De trabajar en lo que me gusta o plazca (libertad de trabajo);
  • De comprar o vender lo que quiera (libertad de comercio);
  • De asociarme o reunirme con otras personas para determinados fines (libertad de asociación y libertad de reunión);
  • De conocer las leyes que me rigen a mi y a los demás, y de que éstas sean aplicadas igual a todos (libertad a la seguridad jurídica y a no ser discriminado);
  • De formar un sindicato, y de pertenecer o de no pertenecer a uno (libertad sindical)
  • De ejercer mi creencia religiosa o de no tenerla (libertad de culto y libertad religiosa);
  • De creer en lo que yo quiera o de no creer en nada (libertad de conciencia);
  • De elegir a mis gobernantes (libertad de votar);
  • De ser elegido para gobernar (libertad de ser votado);
  • De que mi gobierno me proporcione información sobre su actuar (libertad de petición o, más recientemente bautizada como “derecho a la información”).
  • De estudiar, aprender, educar y ser educado de manera objetiva e imparcial (libertad de enseñanza);
  • De viajar y trasladarme por donde yo quiera (libertad de tránsito)
  • De que se respete mi vida privada y de no ser molestado en mis pertenencias y posesiones por nadie (libertad a tener una vida privada);
  • De que se me atienda médicamente cuando me enferme o accidente (libertad de acceso a los servicios de salud o derecho a la salud);
  • De sentirme seguro y poder defenderme, en caso necesario, con algún arma (libertad de tenencia y portación de armas de fuego);
  • De no ejercer mis libertades (libertad de decisión).

Así las cosas, prácticamente cualquier necesidad del ser humano puede traducirse en una libertad real y concreta o, al menos, puede traducirse en la aspiración a alguna libertad no existente. Por ejemplo, las personas homosexuales en muchos países, sienten la necesidad de unirse formal, legal y materialmente en matrimonio con personas de su mismo sexo, y no son libres de hacerlo. Aspiran a una libertad que no tienen y que necesitan, lo entiendan o no los heterosexuales.
Una desventaja del “Instinto de Libertad” para el ser humano es que nos mantiene permanentemente inconformes, permanentemente en búsqueda de nuevas formas de satisfacer el instinto. Durante millones de años fue tan difícil -para los humanos y sus antecesores- satisfacer las necesidades elementales como alimentarse o reproducirse, que sólo un instinto verdaderamente poderoso pudo llevarnos al florecimiento como especie. Ahora que ambos instintos son relativamente más fáciles de satisfacer para muchos humanos, es fácil caer en la tentación de suplir el instinto con la búsqueda de situaciones placenteras, como la ingesta de sustancias tóxicas (alcohol, tabaco, marihuana, cocaína, etc.), deportes, sexo en variedades que hacen que el Kama-sutra parezca libro didáctico de educación pre-escolar, videojuegos cada vez más complejos, etc.
En todo caso, el “Instinto de Libertad” es tan importante y su existencia tan innegable, que han sido muchos los seres humanos en toda la historia de nuestra especie, los que prefirieron arriesgar y, en ocasiones, perder la vida antes que perder su Libertad o sus libertades, sometiéndose así su instinto de supervivencia a su instinto de libertad. Por ello que creo en la existencia del instinto de libertad en el ser humano, y que éste le sirve principalmente para buscar la satisfacción de sus diferentes necesidades. Del reconocimiento de la existencia de este instinto surgen tres cuestiones importantes que debemos analizar con el objeto de entender mejor la Libertad Humana.
La primera cuestión es relativa a delimitar el lugar que ocupa el instinto de libertad en nuestra especie. Como lo mencioné anteriormente, considero que este instinto únicamente rivaliza de manera directa con el de supervivencia, aunque reconozco que es posible que forme parte de él. La larga existencia del debate sobre la supremacía de estos dos instintos, se puede acreditar con la existencia de la popular frase: ¡Antes muerto que esclavo!
La segunda cuestión importante es determinar cuándo se busca legítimamente la satisfacción de una necesidad básica a través del ejercicio de una libertad determinada, y cuando se abusa de una libertad determinada o se ejerce una inexistente, para satisfacer desordenada, ilegitima y/o desmedidamente alguna necesidad. Como lo he señalado, estoy convencido que el ser humano tiene un instinto de libertad que constantemente le compele a buscar o defender sus libertades. El problema  es que pareciera que ese mismo instinto hace que el ser humano tienda a buscar la manera de aumentar desmedidamente o abusar de sus libertades, casi siempre en perjuicio de los demás.
La tercera cuestión es relativa a determinar objetivamente una definición general y adecuada de libertad. Hemos dicho que existe un instinto de libertad. Hemos dicho que ese instinto es uno de los más importantes del ser humano y que incluso rivaliza con el mismísimo instinto de supervivencia. Hemos dicho que el instinto de libertad persigue la satisfacción de necesidades. Hemos dicho que el ser humano tiene una tendencia natural de abusar de su libertad. Pero ¿cómo definir entonces la libertad? Lo analizaremos en su momento.
  
Instinto de Libertad vs. Instinto de Supervivencia
Tratar de convencer a alguien de lo importante que es suprimir su Libertad, incluso contando con buenos argumentos, es casi como tratar de convencer a alguien de que debemos matarlo porque ya no es provechoso para el país, por ejemplo. Consiente estoy que ha existido y siempre existirá quien sacrifique su libertad o su vida en pos de algo más –como el amor o la justicia-, pero son tan escasas excepciones que no hacen otra cosa que confirmar la regla.[13]
Creo que el Instinto de Libertad está íntimamente ligado con el Instinto de Supervivencia, al grado que pudiera ser uno parte o complemento del otro. Veamos, el Instinto de Supervivencia nos dice tres (o dos) cosas básicas: Debes vivir, realizarte (trascender) y reproducirte (trascender) antes de morir. Por su parte, el Instinto de Libertad nos dice: Eres libre de tomar las decisiones que consideres mejores para tu supervivencia, para tu realización como ser humano y para tu reproducción o tu trascendencia. En ese sentido, ambos instintos están íntimamente ligados y no es posible concebir uno sin el otro.
Si el ser humano careciera del instinto de libertad, carecería de la facultad para tomar decisiones. Si únicamente tuviéramos el instinto de supervivencia, seríamos como robots que nos casaríamos y nos reproduciríamos con la primera persona del sexo opuesto –por horrible que fuera- que se nos pusiera enfrente y no es así como funcionamos. Si el ser humano (y cualquier especie) ha llegado a donde está actualmente, ha sido precisamente por esa constante búsqueda del mejoramiento y perfeccionamiento de la especie en la que todos estamos (o debiéramos estar) inmersos. Este mejoramiento de la especie podemos conseguirlo a través de la prole, de los inventos, de la transmisión del conocimiento y/o de las obras inanimadas que dejemos, por ejemplo. Toda esta búsqueda del perfeccionamiento humano no es posible fuera de un marco de Libertad.
