Existen muchas razones por las cuáles,
diferir de lo que la mayoría de la comunidad en la que coexistes piensa o cree,
es en detrimento de una vida armónica, pacífica e –incluso- segura. Entre los
ejemplos de este tipo de creencias están desde las aparentemente más burdas,
como el equipo de fútbol al que se apoya, hasta otras más serias, como ser
homosexual. En cada una de ellas los matices son diferentes, pero casi en todas
existen factores en común que parecieran indicar que el sentimiento que las
origina es en todas el mismo: la intolerancia.
La intolerancia debe tener cierto respaldo
biológico (genético) para existir, y me atrevo a decir que es un sentimiento
innato a todo ser humano. Quizá es un rasgo evolutivo útil excluir a “los
diferentes” y quizás estamos biológicamente pre-condicionados a temer a quienes
consideramos diferentes a nosotros (de la misma manera que lo estamos para salivar
si vemos un apetecible pedazo de comida). En ese sentido, quizás no podamos
erradicarla, pero la impresionante acumulación de información y respuestas que
hemos encontrado como especie, nos puede ayudar a entenderla y encauzarla para
que ella genere el menor daño posible a los individuos de nuestras sociedades.
“Aprender a amar a dios en tierra de indios…”
Este popular refrán engloba un sentir
tradicional de profunda anti-tolerancia. Su origen pareciera ser el odio que
sentían las comunidades que habitaban este territorio de América hacia los
colonizadores/conquistadores europeos, que justificaban las atrocidades que
cometían en contra de ellos en el “nombre de dios”. Ellos solían justificar las
inhumanidades que cometían pensando que estaban actuando con “el respaldo del
señor” al bautizarlos en la Iglesia que representaban. Irónicamente, ahora
quienes más usan este refrán son católicos creyentes de aquél mismo dios que
tanto odiaron los “indios”, e irónicamente también, esos mismos “indios”
cometían atrocidades entre ellos de naturaleza similar o incluso peor.
El punto de traer el refrán a colación, es
que pareciera indicarnos que la intolerancia es tan aceptada como éste, tan
utilizado en muchas situaciones, y que dicha intolerancia tiene repercusiones
de toda índole en aquellos que difieren de la mayoría de un grupo determinado,
desde ostracismo político y social hasta verdaderos linchamientos.
Pero ¿cuál es el origen de la intolerancia?
En sentido general, ya lo dijimos, debe tener un origen biológico (genético)
que por alguna (o varias razones) premió a aquellos individuos que excluían a
otros que eran diferentes, de la misma forma en que los genes altruistas lo han
hecho. Quizás ese sea una de las grandes paradojas que los antropólogos aún no
han acabado de explicar a cabalidad: ¿Por qué residen en nosotros
comportamientos tan altruistas y tan intolerantes simultáneamente? Por supuesto
que hay muchos estudios sobre la materia, y la mayoría apuntan hacia la
“selección grupal” de la especie y al miedo a lo diferente, aunque tengo
entendido que sigue habiendo vacíos por explicar que siguen llenándose con
especulaciones de diversa índole. Lo importante es que ambas tendencias,
intolerancia y altruismo, están ahí en nuestros genes y debemos lidiar con
ellas en una sociedad que sigue minimizando la existencia de una y magnificando
la existencia de otra, en un claro ejemplo de “doble-moral” colectiva.
“For what is a man, what has he got? If
not himself, then he has naught.
To say the things he truly feels and not the words of one who kneels.
The record shows I took the blows and did it my way!”
To say the things he truly feels and not the words of one who kneels.
The record shows I took the blows and did it my way!”
