martes, 7 de diciembre de 2010

El "Niñito Dios" vs. "Santa Claus"




- UNA MIRADA IRREVERENTE A LA MADRE MODERNA DE TODAS LAS BATALLAS NAVIDEÑAS -

En estas fechas, y conforme mis hijas crecen, regresa el conflicto de tratar de explicarles quién y cómo trae los regalos navideños el día 25 de diciembre.

Definitivamente lo primero que se debe cuestionar uno es el valor de la tradición en sí, consistente en engañar a los pequeños diciéndoles que un “ser supremo” (Niño Dios o Santa Claus) se aparece mágicamente en las noches en cada casa entregando regalos a diestra y siniestra, de acuerdo a su comportamiento (y a su estrato social).

Partiendo de la experiencia propia, debo decir que ese sentimiento de presencia “celestial” era interesante, sui generis y hasta angustiante, pero también divertido. Si hubiera la forma de regresar el tiempo y tomar en este momento la decisión de informarles a mis padres si deseaba o no ser engañado con esa tradición, realmente no sabría qué decidir, puesto que muchas veces la ignorancia es una bendición en sí, y crecer cada año con esa expectativa de que iba a recibir regalos divinos era bastante emocionante e incluso un buen incentivo para tratar de comportarme mejor.

Sin embargo, no dejo de pensar que existe la posibilidad de causar un daño a los niños, al hacerles creer en cosas mágicas e inexistentes, haciéndoles que su pequeño cerebro considere real lo ilusorio durante mucho tiempo, y que muchas veces eso puede repercutir en su vida adulta. No puedo evitar preguntarme si no será ese el origen de que de mayores seamos tan susceptibles de creer en apariciones, fantasmas, brujas, hadas, duendes, gnomos, orbs, ángeles, vampiros, todo tipo de deidades, etc, etc. Porque el cerebro se moldea y nunca es tan receptivo como en nuestros primeros 6 años de vida, y es probable que la huella de haber hecho al niño creer en cosas invisibles, mágicas y divinas trayéndoles juguetes cada año, jamás se borre de su cerebro y lo deje susceptible de creer después en cosas imaginarias o, incluso, con la necesidad de hacerlo.

Claro, como niños nos emocionamos y le encontramos muchísimo más sentido a le época navideña viviendo con esa ilusión, pero no creo que se sepa todavía a ciencia cierta que tan alto es el precio que se debe de pagar por ese engaño y por esa ilusión, cuando se llega a la edad adulta. Quizá hasta sea una de las causas que retarde la madurez en muchas personas o también existe la posibilidad, aunque mi lógica me hacer verla más remota, de que el que se nos engañe diciéndonos que seres divinos son capaces de romper todas las leyes de la física (y la razón), entregando por sí solos decenas de millones de regalos en un par de horas, tenga efectos positivos y nos haga crecer como personas más felices y realizadas, en comparación con los “infelices” niños que nunca fueron engañados y que por ende nunca tuvieron ese sentimiento “divino”, de que el mismísimo dios (o su fiel sirviente) venían a traerles juguetes y regalos cada año.

Pero bueno, son cuestiones que como padre me he realizado últimamente, y aunque no he llegado a una conclusión sobre cómo proceder, y plenamente consciente de que ni mi esposa, ni mi familia, ni la sociedad me permitirían jamás la tamaña crueldad de no engañar a mis hijas con el tema de los “regalos divinos navideños”, procederé a la segunda parte de esta disertación: El Niño Dios o Santa Claus.

Esta disyuntiva nos mete a los padres en serios aprietos, porque aunque las tradiciones de poner “el nacimiento” en casa y en diversos lugares públicos, hasta el de realizar las pastorelas y posadas persiste en el país, y afortunadamente para la causa del Niño Dios, incluso en la mayoría de las escuelas “laicas” sigue utilizándose este tradicional ritual de la pastorela cada año, no menos cierto es que la mercadotecnia que rodea a Santa Claus es realmente avasallante.

En ese tenor, en términos prácticos tenemos sobre este imaginario cuadrilátero por una parte al nacimiento y a la pastorela, y por la otra toda la comercialización y mercadotecnia que rodea al siempre simpático gordito, que va desde decenas de películas, caricaturas, enormes afiches, juguetes, peluches, renos, comerciales e historietas, hasta la presencia del mismísimo Santa Claus en las calles y centros comerciales.

