“Aquí estoy establecido,
en los Estados Unidos…”
en los Estados Unidos…”
En los Estados Unidos de América se calcula que
actualmente residen cerca de 12 millones de personas indocumentadas[1].
Es decir, 12 millones de personas que no viven legalmente dentro del territorio
estadounidense (llamados comúnmente “ilegales” o “ilegal aliens” en inglés); 12 millones de seres humanos que no
existen legalmente para el gobierno norteamericano; 12 millones de individuos
sin derechos a cosas tan básicas como una licencia de conducir; 12 millones de
esclavos dentro del territorio que ellos consideran su hogar; 12 millones de
personas que viven bajo el estigma de un gobierno y una sociedad que niegan su
existencia al mismo tiempo que los explotan en la medida que les es posible.
Otra dato que es relevante y casi igual de
impresionante es que de esos 12 millones de personas, alrededor de un 65%
llevan 10 años o más viviendo con ese estatus de “ilegales” dentro del territorio
norteamericano. Muchos de ellos tienen hijos e incluso nietos nacidos en
Estados Unidos que ni siquiera hablan ya el idioma del país de sus padres y/o
abuelos, y que no entienden porque sus padres y/o abuelos son “ilegales”. Lo
que es un hecho, es que los inmigrantes (legales o ilegales) y sus hijos
representan en la actualidad una sexta parte del total de la población
norteamericana.[2]
“Diez años pasaron ya,
en que crucé de mojado…”
en que crucé de mojado…”
Recientemente estuve en Estados Unidos de América, y
tuve la oportunidad de visitar y conocer a mucha gente indocumentada en
diferentes ciudades de dicho País, varios de ellos familiares míos que tenía
mucho tiempo que no veía o que no conocía, y quedé profundamente impactado por
sus experiencias como inmigrantes ilegales que de su boca escuché. Yo siempre había
leído y visto muchas noticias sobre los “indocumentados”, sobre todo en el 2012
cuando se propusieron y aprobaron algunas reformas por el Presidente Obama en
la materia (siendo la llamada “DREAM Act” la más famosa de ellas), sin
plantearme a fondo lo que ello implicaba para las personas que se encontraban
en dicha condición, hasta que lo constaté recientemente con mis propios ojos.
Los testimonios de estas personas me impactaron al
grado que me pareció trascedente escribir sobre este tema, con el objeto de que
muchos que como yo, no estamos al tanto de lo que sucede, abramos los ojos ante
una realidad que viven estas 12 millones de personas en el país más
desarrollado del Mundo. Claro que siempre existirá el argumento falaz de que “al
menos no se están muriendo de hambre como en otros países del Mundo”, o el
argumento de que “nadie los obliga a quedarse a vivir allá en esas condiciones
y por lo tanto no se puede decir que no sean libres o que sean esclavos”, sin
embargo, en este ensayo trataré de demostrar que el planteamiento adecuado para
analizar el tema no es si esas personas son esclavas por ¿Por qué una persona no puede trabajar y
vivir honestamente en el país donde ella desee?, ¿Por qué un Estado moderno
debe cerrar sus puertas a los inmigrantes?
Finalmente, no pude evitar preguntarme: ¿Cómo es
posible que la nación más rica, poderosa, avanzada y teóricamente democrática
de este Planeta albergue a alrededor de 12 millones de personas indocumentadas viviendo
prisioneras dentro de su territorio y al margen del reconocimiento del Estado?
“…papeles no he arreglado,
sigo siendo un ilegal,”
sigo siendo un ilegal,”
El tema de la migración es tan viejo como nuestra
especie. Sin embargo, desde hace apenas unos 10,000 años que descubrimos la
agricultura y abandonamos una vida de nómadas para establecernos de manera
permanente en un lugar determinado, cambiamos nuestra percepción de lo que era
“libertad” y nuestros hábitos migratorios. Durante los cientos de miles de años
que precedieron a la invención de la agricultura, fuimos una especie migratoria
en constante movimiento. De acuerdo a John Medina[3],
durante cientos de miles de años nuestros antepasados caminaron un promedio de 12
millas (19 kilómetros) por día (necesarios para llegar de África hasta Tierra
de Fuego), lo que nos habla de nuestra necesidad evolutiva de movernos, de
viajar, de conocer, de explorar. Ahora, si bien es cierto que con la invención
de la agricultura y las poblaciones sedentarias, dejamos de movernos tanto, en
contra de nuestra propia naturaleza, la realidad es que nunca renunciamos al
instinto de migrar para vivir mejor.