Así las cosas, yo considero que únicamente hay dos vías de trascender como ser humano en este mundo y, por consecuencia, de satisfacer el instinto de supervivencia y, quizás, el instinto de libertad también: A través de la reproducción y a través del trabajo intelectual y material.
Quizá hoy en día, habiendo tantos seres humanos por kilómetro cuadrado habitando el planeta, y tantas formas de placentero esparcimiento, muchos decidan evitar el engorroso trámite de la procreación y prefieren trascender exclusivamente a través de su trabajo y de su legado inanimado: Con una escultura, escribiendo un libro, componiendo una canción, pintando un cuadro, patrocinando los estudios de un niño de África o fundando una empresa, por ejemplo.
Quizás muchos otros decidan que, ante la escases de “materia prima” para la reproducción, y al no haber encontrado un ser humano del sexo opuesto lo suficientemente interesante para reproducirse, decidan renunciar a tener descendencia, antes que tenerla con lo “único accesible”.
 Muchos más quizás decidan que la trascendencia que más les satisface la han encontrado enseñando al pueblo la palabra de Dios, como los sacerdotes católicos, y prefieran satisfacer ese instinto ganándose la Salvación Eterna. Quizás se pregunten, “si voy a vivir para siempre en el Paraíso, ¿para qué tener hijos en la Tierra?[14]
En este mundo moderno atiborrado de gente, esas formas de renuncia son válidas (y hasta agradecidas), pero la verdad de las cosas es que si el Mundo en este instante se llenara en su totalidad de personas que libremente renunciaran a reproducirse, eso significaría el fin de la especie humana. En poco más de un siglo no quedaría vivo un solo ser humano en la Tierra para alivio de muchas especies que la habitan, pero en perjuicio de nuestra propia especie. Personalmente no entiendo el celibato sacerdotal, pero dudo mucho que ese sea el escenario que Jesucristo hubiera querido para la humanidad.
Afortunadamente -para la supervivencia de nuestra especie- todavía existen muchas otras personas que únicamente conciben la realización y la satisfacción de este instinto a través de la reproducción. Pero más importante aún, gracias a su instinto de libertad, sienten la necesidad de reproducirse con la mejor contraparte posible.
Así, el instinto de supervivencia nos hace sentir la necesidad de reproducirnos y, el instinto de libertad por su parte, nos hace sentir la necesidad de seleccionar libremente a la mejor pareja posible para la transmisión de nuestros genes. Eso quiere decir que sin la existencia de este último instinto, la especie humana nunca podría mejorar (o empeorar) ni evolucionar, ni nunca hubiera evolucionado hasta el punto actual. Claro que habrá quien argumente que esa búsqueda de la mejor pareja posible está implícita dentro del instinto de supervivencia, en lo cual no estoy de acuerdo. En ese sentido, y en el mejor de los casos, podría aceptar que el instinto de libertad es una ramificación del instinto de supervivencia, pero no podría aceptar la total inexistencia de aquél.
De hecho, quiero puntualizar y dejar en claro que, a pesar de que mi pleno convencimiento sobre la existencia del instinto de libertad y de que históricamente han sido muchas las personas que han preferido perder la vida que perder la libertad, considero que el instinto supremo del ser humano sigue siendo el de supervivencia. Estoy cierto de ello ya que por más hermosa, popular y drástica que sea la frase “antes muerto que esclavo”, la verdad es que estadísticamente (y biológicamente) la supremacía la sigue teniendo el instinto de supervivencia. Por más que a los humanos nos guste adornar la Historia con bellas anécdotas y frases de libertad, seguimos siendo animales y guiándonos primordialmente, como todo animal, por el instinto de supervivencia.
Aunque han sido millones los casos de aquellos que han sacrificado su vida por la Libertad, en realidad, de todo el universo de casos que han existido en la historia de la especie humana, estoy seguro que dichos casos siguen siendo porcentualmente muy pocos. Han sido menos las personas que al perder su libertad han preferido sacrificar su vida, que las que no. No tengo, y no creo que exista, el dato exacto, pero si no fuera así, no podría concebirse la existencia de tantas sociedades, culturas e imperios fundados en el trabajo de los esclavos, pues todos esos miles de millones de esclavos que han existido, hubieran buscado la forma de morir antes de tener esa condición… y no lo hicieron. Si el ser humano realmente prefiriera la libertad antes que la vida, los imperios y sociedades esclavistas[15], lejos ser tan históricamente comunes, no hubieran podido existir. A lo largo de toda la historia hubiera habido un sin fin de “suicidios colectivos” de esclavos, incluyendo quizás dentro del término, levantamientos en armas (o sin armas) sin posibilidades de triunfo. Y si los ha habido, han sido lejana minoría.
Así las cosas, podemos válidamente afirmar que:

A. Un ser humano que prefiere la libertad que la vida, no podría vivir un día (ni una semana ni un mes) siendo esclavo.

B1. En la historia de la humanidad, han existido cientos o, quizás, miles de millones de esclavos, que han vivido muchos años, o toda su vida, siéndolo.
B2. En la historia de la humanidad, han existido decenas o, quizás, centenares de sociedades esclavistas.
B3. En la historia de la humanidad, la lucha por la Libertad ha sido una constante.
Luego entonces,
C1. Los humanos prefieren la vida que la libertad.
C2. Los humanos son seres que pueden ser esclavizados y vivir en cautiverio.
C3. El instinto de libertad humano existe y es fuerte.

Lo más delicado de este silogismo es que creo que el ser humano, a semejanza del caballo y a diferencia de la cebra, es un animal que sí puede ser “domado” o esclavizado y no solo eso, sino que además, los antecedentes históricos nos dicen que es propenso de serlo por los humanos que detentan el poder y control de una sociedad.
En la importancia de esta última reflexión abundaré más adelante. Empero, para concluir este capítulo me permitiré hacer un breve paréntesis al margen del hilo principal del ensayo, para señalar que estoy en desacuerdo con la frase del desaparecido ex presidente español, Don Manuel Azaña, que reza "La libertad no hace felices a los hombres; los hace, sencillamente, hombres". Y no estoy de acuerdo con él porque aunque la frase es impactante y hermosa, creo que eso implicaría quitarle la condición de hombres (o de seres humanos) a cientos de millones de varones y mujeres que han vivido y muerto en este Planeta como esclavos y que han dejado un importante legado a nuestra especie. Claro que la Historia no la escriben los esclavos y por ello su legado es más difícil de rastrear, pero han sido ellos quienes criaron, amamantaron, cuidaron, educaron, instruyeron, alimentaron y/o lucharon junto a muchos de los grandes personajes históricos de la humanidad. No dudo que muchos esclavos, a pesar de su condición, vivieron cada hora de su vida con dignidad, quizás con mayor dignidad que con la que han vivido muchos de los llamados “hombres libres”. Por ello, creo que la frase es injusta e imprecisa y, en todo caso, solo estaría plenamente de acuerdo con la primera parte de la frase, si se le agregara el “necesariamente”.

