miércoles, 7 de enero de 2015

Norteamericanos sin Libertad


 “Aquí estoy establecido,
en los Estados Unidos…”

En los Estados Unidos de América se calcula que actualmente residen cerca de 12 millones de personas indocumentadas[1]. Es decir, 12 millones de personas que no viven legalmente dentro del territorio estadounidense (llamados comúnmente “ilegales” o “ilegal aliens” en inglés); 12 millones de seres humanos que no existen legalmente para el gobierno norteamericano; 12 millones de individuos sin derechos a cosas tan básicas como una licencia de conducir; 12 millones de esclavos dentro del territorio que ellos consideran su hogar; 12 millones de personas que viven bajo el estigma de un gobierno y una sociedad que niegan su existencia al mismo tiempo que los explotan en la medida que les es posible.
Otra dato que es relevante y casi igual de impresionante es que de esos 12 millones de personas, alrededor de un 65% llevan 10 años o más viviendo con ese estatus de “ilegales” dentro del territorio norteamericano. Muchos de ellos tienen hijos e incluso nietos nacidos en Estados Unidos que ni siquiera hablan ya el idioma del país de sus padres y/o abuelos, y que no entienden porque sus padres y/o abuelos son “ilegales”. Lo que es un hecho, es que los inmigrantes (legales o ilegales) y sus hijos representan en la actualidad una sexta parte del total de la población norteamericana.[2]
 “Diez años pasaron ya,
en que crucé de mojado
…”
Recientemente estuve en Estados Unidos de América, y tuve la oportunidad de visitar y conocer a mucha gente indocumentada en diferentes ciudades de dicho País, varios de ellos familiares míos que tenía mucho tiempo que no veía o que no conocía, y quedé profundamente impactado por sus experiencias como inmigrantes ilegales que de su boca escuché. Yo siempre había leído y visto muchas noticias sobre los “indocumentados”, sobre todo en el 2012 cuando se propusieron y aprobaron algunas reformas por el Presidente Obama en la materia (siendo la llamada “DREAM Act” la más famosa de ellas), sin plantearme a fondo lo que ello implicaba para las personas que se encontraban en dicha condición, hasta que lo constaté recientemente con mis propios ojos.
Los testimonios de estas personas me impactaron al grado que me pareció trascedente escribir sobre este tema, con el objeto de que muchos que como yo, no estamos al tanto de lo que sucede, abramos los ojos ante una realidad que viven estas 12 millones de personas en el país más desarrollado del Mundo. Claro que siempre existirá el argumento falaz de que “al menos no se están muriendo de hambre como en otros países del Mundo”, o el argumento de que “nadie los obliga a quedarse a vivir allá en esas condiciones y por lo tanto no se puede decir que no sean libres o que sean esclavos”, sin embargo, en este ensayo trataré de demostrar que el planteamiento adecuado para analizar el tema no es si esas personas son esclavas por  ¿Por qué una persona no puede trabajar y vivir honestamente en el país donde ella desee?, ¿Por qué un Estado moderno debe cerrar sus puertas a los inmigrantes?
Finalmente, no pude evitar preguntarme: ¿Cómo es posible que la nación más rica, poderosa, avanzada y teóricamente democrática de este Planeta albergue a alrededor de 12 millones de personas indocumentadas viviendo prisioneras dentro de su territorio y al margen del reconocimiento del Estado?
 “…papeles no he arreglado,
sigo siendo un ilegal,”
El tema de la migración es tan viejo como nuestra especie. Sin embargo, desde hace apenas unos 10,000 años que descubrimos la agricultura y abandonamos una vida de nómadas para establecernos de manera permanente en un lugar determinado, cambiamos nuestra percepción de lo que era “libertad” y nuestros hábitos migratorios. Durante los cientos de miles de años que precedieron a la invención de la agricultura, fuimos una especie migratoria en constante movimiento. De acuerdo a John Medina[3], durante cientos de miles de años nuestros antepasados caminaron un promedio de 12 millas (19 kilómetros) por día (necesarios para llegar de África hasta Tierra de Fuego), lo que nos habla de nuestra necesidad evolutiva de movernos, de viajar, de conocer, de explorar. Ahora, si bien es cierto que con la invención de la agricultura y las poblaciones sedentarias, dejamos de movernos tanto, en contra de nuestra propia naturaleza, la realidad es que nunca renunciamos al instinto de migrar para vivir mejor.
Por ello, los movimientos migratorios continuaron después de la fundación de las primeras poblaciones, y por razones muy similares a las que hoy acompañan a los migrantes modernos. Para Ishay, las razones para migrar van desde la “búsqueda de condiciones para vivir y de mayor seguridad, hasta para escapar de las cadenas de sus captores”[4] y que no son diferentes en este sentido que las de los primeros seres humanos: perciben que los recursos para vivir (o sobrevivir) no son los suficientes en donde están y emprenden el viaje en busca de mejores condiciones.
En ese sentido, estoy convencido que la migración, en tanto parte de nuestra esencia, debe ser considerada un derecho humano y creo que en un verdadero Mundo global y progresista (palabas con las que tantas veces nos solemos llenar la boca al usarlas) nadie debería estar obligado a vivir y trabajar solamente en el lugar en el cual nació. Sin embargo, sigue siendo una constante el nacionalismo, el regionalismo y el proteccionismo arraigado profundamente en muchísimas personas (incluso progresistas) que se consideran amenazadas cuando llega una persona foránea a vivir en su comunidad. Aunque debemos reconocer que en este aspecto existen avances en la gran mayoría de los Estados modernos, en el sentido de velar por el respeto a los derechos humanos de los migrantes modernos (en tránsito o con residencia legal o ilegal), no menos cierto es que esos derechos humanos siguen sin darles libertades similares a las de un ciudadano sin razones objetivas que lo justifiquen.
“Tengo mi esposa y mis hijos,
que me los traje muy chicos…”
En varias ciudades de México por donde pasa el tren que va de Centroamérica a la frontera con Estados Unidos, cada vez es más común ver migrantes pidiendo limosna en las calles con un morral y un cobertor enrollado en sus espaldas, muchas veces incluso acompañados de mujeres y/o de niños y bebés. En la gran mayoría de los casos, son personas jóvenes que se ven perfectamente saludables, capaces de desempeñar muchas labores productivas en beneficio de la comunidad en la cual radiquen y que por falta de oportunidades o por ambición decidieron salir de su lugar de nacimiento. Lo primero que me viene a la mente cuando los veo es darles trabajo o ayudarlos a encontrar uno, al menos para que puedan ahorrar para comprar un boleto de camión a la frontera norte, pero las leyes de México no me lo permiten sin antes tramitar un permiso especial para tal fin (FM2 o FM3), que por experiencias que conozco de terceros no son trámites ni rápidos ni sencillos, así que para efectos prácticos están obligados a sobrevivir en el limbo mientras llegan a Estados Unidos en donde el panorama tampoco es muy alentador.
“…y se han olvidado ya,
de mi México querido.”
Estoy convencido que ningún invento del ser humano ha restringido tanto la libertad de los miembros de nuestra especie como las fronteras políticas. Nos hemos encargado de dividir y delimitar todo el Planeta con líneas imaginarias (con algunas lamentables excepciones) que nos confinan prácticamente a solamente poder vivir en el país donde nacemos. Un ruso quizás se sienta tranquilo de saber que al menos nació en el país más grande del Mundo y que tiene mucho territorio de donde escoger su lugar de residencia (por más helado que sea), mientras que un nativo de Liechtenstein o Singapur, quizás no se sienta tan afortunado en ese sentido.
Resulta indigno en una especie que se atreve a llamarse a sí misma como la única racional que habita el Planeta, que veamos con naturalidad el que un evento completamente ajeno a la voluntad de cada ser humano, como el espacio físico en el cual nació, sea tan determinante en la vida de dicha persona. A los defensores de regímenes comunistas siempre les he cuestionado que cómo es posible que un Estado cierre sus fronteras a sus propios ciudadanos y se convierta en una cárcel para ellos. Nunca podré apoyar un régimen que cierre sus fronteras a la emigración, por más explicaciones filosóficas sobre las ventajas que sobre dicho régimen se me puedan dar, ya que no considero que exista justificación suficiente para que una Nación se convierta en una prisión.
Sin embargo, retomando el tema toral de este ensayo, tampoco puedo sentir admiración por un Estado que cierra sus fronteras a la inmigración, sobre todo cuando es un estado que se presume como el estandarte de las libertades en todo el Mundo y que en nombre de la “libertad” ha invadido bélicamente a muchas otras naciones a lo largo de su historia. ¿Acaso es posible encontrar mayor incongruencia entre el discurso y los hechos?
“…del que yo nunca me olvido,
y no puedo regresar.”