Así las cosas, ¿Cómo explicarle al niño que ese tierno gordinflón que canta hermosas canciones en decenas de películas no le va a traer sus juguetes?, ¿Cómo explicarle que el Santa Claus con el que se tomó la foto en la plaza comercial no le llevará sus juguetes porque solo trabaja en Estados Unidos? No solo tenemos que engañar al menor con el mito de que un ser divino vendrá en la noche a traerle juguetes, sino además tenemos que decirle que no será el de su elección. A veces me suena como un toque adicional -injusto y cruel- al mito.

Este tipo de cuestiones me hace reflexionar sobre el papel de la Iglesia Católica, que con tanto dinero que tiene bien pudiera considerar asociarse con Disney e invertir decenas de millones de dólares en alguna súper-producción “hollywoodesca” que enalteciera el papel del Niño Dios en la Navidad, con un trama muy básico en el cual llegara el Niñito Dios al Polo Norte y empezara a darle instrucciones a Santa Claus sobre cómo hacer las cosas, con el estilo que cualquier empleador capitalista suele utilizar con sus empleados, y que luego saliera disparado a salvar la Navidad de algún poderoso Grinch o mejor aún, del mismísimo Lucifer en una batalla épica, apoyado de algún grupo de niños que cantara hermosos y pegajosos villancicos con impresionantes coreografías y efectos especiales en diversos momentos de la filmación.

Con una película así, el Vaticano nos ayudaría mucho a los padres cuando tratáramos de explicar a nuestros hijos tres cuestiones básicas para robustecer a la figura del Niño Dios en lo particular, y La Mentira Navideña en lo general, a saber: Uno, que el Niñito Dios y Santa Claus trabajan de manera conjunta; dos, que Santa Claus es empleado (el gato pues) del Niñito Dios; y tres, que el Niñito Dios también es “cool” así como el verdadero salvador y héroe de la Navidad.

Evidentemente, con todos estos toques de corte pagano, el Vaticano no podría aceptar que financió una cosa así, por lo que deberán de buscar (o utilizar) algún truco para que no quede rastro de dónde salió el dinero (no creo que les cueste mucho trabajo). Sobre los costos de este tipo de producción no creo que tampoco tengan problema alguno, si tan solo para proteger a los sacerdotes pedófilos de Boston y a su obispo Bernard Law gastaron 85 millones de dólares hace unos años, no creo que no puedan gastar una suma similar en fortalecer la figura del Niño Dios frente a Santa Claus, aunque quizá también sería prudente que no salieran demasiados sacerdotes de la orden de los Legionarios de Cristo en la película, para evitar tentaciones innecesarias en ellos.

Pero volviendo al tema monetario, si la producción es lo suficientemente buena o convincente, hasta pudieran recuperar todo el gasto invertido, ya que desde las taquillas abarrotadas, hasta la comercialización de toda la parafernalia que rodea este tipo de superproducciones, como: golosinas, pizzas, hamburguesas, refrescos, peluches, juegos de mesa y por supuesto juguetes –imagínense a Hasbro produciendo decenas de millones de niñitos dioses y luciferitos action figures-. Todos los niños querrían tener su Niñito Dios de juguete y muchos padres serían profundamente felices viendo como sus hijos juegan a “darle en su madre” a Satanás con su Niñito Dios.

Finalmente quiero cerrar diciendo que todo este ensayo carece de fundamentos científicos y teológicos, y que por tanto carece de seriedad alguna en los campos de la religión y de la ciencia. Su objeto no es otro que desahogar con un poco de sentido del humor e irreverencia, los sentimientos de un padre envuelto en esta lucha de la lógica contra capitalismo, del capitalismo contra la ortodoxia, y de la lógica contra la ortodoxia, mientras busca la mejor manera de criar a sus hijas.

martes, 16 de noviembre de 2010

La dicha de la paternidad y el Tiempo de Calidad

Acabamos de pasar por una difícil situación familiar, ya que mi hija mayor, de cuatro años, estuvo siete días enferma, de los cuales, cuatro días pasó hospitalizada producto de un par de infecciones en la garganta y oído, combinadas con un rotavirus atípico.

Ahora que todo parece arreglado, no me queda más que reflexionar sobre lo importante que son mis hijas para mí, en lo particular, y de la familia en lo general.