 Abusando de la Libertad
Generalmente, por abusar entendemos el excedernos en el empleo o utilización de algo que tenemos o nos es concedido. Sin embargo, la Real Academia Española también define el abuso como el uso impropio, indebido o inadecuado de algo. En ese sentido, aunque pueda parecer difícil de asimilar, considero el no emplear algo que nos sirve, es una forma de abusar de ello. Por eso, considero que al no emplear muchas de las libertades que nos son concedidas (e.g. la libertad de votar por nuestros gobernantes) también estamos abusando de esa libertad. Comprar un avión y nunca usarlo, constituye, desde mi punto de vista, un abuso, pues no lo estoy usando (o lo estoy usando para tenerlo guardado permanentemente en un hangar).  Otro ejemplo para clarificar el amplio sentido que hago de la palabra, sería el caso de que yo descubriera la vacuna del VIH y no la diera a conocer a nadie… estaría abusando de mi descubrimiento, y no por exceso, sino por defecto.
Creo que los seres humanos tendemos -instintivamente- a buscar ampliar nuestra libertades, y ello, muchas veces implica abusar de las libertades que ya tenemos. Otras veces, tenemos garantizadas importantes libertades que nunca usamos, corriendo el riesgo que alguien más (como los gobernantes) nos las arrebaten. Por ello, es tan perjudicial abusar de las libertades de manera activa como de manera pasiva.
Por la otra parte, los gobernantes son libres de tomar muchas decisiones, en otras palabras, están facultados para unilateralmente ejercer muchas acciones sumamente importantes para la vida de todos los habitantes de la comunidad, ciudad, estado, entidad, provincia o país al cual gobiernan. Desgraciadamente muchas veces también tienden a abusar de sus libertades como gobernantes y, precisamente, así como los ciudadanos, en lo particular, y la sociedad en lo general, ha abusado de las libertades que le son conferidas y garantizadas por sus gobernantes, también estoy cierto que los gobernantes, han abusado histórica y recurrentemente de las libertades que les son conferidas de buena fe por la ciudadanía.
Retomando la causalidad natural de los instintos, en algún momento de la historia de nuestra especie, los integrantes de la misma decidieron libremente que lo que más convenía para sus fines era vivir en sociedad. A diferencia del tigre y del tiburón, que evolutivamente se fueron perfeccionando para sobrevivir de manera independiente, el ser humano -como los lobos, las hormigas y las termitas- evolutivamente se fue perfeccionando para vivir en sociedad. Esto lo llevó, necesaria y obligadamente, a renunciar a muchas de sus libertades a favor de otros miembros de la sociedad. Renunció así, por ejemplo, a la libertad de matar a quien no le agradara y a la libertad de copular con quien quisiera. Con el objeto de sobrevivir, los humanos hemos renunciado a muchas libertades a favor de las de otros seres humanos.
Es un contrato tácitamente suscrito por cada una de las partes, según el cual cada miembro de la sociedad acotamos o renunciamos a muchas de nuestras libertades a favor de los demás, y los demás hacen lo mismo a favor de nosotros. Por ejemplo, el intangible contrato de nuestra especie diría en una de sus muchas cláusulas: Yo renuncio a mi libertad de copular con sus cónyuges y, a cambio, ustedes renuncian a la libertad de copular con mi cónyuge. En teoría, con este tipo de renuncias, todos podemos estar más tranquilos y cooperar para lograr el fin último de nuestra especie que es la supervivencia. En la práctica, la (libre) renuncia a nuestras libertades ha permitido que sigamos existiendo como especie. Aquellos antepasados nuestros que intentaron vivir de otra manera fallaron, pues no hay vestigio de la existencia de una raza de grandes primates carnívoros solitarios, que caminaran en dos patas, con afilados colmillos, aguda visión nocturna y relampagueantes reflejos o algo parecido.[16]
Por su parte, los gobernantes y burócratas, tiene la obligación de garantizar y hacer que se respeten las libertades fundamentales de la población y, por otra parte, los ciudadanos, tenemos la obligación de permitir que ellos ejerzan sus libertades y de respetar las decisiones que libremente tomen, estemos o no convencidos de que éstas se tomaron buscando el bienestar colectivo.
Durante cerca de 500,000 años todos los seres humanos habitamos y nos desenvolvimos en comunidades que difícilmente excedían de 100 integrantes. Dentro de esas tribus humanas, había diferentes niveles jerárquicos, y todos sujetaban su libertad a las decisiones finales del jefe de la tribu (generalmente un macho alfa). Eran relativamente pocas las cláusulas de renuncia y también era relativamente fácil entender que el líder era el Estado. Por contraparte, también era relativamente fácil identificar al miembro que abusaba de una libertad que le era conferida y, por consecuencia, era fácil castigarlo. El instinto de libertad era en ese sentido, mucho más fácil de satisfacer, de lo que actualmente lo es, y la tendencia natural que tenemos a adquirir mayores libertades o abusar de las libertades existentes, encontraba mayores límites que actualmente. Quizá la máxima aspiración de libertad que tenía un humano en esa situación era llegar a ser el líder, es decir, una gran probabilidad de máximo uno en cien.
Sin embargo, en los últimos cinco mil años[17], con la aparición de las primeras ciudades en el Planeta[18], los seres humanos hemos perdido un poco “la brújula” respecto a la concepción y la importancia de la Libertad. Las ciudades han traído muchos beneficios a nuestra especie, pero también muchos perjuicios. Entre ellos está la posibilidad de que pocos humanos amasen una increíble cantidad de libertades o poder; pues la Libertad es poder, y no hay libertad que no confiera mayor poder. Esto en perjuicio, desde luego, de las libertades del resto de los seres humanos. De hecho, grandes amasamientos de poder han traído muchas veces, como consecuencia extrema, figuras como la esclavitud y el genocidio.
Podemos decir que la Libertad es parecida a un pastel que debe repartirse, es limitada y una vez distribuida equitativamente, no es posible obtener más sin que alguien más salga perdiendo esa misma proporción. Por otra parte, cada porción de Libertad obtenida, implica para quien la tiene, una proporción similar de responsabilidad.
Desafortunadamente, puedo afirmar que actualmente el ciudadano moderno no ejerce sus libertades (su pedazo de pastel) con entera responsabilidad y, por el contrario, abusa permanentemente de ellas tanto de manera activa como pasiva. Por su parte, los gobernantes tampoco ejercen responsablemente sus libertades del todo, e igualmente tienden a abusar permanentemente de ellas, activa y pasivamente, a favor de intereses particulares y, casi siempre, en perjuicio de los gobernados.