El caso de los indocumentados norteamericanos, nos expone un caso de violación a las libertades humanas más vergonzoso de la historia moderna, precisamente porque se da en un país que se fundó en base a la inmigración y en base a las libertades individuales. Eso que permitió que los Estados Unidos se hicieran un imperio, ahora resulta que les molesta, que les preocupa y que los aterroriza. Incluso, a raíz de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, el tema de la inmigración se convirtió en un tema de Seguridad Nacional (a través del “Homeland Security Act”[5]), y desde el 2002 todo inmigrante ilegal es incluso sospechoso de ser terrorista.
Existen historias desgarradoras de indocumentados obligados a utilizar indignantes brazaletes GPS en los tobillos, a cambio de no estar encerrados en la cárcel mientras se determina su estatus migratorio. Otros casos igualmente desgarradores de familias que han sido separadas, padres indocumentados de sus hijos nacidos en Estados Unidos o hermanos mayores indocumentados separados de sus hermanos menores que alcanzaron a nacer en territorio estadounidense. Todos ellos, fundados en la premisa de que en los Estados Unidos de Norteamérica solo tiene intactos la totalidad de sus derechos humanos la persona que nació en ese territorio (o que logró “empapelarse”[6]).
Sin duda alguno, uno de los casos que más resonancia ha tenido en el debate moderno ha sido el de un joven periodista de nombre José Antonio Vargas, de origen filipino, que llegó a vivir a Estados Unidos de América cuando tenía 12 años y que ha dado a conocer al Mundo su experiencia definiéndose como “Norteamericano Sin Papeles” (“American w/o papers” en inglés), y que bajo el slogan de que “existen acciones ilegales, nunca personas ilegales” ha denunciado lo ridículo y a la vez doloroso y frustrante de su situación, empezando por la imposibilidad de salir del país a visitar a su mamá.[7] Comenta en una conferencia grabada por la organización “TED Talks”[8] que una de las preguntas más recurrentes que le hace la gente que conoce su historia es “¿Y por qué no te haces legal y ya?”… “Porque no hay manera… Si me dices donde está la fila, por más larga que esté yo ya estuviera en ella formado” responde siempre.
“De qué me sirve el dinero,
si estoy como prisionero…”
Cuando veo estos casos, no puedo evitar plantearme las siguientes preguntas: ¿por qué somos esclavos del lugar donde nacimos?, ¿por qué el suelo donde nacimos tiene tanta influencia en nuestro futuro y oportunidades?, ¿por qué el lugar donde nacimos nos tiende a definir como personas?
Entiendo que factores mucho más objetivos como los genes, la profesión, la riqueza o la religión de nuestros progenitores, por ejemplo, pueda llegar a ser un factor determinante en nuestro futuro u oportunidades. Aunque tampoco escogemos ninguna de ellas cuando nacemos, al menos hay un vínculo lógico y directo entre ellas y la influencia que pudieran llegar a tener en nuestra vida futura como niños, adolescentes y adultos. Sin embargo, que la ubicación territorial en la cual se llevó a cabo el momento del alumbramiento sea un factor igual o incluso más determinante en nuestro futuro y oportunidades que los otros cuatro referidos como ejemplos, nos habla que vivimos en un Mundo en el cual nos hemos encargado de construir sociedades y naciones que dan la espalda a la libertad de los seres humanos para favorecer los intereses de los Estados y los prejuicios de sus ciudadanos.
En ese tenor, considero que una de las asignaturas pendientes más importantes en materia de libertad que tenemos los seres humanos modernos, está precisamente en el tema de la migración. Es intolerable que existan estados que cierren completamente sus fronteras para impedir la salida de quienes en ellos nacieron, como también es intolerable que existan estados que cierren completamente sus fronteras para impedir la entrada de quienes en ellos quieren vivir y trabajar (o peor aún, que los dejen entrar para luego no  dejarlos salir). Ambas políticas son irracionales y atentan contra la libertad. Claro que ambas formas de migración representan inconvenientes de diversa naturaleza para los gobiernos de quienes las “padecen”, sobre todo en rentabilidad política en muchos casos, en que se ha utilizado como bandera de campaña la cerrazón de las fronteras a los inmigrantes de un territorio como forma de ganar votos de los electores, haciéndoles creer que de esa manera habrá más trabajo y oportunidades para todos, sin que se les diga exactamente cómo o por qué; de igual forma que cerrar las fronteras a la emigración se ha utilizado políticamente por regímenes autoritarios como parte de su discurso de terror disfrazado de bienestar para todos y desertores de la patria.
“…dentro de esta gran nación,
cuando me acuerdo hasta lloro…”
No cabe duda que la demagogia es muy costosa, pero creo que en un Mundo libre, todas las naciones que se consideren verdaderamente democráticas y liberales, deben de llegar a la conclusión de que las fronteras no deben existir para sus ciudadanos. La Comunidad Económica Europea ya sentó un precedente interesante al brindar una mayor apertura para el trámite de la nacionalidad de alguno de sus países con requisitos medianamente al alcance de muchos latinoamericanos, pero siguen cerrando sus fronteras a inmigrantes sin recursos para hacer el trámite o sin antepasados en dichos países.
Debo señalar que me parece increíble que en pleno siglo XXI, a casi 250 años de la “Riqueza de las Naciones” de Adam Smith, todavía no hayamos tomado las medidas necesarias para eliminar las fronteras y dejar que sea la economía de mercado -traducida a términos políticos-, la que permita que la gente decida dónde quiere vivir. Una apertura de esta naturaleza, al principio nos puede parecer temeraria, pero a largo plazo, es la puerta para una mayor prosperidad en todo el Mundo, pues los incentivos que se generarán crearán gobiernos más justos, democráticos y liberales.
“…aunque la jaula sea de oro,
no deja de ser prisión.”
Los Estados modernos actuales saben perfectamente que compiten entre ellos por atraer las inversiones de las grandes empresas con todos los beneficios que su derrama económica implica (trabajo, impuestos, empresas satélites, etc.) y buscan ofrecer las mejores condiciones posibles para que los empresarios volteen a ver su territorio como opción.
Por otra parte, también es muy propio de los Estados modernos buscar la apertura de las fronteras extranjeras para el ingreso de las mercancías producidas en su país y a cambio están dispuestos a abrir sus propias fronteras para el ingreso de mercancías producidas en otros países. Todas las naciones que firman este tipo de tratados de libre comercio, están convencidas que en el corto, mediano o largo plazo lograrán un superávit o beneficios concretos por dichas aperturas (pues en otro caso difícilmente les interesaría abrir sus fronteras a productos extranjeros).
Ambas políticas económicas: la de atracción de inversión extranjera y la de apertura de fronteras para el libre comercio, han demostrado ser exitosas y fuertes incentivos para desaparecer monopolios, acelerar el crecimiento económico y conseguir una mayor competencia en beneficio final no solo de los consumidores, sino de toda la cadena detrás de dicha “maquinaria económica”, y estoy convencido de que en el caso de la apertura de las fronteras para la migración, los efectos serán igualmente benéficos para todos.
“Y escúchame hijo,
te gustaría que regresáramos a vivir a México?”
Para quien esto suscribe, resulta inconcebible que vivamos en un Mundo en donde las empresas y las mercancías tengan más libertades, en materia de fronteras, que los seres humanos. Por ejemplo, una empresa que se dedique a construir y vender vehículos automotores, tiene las puertas abiertas en casi cualquier país del Mundo para ir a establecer una planta de producción ahí. Los gobernantes se pelearán por atraerla, le ofrecerán exenciones de impuestos o hasta le regalarán algún gran predio donde instalarse, haciendo que la decisión para a empresa no sea nada fácil de tantas opciones que tendrá. En cambio, un ensamblador de carros de un país pequeño, que toda su vida haya trabajado en la única planta de su país, ¿qué oportunidades tendrá el día que cierre esa hipotética planta? Incluso siendo el mejor ensamblador que exista y que sepa que puede sobresalir en cualquier planta del Mundo, las leyes migratorias harán que sus intenciones de seguir trabajando en otro planta de autos fuera de su país, sean una gran penuria y probablemente no tenga otra opción que resignarse a trabajar en su país en algo que no le guste o en lo cual no esté tan calificado.
Lo mismo podemos decir de las mercancías. Si yo tengo una mercancía que pueda competir en precio en cualquier país del Mundo, es prácticamente un hecho que encontraré los medios para exportarla a muchos de esos lugares. Pero si yo soy un lava carros, me será casi imposible irme a lavar carros a otro lugar del Mundo que no sea en mi propio país.
¿No es ilógico y hasta increíble que como humanidad hayamos logrado tantos avances en materia de atracción de capital extranjero y de exportación de mercancías mientras que en materia migratoria quizá cada día estemos peor? Será que cuando se instala una planta de vehículos con capital extranjero en nuestra comunidad no nos damos cuenta de que la mayor parte de las utilidades de todos modos va a terminar en otro país del Mundo, mientras que si dejamos que un extranjero llegue a vivir en nuestro nación, quizá el funde una empresa automotriz y deje las utilidades en el propio país.
“What're you talking about dad?,
I don't wanna go back to Mexico,
no way dad!”