Sin duda alguna prácticamente
todo ser humano enfrenta a lo largo de su vida, de una a millones de veces, la
dicotomía entre el “ser individual y único” y el “ser colectivo”. El vivir a su modo, o vivir al
modo de los cánones sociales. El ajustarse a las reglas o salirse de ellas. De
todos es conocido que la edad representa uno de los factores más poderosos para
ser “rebelde”, para buscar salirse del “status quo”; Churchill lo resumía
diciendo que el que a los 18 años no es comunista
es un idiota, y que el que a los 40 años es comunista es un idiota... Pero
esa rebeldía suele carecer de fundamento racional, y muchas veces se resume en
la simple búsqueda de actitudes o manifestaciones que los distingan de los
adultos. Pelo largo, aretes, tatuajes, anarquismo, socialismo,
anti-clericalismo, etc. Todo aquello que los haga marcar una línea respecto de
los adultos suele ser suficiente para dicho fin, sin importar demasiado el
trasfondo, la justificación o la racionalidad detrás de dicha actividad o
manifestación.
Sin embargo, no es esta “rebeldía” la que
ahora interesa, sino un estilo de vida maduro y bien pensado que se oponga a
las normas de la colectividad. Muchos de esos estilos de vida,
justificadamente, producirán intolerancia social, por ejemplo, aquél adulto que
todos los días organice fiestas con música de altos decibeles que terminen
hasta la madrugada, aquél vecino que maneje siempre en exceso de velocidad en
calles residenciales o aquél adulto que lance miradas lascivas y piropos a
todas sus vecinas, sin importarle su estado civil o edad. Este tipo de
intolerancia justificada tampoco es materia de este texto, pues creo que
cualquier persona que dañe concreta y objetivamente a la comunidad en la que
habita, por supuesto que debe ser reprendido y una de esas formas de reprensión
es precisamente el ostracismo social o algo más severo como la intervención de
las autoridades.
Finalmente, tenemos la intolerancia hacia las
personas que no producen ningún daño objetivo, una intolerancia producto de
razones sin justificación real y objetiva, producto de prejuicios de índole
hereditaria, supersticiosa y/o religiosa. Este tipo de intolerancia es la que
genera una profunda dicotomía en muchísimas personas que viven en la sociedad
que no tolera esas diferencias y que tienen que vivir permanentemente “ocultas”
o discretas. Sus prácticas, estilos de vida o creencias son consideradas un mal
para toda la sociedad, pero no hay ninguna prueba de que esto sea verdad, y
como ya lo referí, todo se mantiene en el campo de la especulación y la
convicción generalizada sin fundamento. En México, en este grupo podríamos
señalar, solo por ejemplificar, entre otros:
-
Homosexuales;
-
Prostitutas;
-
Extranjeros e inmigrantes;
-
Religiosos no-católicos;
-
Ateos y librepensadores;
-
Mujeres;
-
Drogadictos;
-
Polígamos;
-
Adultos mayores;
-
Discapacitados;
-
Empleadas domésticas y trabajadores de la construcción;
-
Indígenas;
-
Pobres y ricos (sí, también hay prejuicios sociales respecto de los
ricos);
-
Burócratas;
-
Consumidores de pornografía;
-
Lugar de origen dentro del país (chilangos, michoacanos, sinaloenses,
etc.);
-
Aficionados a ciertos equipos de fútbol;
-
Aficionados a la tauromaquia;
-
Etc.
Aunque tomaría muchas hojas analizar
individualmente todos y cada uno de los casos, con ejemplos concretos de
intolerancia en cada uno de ellos, el común denominador en la mayoría de los
casos descritos, es la simple pertenencia a alguno de ellos, no convierte a una
persona en un peligro para la sociedad y, sin embargo, suelen ser excluidas y
mal vistas en muchos círculos sociales y, más lamentablemente todavía, en los
laborales. Muchas de estas personas tienen que vivir “en el clóset” buena parte
de su vida (o toda ella), simplemente porque la colectividad no puede tolerar
sus diferencias con ellos, a pesar de que objetivamente en nada les afecten sus
diferencias. Incluso, el grado de intolerancia injustificada puede ser tal, que
hasta sus hijos pueden sufrir en la escuela o “el barrio” de sus nocivas
consecuencias: “No le hablen a ese porque es hijo de una chacha (o chilango)…”,
por ejemplo, son expresiones que forman parte del “pan de cada día” en prácticamente
todas las escuelas del país, tan solo por mencionar un ejemplo.