Creo que todo ser vivo tiene el instinto de la supervivencia profundamente arraigado dentro de sí (de otra forma no sería lógica su existencia), y sin embargo, actualmente parece que existen más y más personas que están renunciando a ella por una gran diversidad de razones que no pretendo analizar en este momento. Dada la cantidad de personas que habitamos el Mundo (cerca de 7,000 millones al cierre del 2010), esta renuncia masiva a la reproducción no representa un gran impacto global. Sin embargo, a nivel regional, algunos países están sufriendo una verdadera especie de extinción de su “raza”, ya que han renunciado a la procreación. Sin embargo, no es para analizar ese fenómeno que escribo este post.

Su finalidad es hacer constancia escrita de lo importante que son para mí, mis hijas, mi esposa y mi familia. Ellas son la razón que me impulsa a ser mejor persona y mejor en mi trabajo, la razón que me hace echarle muchas ganas a todo lo que hago, la razón por la cual vale la pena trabajar, la razón por la cual vale la pena hacer grandes sacrificios, la razón por la cual vale la pena dejar de pensar en mi y desprenderme un poco del egoísmo, hedonismo y materialismo tan profundamente arraigado en mi cultura y mi generación.

Cuando te das cuenta de lo delicada que es la vida, y que en cualquier momento y por cualquier causa puedes morir o perder a algún miembro de tu familia, te das cuenta que su presencia es lo más importante que tienes y que debemos aprovechar a los hijos brindándoles Tiempo de Calidad. La cantidad de tiempo puede variar mucho, pero la calidad es sin duda mucho más importante. Disfrutar su crecimiento, su primera palabra, su primer paso, su primera sonrisa, su primer "papá", su primera letra escrita, su primera suma, etc., son momentos incuantificables en dinero y que difícilmente atestigua un padre descuidado.

El otro día, recuerdo que estaba reflexionando sobre lo mucho que quiero a mis hijas, y me imaginaba en situaciones difíciles como un secuestro. Pensando, por ejemplo, en un escenario de tu vida contra la de alguna de ellas, llegué a la inmediata conclusión, de que sin dudarlo daría mi vida. Pero supuse también otro escenario, uno que –increíblemente para mí- sucede comúnmente en muchos lugares del Planeta, en que me ofrecieran dinero por una de mis hijas (por ejemplo, para llevársela a otro país y explotarla, prostituirla, sacarle los órganos y/o matarla). Me reí de solo pensarlo, evidentemente jamás lo haría, ni por 1 peso, ni por un millón, ni por $55,000 millones de dólares (es decir, lo suficiente para ser el hombre más rico del Mundo). No hay ideal, oro, dinero, propiedades o riqueza en el Planeta que yo cambiaría por alguna de mis hijas.

A partir de esa reflexión me vinieron otras dos a la cabeza. La primera es la notoria influencia de la cultura sobre un ser humano. Es decir, siendo yo un homo sapiens prefiero morir antes de hacer algo que otro homo sapiens haría por unos cuantos pesos. Y sin embargo, genética y biológicamente la misma especie. Es casi tan cercano como encontrar a un homo sapiens que respira aire y a otro que respire agua... Realmente me resulta impactante como esa "maleabilidad" que nos permitió "conquistar" el Planeta y superar condiciones extremadamente adversas a lo largo de la historia de nuestra especie, nos permite también ser tan diferentes según el entorno cultural en el que vivamos.

La segunda reflexión también me dejó impactado. Al igual que yo, creo que somos millones de padres que daríamos la vida por la de nuestros hijos, y que jamás los venderíamos o cambiaríamos por ninguna fortuna. Sin embargo, muchas veces por realizar actividades sin importancia o innecesarias dejamos de estar con ellos, dejamos de jugar con ellos, de ver una película con ellos, de leerles un libro, de llevarlos al parque, de platicar con ellos, de escucharlos, de conversar con ellos, de admirar sus primeros pasos y palabras, de hacer la tarea con ellos, etc., etc. Me pareció algo hasta cierto punto incongruente, ya que si bien es cierto no podemos vivir como calcomanías de nuestros hijos (aún suponiendo que no tuviéramos la necesidad de trabajar para mantenerlos), no menos cierto es que, muchas veces por distraernos o, incluso, por ganar unos cuantos pesos de más (ya no necesarios para la supervivencia de la familia, sino para nuestros lujos materiales), sacrificamos a cuenta gotas lo que nunca haríamos de un solo golpe: la oportunidad de tener, educar y disfrutar a nuestros hijos.