El nacionalismo, el regionalismo, el proteccionismo y otros “ismos” de naturaleza similar, son males endémicos de la humanidad, al menos desde que se convirtió en una especie sedentaria. Guerras, conflictos, muertes, discriminación y agresiones en nombre de la protección de un espacio territorial y de una cultura o modo de vivir, por miedo a la competencia o a lo desconocido, han sido el “pan nuestro” de todos los días desde los últimos 10,000 años. Es imposible negar que pudieron haber existido veces en que los temores pudieron ser justificados, pero descalificar a otra persona y excluirla de una comunidad por su nacionalidad, por la ciudad donde nació, por el color de su piel, por su religión, por su sexo o por sus preferencias sexuales, por ejemplo, es una bestialidad moderna presente en casi todas las sociedades del Mundo. La guerra civil norteamericana o el holocausto son dos ejemplos recientes de llevar al extremo esa mentalidad irracional en contra de los seres humanos diferentes, así sea solo por sus ideas o por el lugar donde nacieron, y me preocupa profundamente que los gobiernos modernos no están sentando bases suficientes para impedir que ello vuelva a suceder algún día, y que por el contrario, parecieran estar solapando a las mayorías con tal de ser electos o reelectos en sus cargos.
Es difícil de creer que muchos ciudadanos civiles norteamericanos armados se han agrupado en los últimos años para cuidar sus fronteras, con la intención de disparar sin más a cualquier inmigrante que vean durante sus patrullajes, cual cacería de zorros. Debiera de prender alertas y focos rojos el saber que en la Nación que gusta erigirse como el faro moral de la humanidad, haya grupos de personas con educación formal de calidad (quizás hasta universitaria) dispuestos a cazar y matar a otro ser humano por el simple y sencillo hecho de ser de otra nacionalidad e “invadir” su territorio para “robarles” sus trabajos. ¿Acaso suena esto propio de una especie verdaderamente racional? ¿Acaso no nos debemos avergonzar y preocupar de que esto suceda hoy?
“Mis hijos no hablan conmigo,
otro idioma han aprendido…”
Uno de los problemas de la democracia es el temor de los que gobiernan a hacer lo que se debe por miedo a perder popularidad y “cavar su tumba” política. Muy lejos de un político moderno está en la actualidad aquella máxima de Napoleón Bonaparte que señaló: “He de gobernar de acuerdo con el bien general, no de acuerdo con la voluntad general”. Afortunadamente para nosotros, a lo largo de la historia han sido muchos los gobernantes que han tomado decisiones claves aún en contra del sentir mayoritario de sus gobernados, como un ejemplo reciente pudiéramos señalar el reconocimiento de los derechos de los homosexuales o la libertad de conciencia en algunos lugares del Mundo, y en ese mismo tenor, los gobernantes modernos tienen la responsabilidad de promover las reformas necesarias para que se abran las fronteras a los migrantes que deseen vivir en el lugar en que gobiernan, por más impopulares que dichas normas pudieran parecer.
Sartori nos dice que a grandes rasgos hablamos de democracia para aludir “a una sociedad libre, no oprimida por un poder político discrecional e incontrolado, ni dominada por una oligarquía cerrada y restringida, donde los gobernantes “responden” a los gobernados. Habrá democracia en la medida en que exista una sociedad abierta donde la relación entre gobernantes y gobernados se base en la premisa de que el Estado está al servicio de los ciudadanos y no los ciudadanos al servicio del Estado, de que el gobierno existe para el pueblo y no viceversa.[9] El problema de esta definición está precisamente, y el mismo Sartori lo reconoce, en definir qué es “el pueblo”, cuál es legítimo decidir a las mayorías de dicha sociedad y qué temas no pueden ser materia de “votación”. Considero que ese es el caso del tema migratorio, que debe ser elevado a Derecho Humano Universal, para que no sea necesaria una justificación de persecución política para poder residir en cualquier país, al menos democrático, del Mundo.
El artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos solo nos refiere del derecho de las personas a escoger libremente el lugar de su residencia dentro de su país, y a salir de su país y poder regresar a él. Por su parte en el artículo 14 nos habla de la posibilidad de solicitar asilo político en caso de persecución. Finalmente el artículo 15 nos habla del derecho a tener una nacionalidad y de poder cambiar de ella. Sin embargo, no hay derechos universales concretos para vivir en cualquier país que se desee.
“…y olvidado el español,
piensan como americanos,
niegan que son mexicanos
aunque tengan mi color”,

