viernes, 13 de diciembre de 2013

De las “Trompetas del Apocalipsis” y otras conclusiones raras


Es sorprendente lo viral que pueden volverse un grupo de videos donde aparentemente se escuchan unas trompetas en medio de la noche en una ciudad cualquiera. Pero más sorprendente es la forma en que se concluyen cosas verdaderamente descabelladas, una de ellas es que se trata de las siete trompetas referidas en el libro del Apocalipsis de la Biblia, en referencia a los tres juicios que supuestamente el Dios Bíblico realizará cuando el Mundo termine.

Para empezar, y suponiendo sin conceder que lo que está escrito en la Biblia sea infalible, se me ocurren decenas de explicaciones para  el origen de dichos sonidos, desde una sencilla edición de audio para sobreponerlo a la grabación original, hasta ser producto de algún vecino budista drogado y con un buen sistema de sonido. En medio de eso caben muchísimas otras causas. Claro que también podría ser Dios tocando unas trompetas, pero en todos los casos, hasta que no se compruebe el origen (lo cual pudiera ser imposible) estamos obligados por la razón, la lógica y el sentido común a no dar ninguna por cierta. (De hecho ya se descubrió que los sonidos fueron extraídos de la película “La Guerra de los Mundos” de Spielberg y sobrepuestos a un archivo de video).

Lo importante saber es que cuando abandonamos las reglas del razonamiento lógico, corremos el riesgo de ser fácilmente timados por el prójimo o por lo que pasa a nuestro alrededor, y por eso es importante tratar de aplicarlas la mayor parte del tiempo posible. Obviamente hacerlo implica usar la corteza cerebral, y el cerebro evolucionó para evitar usarla todo el tiempo por una lógica de economía y administración de recursos. Un cerebro que utiliza la corteza para concentrarse y pensar profundamente requiere muchísima energía y genera muchos desechos, por eso el cerebro trata de utilizar el “piloto automático” en la mayor cantidad de ocasiones posibles. Esto es muy útil para realizar muchísimas acciones, tales como manejar, bailar, comer o caminar entre la muchedumbre, pues nos permite evitar pensar profundamente antes de cada paso que damos. Simplemente el cerebro genera un patrón y se atiene lo más posible a ese patrón (por eso, cuando caminamos y hay desniveles inesperados podemos lesionarnos o al menos sentir que nos vamos “al precipicio”). Otro ejemplo es subir escaleras: recuerdo que en una casa que viví el cuarto o quinto escalón era más alto que todos las demás, e invariablemente todo el que visitaba esa casa y subía por primera vez, tropezaba en él, porque el cerebro calcula la altura de los escalones basado en el primer escalón, generando con ello un patrón que le permite ahorrar energía al no tener que analizar uno por uno cada escalón, con el inconveniente en este caso, de que cuatro escalones después inevitablemente tropezabas.

Ahora bien, con nuestra concepción del Mundo es lo mismo, generamos un patrón sobre cómo creemos que funcionan las cosas, y nos aferramos a él, pero ¿qué pasa cuando nuestro modelo o patrón de la realidad está basado en un Mundo fantástico, lleno de seres increíbles cuya existencia nunca se ha comprobado, como dioses, ángeles, demonios, almas, espíritus y conspiraciones? Que el cerebro tratará siempre de ajustar cualquier cosa “inexplicable” con ese modelo de realidad que hemos generado para vivir “tranquilos”.