No estoy diciendo que un padre debe renunciar a disfrutar la vida, ni que jamás deba pasar tiempo de solaz y esparcimiento sin sus hijos a un lado, pero muchas veces desperdiciamos valioso tiempo para disfrutar y convivir con nuestros hijos por cosas inocuas, como ver las noticias, por ejemplo.

Este año que he tenido que viajar constantemente por trabajo, he aprendido a pasar Tiempo de Calidad con mis hijas, y creo que las conozco, aprecio y valoro más que cuando podía estar diariamente con ellas. Ahora valoro tanto esos pequeños detalles, como prepararles su “bibi” de las noches y llevarlas a acostar, que hasta me siento agradecido de haber tenido la oportunidad de dejar de verlas para valorarlas mucho más. Me he dado cuenta, que con pequeños detalles, que con una hora que se les dedique prestándoles absoluta atención, vale más que estar 10 horas con ellas en la casa y a un lado mío sin prestarles atención.

Evidentemente, la felicidad de mis hijas y de mi familia no estaría completa sin la intervención y el papel trascendental que desempeña una madre en su educación. En ese sentido, fui muy afortunado en haber sido elegido por una mujer maravillosa que me permitió la dicha de ser el padre de sus hijas.

Saludos!

viernes, 11 de junio de 2010

México en el Mundial Sudáfrica 2010

A una hora de arrancar el Mundial de fútbol Sudáfrica 2010, no puedo dejar de pensar en el futuro de mi equipo: la selección mexicana. Es un hecho que en México hemos ido cambiando poco a poco, sin embargo, creo que todavía estamos lejos de la cultura responsable y competitiva que nos pueda colocar como campeones del Mundo.

Un claro ejemplo de esta carencia fue en el último partido amistoso de preparación contra Italia, en que miles de mexicanos estuvieron presentes en Bélgica para dicho encuentro… únicamente para chiflar a la hora que se tocó el himno nacional italiano. Este tipo de detalles, seguramente le parecen chistosos e intrascendentes a muchos connacionales, lo cual únicamente muestra la gravedad del problema.

Se habla de que México no tiene un gran equipo porque no se fomentan las ligas entre los niños, porque las escuelas públicas no tienen infraestructura para practicar el deporte, porque los clubs no invierten lo suficiente en fuerzas básicas -que consideran una apuesta arriesgada-, porque nuestra alimentación es deficiente, etc. En el fondo, todo es cuestión cultural y cambiando nuestra típica visión mexicana “cortoplacista”, en todo lo que hagamos, por añadidura se cambiará el problema de nuestro fútbol. En otras palabras, la selección mexicana no es una isla ajena al entorno cultural mexicano, sino, al igual que el gobierno, es producto, precisamente, de ese entorno cultural.

En México, es costumbre nacional buscar los atajos para hacer las cosas con la menor cantidad de esfuerzo posible, no importando si eso reduce notablemente la calidad del producto. Todavía se tira basura por las ventanas de los automóviles o por la calle cuando se camina, se consume muchísima piratería, se recurre a engaños constantes para hacerse de recursos, se le roba al primero que se descuida y quien encuentra algo que no es suyo, difícilmente se preocupa por devolverlo o encontrar a su dueño. En fin, las cosas que ya todos sabemos.

La experiencia que me ha dejado la paternidad es que los niños son unas esponjas increíbles. Yo, antes de la paternidad, pensaba que el ejemplo era importante así como también era importante lo que les dices a tus hijos que deben hacer, en una proporción de 70%-30%. Que equivocado estaba, la proporción real ronda, mínimo, los 95%-5%. Lo peor de todo es que a pesar de ello, muchas veces cometemos el error de ordenarle a nuestros hijos que no hagan algo que nos ven hacer recurrentemente. Con ello, les causamos un doble daño, primero, educándolos con el mal ejemplo, y luego, a ser incongruentes y cínicos.