Los defensores de las fronteras cerradas nos hablan del tema de los riesgos que implica para la soberanía el abrir las fronteras. He visto muchos debates[10] y leído muchas posturas sobre el tema, y palabras más o palabras menos, se utilizan los mismos argumentos:
-       Vienen a robarnos nuestros espacios en nuestras escuelas,
-       Vienen a robarnos nuestros empleos,
-       Vienen a vivir de nuestros programas asistenciales,
-       Vienen a robarnos nuestros impuestos, 
-       Vienen a delinquir,
-       Son terroristas,
-       Vienen a robarnos a nuestras mujeres (este “argumento” no se usa en los debates serios, pero me comentó un inmigrante ilegal que lo escuchó de un “redneck[11]”).
Sin embargo, en mi opinión todos estos argumentos son demagogia pura sin fundamento real. Se preguntan alarmados: ¿Qué va a pasar si 100 millones de personas se vienen a vivir mañana a mi país? Si no hay suficientes oportunidades de trabajo se van a regresar a su país o se van a ir a otro país. Así de sencillo. Si les interesara morirse de hambre nunca habrían salido de su país para empezar. Si delinquen o no cumplen la ley se les deportará, pero ¿por qué descalificarlos de antemano y sin darles ninguna oportunidad?
“De mi trabajo a mi casa,
no sé lo que me pasa,
que aunque soy hombre de hogar,
casi no salgo a la calle”
De manera increíble, uno de los migrantes indocumentados con los que hablé me comentó que después de muchos años de trabajo tiene ya cuatro o cinco restaurantes de comida mexicana, con los que gana mucho dinero suficiente para comprar casas, carros y hasta un hermoso rancho (en pocas palabras es rico bajo cualquier estándar) y, sin embargo, todos sus bienes los posee a través de prestanombres porque para el gobierno norteamericano él simplemente “no existe”. No puede viajar a México por supuesto, porque sabe que no puede regresar por la vía legal y tiene mucho miedo de tener problemas con el “coyote”. No puede manejar porque sabe que una simple infracción de tránsito (incluso sin provocarla él) pudiera terminar con su deportación porque ya se encuentra “fichado”. No puede viajar en avión internamente dentro de Estados Unidos por temor a que lo identifiquen y lo remitan a migración. En pocas palabras, las leyes migratorias de Estados Unidos lo han convertido a él, a su familia y a otras 12 millones de personas en esclavos de ese país, no sobre una base racional y objetiva que permita considerarlos un peligro para su país, sino sobre una base irracional y nacionalista, fundada en la necesidad de los políticos de quedar bien con los electores.
Si el caso de este y de los otros 12 millones de seres humanos que viven en Estados Unidos con los mismos miedos y limitaciones, no se pueden considerar violaciones intolerables a la libertad humana, entonces estoy convencido que nuestros estándares están sumamente torcidos. No es posible que personas que luchan todos los días, que trabajan honestamente 8, 10 o más horas diarias para ganarse la vida, para formar un patrimonio y para darse y darles a los suyos una vida digna de vivir, no tengan los medios ni los derechos para acceder a una ciudadanía o al menos a una residencia migratoria, que les permita tener cuentas bancarias, bienes a su nombre y, sobre todo, salir y regresar de ese país cuando se les dé su gana.
Incluso visto desde el punto de vista meramente económico, no hay que ser un genio para deducir la cantidad de impuestos que pagarían estas personas, la cantidad de boletos de avión que comprarían, la cantidad de empleos que generaría sin fueran personas con la oportunidad de vivir de manera legal en dicho país.
“De que me sirve el dinero,
si estoy como prisionero,
dentro de esta gran nación…”
Considero que el único debate permisible en este tema, debe consistir únicamente en las reglas para que haya orden en los procesos migratorios. Quizás no a todos les interese adquirir la nacionalidad del país al cual inmigran, quizás solo les interese trabajar y vivir ahí. Quizás sí les interese la nacionalidad, que cumplan con ciertos requisitos. Lo que es intolerable, desde mi punto de vista, es que exista una cerrazón a la migración por parte de la gran mayoría de los Estados modernos, en perjuicio de lo que yo considero debe ser un derecho universal de la humanidad: El derecho a migrar.
Existen países como Suiza o como Bélgica que tienen una población menor a 12 millones de personas y que tienen un Producto Interno Bruto de 632,000 millones de dólares y 483,000 millones de dólares respectivamente. ¿Cuánta riqueza están generando estos 12 millones de indocumentados ilegales en los Estados Unidos al margen de las leyes migratorias? ¿Cuánta riqueza más podrían generar si se les diera un estatus migratorio dentro de la ley?  Sin duda alguna, el gobierno de los Estados Unidos ha apostado a querer “tapar el sol con un dedo”, porque saben que están ahí, saben que producen, saben que son mano de obra barata, y sabe que no los puede expulsar a todos por el fuerte impacto que ello tendría para la economía del país, pero también sabe que no puede legalizar su situación porque perdería popularidad con el electorado. Entonces ha apostado por hacer lo más fácil: nada. El único problema es que esta política de no tomar partido firme por ninguna postura tiene un precio que pagar: la libertad de esos 12 millones de norteamericanos sin papeles.
“…cuando me acuerdo hasta lloro,
aunque la jaula sea de oro,
no deja de ser prisión.”
Finalmente, quiero señalar que tengo la esperanza de que algún día podamos ver por el retrovisor este tema, de la misma forma en que ahora vemos por el retrovisor los campos de concentración del holocausto o los mercados de esclavos de otras civilizaciones.
El trato que se les da a los migrantes ilegales en Estados Unidos, me recuerda el trato que daban a sus esclavos a quienes no consideraban “hombres” para efectos legales y, por ende, no eran sujetos de protección de las garantías de su Constitución. De la misma forma, el gobierno y la sociedad norteamericana han tomado la decisión de no considerar como “seres humanos” a estas personas, de tratarlas como una especie de esclavos modernos que trabajan por menos dinero que los ciudadanos, que tienen menos derechos y que podemos deportar el día que cometan una infracción de tránsito sin importar si llevan viviendo 10 o más años en ese país.
Me duele el sufrimiento de los migrantes, porque su sudor vale menos que el de otros seres humanos que hacen lo mismo que ellos, solo porque tuvieron la “mala suerte” de haber nacido en una casa a 2 kilómetros al sur de la frontera. Ese es su único pecado y es uno que los norteamericanos no están dispuestos a perdonar tan fácilmente.
La doble moral y la ignorancia del pueblo norteamericano respecto al trato que le dan a estas 12 millones de personas sin duda es lo que más debe de preocuparnos, y creo que se debe de sentar un precedente para que este tema se debata en los más altos niveles de los países democráticos, y en el máximo foro para hacerlo que es la Organización de las Naciones Unidas.
Sueño y tengo la esperanza, al igual que John Lenon, con el día en que no existan las fronteras tal y como hoy las conocemos, y que la migración sea un derecho humano universal consagrado en todas las constituciones de las naciones del Mundo. Que los países se peleen por atraer a los mejores seres humanos sin importar el lugar donde nacieron, que ninguna nación impida sin fundamentos y bases sólidas la entrada a una persona que quiera residir en él pero tampoco que ningún país cierre sus fronteras para la emigración de su gente. Que sean las condiciones del mercado, las libertades políticas y la capacidad de las personas la que les permita decidir el lugar en el cual vivir, y que mientras cumplan la ley y paguen impuestos en el mismo grado que los nativos de una nación, tengan también los mismos derechos (al menos económicos) que éstos. Que si cumplen con determinados requisitos y desean la nacionalidad del lugar en el que viven, puedan acceder a ella sin que normas y leyes llenas de prejuicios se los impidan.
Creo que el día que logremos que todos los países del Mundo abran de esa manera sus fronteras, viviremos en un Mundo mucho mejor, porque así como la apertura de los mercados ha sido un gran impulso para las sociedades, la apertura de las fronteras necesariamente traerá en el mediano y largo plazo un mayor bienestar generalizado para todos los seres humanos y, en el corto plazo, lo hará para los doce millones de norteamericanos que viven sin papeles.




