jueves, 5 de septiembre de 2013

¿Es malo ser Incongruente en un Mundo Intolerante?

Existen muchas razones por las cuáles, diferir de lo que la mayoría de la comunidad en la que coexistes piensa o cree, es en detrimento de una vida armónica, pacífica e –incluso- segura. Entre los ejemplos de este tipo de creencias están desde las aparentemente más burdas, como el equipo de fútbol al que se apoya, hasta otras más serias, como ser homosexual. En cada una de ellas los matices son diferentes, pero casi en todas existen factores en común que parecieran indicar que el sentimiento que las origina es en todas el mismo: la intolerancia.

La intolerancia debe tener cierto respaldo biológico (genético) para existir, y me atrevo a decir que es un sentimiento innato a todo ser humano. Quizá es un rasgo evolutivo útil excluir a “los diferentes” y quizás estamos biológicamente pre-condicionados a temer a quienes consideramos diferentes a nosotros (de la misma manera que lo estamos para salivar si vemos un apetecible pedazo de comida). En ese sentido, quizás no podamos erradicarla, pero la impresionante acumulación de información y respuestas que hemos encontrado como especie, nos puede ayudar a entenderla y encauzarla para que ella genere el menor daño posible a los individuos de nuestras sociedades.


“Aprender a amar a dios en tierra de indios…”

Este popular refrán engloba un sentir tradicional de profunda anti-tolerancia. Su origen pareciera ser el odio que sentían las comunidades que habitaban este territorio de América hacia los colonizadores/conquistadores europeos, que justificaban las atrocidades que cometían en contra de ellos en el “nombre de dios”. Ellos solían justificar las inhumanidades que cometían pensando que estaban actuando con “el respaldo del señor” al bautizarlos en la Iglesia que representaban. Irónicamente, ahora quienes más usan este refrán son católicos creyentes de aquél mismo dios que tanto odiaron los “indios”, e irónicamente también, esos mismos “indios” cometían atrocidades entre ellos de naturaleza similar o incluso peor.
El punto de traer el refrán a colación, es que pareciera indicarnos que la intolerancia es tan aceptada como éste, tan utilizado en muchas situaciones, y que dicha intolerancia tiene repercusiones de toda índole en aquellos que difieren de la mayoría de un grupo determinado, desde ostracismo político y social hasta verdaderos linchamientos.
Pero ¿cuál es el origen de la intolerancia? En sentido general, ya lo dijimos, debe tener un origen biológico (genético) que por alguna (o varias razones) premió a aquellos individuos que excluían a otros que eran diferentes, de la misma forma en que los genes altruistas lo han hecho. Quizás ese sea una de las grandes paradojas que los antropólogos aún no han acabado de explicar a cabalidad: ¿Por qué residen en nosotros comportamientos tan altruistas y tan intolerantes simultáneamente? Por supuesto que hay muchos estudios sobre la materia, y la mayoría apuntan hacia la “selección grupal” de la especie y al miedo a lo diferente, aunque tengo entendido que sigue habiendo vacíos por explicar que siguen llenándose con especulaciones de diversa índole. Lo importante es que ambas tendencias, intolerancia y altruismo, están ahí en nuestros genes y debemos lidiar con ellas en una sociedad que sigue minimizando la existencia de una y magnificando la existencia de otra, en un claro ejemplo de “doble-moral” colectiva.


“For what is a man, what has he got? If not himself, then he has naught.
To say the things he truly feels and not the words of one who kneels.
The record shows I took the blows and did it my way!”