Muchos gobiernos tienen básicamente las siguientes libertades exclusivas:
  • Libertad de exigirnos una parte de nuestra riqueza para sostener el Estado.
  • Libertad de administrar y gastar los recursos que le confiamos.
  • Libertad de crear los puestos públicos necesarios para realizar sus fines.
  • Libertad de contratar al personal que ocupe esos puestos.
  • Libertad de legislar o expedir las leyes que rijan la vida de los habitantes del país, estado y municipio.
  • Libertad de regular las libertades de los ciudadanos.
  • Libertad de impartir justicia.
  • Libertad de explotar de manera exclusiva algunos recursos naturales o algunas industrias consideradas estratégicas.
Todas las libertades de los gobernantes son producto de una renuncia tácita o expresa de los habitantes de un país a determinadas libertades. Por ejemplo, en teoría (al menos originariamente) todos renunciamos libremente a la libertad de quedarnos con todos nuestros ingresos y percepciones, para destinar un porcentaje de ellos al Bien Colectivo (o Estado). Cada libertad del gobernante es una libertad menos del gobernado. Alguna vez Ronald Reagan lo señaló muy bien: “Mientras el gobierno se expande, la libertad se contrae[19]”. Como lo dije anteriormente, solo hay un pastel y no se puede tener más sin dejar a alguien con menos.
Creo que las principales semejanzas que considero existen entre las libertades (o facultades) de los ciudadanos y las libertades (facultades) del gobierno, son:
  • Nacen como una necesidad.
  • Sirven para alcanzar metas y fines (concretos o ambiguos).
  • Necesitan ser reguladas para ser funcionales.
  • No son absolutas.
  • Son susceptibles de abuso.
El ejemplo del matrimonio se aplica analógicamente. Antes de casarse una persona debe valorar si le conviene o no renunciar a muchas libertades a cambio de los beneficios que obtendrá. ¿A cambio de qué me conviene ceder algunas de mis libertades? ¿A cambio de tener permanente compañía? ¿A cambio de tener un compañero sexual exclusivo? ¿A cambio de la hipotética posibilidad de envejecer con una persona a mi lado? ¿A cambio de tener descendencia? ¿A cambio de que mi descendencia crezca en un ambiente familiar estable? ¿A cambio de no tener que trabajar más?[20], etc.
Con respecto al gobierno, las preguntas que todos debemos de hacernos es: ¿A cambio de qué me conviene ceder algunas de mis libertades? ¿A cambio de calles y avenidas pavimentadas? ¿A cambio de seguridad pública? ¿A cambio de leyes claras? ¿A cambio de un sistema de justicia que de seguridad a mis actividades económicas y profesionales?  
Así la situación, ¿qué pasa cuándo la contraparte por la que renunciamos a nuestras libertades no nos otorga lo acordado a cambio? En el caso del matrimonio: ¿qué pasa si mi cónyuge copula con otras personas? o ¿qué pasa si no quiere tener hijos? En el caso de lo gobernantes, ¿qué pasa cuando dejan de brindar seguridad pública?, o ¿qué pasa cuando dejan de construir carreteras y calles?
Sucede que nuestro instinto de libertad entra en un conflicto, entra en crisis. Como dijimos antes, existe un instinto de libertad, pero también existe una parte racional de nuestro cerebro. Esta última parte debe “explicarle” al instinto de libertad las razones por las cuales es mejor renunciar a ciertas libertades. Pongamos por ejemplo el caso de un hombre que va caminando por la calle y ve a una mujer casada, sumamente atractiva, caminando también. El instinto de libertad (y otros instintos), de manera abstracta le podrán decir al hipotético hombre: “Ve nada más que ojos, que busto, que cintura, que caderas ¡Vamos, eres libre! ¡Copula con ella!”. El lado racional le dirá: “Tranquilo, eres casado, tu esposa se divorciaría de ti y nunca volverías a ver a tus hijos. Además acabarías en la cárcel y su esposo te desfiguraría el rostro, etc.”
El mismo conflicto, pero a la inversa, nos sucede como gobernados. Desde que nacemos somos obligados a renunciar a muchas libertades a favor del gobierno. No lo hacemos voluntariamente y nadie nos pregunta si estamos o no a favor de pagar impuestos. Quizás hace miles de años nuestros antepasados tomaron libremente la decisión de ceder sus libertades al líder de la tribu en turno. A nosotros, nos tocó nacer en una sociedad en donde las cosas funcionan así y, por mal que nos parezca el que exista un Gobierno, éste esquema ha permitido el florecimiento de nuestra especie. El conflicto sucede cuando empezamos a descubrir que los gobernantes abusan de sus libertades o no cumplen con sus obligaciones. Entonces empezamos a dudar de la necesidad de ese gobierno y de la necesidad de cederle tantas libertades a cambio de tan poco.
Desde este enfoque, válidamente se puede hablar de abuso a las libertades desde dos principales puntos de vista, el ciudadano y el gubernamental. Ambos son dañinos para la colectividad y ambos son consecuencia de fallas de ambas partes. Tanto ciudadanos como gobernantes son igualmente responsables de vivir en sociedades en las que se abuse permanentemente, en perjuicio del resto de la sociedad, de las libertades propias. En ambos sentidos existen abusos que deben ser analizados detenidamente, con el objeto principal de evitar llegar a cualquiera de los dos opuestos a los que estos recurrentes abusos nos pueden llevar.
Los ciudadanos por un lado, y los gobernantes por el otro, tienen una tendencia natural a buscar ampliar sus libertades. Así, ante un gobernante pelele y débil, los ciudadanos tienden al abuso desmedido de sus libertades hasta el grado de tener al gobernante como un gran bufón social. Por otro lado, ante una ciudadanía débil, los gobernantes tienden al abuso desmedido de sus libertades, hasta el grado de enriquecerse y empoderarse excesivamente. La libertad de los gobernantes se encuentra en permanente conflicto con la libertad de los gobernados. La esclavitud, los genocidios y la pobreza extrema son las consecuencias extremas de un gobierno excesivamente poderoso que ha decidido quitar la libertad y la vida a sus gobernados. La anarquía, corrupción y la ingobernabilidad son los extremos de una ciudadanía o sector privado poderoso que hace lo que quiere con el gobernante en turno.
El pensador y político mexicano Efraín González Luna señaló en 1944 que: “Anarquía significa negación o ausencia de autoridad. Y este es nuestro mal, este es el corazón de nuestra crisis: una desnaturalización del concepto del Estado, una corrupción teórica y práctica de la autoridad. (…) La libertad tiene que organizarse para algo. (…) Podríamos… (decir) que el orden social es la organización de la libertad para el Bien Común.”
También el bandidaje gubernamental y las opresivas regulaciones (que muchas veces subsisten con el fin de facilitar o preservar los sobornos), son dos elementos que limitan la libertad, el crecimiento y el desarrollo de los ciudadanos y, como consecuencia, de los países.