Las consecuencias de ese modelo tan “cómodo” para el cerebro (le evita esforzarse en pensar y en buscar la comprobación de los hechos) están a la vista:
  •        Una luz en el cielo: Es una nave espacial llena de extraterrestres que vienen a conspirar con el gobierno norteamericano.
  •        Una coincidencia: Es el destino que está escrito en algún lugar superior.
  •        Una silueta en la oscuridad: Es el fantasma de una viejita.
  •        Se me pierde algo: Me lo escondió un espíritu chocarrero.
  •        No me puedo levantar ni mover aunque me siento despierto. Se me subió el muerto.
  •        Sucedió algo altamente improbable: Un milagro de dios o de uno de sus miles de santos.
  •        Tengo problemas de amor o dinero: El horóscopo tenía la razón.
  •        Me salió algo terriblemente mal: Dios me castigó o me está poniendo a prueba.
  •        Siento que ya conocía a alguien que me acaban de presentar: Nos conocimos en otra vida antes de reencarnar en esta.
  •    Gané dinero en el casino. Todos los astros se alinearon para ayudarme, porque seguramente había una alineación similar a la del día en que nací aunque de seguro me va a ir mal en el amor.
  •        Escuché una voz en mi cabeza que me decía “estrella el avión contra el edificio”. Fue Dios indicándome lo que tenía que hacer.
  •     Tengo un evento y está nublado. Voy a enterrar un cuchillo, lo cual ayudará a generar una variación meteorológica determinante para modificar el rumbo de las nubes que percibo como amenaza, o voy a rezar para que mi dios intervenga y mande las nubes para otro lado.
  •        Se aparece una mancha de humedad en una pared. Es una aparición divina y se trata de una prueba de la existencia de un dios igualito que nosotros ("imagen y semejanza").
  •        Soñé con mi abuelito: Está en el purgatorio pagando por sus pecados y quiere que le rece para que pueda salir más pronto.
  •      Etc, etc, etc...

Todo esto debió de ser de mucha utilidad mientras evolucionábamos, porque el cerebro se siente “incómodo” sin tener una explicación para todo lo que percibe, ya que esa falta de explicación se percibe como amenaza y genera intranquilidad. El cerebro odia el “no sé”, y siempre busca una manera de evitar los “no sés”, a pesar de que ello lo orille a creer en algo que no se pueda comprobar, incluso (o especialmente) si es absurdísimo. En los millones de años de evolución en los cuales la información que se transmitía de una generación a otra era muy limitada, y los medios para explicar muchas cosas que sucedían a nuestro alrededor más limitados aún, creer en el dios del sol y de la lluvia, por ejemplo, era muy útil para que el cerebro no gastara energía innecesaria tratando de explicar o entender algo que estaba completamente fuera de su alcance.

Afortunadamente ya no es así. La capacidad de transmitir información profundamente detallada de una generación a otra, de la mano del método científico y las reglas del razonamiento lógico, nos han hecho madurar como cultura lo suficiente para poder respondernos como individuos “no lo sé” a aquello que no entendemos o cuyo origen desconocemos. En un proceso de madurez que quizá algún día se traduzca en ventaja evolutiva, tenemos que educarnos para aceptar como respuesta un “no sé, pero quizá algún día lo sepa” a lo que no podamos probar, porque tenemos la información suficiente para entender las reglas bajo las cuales se rigen las cosas, pero sobre todo porque tenemos cientos de antecedentes de “misterios fantásticos” resueltos con el paso del tiempo y los avances de la ciencia, y que ahora hasta nos produce risa saber que se aceptaban como verdades generalizadas (como que la Tierra era plana y estaba sostenida por cuatro elefantes gigantes parados sobre una tortuga todavía más gigantesca). En ese sentido, creo que estamos obligados a poner nuestro “granito de arena” para evitar ser el hazmerreir de las futuras generaciones y tratar de empezar a cuestionarnos todas esas cosas fantásticas e incomprobables que alegremente damos por hecho para sedar a nuestro cerebro (o sea, a nosotros mismos).

Finalmente, considero importante que cuestionemos todo aquello que damos por cierto sin otro fundamento que la herencia cultural y que hay que tener mucho cuidado cuando de sacar conclusiones descabelladas se trate cada que se nos presente ante nosotros algo “inexplicable”, porque de otra forma siempre habrá gente dispuesta a explotar de alguna forma u otra (limosnas, remedios milagrosos, etc.) el modelo de realidad que hemos abrazado por comodidad y/o por herencia, y que si bien nos ahorra el uso de la corteza del cerebro de manera recurrente, también nos puede quitar una buena parte de nuestra libertad. 

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