“¡Ser, o no ser, es la
cuestión!— ¿Qué debe más dignamente optar el alma noble entre sufrir de la
fortuna impía el porfiador rigor, o rebelarse contra un mar de desdichas, y
afrontándolo desaparecer con ellas?”
Hasta
este punto, no me queda duda de que las premisas de este texto son claras:
-
La intolerancia existe (por muchas razones).
-
Muchas de las razones de la intolerancia son irracionales e
injustificadas.
Ahora viene la otra “cara de la moneda”.
¿Cómo vivir en una sociedad intolerante y ser congruente en el intento?
¿Abrirse de frente o vivir de la manera más discreta posible intentando no
contrariar a la colectividad y el status quo? Las mujeres representan un caso
icónico en esta dicotomía, pues siendo representantes equitativas de la
sociedad en la que viven (en México son el 51%), aún así llevan miles de años
siendo objeto de intolerancia y discriminación. Desde los registros bíblicos
hasta la fecha, siguen siendo consideradas inferiores a los varones en muchísimas
sociedades, y a pesar de no ser una minoría, no han podido superar dicha
intolerancia muchas veces encabezada por ellas mismas. La antropóloga Hellen Fisher
le atribuye a la agricultura y al sedentarismo el origen de la exclusión, y
asegura que durante los millones de años previos de evolución, varones y
hembras tenían trato igualitario en sus grupos sociales. Como ese, hay muchos
estudios, hipótesis y largos debates sobre la existencia o no de razones
biológicas para que dicho fenómeno se presente, en lo cual prefiero no ahondar
en este momento porque es –hasta cierto punto- irrelevante para el objetivo de
este ensayo; lo importante es la existencia del caso, que puede servir tanto
para desalentarnos como para alentarnos tomando en cuentas los avances conseguidos
en los últimos 100 años, que superan los conseguidos en los anteriores 6,000.
Personalmente uno de los aspectos que más me
llaman la atención es conocer a personas que pertenecen a un grupo “excluido” o
poco tolerado, las cuales se quejan injustamente de las consecuencias de esta
intolerancia en su perjuicio, pero que a su vez son intolerantes. Homosexuales
intolerantes de los indígenas; indígenas varones intolerantes de mujeres
indígenas; mujeres intolerantes de los ateos; ateos intolerantes de chilangos; chilangos
intolerantes de aficionados a la tauromaquia; etc, etc…
Amén de todas estas incongruencias, el fondo
de la cuestión sigue intacto: ¿Se puede vivir con congruencia cuando se piensa
diferente? ¿Puede haber congruencia en
el silencio? Yo creo que sí… Yo creo que no gritar “a los cuatro vientos” tus
diferencias sociales que pudieran excluirte de la sociedad es válido y
congruente, de la misma forma que es válido y congruente ser un arquitecto que
diseña una casa en un estilo que no le gusta. Al final del día, somos seres
sociales y si decidimos permanecer en esta sociedad, tenemos que ajustarnos a
las reglas generales que la rigen, para evitar la exclusión. ¿Que la inclusión
es injusta e irracional? Si, en muchos casos es verdad, pero no por ello se
puede cambiar a toda una sociedad con un solo grito de protesta. Por supuesto
que los activistas son quizás el mejor ejemplo de altruismo, pues dedican buena
parte de su tiempo en manifestar su reclamo ante lo que perciben injusto, estén
o no dentro del grupo discriminado o no tolerado. Pero considero que no se
tiene que ser activista para ser congruente. Pienso que se puede vivir
dignamente y viendo de frente a las personas, sin renunciar a tus creencias,
pero sin exhibirlas abiertamente. Si se quiere hacer, el resto de la sociedad
lo debe de respetar si ésta es progresista, y si no se quiere hacer, también se
debe de respetar esa decisión, sin cuestionarse. El instinto de supervivencia
es muy poderoso y cuando se perciben situaciones de peligro, como la exclusión
y el ostracismo social, es muy difícil que una persona tenga la fuerza y la
manera de remar contra esa corriente.