[1] http://www.nytimes.com/2013/09/24/us/immigrant-population-shows-signs-of-growth-estimates-show.html?_r=0
[2] CAMAROTA, Steven A. “Immigrants in the United States. A Profile of America’s Foreign-Born Population”. Center for Inmigration Studies, Washington DC, Estados Unidos, 2012. Consultado en: http://www.cis.org/sites/cis.org/files/articles/2012/immigrants-in-the-united-states-2012.pdf
[3] MEDINA, John. “Brain Rules. 12 principles for surviving and thriving at Work, Home, and School”. Pear Press. Estados Unidos de América, 2012.
[4] ISHAY, Micheline R. “The History of Human Rights”, EEUU, Universidad de California Ed., 2004.
[6] “Empapelarse” es un término común utilizado por los indocumentados latinos para referirse a aquellos que han logrado conseguir sus documentos o papeles de residencia o ciudadanía.
[7] VARGAS, José Antonio. “My Life as an Undocumented Inmigrant”, The New York Times, Junio, 2011. http://www.nytimes.com/2011/06/26/magazine/my-life-as-an-undocumented-immigrant.html?pagewanted=all
[9] SARTORI, Giovanni.
[11] Así se denomina al sector más radical de los norteamericanos. 

miércoles, 2 de julio de 2014

Ni cábalas, ni rosarios, ni lágrimas...

                             

Sigo sin entender la estrategia del Piojo -reflejada por los dos cambios no forzados que realizó-. No me cabe en la cabeza que no haya aprendido de lo que ya ha ocurrido en mundiales pasados -a México y a otros países- en donde aguantarle el marcador a una potencia simplemente se convierte en suicidio; ante ello, por descabellado que suene la única opción que tienes es seguir atacando y atacando, con la esperanza de obtener uno o dos goles más que te sirvan “de colchón” para cuando caigan los del contrario. Si el rival ya está de rodillas, no puedes salir corriendo a esconderte esperando que se muera solo, porque como ya hemos visto muchas veces, los rivales grandes de rodillas se pueden levantar, perseguirte y matarte. Ahí están las evidencias, ahí están los videos, ahí están las estadísticas, ahí están los testimonios y, sin embargo, se volvió a caer de la misma manera absurda.

Pero sobre ese tema ya se ha dicho mucho y no es mi objeto redundar tanto en él, ahora me interesaría abordar la otra cara de la moneda, la del aficionado. ¿Cuántas cábalas, rosarios, “mandas”, rezos y demás has dedicado a la Selección en los mundiales? ¿Cuántas lágrimas derramadas cada cuatro años? Si eres de mi generación, habrás sufrido como yo las 7 eliminaciones que van desde el Mundial de 1986 hasta hoy, y casi estoy seguro que en todas, hiciste algo que pensaste que podría ayudar a la selección. Cábalas como ver los juegos en el mismo lugar, no afeitarte o vestirte siempre de la misma manera; “mandas” como dejar de hacer algo que te gusta o de ir a visitar de rodillas a alguna virgen milagrosa, por ejemplo, son el “pan de cada mundial” entre los aficionados mexicanos.

Sin embargo, después de 7 mundiales, no crees que también sea momento de que madures como aficionado, de que aprendas de la experiencia y entiendas que tus rezos, tus cábalas y tus promesas a “diosito” no le sirven de nada a la selección. No crees que así como les exigimos a los jugadores, mundial tras mundial, que aprendan de los errores del pasado y ofrezcan mayor madurez como seleccionados, también nosotros como aficionados deberíamos de madurar y entender que lo que hacemos cada 4 años en casa no ayuda a la selección. La evidencia de que todo eso no sirve de nada está ahí, decenas de millones de cábalas y rezos cada cuatro años y no pasamos de donde mismo.

¿Queremos tener un equipo más competitivo? Es una labor de cuatro años y consiste en que hagamos crecer, como aficionados, el fútbol mexicano desde las raíces. Si nunca vamos a un estadio de fútbol en cuatro años, si nunca nos involucramos con el manejo de nuestro equipo, si no apoyamos a equipos comunitarios o amateurs, si no apoyamos a los equipos que debutan jugadores o exigimos a nuestro equipo que haga lo mismo, si no les exigimos a los jugadores de nuestra liga que salgan a jugar y a romperse la madre en las mejores ligas de Europa, entonces ¿cómo esperamos que crezca el fútbol de nuestro país? Ni rezando, ni poniendo santos de cabeza, ni poniéndonos “la verde” cada cuatro años, vamos a lograr que de entre nuestros connacionales salgan los jugadores suficientes para formar un equipo campeón del Mundo. El problema de que tratemos muy bien a nuestros jugadores y no les exijamos que emigren tiene implicaciones psicológicas fuertes, porque no se acostumbran a rozarse con las grandes estrellas mediáticas del juego, y cuando juegan contra una de las llamadas potencias, no saben si marcar fuerte a sus jugadores o tomarse una selfie con ellos y pedirles su autógrafo.