Sin duda alguna prácticamente todo ser humano enfrenta a lo largo de su vida, de una a millones de veces, la dicotomía entre el “ser individual y único” y el “ser colectivo”. El vivir a su modo, o vivir al modo de los cánones sociales. El ajustarse a las reglas o salirse de ellas. De todos es conocido que la edad representa uno de los factores más poderosos para ser “rebelde”, para buscar salirse del “status quo”; Churchill lo resumía diciendo que el que a los 18 años no es comunista es un idiota, y que el que a los 40 años es comunista es un idiota... Pero esa rebeldía suele carecer de fundamento racional, y muchas veces se resume en la simple búsqueda de actitudes o manifestaciones que los distingan de los adultos. Pelo largo, aretes, tatuajes, anarquismo, socialismo, anti-clericalismo, etc. Todo aquello que los haga marcar una línea respecto de los adultos suele ser suficiente para dicho fin, sin importar demasiado el trasfondo, la justificación o la racionalidad detrás de dicha actividad o manifestación.

Sin embargo, no es esta “rebeldía” la que ahora interesa, sino un estilo de vida maduro y bien pensado que se oponga a las normas de la colectividad. Muchos de esos estilos de vida, justificadamente, producirán intolerancia social, por ejemplo, aquél adulto que todos los días organice fiestas con música de altos decibeles que terminen hasta la madrugada, aquél vecino que maneje siempre en exceso de velocidad en calles residenciales o aquél adulto que lance miradas lascivas y piropos a todas sus vecinas, sin importarle su estado civil o edad. Este tipo de intolerancia justificada tampoco es materia de este texto, pues creo que cualquier persona que dañe concreta y objetivamente a la comunidad en la que habita, por supuesto que debe ser reprendido y una de esas formas de reprensión es precisamente el ostracismo social o algo más severo como la intervención de las autoridades.

Finalmente, tenemos la intolerancia hacia las personas que no producen ningún daño objetivo, una intolerancia producto de razones sin justificación real y objetiva, producto de prejuicios de índole hereditaria, supersticiosa y/o religiosa. Este tipo de intolerancia es la que genera una profunda dicotomía en muchísimas personas que viven en la sociedad que no tolera esas diferencias y que tienen que vivir permanentemente “ocultas” o discretas. Sus prácticas, estilos de vida o creencias son consideradas un mal para toda la sociedad, pero no hay ninguna prueba de que esto sea verdad, y como ya lo referí, todo se mantiene en el campo de la especulación y la convicción generalizada sin fundamento. En México, en este grupo podríamos señalar, solo por ejemplificar, entre otros:

-          Homosexuales;
-          Prostitutas;
-          Extranjeros e inmigrantes;
-          Religiosos no-católicos;
-          Ateos y librepensadores;
-          Mujeres;
-          Drogadictos;
-          Polígamos;
-          Adultos mayores;
-          Discapacitados;
-          Empleadas domésticas y trabajadores de la construcción;
-          Indígenas;
-          Pobres y ricos (sí, también hay prejuicios sociales respecto de los ricos);
-          Burócratas;
-          Consumidores de pornografía;
-          Lugar de origen dentro del país (chilangos, michoacanos, sinaloenses, etc.);
-          Aficionados a ciertos equipos de fútbol;
-          Aficionados a la tauromaquia;
-          Etc.
Aunque tomaría muchas hojas analizar individualmente todos y cada uno de los casos, con ejemplos concretos de intolerancia en cada uno de ellos, el común denominador en la mayoría de los casos descritos, es la simple pertenencia a alguno de ellos, no convierte a una persona en un peligro para la sociedad y, sin embargo, suelen ser excluidas y mal vistas en muchos círculos sociales y, más lamentablemente todavía, en los laborales. Muchas de estas personas tienen que vivir “en el clóset” buena parte de su vida (o toda ella), simplemente porque la colectividad no puede tolerar sus diferencias con ellos, a pesar de que objetivamente en nada les afecten sus diferencias. Incluso, el grado de intolerancia injustificada puede ser tal, que hasta sus hijos pueden sufrir en la escuela o “el barrio” de sus nocivas consecuencias: “No le hablen a ese porque es hijo de una chacha (o chilango)…”, por ejemplo, son expresiones que forman parte del “pan de cada día” en prácticamente todas las escuelas del país, tan solo por mencionar un ejemplo.