Me gustaría señalar que tenemos ejemplos vivientes de países en los que tanto gobierno como ciudadanos han violado sus respectivas libertades de manera permanente, al grado de actualmente vivir en condiciones de pobreza, de represión, de corrupción o de todas ellas. No pondré nombres, pero sí situaciones concretas de abusos de la libertad que realizan algunos gobernantes, con casos específicos y extremos de lo que puede suceder cuando permitimos que se rompa este equilibrio de libertades, por ejemplo:
  • Países en los que se cierran las puertas al turismo con un sinnúmero de trámites y requisitos, casi todos ellos diseñados ex profeso para evitar visitantes incómodos.
  • Países con gobernantes multimillonarios y ciudades de más de dos millones de habitantes, sin un sistema de transporte público por falta, entre otras cosas, de vías de comunicación medianamente decentes para que puedan circular autobuses.
  • Países en los que las deplorables condiciones de salud pública arrojaron en el 2006 una expectativa de vida de 45 años para los hombres y 46 años para las mujeres, mientras que su presidente actual tiene 74 años de edad. (Es como si a países como México o Argentina, los gobernara un Presidente de 118 años de edad o a países como Estados Unidos de América o Canadá uno de 125 años de edad[21]).
  • Países en los que se pretende que la patria potestad de los hijos corresponda al Estado.
  • Países en que los gobernantes espían libre e impunemente a los ciudadanos, justificándose en la existencia de una “guerra contra el terror”.
  • Países en los que las mujeres no pueden mostrar su rostro en la vía pública.
  • Países en los que no existe libertad de votar o, en los que, aún cuando existe, en la práctica es ignorada por el gobernante en turno, quien cada vez que hay elecciones sale ganador con el 90% de los sufragios a su favor, a pesar de que su país se encuentre sumido en la total pobreza.
  • Países en los que únicamente se puede engendrar un hijo por matrimonio y está prohibido averiguar el sexo antes de su nacimiento.
  • Países en los que está prohibido salir de ellos.

Otro problema grave es cuando los gobernantes deciden coartar las libertades de todos los gobernados, por el abuso que hicieron de esas libertades unos cuantos, o por simple comodidad. Esta perversidad funciona así, por ejemplo: una persona o grupo de personas decidieron utilizar su libertad de expresión a través de los medios electrónicos, para perjudicar abiertamente a un candidato, con el fin de beneficiar a otro o a sí mismos, luego entonces la solución legislativa para evitar ese abuso en el futuro es que ningún ciudadano más pueda volver a expresarse en medios.
Como un grupo de personas se emborrachó e hizo desmanes, la solución ideal –pensaron los legisladores estadounidenses hace 80 años- es prohibir totalmente el consumo de bebidas alcohólicas.
El abuso a las libertades es una cosa muy delicada. Tenemos que ser muy responsables al momento de ejercer nuestras libertades; empezar a ejercer las que no ejercemos y ejercer bien las que sobre-ejercemos. De otra forma, podremos perder ambas, con consecuencias igual de lamentables.
  

Definiendo la Libertad
Una pregunta clave para definir la Libertad es: ¿Somos libres de hacer lo que queremos y podemos hacer aunque no debamos hacerlo? Hay dos respuestas básicas (y clásicas) para esta pregunta. La primera es “No”. No eres libre de hacerlo porque está prohibido, a saber: No eres libre de matar a alguien, no eres libre de vender droga en la calle, etc. La segunda respuesta a esta pregunta es “Si”. Puedes hacerlo, luego entonces, eres libre de hacerlo… solo que te atienes a las consecuencias, es decir: Sí eres libre de matar a alguien, sí eres libre de vender drogas, etc. El que después de hacerlo puedas terminar en prisión, no te impide que seas libre de hacerlo. Creo que para llegar a la respuesta de dicha pregunta, es necesario partir de una definición más o menos universal de Libertad y, tal como lo acreditaré en este capítulo, dicha concepción dista mucho de existir y esa carencia es quizás la que genera mayor incertidumbre en el momento concreto de juzgar si somos o no somos libres de hacer algo.
En el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra “libertad” tiene 12 diferentes acepciones, además de la definición de otros 11 términos compuestos que incluyen a la palabra libertad en ellos. Se define en su primera acepción, como “la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”[22]. De esta definición se desprende que libertad incluye todo lo que podemos hacer o no hacer y que nos implique una responsabilidad. Suena interesante, aunque considero que el problema de esta definición reside en la utilización de la palabra “facultad”, misma que válidamente puede ser utilizada como sinónimo de “libertad”.
La segunda acepción de la palabra “libertad” refiere que ésta es la condición del ser humano de no ser esclavo. En otras palabras, la libertad es carecer de ataduras para hacer lo que queremos. Se trata, ante todo, de ser “libre”[23]. En esta segunda –y muy reconocida- acepción de la palabra “libertad” surgen los primeros problemas de interpretación. ¿No ser esclavo de quién o de qué? La  palabra “esclavo” la define la propia Real Academia Española, en su primera acepción, como la persona que carece de libertad por estar bajo el domino de otra persona. En su segunda acepción la propia Academia amplía el término, agregando que también es esclavo quien se encuentra sometido rigurosamente o fuertemente a un deber, pasión, afecto, vicio, etc., que lo priva de libertad. Lo curioso (y desconcertante) del caso, es que una definición remite a la otra y viceversa, y eso complica todavía más el entendimiento de la libertad, al menos desde el punto de vista estrictamente semántico.
En idiomas como el inglés, actualmente reconocido como el idioma más importante del Planeta y, por ende, de la humanidad actual, el problema semántico se presenta de manera similar. Quizá la única diferencia real es que en ese idioma existen dos palabras para exactamente el mismo término: freedom y liberty, mientras que en castellano la palabra “libertad” prácticamente carece de un sinónimo exacto[24]. Sin embargo, de acuerdo al Diccionario Merriam-Webster, libertad es la cualidad o el estado de ser libre o de estar libre de restricciones. Creo que señalar que “libertad es ser libre” no nos sirve de mucho. Además, cada una de estas dos palabras anglosajonas tiene cerca de 6 acepciones muy similares entre ellas. Un concepto te remite necesariamente al otro y se genera un círculo de confusión, porque cuando uno busca, por ejemplo, la definición de “free”, una de sus primeras acepciones te remite a “liberty” y la otra a “freedom”.
Así las cosas, antes de aventurar una definición de Libertad, me tomé la libertad de preguntarles a veinte personas, por separado, qué entendían por Libertad, y me pareció sumamente interesante descubrir que en todas las respuestas se utilizó una de las siguientes cuatro palabras:
Palabra
Menciones
Capacidad
7
Facultad
7
Poder
3
Derecho
3
¿La definición que el propio lector escribió en un papel al inició el ensayo incluye alguna de ellas en cualquiera de sus posibles variaciones? Si es así, mi sorpresa sigue en aumento, si no, me encantaría especialmente conocer esa genuina definición de libertad.