Con esto no me queda duda que el cambio es cultural, y difícilmente se podrá realizar de la noche a la mañana, sino que se requiere una nueva generación que reciba el ejemplo adecuado. Evidentemente esto tampoco es factible que suceda de una generación a otra, sino que deben transcurrir dos o tres generaciones comprometidas con una nueva cultura de madurez y respeto a uno mismo y a los prójimos. Una cultura que reconozca el valor de actuar con legitimidad, honestidad y responsabilidad.

Hasta que eso no pase, no creo que podamos ser campeones del Mundo. El simple hecho que la meta que se haya fijado sea llegar a un “quinto partido” (y que muchos lo dudemos) habla de nuestra mediocridad, por un lado, aunque buscándole un lado positivo, no deja de ser alentador el reconocimiento de las propias limitaciones, lo cual es un asomo de madurez.

No dejo de reconocer que México fue un país sumamente mediocre en su desempeño en las primeras copas del Mundo en que participó, de hecho, hasta 1970 calificó a la segunda ronda, y la buena noticia es que si hacemos un recuento de las actuaciones de 1970 a 2006, se ha mejorado en los números notablemente, y también veo en esta Selección más talento que en la del Mundial pasado.

Con esta selección, y mucha fortuna, podríamos llegar lejos, pero las probabilidades de ganar el Mundial aún las veo muy, pero muy, lejanas. Y es que no basta que se rompan la madre en la cancha, que demuestren inteligencia para jugar y le pongan todos los huevos que haya dentro de ellos, si dos meses antes del Mundial su vida era un desorden. Un jugador con clase mundial, debe ser un excelente jugador, por lo menos, unos 8 años antes de jugar un partido mundialista (lo ideal es toda la vida), si no, en la hora de la verdad "el cobre" saldrá a flote. Esa es la realidad. Ojalá lleguemos lejos, pero también espero que este tipo de eventos que tanto unen al país, nos sirvan para reflexionar profundamente y verdaderamente cambiar nuestra forma de encarar la vida y los retos (el más importante de ellos ser buen ejemplo para las nuevas generaciones), y no se nos olvide todo el día siguiente de la eliminación para empezar de “ceros” otra vez dentro de cuatro años.

Saludos!

sábado, 20 de marzo de 2010

Un Mundo sin Gobierno, Fronteras, Democracia, ni Religiones

Me parece interesante la idea, pero imposible de sostener a mediano y largo plazo, ya que incluso pensando en que pudieran llegar a terminarse Estados y Religiones (el concepto “Estado” incluye Gobiernos y Fronteras), sería cuestión de tiempo para que instituciones similares los suplantaran gradualmente, por una simple y sencilla razón: la naturaleza humana.

Empero, antes de profundizar en ello me gustaría hacer una pequeña reflexión: ¿La terminación de los Estados y las Religiones es un fin o un medio? Si fuera un fin, no le veo otro sentido que el de ir acorde con la “generación del no”: no a las fronteras, no al gobierno, no a la religión, no al matrimonio, no a la sociedad, no a los estereotipos, no a los cambios, no a los fresas, no a los nacos, no a los "hipsters", no a que todo se quede igual, no al capitalismo, no al socialismo, no a la democracia, no al totalitarismo, no al absolutismo, no a la anarquía… y, consecuentemente, sí a un Mundo sin gobiernos, fronteras ni religiones… ¿por qué? Pues porque suena interesante, ¿no?…

Si por otro lado, la concepción de esta idea surge como un medio, sería importante que al proponerlo se añadiera el fin y, quizás también, justificar un poco cómo es que ese vehículo nos llevaría a él. ¿Cuál o cuáles pudieran ser esos fines? Se me ocurren como válidos algunos cuantos, aunque pudiera haber muchos más, a saber: La felicidad de todos (adiós tristezas y amarguras); el fin del hambre y la pobreza (todo humano con alimento en su mesa siempre); el fin de la maldad (que no quede ni un gobernante corrupto, religioso sin escrúpulos, ni asesino en píe sobre la Tierra); el fin de las armas y los ejércitos (que no se vuelvan a emplear recursos en armamentos de ningún tipo, ya que al no haber fronteras, no habría Estados que preservar); el fin de las represiones y la esclavitud, etc.