Por ello, los movimientos migratorios continuaron
después de la fundación de las primeras poblaciones, y por razones muy similares
a las que hoy acompañan a los migrantes modernos. Para Ishay, las razones para
migrar van desde la “búsqueda de condiciones para vivir y de mayor seguridad,
hasta para escapar de las cadenas de sus captores”[4] y
que no son diferentes en este sentido que las de los primeros seres humanos:
perciben que los recursos para vivir (o sobrevivir) no son los suficientes en
donde están y emprenden el viaje en busca de mejores condiciones.
En ese sentido, estoy convencido que la migración,
en tanto parte de nuestra esencia, debe ser considerada un derecho humano y creo
que en un verdadero Mundo global y progresista (palabas con las que tantas
veces nos solemos llenar la boca al usarlas) nadie debería estar obligado a
vivir y trabajar solamente en el lugar en el cual nació. Sin embargo, sigue
siendo una constante el nacionalismo, el regionalismo y el proteccionismo
arraigado profundamente en muchísimas personas (incluso progresistas) que se
consideran amenazadas cuando llega una persona foránea a vivir en su comunidad.
Aunque debemos reconocer que en este aspecto existen avances en la gran mayoría
de los Estados modernos, en el sentido de velar por el respeto a los derechos
humanos de los migrantes modernos (en tránsito o con residencia legal o
ilegal), no menos cierto es que esos derechos humanos siguen sin darles
libertades similares a las de un ciudadano sin razones objetivas que lo
justifiquen.
“Tengo mi esposa y mis
hijos,
que me los traje muy chicos…”
que me los traje muy chicos…”
En varias ciudades de México por donde pasa el tren
que va de Centroamérica a la frontera con Estados Unidos, cada vez es más común
ver migrantes pidiendo limosna en las calles con un morral y un cobertor
enrollado en sus espaldas, muchas veces incluso acompañados de mujeres y/o de
niños y bebés. En la gran mayoría de los casos, son personas jóvenes que se ven
perfectamente saludables, capaces de desempeñar muchas labores productivas en
beneficio de la comunidad en la cual radiquen y que por falta de oportunidades
o por ambición decidieron salir de su lugar de nacimiento. Lo primero que me
viene a la mente cuando los veo es darles trabajo o ayudarlos a encontrar uno,
al menos para que puedan ahorrar para comprar un boleto de camión a la frontera
norte, pero las leyes de México no me lo permiten sin antes tramitar un permiso
especial para tal fin (FM2 o FM3), que por experiencias que conozco de terceros
no son trámites ni rápidos ni sencillos, así que para efectos prácticos están
obligados a sobrevivir en el limbo mientras llegan a Estados Unidos en donde el
panorama tampoco es muy alentador.
“…y se han olvidado ya,
de mi México querido.”
de mi México querido.”
Estoy convencido que ningún invento del ser humano
ha restringido tanto la libertad de los miembros de nuestra especie como las
fronteras políticas. Nos hemos encargado de dividir y delimitar todo el Planeta
con líneas imaginarias (con algunas lamentables excepciones) que nos confinan
prácticamente a solamente poder vivir en el país donde nacemos. Un ruso quizás
se sienta tranquilo de saber que al menos nació en el país más grande del Mundo
y que tiene mucho territorio de donde escoger su lugar de residencia (por más
helado que sea), mientras que un nativo de Liechtenstein o Singapur, quizás no
se sienta tan afortunado en ese sentido.
Resulta indigno en una especie que se atreve a
llamarse a sí misma como la única racional que habita el Planeta, que veamos con
naturalidad el que un evento completamente ajeno a la voluntad de cada ser
humano, como el espacio físico en el cual nació, sea tan determinante en la
vida de dicha persona. A los defensores de regímenes comunistas siempre les he
cuestionado que cómo es posible que un Estado cierre sus fronteras a sus
propios ciudadanos y se convierta en una cárcel para ellos. Nunca podré apoyar
un régimen que cierre sus fronteras a la emigración, por más explicaciones
filosóficas sobre las ventajas que sobre dicho régimen se me puedan dar, ya que
no considero que exista justificación suficiente para que una Nación se
convierta en una prisión.