Otro defecto grande que considero tenemos como aficionados es nuestro malinchismo. No me imagino países que sean potencias o con la aspiración de llegar a serlo, en los cuáles la gente prefiera comprarse la camisa de la selección de otro país que la del propio. No me imagino a un argentino diciendo en mayo: "yo creo que este Mundial mejor voy a apoyar a Francia (o el país que usted guste) porque andan mejor que los nuestros". Es más, ni siquiera me imagino a un costarricense haciendo lo mismo en un Mundial en el que participe su selección, lo cual no es tan seguido. A lo mejor ya eliminado su equipo nacional pueda voltear a ver qué equipos quedan para buscar refugiarse en uno, pero antes de eso, simplemente no me lo imagino. En cambio aquí, es de lo más común del Mundo, casi todos tenemos un "segundo equipo internacional" bien identificado y aunque México esté en la misma justa, parecemos preocuparnos más por los representantes de otra nación que por los nuestros. 

Debemos apoyar el fútbol mexicano semana tras semana, debemos de apoyar a los jóvenes pero también exigirles madurez y compromiso, debemos de dejar de consentir tanto a nuestros jugadores para que salgan de su “zona de confort”, debemos presionar a los directivos de los equipos para que los dejen salir. Estoy convencido de que como aficionados, somos responsables del nivel de nuestro fútbol y de nuestros futbolistas. Nosotros somos los que vamos a los estadios, nosotros somos los que les damos el rating a los partidos, nosotros somos los que compramos las playeras, y de nosotros depende que se formen mejores futbolistas. Pero ¿qué hemos hecho para que las cosas cambien? Sabemos de la existencia del “pacto de caballeros”, sabemos que los promotores arman equipos y hasta a la selección con sus conocidos, sabemos que las jóvenes promesas apenas debutan y se convierten en “rockstars” en todos los restaurantes y antros donde se paran. ¿Y qué hacemos al respecto?

Quiero aclarar, porque muchas veces he escuchado que en México los jóvenes no tienen oportunidades porque hay muchos extranjeros y quiero señalar que no estoy en contra de los extranjeros que vienen a jugar a nuestra liga, y que muy al contrario, me parece que pueden aportar mucho a nuestro fútbol y la prueba está en que las mejores ligas del Mundo están plagadas de extranjeros y sus selecciones suelen ser bastante competitivas a pesar de ello. Alemania, España, Italia, Inglaterra, Francia… Grandes ligas plagadas de cientos de extranjeros y cuyas selecciones, todas, han sido campeonas del Mundo, por lo que no creo que una liga nacionalista nos vaya a volver campeones de ningún lado, ni de la CONCACAF.

No me queda duda que en México hay suficiente amor al fútbol y material humano para formar cada vez más y mejores cuadros, para empezar a competir en el mercado de exportaciones, para tener jugadores en los mejores clubes del Mundo, pero para ello, debemos poner también nuestro “granito de arena” como aficionados, y les aseguro que “ese granito” no consiste en prender una veladora o en sacar el rosario y ponerse a rezar cada cuatro años. Si queremos ver Campeón del Mundo a México antes de morir, o dejar las bases para que suceda, lo primero que debemos preguntarnos es: ¿Qué voy a hacer hoy por nuestro fútbol?