Pero, independientemente de que ésta sea concebida como fin o como medio, regresemos al tema de la factibilidad natural de la idea. Estoy plenamente convencido que va en contra de la naturaleza humana, porque el ser humano, desde antes de existir como tal y durante millones de años de evolución, ha generado un cuerpo y un cerebro con necesidades básicas. Entre esas necesidades están las meramente fisiológicas, como respirar, comer, beber, defecar, orinar y dormir. Sin atenderlas o desarrollarlas, mueres. Pero también hay otras necesidades, muchas de las cuales también compartimos con cualquier ser vivo como las necesidades de vivir y de preservar la especie (instintos de supervivencia y reproducción). ¿Por qué la idea de no Estados ni Religiones pudiera ser insostenible?, porque creo que su mantenimiento requiere una armonía absoluta entre los seres humanos en todo sentido, en sus metas, objetivos, formas de pensar, ideales, manera de trabajar, etc., lo cual es a todas luces imposible. ¿Cuándo empezaría a desmoronarse un Mundo así? Se me ocurren decenas de factores, pero entre los básicos serían que nunca van a dejar de existir:
- Personas que quieran aprovecharse del trabajo de otro u otros.
- Personas supersticiosas que se van a creer en cosas que no se pueden ver o demostrar.
- Personas que creerán en la existencia de una Fuerza Suprema.
- Personas que digan ser profetas e, incluso, mesías.
- Personas ambiciosas dispuestas a mucho o a todo por tener más (poder, dinero, etc.)
- Personas dispuestas a organizarse para proteger sus intereses:
- Personas dispuestas a ceder parte de su voluntad a un líder que consideren fiable;
- Personas con cualidades de líderes (buenos o malos).
- Líderes que no compartan las mismas ideas u objetivos y que decidan separarse, cada uno llevándose a sus seguidores a lados opuestos;
- Personas que se odien mutuamente y dispuestas a pelear por ese simple hecho.
- Personas que cometan alguna injusticia o crueldad.
- Personas que deseen reproducirse o tener sexo con la misma persona.
- Personas que deseen a la pareja de otro.
- Personas dispuestas a morir por defender a su familia de cualquier situación que perciban como amenaza.
- Personas que estén en contra de todo, incluyendo que no haya Estados ni Religiones, y que van a pugnar porque los haya.
- Personas simplemente locas, que todo lo que quieran sea ver  arder al Mundo.

Creo que si lográramos garantizar que dejarían de existir todo este grupo de personas, entonces se podría garantizar a largo plazo la sustentabilidad del Mundo sin Estado, sin Democracia y sin Religiones, pero partiendo de la premisa de la naturaleza humana, si se llegara lograr un Mundo así, ¿cuánto podría durar este Mundo y cuánto tardaríamos en buscarle nuevos nombres a las mismas instituciones?, ¿siglos?, ¿años?, ¿meses?... ¿días? Estoy seguro que mucho menos de los 10,000 años que lleva la configuración actual, y eso excluyendo los miles de años previos en que el Estado era el líder del clan y la Religión el chamán. También estoy convencido que es más factible un Mundo con un solo Estado y una sola Religión -con todo y el escalofrío que me causa pensar en esa idea- que un Mundo sin ellos. Así las cosas, proponer un Mundo sin Estados ni Religiones podría ser tan sustentable como proponer un Mundo en el que nadie defecara, que de entrada suena bonito en términos ecológicos ya que si 7,000 millones de humanos desechamos en promedio unos 300 grs. diarios de excremento, equivale a que diariamente producimos 2 millones 100 mil toneladas de desechos orgánicos, cuya erradicación sería genial, pero imposible, porque va contra la misma naturaleza humana.

Creo que el fin a perseguir debe ser un Mundo lo más justo posible, en que todos entendamos que el bienestar del prójimo, de manera directa e indirecta, también contribuirá a mi bienestar. Un mundo en que la gente tenga acceso a los incentivos adecuados para realizar bien su trabajo y para respetar el trabajo de los demás, en que la gente pueda realizar la actividad profesional que mejor le parezca y convenga; en que se generen condiciones para que todos puedan tener acceso a recursos para tener comida en su mesa; en que la gente pueda elegir y remover a sus líderes libremente; en que la gente pueda creer lo que quiera y manifestar sus ideas libremente, en que se castigue a todos los que violenten estos principios y en el que se reconozcan y respeten los derechos humanos de todas las personas. El buscar los mecanismos y las instituciones que eviten la existencia de gente muriendo de hambre; de gente privada de su vida o de su libertad sin juicio justo previo; de gente obligada a trabajar sin remuneración alguna; de mujeres con su clítoris mutilado al nacer; de gente obligada desde que nace a profesar un credo religioso; de gente que muere por no tener acceso a medicina o una intervención médica adecuada, etc., son fines loables e interesantes que perseguir y que no se lograrán con la “simple” desaparición de los estados y las religiones, y que incluso pudieran agravarse.