Sin embargo, retomando el tema toral de este ensayo,
tampoco puedo sentir admiración por un Estado que cierra sus fronteras a la
inmigración, sobre todo cuando es un estado que se presume como el estandarte
de las libertades en todo el Mundo y que en nombre de la “libertad” ha invadido
bélicamente a muchas otras naciones a lo largo de su historia. ¿Acaso es posible
encontrar mayor incongruencia entre el discurso y los hechos?
“…del que yo nunca me
olvido,
y no puedo regresar.”
y no puedo regresar.”
El caso de los indocumentados norteamericanos, nos
expone un caso de violación a las libertades humanas más vergonzoso de la
historia moderna, precisamente porque se da en un país que se fundó en base a
la inmigración y en base a las libertades individuales. Eso que permitió que
los Estados Unidos se hicieran un imperio, ahora resulta que les molesta, que
les preocupa y que los aterroriza. Incluso, a raíz de los ataques terroristas
del 11 de septiembre de 2001, el tema de la inmigración se convirtió en un tema
de Seguridad Nacional (a través del “Homeland Security Act”[5]),
y desde el 2002 todo inmigrante ilegal es incluso sospechoso de ser terrorista.
Existen historias desgarradoras de indocumentados
obligados a utilizar indignantes brazaletes GPS en los tobillos, a cambio de no
estar encerrados en la cárcel mientras se determina su estatus migratorio.
Otros casos igualmente desgarradores de familias que han sido separadas, padres
indocumentados de sus hijos nacidos en Estados Unidos o hermanos mayores indocumentados
separados de sus hermanos menores que alcanzaron a nacer en territorio
estadounidense. Todos ellos, fundados en la premisa de que en los Estados
Unidos de Norteamérica solo tiene intactos la totalidad de sus derechos humanos
la persona que nació en ese territorio (o que logró “empapelarse”[6]).
Sin duda alguno, uno de los casos que más resonancia
ha tenido en el debate moderno ha sido el de un joven periodista de nombre José
Antonio Vargas, de origen filipino, que llegó a vivir a Estados Unidos de América
cuando tenía 12 años y que ha dado a conocer al Mundo su experiencia
definiéndose como “Norteamericano Sin Papeles” (“American w/o papers” en inglés), y que bajo el slogan de que
“existen acciones ilegales, nunca personas ilegales” ha denunciado lo ridículo
y a la vez doloroso y frustrante de su situación, empezando por la
imposibilidad de salir del país a visitar a su mamá.[7]
Comenta en una conferencia grabada por la organización “TED Talks”[8]
que una de las preguntas más recurrentes que le hace la gente que conoce su
historia es “¿Y por qué no te haces legal y ya?”… “Porque no hay manera… Si me
dices donde está la fila, por más larga que esté yo ya estuviera en ella
formado” responde siempre.
“De qué me sirve el
dinero,
si estoy como prisionero…”
si estoy como prisionero…”
Cuando veo estos casos, no puedo evitar plantearme las
siguientes preguntas: ¿por qué somos esclavos
del lugar donde nacimos?, ¿por qué el suelo donde nacimos tiene tanta
influencia en nuestro futuro y oportunidades?, ¿por qué el lugar donde nacimos
nos tiende a definir como personas?
Entiendo que factores mucho más objetivos como los genes, la
profesión, la riqueza o la religión de nuestros progenitores, por ejemplo,
pueda llegar a ser un factor determinante en nuestro futuro u oportunidades.
Aunque tampoco escogemos ninguna de ellas cuando nacemos, al menos hay un
vínculo lógico y directo entre ellas y la influencia que pudieran llegar a
tener en nuestra vida futura como niños, adolescentes y adultos. Sin embargo,
que la ubicación territorial en la cual se llevó a cabo el momento del
alumbramiento sea un factor igual o incluso más determinante en nuestro futuro
y oportunidades que los otros cuatro referidos como ejemplos, nos habla que
vivimos en un Mundo en el cual nos hemos encargado de construir sociedades y
naciones que dan la espalda a la libertad de los seres humanos para favorecer
los intereses de los Estados y los prejuicios de sus ciudadanos.