La Real Academia Española de la Lengua define “capacidad” como “aptitud” y define “capacidad de obrar”, como “la aptitud para ejercer personalmente un derecho”. Define “facultad” como “poder”, “aptitud” o “derecho para hacer algo”. Define “poder” como “tener la facultad de hacer algo”. Por último, define “derecho” como la “facultad del ser humano para hacer lo que legítimamente lo conduce a los fines de la vida” y también como “facultad de hacer o exigir todo aquello que la ley o la autoridad establece en nuestro favor”. Además, la sexta acepción de la palabra “libertad” es: prerrogativa, privilegio o licencia. En otras palabras, las definiciones de las cuatro palabras empleadas en las 20 definiciones de libertad, confluyen semánticamente de manera interesante, pues prácticamente se podría decir que todas ellas son sinónimo de al menos otra, e incluso sinónimo de libertad. ¿En qué reside la importancia de ello? Bueno, en mucho, ya que en mi pequeño universo de 20 personas hay mucha variedad. Muchas de ellas no se conocen e que incluso viven en diferentes lugares, así como entre el de mayor y menor edad hay tres décadas de diferencia. Diferentes profesiones y modos de vivir la vida. A pesar de ello, el 100% coinciden en la parte toral de su definición de Libertad, con lo que refuerzo mi teoría de la existencia de un “Instinto de Libertad” nato y genético en cada ser humano.
El problema para definir la libertad comienza cuando tratan de llenarse esos “pequeños” huecos que implican cuestiones ideológicas o de razonamiento muy subjetivas. Para poder llegar a mí definición de Libertad, parto de la premisa de que no existe la “Libertad Absoluta”. Estoy convencido de que ningún ser vivo, incluido humano, en toda la historia de la Tierra ha gozado ni conocido la Libertad Absoluta.
Una de las definiciones clásicas de libertad es: “Carencia total de restricciones”. Sin embargo, no existe nada ni nadie que esté plenamente libre de restricciones. Ni siquiera el gobernante más poderoso que haya existido en la Tierra pudo ser libre de la muerte, del dolor o de la fuerza de gravedad, por ejemplo. El autor Maurice Cranston, señaló que no puede hablarse de una “Libertad Única” o de una sola “Libertad Universal”, sino que existen muchos tipos de libertades y que, además, no todos son benéficos o positivos para todos.
Por su parte, el autor norteamericano George Lakoff señala que actualmente existen en su país dos concepciones preponderantes de la palabra Libertad. Cada concepción percibe el Mundo y a la sociedad de maneras muy distintas y además señala que dichas concepciones no solo son diferentes, sino que además son contrarias, es decir, no pueden subsistir ambas visiones de la Libertad como verdaderas. Un conflicto ideológico parecido se dio entre el postulado de Libertad del filósofo suizo Jean-Jacques Rousseau y el del inglés Lord John Acton, un siglo después. Esto demuestra que a pesar de existir una noción similar de la concepción de libertad, a la hora de definir los alcances de las palabras que integran esa noción general, es cuando surgen irreconciliables conflictos ideológicos sobre los alcances de la palabra Libertad.
El filósofo de Letonia, Sir Isahia Berlin, señaló que había una marcada diferencia entre “libertad de”[25] (libertad negativa) y “libertad para”[26] (libertad positiva), por ejemplo, libertad de la opresión y libertad para desarrollar los potenciales personales. La forma negativa de libertad se refiere a la carencia de obstáculos o restricciones para hacer las cosas. La forma positiva de libertad se refiere al poder que tengo de tomar decisiones que me lleven a la acción. Para Maurice Cranston, solo existe la libertad negativa, y la libertad positiva es únicamente una forma “agradable” de presentarla, aunque personalmente creo que válidamente se podría señalar también lo contrario.
Por su parte, el mexicano Jorge Adame Goddard, reconoce que la palabra libertad tiene muchas acepciones. En su acepción filosófica la define como “una propiedad de la voluntad, gracias a la cual ésta puede adherirse a uno de entre los distintos bienes que le propone la razón.” Sin embargo, después señala que la libertad es una consecuencia de la naturaleza racional del hombre, en lo cual no puedo estar plenamente de acuerdo, en virtud de que como ya lo sustenté, una primicia de la vida en cualquiera de sus formas, reside en la libertad de elegir y, por lo tanto, considero que la increíble capacidad racional del hombre, deriva de millones de elecciones libremente tomadas en los últimos cientos de millones de años por nuestros antepasados. Claro que el hecho de que esa naturaleza racional que nos caracteriza actualmente, nos permita vislumbrar miles de posibles ideas y tipos de libertades, imposibles de vislumbrar para el resto de los seres vivos del planeta, no implica que aquéllos no sean libres.
Con estos antecedentes dados, mi definición de libertad es la siguiente:
“Libertad es la posibilidad material de hacer aquello que deseamos, y que nos está permitido legal y socialmente.”
Esta definición implica 4 elementos o factores imprescindibles para encontrarnos ante casos reales de libertad. Lo que está fuera de esta definición, no somos libres de hacerlo. No significa que muchas veces podamos hacerlo, pero eso no significa que seamos realmente libres de hacerlo.
Por ejemplo, de acuerdo a mi definición, si alguna persona te molesta no eres libre de matarla sin romper la ley[27]. Aunque existe quien piensa que sí eres libre de matarla, pero que te debes atener a las consecuencias como enfrentar un juicio y ser castigado en caso de que matar personas sea delito. Yo difiero de esta visión de la libertad, porque es una visión que restringe la libertad únicamente a lo que materialmente podemos hacer, y desconoce todo el sistema jurídico y social en el cual nos desenvolvemos como seres humanos.
Quizá un ermitaño podrá tener esa visión de libertad, de ser libre de hacer lo que pueda, pero ya señalé que esa sería una excepción que confirmaría la regla. Como alguna vez me dijeron mis padres, no hay que confundir la libertad con el libertinaje. En ese sentido, la libertad debe ser considerada como algo más amplio de lo que físicamente podemos hacer.
Es verdad, la principal idea de libertad que casi todos tenemos, está íntimamente relacionada con la libertad física o material, pero para realmente hablar de libertad tenemos que ampliar nuestra concepción tradicional y de esa forma, ante cada caso concreto que se nos presente, poder saber con certeza si nos encontramos o no nos encontramos ante una situación de libertad real.
Quizá la parte de mi definición que cause mayor escozor es la relativa a la inclusión de la libertad social (o moral) de hacer las cosas como presupuesto de libertad. Este tipo de libertad quizá está más relacionada con el libre albedrio de lo que lo está la libertad legal, sin embargo, se trata de cuestiones diferentes y por tanto, debe incluirse como un factor independiente en la definición de libertad.