“¡Ser, o no ser, es la cuestión!— ¿Qué debe más dignamente optar el alma noble entre sufrir de la fortuna impía el porfiador rigor, o rebelarse contra un mar de desdichas, y afrontándolo desaparecer con ellas?”

Hasta este punto, no me queda duda de que las premisas de este texto son claras:
-          La intolerancia existe (por muchas razones).
-          Muchas de las razones de la intolerancia son irracionales e injustificadas.

Ahora viene la otra “cara de la moneda”. ¿Cómo vivir en una sociedad intolerante y ser congruente en el intento? ¿Abrirse de frente o vivir de la manera más discreta posible intentando no contrariar a la colectividad y el status quo? Las mujeres representan un caso icónico en esta dicotomía, pues siendo representantes equitativas de la sociedad en la que viven (en México son el 51%), aún así llevan miles de años siendo objeto de intolerancia y discriminación. Desde los registros bíblicos hasta la fecha, siguen siendo consideradas inferiores a los varones en muchísimas sociedades, y a pesar de no ser una minoría, no han podido superar dicha intolerancia muchas veces encabezada por ellas mismas. La antropóloga Hellen Fisher le atribuye a la agricultura y al sedentarismo el origen de la exclusión, y asegura que durante los millones de años previos de evolución, varones y hembras tenían trato igualitario en sus grupos sociales. Como ese, hay muchos estudios, hipótesis y largos debates sobre la existencia o no de razones biológicas para que dicho fenómeno se presente, en lo cual prefiero no ahondar en este momento porque es –hasta cierto punto- irrelevante para el objetivo de este ensayo; lo importante es la existencia del caso, que puede servir tanto para desalentarnos como para alentarnos tomando en cuentas los avances conseguidos en los últimos 100 años, que superan los conseguidos en los anteriores 6,000.

Personalmente uno de los aspectos que más me llaman la atención es conocer a personas que pertenecen a un grupo “excluido” o poco tolerado, las cuales se quejan injustamente de las consecuencias de esta intolerancia en su perjuicio, pero que a su vez son intolerantes. Homosexuales intolerantes de los indígenas; indígenas varones intolerantes de mujeres indígenas; mujeres intolerantes de los ateos;  ateos intolerantes de chilangos; chilangos intolerantes de aficionados a la tauromaquia; etc, etc…