En ese tenor, considero que una de las asignaturas
pendientes más importantes en materia de libertad que tenemos los seres humanos
modernos, está precisamente en el tema de la migración. Es intolerable que
existan estados que cierren completamente sus fronteras para impedir la salida
de quienes en ellos nacieron, como también es intolerable que existan estados
que cierren completamente sus fronteras para impedir la entrada de quienes en
ellos quieren vivir y trabajar (o peor aún, que los dejen entrar para luego
no dejarlos salir). Ambas políticas son
irracionales y atentan contra la libertad. Claro que ambas formas de migración
representan inconvenientes de diversa naturaleza para los gobiernos de quienes
las “padecen”, sobre todo en rentabilidad política en muchos casos, en que se
ha utilizado como bandera de campaña la cerrazón de las fronteras a los
inmigrantes de un territorio como forma de ganar votos de los electores,
haciéndoles creer que de esa manera habrá más trabajo y oportunidades para
todos, sin que se les diga exactamente cómo o por qué; de igual forma que
cerrar las fronteras a la emigración se ha utilizado políticamente por
regímenes autoritarios como parte de su discurso de terror disfrazado de
bienestar para todos y desertores de la patria.
“…dentro de esta gran
nación,
cuando me acuerdo hasta lloro…”
cuando me acuerdo hasta lloro…”
No cabe duda que la demagogia es muy costosa, pero
creo que en un Mundo libre, todas las naciones que se consideren verdaderamente
democráticas y liberales, deben de llegar a la conclusión de que las fronteras
no deben existir para sus ciudadanos. La Comunidad Económica Europea ya sentó
un precedente interesante al brindar una mayor apertura para el trámite de la
nacionalidad de alguno de sus países con requisitos medianamente al alcance de
muchos latinoamericanos, pero siguen cerrando sus fronteras a inmigrantes sin
recursos para hacer el trámite o sin antepasados en dichos países.
Debo señalar que me parece increíble que en pleno siglo XXI, a casi 250 años de
la “Riqueza de las Naciones” de Adam Smith, todavía no hayamos tomado las
medidas necesarias para eliminar las fronteras y dejar que sea la economía de
mercado -traducida a términos políticos-, la que permita que la gente decida
dónde quiere vivir. Una apertura de esta naturaleza, al principio nos puede
parecer temeraria, pero a largo plazo, es la puerta para una mayor prosperidad
en todo el Mundo, pues los incentivos que se generarán crearán gobiernos más
justos, democráticos y liberales.
“…aunque la jaula sea
de oro,
no deja de ser prisión.”
no deja de ser prisión.”
Los Estados modernos actuales saben perfectamente que
compiten entre ellos por atraer las inversiones de las grandes empresas con
todos los beneficios que su derrama económica implica (trabajo, impuestos,
empresas satélites, etc.) y buscan ofrecer las mejores condiciones posibles
para que los empresarios volteen a ver su territorio como opción.
Por otra parte, también es muy propio de los Estados modernos
buscar la apertura de las fronteras extranjeras para el ingreso de las
mercancías producidas en su país y a cambio están dispuestos a abrir sus
propias fronteras para el ingreso de mercancías producidas en otros países.
Todas las naciones que firman este tipo de tratados de libre comercio, están
convencidas que en el corto, mediano o largo plazo lograrán un superávit o
beneficios concretos por dichas aperturas (pues en otro caso difícilmente les
interesaría abrir sus fronteras a productos extranjeros).
Ambas políticas económicas: la de atracción de inversión
extranjera y la de apertura de fronteras para el libre comercio, han demostrado
ser exitosas y fuertes incentivos para desaparecer monopolios, acelerar el crecimiento
económico y conseguir una mayor competencia en beneficio final no solo de los
consumidores, sino de toda la cadena detrás de dicha “maquinaria económica”, y
estoy convencido de que en el caso de la apertura de las fronteras para la
migración, los efectos serán igualmente benéficos para todos.
“Y escúchame hijo,
te gustaría que regresáramos a vivir a México?”
te gustaría que regresáramos a vivir a México?”
