—Porque ustedes
tienen poca fe. Les
aseguro que, si
tuvieran la fe del tamaño de
una semilla de
mostaza, dirían a aquel
monte que se
trasladara allá, y se trasladaría.
Y
nada sería imposible para ustedes.
Mateo
17, 20
En
primer lugar quiero hacer la aclaración de que, en este ejercicio, me referiré
de manera recurrente a los católicos, porque me criaron como uno y porque son
los creyentes con los que tengo contacto más directo y de los que extraigo
prácticamente todos mis ejemplos, aunque estoy cierto de que se podrán
identificar en mis palabras a los creyentes de todas las religiones.
¿Qué es la fe? Ni
siquiera los creyentes se ponen de acuerdo, y mucho se ha debatido sobre su
significado y alcances. Sin embargo, la definición más aceptada es aquella que
parte de la definición bíblica que señala que “La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que
no se ven.” (Hebreos 11,1): Si la fe es algo así como “creer sin pruebas” o
“la prueba misma de lo que no se ve”, y los milagros, por su parte, son “pruebas
de la existencia de Dios (que no se ve)”, entonces: ¿qué hacen los creyentes buscando
o queriendo ver milagros en cada acontecimiento inusual?
Conozco
un gran número de católicos que en todo lo improbable favorable ven un milagro,
y en todo lo improbable desfavorable ven la “obra del demonio” o una “prueba de
dios”. Por ejemplo: si se murió su hijo de cáncer, luego, es una “prueba de
dios” que mandó a los padres (o en su defecto, “dios da y dios quita por
razones misteriosas”). Por el contrario, si se salva su hijo de cáncer, es un
“milagro de dios” gracias a la “intermediación de Juan Pablo II”. Muchas veces
he escuchado a creyentes decirme: “¿ya supiste que se salvó “fulano” de morir
de cáncer después de que lo visitó la Virgen de Zapopan?... ¿Aún así dudas de
la existencia de Dios?”. Hasta aquí, todo pudiera ser bastante noble de parte
de ellos, pero no excluye el hecho de que es también bastante ilógico.
Si
los católicos están obligados a tener fe, ¿por qué tienen la inclinación o la
tentación de buscar milagros que respalden sus creencias?, ¿por qué cuando se
encuentran con un agnóstico o ateo casi siempre defienden “su fe” con pruebas
de la existencia de dios a través de los milagros? Si hubiera pruebas de la
existencia de Dios, de entrada no sería necesario que la palabra “fe” se usara
casi 300 veces en la Biblia, y es más, ni siquiera habría nada que debatir, de
la misma forma que ya nadie debate que la Tierra es casi redonda. Me parece que
el único punto de que exista el concepto “fe en dios”, es precisamente ese: No
existen pruebas sólidas de que Dios existe. El hecho de que existan tantos
santos y que existan procedimientos de canonización basados en “milagros verificables”,
es una absoluta sinrazón en la que han caído tanto los creyentes como la
Iglesia, ésta última –asumo- para poder retener creyentes a los que no les
basta la fe para seguir creyendo en dios o para poder creer en él.
En
virtud de lo anterior, mi hipótesis es la siguiente: La gran mayoría de los
creyentes necesitan pruebas para creer en dios, porque les guste o no, tienen
cerebro, y el cerebro necesita estar tranquilo con algo razonable que sustente
dicha creencia. Hace miles de años, cuando se escribió la Biblia por seres humanos
(incluso si aseguraron haber platicado directamente con dios), no había ninguna
evidencia de que la lluvia o la sequía no fuera producto de la voluntad de un
ser invisible que vivía en el cielo (porque eso creían literalmente, que estaba
en el cielo). Ahora que existen evidencias de que mucho de lo que está escrito
en la Biblia es falso (y/o no verificable), se han generado dos vertientes
paralelas para un mismo fin: la primera, apostarle a la “no literalidad” de lo
escrito, sino al significado que “dios quiso” transmitir con historias como
todo lo contenido en el Génesis. La segunda, apostarle a la búsqueda de pruebas
documentadas de situaciones altamente improbables, y luego ponerles el apellido
de milagros y atribuírselos al mismo ser invisible que vive en el cielo (aunque
quizás ahora ya no se lo crean tan literalmente como antes).
Me
parece ilógico (por contradictorio) tener fe y buscar pruebas al mismo tiempo.
Si la fe fuera verdadera, no necesitaría sustentarse en milagros, es más, no se
creería en los milagros como pruebas de dios. Si la fe fuera genuina, ante la
presencia de un milagro, se debería de decir “no creo en los milagros, porque
dios nos pidió que creyéramos en él sin ninguna prueba, y creer que dios hizo
el milagro para probarnos su existencia, es negar la propia esencia de la fe.”.