martes, 17 de diciembre de 2013

La fe, los milagros y la razón


—Porque ustedes tienen poca fe. Les
aseguro que, si tuvieran la fe del tamaño de
una semilla de mostaza, dirían a aquel
monte que se trasladara allá, y se trasladaría.
Y nada sería imposible para ustedes.
Mateo 17, 20
En primer lugar quiero hacer la aclaración de que, en este ejercicio, me referiré de manera recurrente a los católicos, porque me criaron como uno y porque son los creyentes con los que tengo contacto más directo y de los que extraigo prácticamente todos mis ejemplos, aunque estoy cierto de que se podrán identificar en mis palabras a los creyentes de todas las religiones.
¿Qué es la fe? Ni siquiera los creyentes se ponen de acuerdo, y mucho se ha debatido sobre su significado y alcances. Sin embargo, la definición más aceptada es aquella que parte de la definición bíblica que señala que “La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven.” (Hebreos 11,1): Si la fe es algo así como “creer sin pruebas” o “la prueba misma de lo que no se ve”, y los milagros, por su parte, son “pruebas de la existencia de Dios (que no se ve)”, entonces: ¿qué hacen los creyentes buscando o queriendo ver milagros en cada acontecimiento inusual?
Conozco un gran número de católicos que en todo lo improbable favorable ven un milagro, y en todo lo improbable desfavorable ven la “obra del demonio” o una “prueba de dios”. Por ejemplo: si se murió su hijo de cáncer, luego, es una “prueba de dios” que mandó a los padres (o en su defecto, “dios da y dios quita por razones misteriosas”). Por el contrario, si se salva su hijo de cáncer, es un “milagro de dios” gracias a la “intermediación de Juan Pablo II”. Muchas veces he escuchado a creyentes decirme: “¿ya supiste que se salvó “fulano” de morir de cáncer después de que lo visitó la Virgen de Zapopan?... ¿Aún así dudas de la existencia de Dios?”. Hasta aquí, todo pudiera ser bastante noble de parte de ellos, pero no excluye el hecho de que es también bastante ilógico.
Si los católicos están obligados a tener fe, ¿por qué tienen la inclinación o la tentación de buscar milagros que respalden sus creencias?, ¿por qué cuando se encuentran con un agnóstico o ateo casi siempre defienden “su fe” con pruebas de la existencia de dios a través de los milagros? Si hubiera pruebas de la existencia de Dios, de entrada no sería necesario que la palabra “fe” se usara casi 300 veces en la Biblia, y es más, ni siquiera habría nada que debatir, de la misma forma que ya nadie debate que la Tierra es casi redonda. Me parece que el único punto de que exista el concepto “fe en dios”, es precisamente ese: No existen pruebas sólidas de que Dios existe. El hecho de que existan tantos santos y que existan procedimientos de canonización basados en “milagros verificables”, es una absoluta sinrazón en la que han caído tanto los creyentes como la Iglesia, ésta última –asumo- para poder retener creyentes a los que no les basta la fe para seguir creyendo en dios o para poder creer en él.
En virtud de lo anterior, mi hipótesis es la siguiente: La gran mayoría de los creyentes necesitan pruebas para creer en dios, porque les guste o no, tienen cerebro, y el cerebro necesita estar tranquilo con algo razonable que sustente dicha creencia. Hace miles de años, cuando se escribió la Biblia por seres humanos (incluso si aseguraron haber platicado directamente con dios), no había ninguna evidencia de que la lluvia o la sequía no fuera producto de la voluntad de un ser invisible que vivía en el cielo (porque eso creían literalmente, que estaba en el cielo). Ahora que existen evidencias de que mucho de lo que está escrito en la Biblia es falso (y/o no verificable), se han generado dos vertientes paralelas para un mismo fin: la primera, apostarle a la “no literalidad” de lo escrito, sino al significado que “dios quiso” transmitir con historias como todo lo contenido en el Génesis. La segunda, apostarle a la búsqueda de pruebas documentadas de situaciones altamente improbables, y luego ponerles el apellido de milagros y atribuírselos al mismo ser invisible que vive en el cielo (aunque quizás ahora ya no se lo crean tan literalmente como antes).
Me parece ilógico (por contradictorio) tener fe y buscar pruebas al mismo tiempo. Si la fe fuera verdadera, no necesitaría sustentarse en milagros, es más, no se creería en los milagros como pruebas de dios. Si la fe fuera genuina, ante la presencia de un milagro, se debería de decir “no creo en los milagros, porque dios nos pidió que creyéramos en él sin ninguna prueba, y creer que dios hizo el milagro para probarnos su existencia, es negar la propia esencia de la fe.”. Pero no, la gran mayoría van en busca de milagros en todos lados, desde la bella puesta de sol y el aleteo de un colibrí, hasta todas las personas que sanan de manera improbable o inexplicable para la medicina. Además de ello, muchas veces los usan como “argumentos razonables” para justificar su “fe” en dios, y para compeler a los demás a que también la tengan. A los que les responden que no se cree que la puesta de sol sea una prueba de la existencia de dios, les llaman ciegos y les pregunta “¿qué más pruebas quieres?”. “Una verificable” desde luego sería una respuesta válida, pero inútil en ese hipotético debate, porque te dirán “puedes voltear para allá y verificar que el sol se está poniendo y que ello es majestuoso, ¿algo más?”
Además, considero que decir que se tiene fe y simultáneamente creer que dios efectivamente hace o manda hacer milagros, es también lo mismo que creer que dios es idiota o al menos incongruente. Pongámonos en los zapatos (o sandalias) de dios: escribimos (o inspiramos) un libro en el cual utilizamos casi 300 veces la palabra “fe” en todos los contextos posibles aunque básicamente con un único significado: Creer sin ver y sin cuestionar. Eso les exigimos a todos aquellos que quieran ser nuestros fieles: que crean en nosotros sin ninguna prueba de nuestra existencia. Hasta aquí, y más allá de lo cuestionable de una petición de esa naturaleza, creo que es bastante claro lo que esperamos de aquellos que quieran llamarse nuestros hijos o siervos (ambas acepciones bíblicas aceptadas). Pero por otro lado, para no perder “el negocio”, decidimos darles “probaditas” de nuestra existencia cada que podemos, y con parámetros (según ellos objetivos) como la cantidad de veces que nos recen o que vayan a nuestros “centros de adoración” (e.g. templos). Obviamente un creyente con una fe genuina, jamás se molestaría en rezar para pedirnos algo, pues eso sería una prueba de que en realidad no tiene fe en que somos un dios infalible, ya que sus rezos solo nos demostrarían dos cosas: que quieren una prueba de nuestra existencia y que no confían en nuestro “plan perfecto”. Entonces, “hacer milagros” sería equivalente a premiar a los menos fervorosos, premiar a los más desobedientes de todos los que se llaman nuestros siervos. Por otro lado, hacer milagros a los que no rezan para pedirnos cosas (solo para alabarnos), sería innecesario pues evidentemente no los necesitan para creer en nosotros, ya que al no pedir absolutamente ninguna prueba, ya están dando muestra plena de su fe. Ayudarlos sin que nos lo pidan, solo para que sean felices en la Tierra (como curándolos de su enfermedad o arreglando sus problemas financieros) sería también ilógico, pues con su fe ya se ganaron el “paraíso eterno” que hemos creado para ellos (y cansado de prometérselos además), entonces tampoco tiene caso ayudarlos o mejor aún, la mejor forma de ayudarlos sería matarlos en su vida terrenal para que accedan cuanto antes a nuestra presencia por su genuina fe en nosotros.
En virtud de lo anterior, queda claro que un dios que atiende rezos, hace favores (o excepciones) especiales, viole leyes de la naturaleza a favor de algunos, le dé valor al número de rosarios o padres nuestros que rece una persona, y en general que se preocupe por estar haciendo milagros a diestra y siniestra según quién y cómo se los pida, es un dios incongruente con su propia “palabra”, con su propia infalibilidad, con sus propias promesas (y amenazas) y con su propia exigencia de fe.

El problema de este tipo de “fe verdadera”, que personalmente no conozco en nadie -pues hasta los Papas usan “papa-móvil” blindado y hasta los que van a misa en carro se ponen cinturón de seguridad- es que es un tipo de fe que violenta completamente el funcionamiento de nuestro cerebro. El cerebro funciona en base a modelos y patrones, pero esos modelos y patrones necesitan tener por lo menos un sustento verificable para sostenerse. Así, los “conspiracionistas” ven en todo lo que pasa hechos maquiavélicos de cierto grupo de poderosos, y su prueba está, precisamente, en todo lo que pasa. La ventaja que tienen sobre los católicos, por ejemplo, es que para ser conspiracionista no se te exige creer en ello sin tener ninguna prueba. Para los católicos mexicanos la Iglesia les ofrece tres grandes pruebas de la existencia de Dios: la Biblia, Jesús, y la Virgen de Guadalupe, pero evidentemente muchas veces no les son suficientes para sostener todo el modelo fantástico sobre el cual está sustentada en su cerebro su percepción o modelo de realidad, y es entonces cuando empieza la buscadera de milagros en todo lo extraño que sucede. Ello es así, porque su cerebro les grita “Dame pruebas, dame pruebas!”, y por eso las buscan en absolutamente todo (antes en la lluvia ahora en los sucesos muy probablemente aleatorios que les van sucediendo a diario) sin darse cuenta que al hacerlo, al buscar milagros, se están exhibiendo como los seres verdaderamente racionales que en el fondo su cerebro les exige ser.

viernes, 13 de diciembre de 2013

De las “Trompetas del Apocalipsis” y otras conclusiones raras


Es sorprendente lo viral que pueden volverse un grupo de videos donde aparentemente se escuchan unas trompetas en medio de la noche en una ciudad cualquiera. Pero más sorprendente es la forma en que se concluyen cosas verdaderamente descabelladas, una de ellas es que se trata de las siete trompetas referidas en el libro del Apocalipsis de la Biblia, en referencia a los tres juicios que supuestamente el Dios Bíblico realizará cuando el Mundo termine.