Para quien esto suscribe, resulta inconcebible que vivamos en
un Mundo en donde las empresas y las mercancías tengan más libertades, en
materia de fronteras, que los seres humanos. Por ejemplo, una empresa que se
dedique a construir y vender vehículos automotores, tiene las puertas abiertas
en casi cualquier país del Mundo para ir a establecer una planta de producción
ahí. Los gobernantes se pelearán por atraerla, le ofrecerán exenciones de
impuestos o hasta le regalarán algún gran predio donde instalarse, haciendo que
la decisión para a empresa no sea nada fácil de tantas opciones que tendrá. En
cambio, un ensamblador de carros de un país pequeño, que toda su vida haya trabajado
en la única planta de su país, ¿qué oportunidades tendrá el día que cierre esa
hipotética planta? Incluso siendo el mejor ensamblador que exista y que sepa
que puede sobresalir en cualquier planta del Mundo, las leyes migratorias harán
que sus intenciones de seguir trabajando en otro planta de autos fuera de su
país, sean una gran penuria y probablemente no tenga otra opción que resignarse
a trabajar en su país en algo que no le guste o en lo cual no esté tan
calificado.
Lo mismo podemos decir de las mercancías. Si yo tengo una
mercancía que pueda competir en precio en cualquier país del Mundo, es
prácticamente un hecho que encontraré los medios para exportarla a muchos de
esos lugares. Pero si yo soy un lava carros, me será casi imposible irme a
lavar carros a otro lugar del Mundo que no sea en mi propio país.
¿No es ilógico y hasta increíble que como humanidad hayamos
logrado tantos avances en materia de atracción de capital extranjero y de
exportación de mercancías mientras que en materia migratoria quizá cada día
estemos peor? Será que cuando se instala una planta de vehículos con capital
extranjero en nuestra comunidad no nos damos cuenta de que la mayor parte de
las utilidades de todos modos va a terminar en otro país del Mundo, mientras
que si dejamos que un extranjero llegue a vivir en nuestro nación, quizá el
funde una empresa automotriz y deje las utilidades en el propio país.
“What're you talking about dad?,
I don't wanna go back to Mexico,
no way dad!”
I don't wanna go back to Mexico,
no way dad!”
El nacionalismo, el regionalismo, el proteccionismo y otros
“ismos” de naturaleza similar, son males endémicos de la humanidad, al menos
desde que se convirtió en una especie sedentaria. Guerras, conflictos, muertes,
discriminación y agresiones en nombre de la protección de un espacio
territorial y de una cultura o modo de vivir, por miedo a la competencia o a lo
desconocido, han sido el “pan nuestro” de todos los días desde los últimos
10,000 años. Es imposible negar que pudieron haber existido veces en que los
temores pudieron ser justificados, pero descalificar a otra persona y excluirla
de una comunidad por su nacionalidad, por la ciudad donde nació, por el color
de su piel, por su religión, por su sexo o por sus preferencias sexuales, por
ejemplo, es una bestialidad moderna presente en casi todas las sociedades del
Mundo. La guerra civil norteamericana o el holocausto son dos ejemplos
recientes de llevar al extremo esa mentalidad irracional en contra de los seres
humanos diferentes, así sea solo por sus ideas o por el lugar donde nacieron, y
me preocupa profundamente que los gobiernos modernos no están sentando bases
suficientes para impedir que ello vuelva a suceder algún día, y que por el
contrario, parecieran estar solapando a las mayorías con tal de ser electos o
reelectos en sus cargos.
Es difícil de creer que muchos ciudadanos civiles norteamericanos
armados se han agrupado en los últimos años para cuidar sus fronteras, con la
intención de disparar sin más a cualquier inmigrante que vean durante sus
patrullajes, cual cacería de zorros. Debiera de prender alertas y focos rojos
el saber que en la Nación que gusta erigirse como el faro moral de la
humanidad, haya grupos de personas con educación formal de calidad (quizás
hasta universitaria) dispuestos a cazar y matar a otro ser humano por el simple
y sencillo hecho de ser de otra nacionalidad e “invadir” su territorio para
“robarles” sus trabajos. ¿Acaso suena esto propio de una especie verdaderamente
racional? ¿Acaso no nos debemos avergonzar y preocupar de que esto suceda hoy?
