El ser humano es un animal social por naturaleza
propia, ya que evolucionó durante cerca de siete millones de años en grupos
sociales de entre veinte y doscientos individuos hasta convertirse, hace
alrededor de doscientos mil años, en la especie que desde entonces somos. No
obstante, apenas llevamos diez mil años siendo sedentarios, que en su momento
debió ser un verdadero reto afrontar y del que derivaron instituciones como “el
Estado”, “la Iglesia”, “la Moneda” y “el Matrimonio”, cuya exacta necesidad
ahora podría ser cuestionada.
Sin embargo, no creo que exista nada que haya
cambiado de manera tan radical e inmediata nuestra forma de relacionarnos
socialmente como los celulares, el Internet, el correo electrónico y las redes
sociales, al grado que quizás en los últimos treinta años hayamos modificado
más nuestras interacciones sociales que en los anteriores dos mil años, sin aún
comprender cómo nos impactará ello.
En primer lugar, debemos reconocer que el Facebook
no ha cambiado nuestro cerebro. Un ser humano solo puede ocuparse, en promedio,
de ciento cincuenta personas. Aunque tengas tres mil “amigos” en Facebook, la
realidad es que solo tenemos capacidad para sentir cercanas a alrededor de
ciento cincuenta personas, incluyendo a tus padres, hermanos, abuelos, primos,
etc, y cuando una nueva persona llega a tu vida para convertirse en “cercana”,
necesariamente otra tendrá que salir.
En segundo lugar, nuestra necesidad de dar y recibir
afecto de “nuestra gente” tampoco ha cambiado. También llamada “acicalamiento
social”, el ser humano necesita saber que al menos esas ciento cincuenta
personas están preocupadas por él, y esas personas necesitan de nuestro cariño
también, y lo sabemos. Por eso, muchas veces hemos estado frente a una
publicación de un contacto de Facebook, y meditado profundamente si darle click
en “Me Gusta”, comentarla o ignorarla, basándonos en toda una serie de
factores, objetivamente ajenos al simple hecho de si nos gusta o no la
publicación. Por ejemplo:
-
Si
esa persona nos importa.
-
Si
estamos contentos, distanciados, indiferentes o enojados con esa persona.
-
Si
extrañamos a esa persona o queremos hacerle sentir nuestra cercanía.
-
Si
esa persona suele dar “Me Gusta” a nuestras publicaciones o no.
En tercer lugar, está demostrado que el
reconocimiento social estimula la producción de “premios” por nuestro cuerpo,
como una adaptación evolutiva que nos incentive a ser útiles en nuestra
sociedad. Por eso, cuando alguien reconoce nuestro esfuerzo o nuestro trabajo,
tenemos esa sensación de profunda satisfacción, porque estamos siendo “bombardeados”
por endorfinas y otros neuropéptidos. El problema es que el Facebook nos puede sobre-exponer
a dicho reconocimiento y recibir un simple “Me Gusta” puede ayudarnos a
liberarlos, volviendo adictivo dicho reconocimiento, aunque objetivamente seamos
poco útiles para la comunidad.
En cuarto lugar, nuestras necesidades de intimidad y
de privacidad tampoco han cambiado. Necesitamos distanciarnos de vez en cuando
de ciertas personas, incluso cercanas, o círculos sociales para sentirnos
relajados y descansar del escrutinio público. El problema es que la combinación
Facebook/Smarthphones hace muchas veces imposible este distanciamiento, con
todo lo que ello implica, ayudando a provocar tantos divorcios y despidos
laborales producto de actividades en Facebook que salieron del anonimato
pretendido. Todo esto además sin considerar el mal uso que se le pueda dar a
nuestra información personal que alegremente compartimos.
Finalmente, considero que estamos muy lejos de
comprender la magnitud del impacto y consecuencias que tendrán las redes
sociales en nuestra vida y la de toda la comunidad, pero debemos estar muy alertas
porque no todas pudieran ser positivas o benéficas, e incluso muchas de ellas
nocivas para nuestra salud y bienestar.
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