Un ejemplo muy claro de esto lo tenemos en el
periodo de la conquista del territorio que ocupaban los aztecas y otras tribus
del territorio que ahora conocemos como México. Ellos era sumamente devotos de “sus”
dioses de la misma manera que los españoles eran sumamente devotos de “sus”
dioses (llamados dios padre, dios hijo, dios espíritu santo, virgen maría, y
cientos de santos). Cuando los segundos se impusieron bélicamente sobre los
primeros, intentaron también imponer a “sus” dioses y los pusieron a construir
centros de adoración dedicados a los “nuevos dioses”. Sin embargo, existen
muchas versiones que señalan que al menos las primeras generaciones de aztecas
que vivieron bajo ese yugo, nunca rezaron al dios traído de España ni a la
Virgen María (en su versión guadalupana), sino que siguieron rezando a “su” Tonantzin-Coatlicue
(la diosa madre), y que incluso, la Basílica fue construida justo encima de
donde estaba el templo de aquella importante diosa azteca, como símbolo de
imposición, pero que irónicamente facilitó la hipocresía. Al llegar al altar
probablemente le oraban a Tontantzin y le pedían que pusiera fin con su poder
divino al asedio. Ellos estaban convencidos de la existencia del Mictlán y de “su”
Paraíso, y aunque se arrodillaban ante otra diosa, seguían rezando a la suya
esperando al final de su vida obtener por ello su recompensa. Así las cosas, ¿podemos acusar a estos aztecas
de incongruentes? Si decían que no creían en la Virgen, los azotaban y quizás
hasta mataban, si decían que sí creían en ella, no les pasaba nada… Sin embargo,
podían seguir rezando a quien en ellos realmente creían y al mismo tiempo
conservar su vida. Yo creo que no hay incongruencia, porque por mucha fe que
uno pueda tener, en la mayoría de los casos se acaba imponiendo el instinto de supervivencia,
y éste es muy poderoso. Por ello han existido tantos esclavos en la historia de
la humanidad, porque sin libertad y sin instinto de supervivencia,
probablemente se suicidarían colectivamente, pero incluso sin libertad, el
instinto de supervivencia es muy difícil de reprimir, de eso se encargan los
genes que muchos miles de millones de años les ha tomado crear estas maquinas
de supervivencias llamadas seres vivos, como para que sea tan fácil para uno de
nosotros ignorarlos.
Finalmente, quiero decirles a todos aquellos
que ocultan sus diferencias por temor (o respeto) a la sociedad en la que
viven, que no se sientan menos valiosos o menos humanos por hacerlo, porque al
final de cuentas, nuestra mayor directriz es sobrevivir, y estamos programados
para tratar de minimizar las amenazas a nuestras integridad y vida. Quizás sí
exista cierta incongruencia si llegamos al Estadio con la camisa del equipo
local cuando en realidad apoyamos al visitante, pero mientras sea una
incongruencia o una hipocresía necesaria para sobrevivir, es justificable ya
que obedece a un fin infinitamente mayor. El engaño que se hace para cuidar
nuestra integridad o vida, es equivalente a la “defensa propia” que nos exime
de matar a un delincuente que entra a matarnos a nuestra propia casa. Lo que sí
creo es que estamos obligados a tratar de poner nuestro “granito de arena” para
abatir todo tipo de intolerancia injustificada y para que la razón impere sobre
los instintos de los seres humanos que integramos una sociedad, pero no hay que
sentirnos mal por muchas veces no poder evitar esconder nuestras diferencias,
máxime cuando éstas no hacen daño ni afectan objetivamente a nadie. La
intolerancia es un “defecto” humano que tiene una razón evolutiva, la misma
razón evolutiva que vuelve locos a los niños ante la presencia de los dulces y
caramelos, pero tenemos que aprender a entenderla y a encauzarla (más que a
suprimirla), pero ello, es cuestión de mucho trabajo, de mucho “picar piedra”,
de muchos “granitos de arena”, como lo trato que sean las presentes palabras.