“Mis hijos no hablan
conmigo,
otro idioma han aprendido…”
otro idioma han aprendido…”
Uno de los problemas de la democracia es el temor de los que
gobiernan a hacer lo que se debe por miedo a perder popularidad y “cavar su
tumba” política. Muy lejos de un político moderno está en la actualidad aquella
máxima de Napoleón Bonaparte que señaló: “He
de gobernar de acuerdo con el bien general, no de acuerdo con la voluntad
general”. Afortunadamente para nosotros, a lo largo de la historia han sido
muchos los gobernantes que han tomado decisiones claves aún en contra del
sentir mayoritario de sus gobernados, como un ejemplo reciente pudiéramos
señalar el reconocimiento de los derechos de los homosexuales o la libertad de
conciencia en algunos lugares del Mundo, y en ese mismo tenor, los gobernantes
modernos tienen la responsabilidad de promover las reformas necesarias para que
se abran las fronteras a los migrantes que deseen vivir en el lugar en que
gobiernan, por más impopulares que dichas normas pudieran parecer.
Sartori nos dice que a grandes rasgos hablamos de democracia
para aludir “a una sociedad libre, no
oprimida por un poder político discrecional e incontrolado, ni dominada por una
oligarquía cerrada y restringida, donde los gobernantes “responden” a los
gobernados. Habrá democracia en la medida en que exista una sociedad abierta
donde la relación entre gobernantes y gobernados se base en la premisa de que
el Estado está al servicio de los ciudadanos y no los ciudadanos al servicio
del Estado, de que el gobierno existe para el pueblo y no viceversa.”[9] El
problema de esta definición está precisamente, y el mismo Sartori lo reconoce, en
definir qué es “el pueblo”, cuál es legítimo decidir a las mayorías de dicha
sociedad y qué temas no pueden ser materia de “votación”. Considero que ese es
el caso del tema migratorio, que debe ser elevado a Derecho Humano Universal, para
que no sea necesaria una justificación de persecución política para poder
residir en cualquier país, al menos democrático, del Mundo.
El artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos solo nos refiere del derecho de las personas a escoger libremente el
lugar de su residencia dentro de su país, y a salir de su país y poder regresar
a él. Por su parte en el artículo 14 nos habla de la posibilidad de solicitar
asilo político en caso de persecución. Finalmente el artículo 15 nos habla del
derecho a tener una nacionalidad y de poder cambiar de ella. Sin embargo, no
hay derechos universales concretos para vivir en cualquier país que se desee.
“…y olvidado el
español,
piensan como americanos,
niegan que son mexicanos
aunque tengan mi color”,
piensan como americanos,
niegan que son mexicanos
aunque tengan mi color”,
Los defensores de las fronteras cerradas nos hablan del tema
de los riesgos que implica para la soberanía el abrir las fronteras. He visto
muchos debates[10]
y leído muchas posturas sobre el tema, y palabras más o palabras menos, se
utilizan los mismos argumentos:
- Vienen a robarnos nuestros espacios en nuestras escuelas,
- Vienen a robarnos nuestros empleos,
- Vienen a vivir de nuestros programas asistenciales,
- Vienen a robarnos nuestros impuestos,
- Vienen a delinquir,
- Son terroristas,
- Vienen a robarnos a nuestras mujeres (este “argumento” no se
usa en los debates serios, pero me comentó un inmigrante ilegal que lo escuchó
de un “redneck[11]”).
Sin embargo, en mi opinión todos estos argumentos son
demagogia pura sin fundamento real. Se preguntan alarmados: ¿Qué va a pasar si
100 millones de personas se vienen a vivir mañana a mi país? Si no hay
suficientes oportunidades de trabajo se van a regresar a su país o se van a ir
a otro país. Así de sencillo. Si les interesara morirse de hambre nunca habrían
salido de su país para empezar. Si delinquen o no cumplen la ley se les
deportará, pero ¿por qué descalificarlos de antemano y sin darles ninguna
oportunidad?