Las prescripciones sociales incluyen todas las normas familiares, morales y religiosas que nos son dadas prácticamente desde que nacemos (muchas veces a manera de prejuicios que nos acompañan hasta la muerte), y que influyen en nuestra vida tanto o más que las prescripciones legales y, por tanto, su existencia también limita -o delimita- la libertad del ser humano. Estoy convencido que durante mucho tiempo, ambas normas –legales y sociales-, estuvieron indisolublemente mezcladas. Pero desde que nacieron las grandes civilizaciones, desde la separación de las iglesias de los estados[28], desde la fundación de las grandes ciudades, entre otros factores, dichas normas han seguido caminos sensiblemente separados y no puede ignorarse la coercitividad y bilateralidad real de las normas sociales o morales.[29]
En este punto he encontrado mucha resistencia en varios debates, pero la realidad de las cosas es que en la práctica -en la vida real- la gente muchas veces se limita más por las prescripciones morales que por las prescripciones legales. Diariamente cientos de miles de ciudadanos violan las leyes (excediendo límites de velocidad, por ejemplo), sin embargo, existen normas morales que pocos se atreven a violar, por las consecuencias que implica el violar dichas normas.
Por ejemplo, nunca he visto un prestigiado bufete jurídico cuyos abogados vistan con playeras sin mangas, de bermudas y sandalias, exhiban diversos tatuajes de mujeres desnudas, lleven el pelo largo y despeinado, aretes en cejas y nariz, etc. ¿Cuántos abogados que quieran trabajar en ese bufete renunciarán a su libertad legal y material de vestir de manera informal (por decir lo menos) con el objeto de trabajar en la profesión que eligieron?
Existen poblaciones tan conservadoras, que no toleran cosas tan simples como la utilización de minifaldas, en las que aquella que se atreva a utilizarla es socialmente rechazada y tratada por el colectivo social como prostituta. ¿Cuántas chicas deseosas de utilizar una minifalda no lo hacen (y quizás envejecen sin hacerlo) por una restricción social o moral?
Otro ejemplo que aplica principalmente al sector masculino sería el acudir a un sitio de los conocidos como “table dance”. Ir a un lugar de este tipo no es ilegal, ni el simple hecho de ir es causal de divorcio, ni implica siquiera que habrá contacto físico con alguna de las mujeres que en esos lugares bailan. Sin embargo, ¿cuántos hombres tienen permiso de su cónyuge para frecuentar estos lugares?, en otras palabras ¿qué porcentaje de hombres casados son libres de acudir a dichos lugares?, o ¿Cuántos políticos –aún solteros- son libres de hacerlo sin correr el riesgo de perder su popularidad?
Con el objeto de explicar mejor mi definición de Libertad, he diseñado un diagrama que permite visualizar gráficamente los casos ante los cuales podemos identificar situaciones frente las cuales tenemos libertad (real) o no:
De acuerdo a este diagrama, el negro total en el centro, sería la representación de la “libertad real” que tengo de hacer algo. Si alguno o algunos de los círculos carecieran de color, entonces ya no se daría esa libertad real. La carencia total de color, sería la ausencia total de libertad para hacer algo. Por ejemplo:
¿Soy libre de casarme con una persona del sexo opuesto? Quiero hacerlo y mi pareja también (Libre albedrío). Está permitido por la ley (Libertad legal). Es tolerado en la comunidad en la que vivo (Libertad social). Físicamente puedo hacerlo. (Libertad Material). Conclusión, color negro en el centro: Sí soy libre de casarme. Consecuencia: Me casaría felizmente.
¿Soy libre de casarme con una persona del mismo sexo? Quiero hacerlo y mi pareja también (Libre albedrío). Está permitido por la ley (Libertad legal). No es tolerado en la comunidad en la que vivo (Libertad social). Físicamente puedo hacerlo. (Libertad Material). Conclusión, carencia de un color: Aunque puedo casarme, no soy totalmente libre de hacerlo, pues me atendría a consecuencias como el rechazo social de mi familia y comunidad por hacerlo. Consecuencia: Lo pensaría dos veces antes de hacerlo.
¿Soy libre de tener dos hijos con mi pareja? (vivo en China) Quiero hacerlo y mi pareja también (Libre albedrío). No está permitido por la ley (Libertad legal). Está tolerado en la comunidad en la que vivo (Libertad social). Físicamente puedo hacerlo. (Libertad Material). Conclusión, carencia de un color: Aunque puedo tener dos hijos, no soy totalmente libre de hacerlo, pues si el gobierno me descubre, perdería a uno y terminaría en prisión. Consecuencia: Lo pensaría dos veces antes de hacerlo.
De este diagrama se desprenden 16 posibles combinaciones en las que cabrían todas las posibles situaciones que pudiera enfrentar una persona en su vida, y en donde únicamente la primera de ellas, la que implica la existencia de color en los cuatro círculos, representa la existencia de una libertad real de hacer las cosas. Las otras 15 combinaciones, incluyendo la carencia total de color en los círculos, implican diferentes niveles de restricciones a mi libertad, y por tanto, representan casos en que no existe esa libertad real de hacer las cosas.
Claro que cuando existen restricciones legales, morales o materiales que sobrepasan los límites de tolerancia de nuestro instinto de libertad y de nuestro libre albedrío, estamos en un constante conflicto y en una búsqueda permanente de la reconfiguración de la realidad. Acudimos ante los legisladores para que reformen las disposiciones legales, inventamos métodos para evadir las leyes de la física (como los aviones que nos permiten volar), o retamos a la sociedad en general con movimientos de repudio al status quo (como los hippies de los 60´s). Esas manifestaciones no hacen más que demostrar lo que digo: No somos realmente libres de hacer las cosas que no están comprendidas dentro de los cuatro factores que planteo, y por ello buscamos su inclusión en ellos.
Claro que siempre existirán los rebeldes sin causa y los anárquicos por naturaleza que permanentemente busquen reafirmar su libertad violando los límites existentes, pero una vez más, deben atenerse a las consecuencias de hacerlo. Esta actitud es natural en la pubertad cuando el instinto de libertad florece al máximo. Pero conforme envejecemos, nos vamos adaptando casi de manera natural a los límites que existen a nuestra libertad.

  
Epílogo
La Libertad es tan natural como la vida misma. Es un instinto que existe en cada ser humano, y que lo compele a buscar actuar y decidir con autonomía. La Libertad nos permite seguir caminos y nos permite ser responsables de nuestras decisiones. Sin embargo, la Libertad por sí sola no significa mucho. La Libertad es el medio, el principal medio, y quizá el único que existe para la total realización de nuestras metas. Para verdaderamente poder entender el valor tan grande de la Libertad debemos tener primeramente claro cual es nuestro propósito en la vida. De lo contrario, la Libertad  se convierte en un ideal y en un derecho, carente de utilidad real. Si nuestro propósito es ser felices a través de la realización de grandes obras de arte, adelante, hagámoslo y que nadie interfiera con nuestra libertad de hacerlo. Si nuestro propósito es trascender a través de nuestra música, hagámoslo libremente. Si creemos que la realización personal será teniendo hijos, busquemos a la mejor pareja posible y hagámoslos. Pero si no sabemos qué queremos de nuestra vida ni a donde vamos, entonces probablemente no merezcamos las libertades con las que contamos.