Para empezar, y suponiendo sin conceder que lo que está escrito en la Biblia sea infalible, se me ocurren decenas de explicaciones para  el origen de dichos sonidos, desde una sencilla edición de audio para sobreponerlo a la grabación original, hasta ser producto de algún vecino budista drogado y con un buen sistema de sonido. En medio de eso caben muchísimas otras causas. Claro que también podría ser Dios tocando unas trompetas, pero en todos los casos, hasta que no se compruebe el origen (lo cual pudiera ser imposible) estamos obligados por la razón, la lógica y el sentido común a no dar ninguna por cierta. (De hecho ya se descubrió que los sonidos fueron extraídos de la película “La Guerra de los Mundos” de Spielberg y sobrepuestos a un archivo de video).

Lo importante saber es que cuando abandonamos las reglas del razonamiento lógico, corremos el riesgo de ser fácilmente timados por el prójimo o por lo que pasa a nuestro alrededor, y por eso es importante tratar de aplicarlas la mayor parte del tiempo posible. Obviamente hacerlo implica usar la corteza cerebral, y el cerebro evolucionó para evitar usarla todo el tiempo por una lógica de economía y administración de recursos. Un cerebro que utiliza la corteza para concentrarse y pensar profundamente requiere muchísima energía y genera muchos desechos, por eso el cerebro trata de utilizar el “piloto automático” en la mayor cantidad de ocasiones posibles. Esto es muy útil para realizar muchísimas acciones, tales como manejar, bailar, comer o caminar entre la muchedumbre, pues nos permite evitar pensar profundamente antes de cada paso que damos. Simplemente el cerebro genera un patrón y se atiene lo más posible a ese patrón (por eso, cuando caminamos y hay desniveles inesperados podemos lesionarnos o al menos sentir que nos vamos “al precipicio”). Otro ejemplo es subir escaleras: recuerdo que en una casa que viví el cuarto o quinto escalón era más alto que todos las demás, e invariablemente todo el que visitaba esa casa y subía por primera vez, tropezaba en él, porque el cerebro calcula la altura de los escalones basado en el primer escalón, generando con ello un patrón que le permite ahorrar energía al no tener que analizar uno por uno cada escalón, con el inconveniente en este caso, de que cuatro escalones después inevitablemente tropezabas.

Ahora bien, con nuestra concepción del Mundo es lo mismo, generamos un patrón sobre cómo creemos que funcionan las cosas, y nos aferramos a él, pero ¿qué pasa cuando nuestro modelo o patrón de la realidad está basado en un Mundo fantástico, lleno de seres increíbles cuya existencia nunca se ha comprobado, como dioses, ángeles, demonios, almas, espíritus y conspiraciones? Que el cerebro tratará siempre de ajustar cualquier cosa “inexplicable” con ese modelo de realidad que hemos generado para vivir “tranquilos”.

Las consecuencias de ese modelo tan “cómodo” para el cerebro (le evita esforzarse en pensar y en buscar la comprobación de los hechos) están a la vista:
  •        Una luz en el cielo: Es una nave espacial llena de extraterrestres que vienen a conspirar con el gobierno norteamericano.
  •        Una coincidencia: Es el destino que está escrito en algún lugar superior.
  •        Una silueta en la oscuridad: Es el fantasma de una viejita.
  •        Se me pierde algo: Me lo escondió un espíritu chocarrero.
  •        No me puedo levantar ni mover aunque me siento despierto. Se me subió el muerto.
  •        Sucedió algo altamente improbable: Un milagro de dios o de uno de sus miles de santos.
  •        Tengo problemas de amor o dinero: El horóscopo tenía la razón.
  •        Me salió algo terriblemente mal: Dios me castigó o me está poniendo a prueba.
  •        Siento que ya conocía a alguien que me acaban de presentar: Nos conocimos en otra vida antes de reencarnar en esta.
  •    Gané dinero en el casino. Todos los astros se alinearon para ayudarme, porque seguramente había una alineación similar a la del día en que nací aunque de seguro me va a ir mal en el amor.
  •        Escuché una voz en mi cabeza que me decía “estrella el avión contra el edificio”. Fue Dios indicándome lo que tenía que hacer.
  •     Tengo un evento y está nublado. Voy a enterrar un cuchillo, lo cual ayudará a generar una variación meteorológica determinante para modificar el rumbo de las nubes que percibo como amenaza, o voy a rezar para que mi dios intervenga y mande las nubes para otro lado.
  •        Se aparece una mancha de humedad en una pared. Es una aparición divina y se trata de una prueba de la existencia de un dios igualito que nosotros ("imagen y semejanza").
  •        Soñé con mi abuelito: Está en el purgatorio pagando por sus pecados y quiere que le rece para que pueda salir más pronto.
  •      Etc, etc, etc...

Todo esto debió de ser de mucha utilidad mientras evolucionábamos, porque el cerebro se siente “incómodo” sin tener una explicación para todo lo que percibe, ya que esa falta de explicación se percibe como amenaza y genera intranquilidad. El cerebro odia el “no sé”, y siempre busca una manera de evitar los “no sés”, a pesar de que ello lo orille a creer en algo que no se pueda comprobar, incluso (o especialmente) si es absurdísimo. En los millones de años de evolución en los cuales la información que se transmitía de una generación a otra era muy limitada, y los medios para explicar muchas cosas que sucedían a nuestro alrededor más limitados aún, creer en el dios del sol y de la lluvia, por ejemplo, era muy útil para que el cerebro no gastara energía innecesaria tratando de explicar o entender algo que estaba completamente fuera de su alcance.

Afortunadamente ya no es así. La capacidad de transmitir información profundamente detallada de una generación a otra, de la mano del método científico y las reglas del razonamiento lógico, nos han hecho madurar como cultura lo suficiente para poder respondernos como individuos “no lo sé” a aquello que no entendemos o cuyo origen desconocemos. En un proceso de madurez que quizá algún día se traduzca en ventaja evolutiva, tenemos que educarnos para aceptar como respuesta un “no sé, pero quizá algún día lo sepa” a lo que no podamos probar, porque tenemos la información suficiente para entender las reglas bajo las cuales se rigen las cosas, pero sobre todo porque tenemos cientos de antecedentes de “misterios fantásticos” resueltos con el paso del tiempo y los avances de la ciencia, y que ahora hasta nos produce risa saber que se aceptaban como verdades generalizadas (como que la Tierra era plana y estaba sostenida por cuatro elefantes gigantes parados sobre una tortuga todavía más gigantesca). En ese sentido, creo que estamos obligados a poner nuestro “granito de arena” para evitar ser el hazmerreir de las futuras generaciones y tratar de empezar a cuestionarnos todas esas cosas fantásticas e incomprobables que alegremente damos por hecho para sedar a nuestro cerebro (o sea, a nosotros mismos).

Finalmente, considero importante que cuestionemos todo aquello que damos por cierto sin otro fundamento que la herencia cultural y que hay que tener mucho cuidado cuando de sacar conclusiones descabelladas se trate cada que se nos presente ante nosotros algo “inexplicable”, porque de otra forma siempre habrá gente dispuesta a explotar de alguna forma u otra (limosnas, remedios milagrosos, etc.) el modelo de realidad que hemos abrazado por comodidad y/o por herencia, y que si bien nos ahorra el uso de la corteza del cerebro de manera recurrente, también nos puede quitar una buena parte de nuestra libertad.