“De mi trabajo a mi
casa,
no sé lo que me pasa,
que aunque soy hombre de hogar,
casi no salgo a la calle”
no sé lo que me pasa,
que aunque soy hombre de hogar,
casi no salgo a la calle”
De manera increíble, uno de los migrantes indocumentados con
los que hablé me comentó que después de muchos años de trabajo tiene ya cuatro
o cinco restaurantes de comida mexicana, con los que gana mucho dinero
suficiente para comprar casas, carros y hasta un hermoso rancho (en pocas
palabras es rico bajo cualquier estándar) y, sin embargo, todos sus bienes los
posee a través de prestanombres porque para el gobierno norteamericano él
simplemente “no existe”. No puede viajar a México por supuesto, porque sabe que
no puede regresar por la vía legal y tiene mucho miedo de tener problemas con
el “coyote”. No puede manejar porque sabe que una simple infracción de tránsito
(incluso sin provocarla él) pudiera terminar con su deportación porque ya se
encuentra “fichado”. No puede viajar en avión internamente dentro de Estados
Unidos por temor a que lo identifiquen y lo remitan a migración. En pocas
palabras, las leyes migratorias de Estados Unidos lo han convertido a él, a su
familia y a otras 12 millones de personas en esclavos de ese país, no sobre una
base racional y objetiva que permita considerarlos un peligro para su país,
sino sobre una base irracional y nacionalista, fundada en la necesidad de los políticos
de quedar bien con los electores.
Si el caso de este y de los otros 12 millones de seres
humanos que viven en Estados Unidos con los mismos miedos y limitaciones, no se
pueden considerar violaciones intolerables a la libertad humana, entonces estoy
convencido que nuestros estándares están sumamente torcidos. No es posible que
personas que luchan todos los días, que trabajan honestamente 8, 10 o más horas
diarias para ganarse la vida, para formar un patrimonio y para darse y darles a
los suyos una vida digna de vivir, no tengan los medios ni los derechos para
acceder a una ciudadanía o al menos a una residencia migratoria, que les
permita tener cuentas bancarias, bienes a su nombre y, sobre todo, salir y
regresar de ese país cuando se les dé su gana.
Incluso visto desde el punto de vista meramente económico, no
hay que ser un genio para deducir la cantidad de impuestos que pagarían estas
personas, la cantidad de boletos de avión que comprarían, la cantidad de
empleos que generaría sin fueran personas con la oportunidad de vivir de manera
legal en dicho país.
“De que me sirve el
dinero,
si estoy como prisionero,
dentro de esta gran nación…”
si estoy como prisionero,
dentro de esta gran nación…”
Considero que el único debate permisible en este tema, debe
consistir únicamente en las reglas para que haya orden en los procesos
migratorios. Quizás no a todos les interese adquirir la nacionalidad del país
al cual inmigran, quizás solo les interese trabajar y vivir ahí. Quizás sí les
interese la nacionalidad, que cumplan con ciertos requisitos. Lo que es intolerable,
desde mi punto de vista, es que exista una cerrazón a la migración por parte de
la gran mayoría de los Estados modernos, en perjuicio de lo que yo considero
debe ser un derecho universal de la humanidad: El derecho a migrar.
Existen países como Suiza o como Bélgica que tienen una
población menor a 12 millones de personas y que tienen un Producto Interno
Bruto de 632,000 millones de dólares y 483,000 millones de dólares
respectivamente. ¿Cuánta riqueza están generando estos 12 millones de indocumentados
ilegales en los Estados Unidos al margen de las leyes migratorias? ¿Cuánta
riqueza más podrían generar si se les diera un estatus migratorio dentro de la
ley? Sin duda alguna, el gobierno de los
Estados Unidos ha apostado a querer “tapar el sol con un dedo”, porque saben
que están ahí, saben que producen, saben que son mano de obra barata, y sabe
que no los puede expulsar a todos por el fuerte impacto que ello tendría para
la economía del país, pero también sabe que no puede legalizar su situación porque
perdería popularidad con el electorado. Entonces ha apostado por hacer lo más
fácil: nada. El único problema es que esta política de no tomar partido firme
por ninguna postura tiene un precio que pagar: la libertad de esos 12 millones
de norteamericanos sin papeles.
“…cuando me acuerdo
hasta lloro,
aunque la jaula sea de oro,
no deja de ser prisión.”
aunque la jaula sea de oro,
no deja de ser prisión.”