Por otra parte, si seguimos abusando, en lo individual y en lo colectivo como sociedad, de las libertades que hemos ganado a lo largo de toda la historia de la humanidad, en lo general, y de nuestro país, en lo particular, estamos condenándonos a acabar perdiéndolas a manos de nuestros gobernantes, magnates, jefes, patrones, etc., pues como lo señalé anteriormente, no existe un natural equilibrio de libertades, sino que al contrario, la tendencia histórica de la humanidad es la búsqueda individualizada de la ampliación de nuestras libertades, y cada que alguien amplia las suyas, lo hace en perjuicio de alguien más.
El esclavo estereotipo, es aquel que no tiene ninguna libertad, que carece de derechos. Por otra parte, “hombre libre” estereotipo, es aquel que puede hacer cualquier cosa que le plazca sin límites ni restricciones. Estos dos estereotipos serían los puntos opuestos, “lo blanco y lo negro”, se trata de casos extremos, casi idealistas de plantear un concepto. Sin embargo, en la realidad existen muchos matices y muchos grados de “Libertad” (o de “esclavitud”) y que son los que realmente se encuentran en el debate diario en materia política, jurídica, social, laboral, etc.
Debemos buscar entonces, no la libertad absoluta, sino el equilibrio de libertades, tratar de buscar que “ser humano libre” sea aquel que tenga la posibilidad de hacer lo que desea, sin atentar contra la Libertad de otro “ser humano libre”. Solo así podremos perfeccionarnos socialmente, y no debemos olvidar que en sociedad hemos evolucionado y solo en sociedad prevaleceremos. Sin embargo, tampoco debemos renunciar a nuestras libertades básicas y por el contrario, debemos hacer que el acceso a ellas marque una verdadera diferencia para la humanidad.
La Libertad es la herramienta más importante que tenemos para darle sentido a nuestra vida. Démosle entonces sentido ejerciendo responsablemente nuestras libertades y buscando que cada acción que libremente ejecutemos marque una diferencia en el Mundo. Es muy fácil desestimar el valor de nuestras decisiones, pero no podemos olvidar que la más insignificante de ellas podría significar una diferencia real en el destino de nuestro Planeta.
No seamos tan cortos de visión para pensar que únicamente las grandes acciones y decisiones marcan las diferencias; por el contrario, son esas pequeñas decisiones que libremente tomamos todos los días las que marcarán nuestro futuro y, quizás, el de un número incalculable de seres humanos. No esperemos a perder nuestras libertades para querer ejercerlas. No esperemos a fracturarnos un pie para querer ir a correr al parque. Ejerzamos nuestras libertades con responsabilidad y, sobre todo, con un propósito. Seamos libres. Seamos responsablemente libres.





[1] Las garzas azules grandes de Texas y las gaviotas argénteas del Lago Michigan, entre otras.
[2] Según estimaciones de Jared Diamond.
[3]Esto equivaldría a la muerte de más de 6,000 millones de humanos antes del año 2,200.
[4] Hoy en día sigue siendo difícil tarea definir dicho término.
[5]
[6] Y la segunda, la tercera y la diezmilésima vez también deben ser difíciles, pero debe impactar más la primera.
[7] Como lo veremos en el capítulo “Definiendo Libertad”
[8] Vehículo Deportivo Utilitario, por sus siglas en inglés.
[9] Quienquiera que haya tratado de meter a su perro en una jaula o que haya dejado abierta la jaula de sus pájaros, sabrá que de lo que estoy hablando.
[10] Nadie podría negar que los bebés deben ser libres del dolor y del hambre, ¿o si?
[11] La gran mayoría de las libertades pueden traducirse fácilmente en derechos.
[12] La Corte Europea de los Derechos Humanos confirmó de manera textual la existencia de esta libertad, derecho o garantía, denominada “a un buen descanso nocturno” (“right to a good night´s sleep”)
[13] No entran en esta categoría, por ejemplo, quienes sacrifican su vida o su libertad para garantizar la de su cónyuge y sus hijos, puesto que una premisa básica del instinto de supervivencia es garantizar la vida de tus descendientes, aunque poéticamente se diga que dicho sacrificio fue por “amor”. Ni tampoco caben la gran mayoría de los soldados, que van a la guerra esperando regresar vivos y no muertos.
[14] Creo que el éxito histórico y actual de la gran mayoría de las religiones en el Planeta se debe precisamente a esa valiosísima idea que venden, de que si nos apegamos a sus dogmas nunca moriremos. ¿Que mayor remedio (¿o placebo?) puede necesitar el instinto de supervivencia de cualquier ser vivo, que la promesa de Vida Eterna? Vale la pena correr el riesgo de creer, ¿o no?
[15] Babilonios, egipcios, griegos, persas, romanos, novohispanos, norteamericanos, etc., etc.
[16] Los tradicionales ermitaños, no son más que una anomalía que confirma la regla. Si todos fuéramos ermitaños, nuestra especie simplemente se extinguiría.
[17] Lo cual representa el 1% del total del tiempo de nuestra existencia como humanos.
[18] Si nuestra historia fuera equivalente a un día de 24 horas, entonces habríamos empezado a vivir en ciudades apenas en los últimos 14 minutos.
[19] "Man is not free unless government is limited. There's a clear cause and effect here that is as neat and predictable as a law of physics: As government expands, liberty contracts.”
[20] Suponiendo que el hipotético futuro cónyuge fuera millonario y que esa fuera la razón que me interesa vincularme en matrimonio con él.
[21] Esta cifra se obtiene de la proporción porcentual de la diferencia de edad entre el ciudadano promedio y el gobernante, tomando como base a Camerún, y no con la simple suma de la diferencia.
[22] Al hablar de “facultad natural” la Academia refuerza la teoría de que la libertad es un instinto.
[23] Libre: 1. Que tiene facultad para obrar o no obrar. 2. Que no es esclavo. 3. Que no está preso.
[24] Aunque como ya dijimos, existen palabras que pueden usarse en ciertas situaciones para sustituirla, como facultad, licencia o derecho.
[25] “Freedom from”
[26] “Freedom to”
[27] Al menos no en ningún Estado del que yo tenga conocimiento.
[28] Al menos en la mayoría de los países occidentales.
[29] A pesar de que tratadistas clásicos del Derecho, como le mexicano García Maynez aseveren lo contrario.