Amén de todas estas incongruencias, el fondo de la cuestión sigue intacto: ¿Se puede vivir con congruencia cuando se piensa diferente?  ¿Puede haber congruencia en el silencio? Yo creo que sí… Yo creo que no gritar “a los cuatro vientos” tus diferencias sociales que pudieran excluirte de la sociedad es válido y congruente, de la misma forma que es válido y congruente ser un arquitecto que diseña una casa en un estilo que no le gusta. Al final del día, somos seres sociales y si decidimos permanecer en esta sociedad, tenemos que ajustarnos a las reglas generales que la rigen, para evitar la exclusión. ¿Que la inclusión es injusta e irracional? Si, en muchos casos es verdad, pero no por ello se puede cambiar a toda una sociedad con un solo grito de protesta. Por supuesto que los activistas son quizás el mejor ejemplo de altruismo, pues dedican buena parte de su tiempo en manifestar su reclamo ante lo que perciben injusto, estén o no dentro del grupo discriminado o no tolerado. Pero considero que no se tiene que ser activista para ser congruente. Pienso que se puede vivir dignamente y viendo de frente a las personas, sin renunciar a tus creencias, pero sin exhibirlas abiertamente. Si se quiere hacer, el resto de la sociedad lo debe de respetar si ésta es progresista, y si no se quiere hacer, también se debe de respetar esa decisión, sin cuestionarse. El instinto de supervivencia es muy poderoso y cuando se perciben situaciones de peligro, como la exclusión y el ostracismo social, es muy difícil que una persona tenga la fuerza y la manera de remar contra esa corriente.
Un ejemplo muy claro de esto lo tenemos en el periodo de la conquista del territorio que ocupaban los aztecas y otras tribus del territorio que ahora conocemos como México. Ellos era sumamente devotos de “sus” dioses de la misma manera que los españoles eran sumamente devotos de “sus” dioses (llamados dios padre, dios hijo, dios espíritu santo, virgen maría, y cientos de santos). Cuando los segundos se impusieron bélicamente sobre los primeros, intentaron también imponer a “sus” dioses y los pusieron a construir centros de adoración dedicados a los “nuevos dioses”. Sin embargo, existen muchas versiones que señalan que al menos las primeras generaciones de aztecas que vivieron bajo ese yugo, nunca rezaron al dios traído de España ni a la Virgen María (en su versión guadalupana), sino que siguieron rezando a “su” Tonantzin-Coatlicue (la diosa madre), y que incluso, la Basílica fue construida justo encima de donde estaba el templo de aquella importante diosa azteca, como símbolo de imposición, pero que irónicamente facilitó la hipocresía. Al llegar al altar probablemente le oraban a Tontantzin y le pedían que pusiera fin con su poder divino al asedio. Ellos estaban convencidos de la existencia del Mictlán y de “su” Paraíso, y aunque se arrodillaban ante otra diosa, seguían rezando a la suya esperando al final de su vida obtener por ello su recompensa.  Así las cosas, ¿podemos acusar a estos aztecas de incongruentes? Si decían que no creían en la Virgen, los azotaban y quizás hasta mataban, si decían que sí creían en ella, no les pasaba nada… Sin embargo, podían seguir rezando a quien en ellos realmente creían y al mismo tiempo conservar su vida. Yo creo que no hay incongruencia, porque por mucha fe que uno pueda tener, en la mayoría de los casos se acaba imponiendo el instinto de supervivencia, y éste es muy poderoso. Por ello han existido tantos esclavos en la historia de la humanidad, porque sin libertad y sin instinto de supervivencia, probablemente se suicidarían colectivamente, pero incluso sin libertad, el instinto de supervivencia es muy difícil de reprimir, de eso se encargan los genes que muchos miles de millones de años les ha tomado crear estas maquinas de supervivencias llamadas seres vivos, como para que sea tan fácil para uno de nosotros ignorarlos.


Finalmente, quiero decirles a todos aquellos que ocultan sus diferencias por temor (o respeto) a la sociedad en la que viven, que no se sientan menos valiosos o menos humanos por hacerlo, porque al final de cuentas, nuestra mayor directriz es sobrevivir, y estamos programados para tratar de minimizar las amenazas a nuestras integridad y vida. Quizás sí exista cierta incongruencia si llegamos al Estadio con la camisa del equipo local cuando en realidad apoyamos al visitante, pero mientras sea una incongruencia o una hipocresía necesaria para sobrevivir, es justificable ya que obedece a un fin infinitamente mayor. El engaño que se hace para cuidar nuestra integridad o vida, es equivalente a la “defensa propia” que nos exime de matar a un delincuente que entra a matarnos a nuestra propia casa. Lo que sí creo es que estamos obligados a tratar de poner nuestro “granito de arena” para abatir todo tipo de intolerancia injustificada y para que la razón impere sobre los instintos de los seres humanos que integramos una sociedad, pero no hay que sentirnos mal por muchas veces no poder evitar esconder nuestras diferencias, máxime cuando éstas no hacen daño ni afectan objetivamente a nadie. La intolerancia es un “defecto” humano que tiene una razón evolutiva, la misma razón evolutiva que vuelve locos a los niños ante la presencia de los dulces y caramelos, pero tenemos que aprender a entenderla y a encauzarla (más que a suprimirla), pero ello, es cuestión de mucho trabajo, de mucho “picar piedra”, de muchos “granitos de arena”, como lo trato que sean las presentes palabras.