Finalmente, quiero señalar que tengo la esperanza de que
algún día podamos ver por el retrovisor este tema, de la misma forma en que
ahora vemos por el retrovisor los campos de concentración del holocausto o los
mercados de esclavos de otras civilizaciones.
El trato que se les da a los migrantes ilegales en Estados
Unidos, me recuerda el trato que daban a sus esclavos a quienes no consideraban
“hombres” para efectos legales y, por ende, no eran sujetos de protección de
las garantías de su Constitución. De la misma forma, el gobierno y la sociedad
norteamericana han tomado la decisión de no considerar como “seres humanos” a
estas personas, de tratarlas como una especie de esclavos modernos que trabajan
por menos dinero que los ciudadanos, que tienen menos derechos y que podemos
deportar el día que cometan una infracción de tránsito sin importar si llevan
viviendo 10 o más años en ese país.
Me duele el sufrimiento de los migrantes, porque su sudor
vale menos que el de otros seres humanos que hacen lo mismo que ellos, solo
porque tuvieron la “mala suerte” de haber nacido en una casa a 2 kilómetros al
sur de la frontera. Ese es su único pecado y es uno que los norteamericanos no
están dispuestos a perdonar tan fácilmente.
La doble moral y la ignorancia del pueblo norteamericano
respecto al trato que le dan a estas 12 millones de personas sin duda es lo que
más debe de preocuparnos, y creo que se debe de sentar un precedente para que
este tema se debata en los más altos niveles de los países democráticos, y en
el máximo foro para hacerlo que es la Organización de las Naciones Unidas.
Sueño y tengo la esperanza, al igual que John Lenon, con el
día en que no existan las fronteras tal y como hoy las conocemos, y que la
migración sea un derecho humano universal consagrado en todas las
constituciones de las naciones del Mundo. Que los países se peleen por atraer a
los mejores seres humanos sin importar el lugar donde nacieron, que ninguna
nación impida sin fundamentos y bases sólidas la entrada a una persona que
quiera residir en él pero tampoco que ningún país cierre sus fronteras para la
emigración de su gente. Que sean las condiciones del mercado, las libertades
políticas y la capacidad de las personas la que les permita decidir el lugar en
el cual vivir, y que mientras cumplan la ley y paguen impuestos en el mismo
grado que los nativos de una nación, tengan también los mismos derechos (al
menos económicos) que éstos. Que si cumplen con determinados requisitos y
desean la nacionalidad del lugar en el que viven, puedan acceder a ella sin que
normas y leyes llenas de prejuicios se los impidan.
Creo que el día que logremos que todos los países del Mundo
abran de esa manera sus fronteras, viviremos en un Mundo mucho mejor, porque
así como la apertura de los mercados ha sido un gran impulso para las
sociedades, la apertura de las fronteras necesariamente traerá en el mediano y
largo plazo un mayor bienestar generalizado para todos los seres humanos y, en
el corto plazo, lo hará para los doce millones de norteamericanos que viven sin
papeles.
[1]
http://www.nytimes.com/2013/09/24/us/immigrant-population-shows-signs-of-growth-estimates-show.html?_r=0
[2] CAMAROTA, Steven A. “Immigrants in the United States. A Profile
of America’s Foreign-Born Population”. Center for Inmigration
Studies, Washington DC, Estados Unidos, 2012. Consultado en: http://www.cis.org/sites/cis.org/files/articles/2012/immigrants-in-the-united-states-2012.pdf
[3] MEDINA, John. “Brain Rules. 12 principles for surviving and thriving at Work, Home,
and School”. Pear Press. Estados Unidos de América, 2012.
[4] ISHAY, Micheline R. “The History of Human Rights”, EEUU,
Universidad de California Ed., 2004.
[6] “Empapelarse” es un término
común utilizado por los indocumentados latinos para referirse a aquellos que
han logrado conseguir sus documentos o papeles de residencia o ciudadanía.
[7] VARGAS, José Antonio. “My Life as an Undocumented Inmigrant”, The
New York Times, Junio, 2011. http://www.nytimes.com/2011/06/26/magazine/my-life-as-an-undocumented-immigrant.html?pagewanted=all
[9] SARTORI,
Giovanni.
[11] Así se denomina al sector más
radical de los norteamericanos.