Pero no, la gran mayoría van en busca de milagros en todos lados, desde la
bella puesta de sol y el aleteo de un colibrí, hasta todas las personas que
sanan de manera improbable o inexplicable para la medicina. Además de ello, muchas
veces los usan como “argumentos razonables” para justificar su “fe” en dios, y
para compeler a los demás a que también la tengan. A los que les responden que
no se cree que la puesta de sol sea una prueba de la existencia de dios, les
llaman ciegos y les pregunta “¿qué más pruebas quieres?”. “Una verificable”
desde luego sería una respuesta válida, pero inútil en ese hipotético debate,
porque te dirán “puedes voltear para allá y verificar que el sol se está
poniendo y que ello es majestuoso, ¿algo más?”
Además,
considero que decir que se tiene fe y simultáneamente creer que dios
efectivamente hace o manda hacer milagros, es también lo mismo que creer que
dios es idiota o al menos incongruente. Pongámonos en los zapatos (o sandalias)
de dios: escribimos (o inspiramos) un libro en el cual utilizamos casi 300
veces la palabra “fe” en todos los contextos posibles aunque básicamente con un
único significado: Creer sin ver y sin cuestionar. Eso les exigimos a todos
aquellos que quieran ser nuestros fieles: que crean en nosotros sin ninguna
prueba de nuestra existencia. Hasta aquí, y más allá de lo cuestionable de una
petición de esa naturaleza, creo que es bastante claro lo que esperamos de
aquellos que quieran llamarse nuestros hijos o siervos (ambas acepciones
bíblicas aceptadas). Pero por otro lado, para no perder “el negocio”, decidimos
darles “probaditas” de nuestra existencia cada que podemos, y con parámetros
(según ellos objetivos) como la cantidad de veces que nos recen o que vayan a
nuestros “centros de adoración” (e.g. templos). Obviamente un creyente con una
fe genuina, jamás se molestaría en rezar para pedirnos algo, pues eso sería una
prueba de que en realidad no tiene fe en que somos un dios infalible, ya que
sus rezos solo nos demostrarían dos cosas: que quieren una prueba de nuestra
existencia y que no confían en nuestro “plan perfecto”. Entonces, “hacer
milagros” sería equivalente a premiar a los menos fervorosos, premiar a los más
desobedientes de todos los que se llaman nuestros siervos. Por otro lado, hacer
milagros a los que no rezan para pedirnos cosas (solo para alabarnos), sería
innecesario pues evidentemente no los necesitan para creer en nosotros, ya que
al no pedir absolutamente ninguna prueba, ya están dando muestra plena de su
fe. Ayudarlos sin que nos lo pidan, solo para que sean felices en la Tierra
(como curándolos de su enfermedad o arreglando sus problemas financieros) sería
también ilógico, pues con su fe ya se ganaron el “paraíso eterno” que hemos
creado para ellos (y cansado de prometérselos además), entonces tampoco tiene
caso ayudarlos o mejor aún, la mejor forma de ayudarlos sería matarlos en su
vida terrenal para que accedan cuanto antes a nuestra presencia por su genuina
fe en nosotros.
En
virtud de lo anterior, queda claro que un dios que atiende rezos, hace favores
(o excepciones) especiales, viole leyes de la naturaleza a favor de algunos, le
dé valor al número de rosarios o padres nuestros que rece una persona, y en
general que se preocupe por estar haciendo milagros a diestra y siniestra según
quién y cómo se los pida, es un dios incongruente con su propia “palabra”, con
su propia infalibilidad, con sus propias promesas (y amenazas) y con su propia
exigencia de fe.
El
problema de este tipo de “fe verdadera”, que personalmente no conozco en nadie -pues
hasta los Papas usan “papa-móvil” blindado y hasta los que van a misa en carro se
ponen cinturón de seguridad- es que es un tipo de fe que violenta completamente
el funcionamiento de nuestro cerebro. El cerebro funciona en base a modelos y
patrones, pero esos modelos y patrones necesitan tener por lo menos un sustento
verificable para sostenerse. Así, los “conspiracionistas” ven en todo lo que
pasa hechos maquiavélicos de cierto grupo de poderosos, y su prueba está,
precisamente, en todo lo que pasa. La ventaja que tienen sobre los católicos,
por ejemplo, es que para ser conspiracionista no se te exige creer en ello sin
tener ninguna prueba. Para los católicos mexicanos la Iglesia les ofrece tres
grandes pruebas de la existencia de Dios: la Biblia, Jesús, y la Virgen de
Guadalupe, pero evidentemente muchas veces no les son suficientes para sostener
todo el modelo fantástico sobre el cual está sustentada en su cerebro su
percepción o modelo de realidad, y es entonces cuando empieza la buscadera de
milagros en todo lo extraño que sucede. Ello es así, porque su cerebro les
grita “Dame pruebas, dame pruebas!”, y por eso las buscan en absolutamente todo
(antes en la lluvia ahora en los sucesos muy probablemente aleatorios que les
van sucediendo a diario) sin darse cuenta que al hacerlo, al buscar milagros,
se están exhibiendo como los seres verdaderamente racionales que en el fondo su
cerebro les exige ser.