En mi punto de vista, los Estados democráticos y liberales, son la aproximación más cercana a un Mundo de tolerancia y de paz, en donde las mayorías eligen gobernantes que no gobiernen exclusivamente para ellas, en donde las minorías son respetadas y toleradas, y sus derechos garantizados. En donde ser parte de la mayoría no signifique ser todopoderoso ni infalible, y ser parte de las minorías no signifique vivir al margen de las decisiones sociales o estigmatizado. Un Estado con instituciones lo suficientemente fuertes y responsables para garantizar que el Gobierno en turno respete a todos y gobierne para todos, es lo que debemos buscar y dejar de soñar con la anarquía que difícilmente puede llevar a algo bueno a la humanidad.

Yo por mi parte, les aseguro que si en el 2012 desaparecieran ambas instituciones, y posteriormente alguien entrara sin permiso a mi casa para robarme o dañarme a mi o a mi familia, yo, lejos de recibirlo con un “¡bienvenido hermano, se acabaron las fronteras!”, no dudaría en defenderme hasta mi muerte, y ese escenario sería el principio del fin del Mundo que se plantea.

martes, 9 de marzo de 2010

Mi historia en el Colegio Inglés Hidalgo

Con motivo de los 25 años del Colegio Inglés Hidalgo se nos invitó a compartir de manera breve nuestra experiencia por nuestro paso en dicha institución educativa. Transcribo el texto que envié a los organizadores de dicho ejercicio:

Cuando entré a estudiar al Colegio Inglés Hidalgo venía de estudiar la secundaria en la Ciudad de México y estaba bastante renuente de haber regresado a vivir a Guadalajara. Cuando llegué al Colegio por primera vez a hacer mi examen de admisión, probablemente entre abril y mayo del año 1994, recuerdo que me llamó la atención que los salones tenían pocos espacios, no más de 30 si mal no recuerdo, mientras que en el Colegio en el que estudiaba la secundaria en el D.F. tenía alrededor de 50 alumnos en cada salón. Otro detalle que captó mi atención fue también el tipo de pupitres, muchos más nuevos y amplios que aquellos a los que estaba acostumbrado. Finalmente observé que había una especie de canchita de fútbol atrás, (el famoso “potrero”), en lo que parecía una oportunidad inmejorable de practicar constantemente lo que era mi deporte favorito.
Fuera de eso, a todo lo demás trataba de encontrarle algo negativo pues, insisto, no quería mudarme de ciudad pues consideraba que ya tenía “hecha mi vida” en la Ciudad de México y -como la mayoría de los humanos cuando se enfrentan a cambios difíciles- no concebía un futuro mejor en cualquier otro lugar y no tenía el más mínimo entusiasmo en entrar a estudiar al Colegio Inglés Hidalgo, por lo que en ese sentido, mi relación con el Colegio empezaba con el pie izquierdo.
Aquí quisiera detenerme para reflexionar un poco sobre la etapa de la educación media, la cual coincide con la adolescencia, y considero se vuelve clave en la vida de una persona desde tres puntos de vista básicos, a saber: El primero es el meramente académico, es decir, el que tiene que ver con los conocimientos que pueda uno adquirir para entender cómo funciona el mundo en el que vivimos y que, además, nos sirven de base para decidir con fundamento cuál será el rumbo profesional que seguiremos. El segundo punto de vista, es el que tiene que ver con los valores y la formación que nos completa como seres humanos. El tercer punto de vista, es el que tiene que ver con las relaciones personales y amistades que formamos en dicha etapa. ¿Cuál de estos tres aspectos de ir a la escuela es el más importante? Para mí todos son igualmente importantes y ningún aspecto puede ni debe desestimarse cuando se tiene el compromiso de educar a esos “niños grandes” o “adultos pequeños”, que es lo que somos en la adolescencia, que coincide con las etapas de la secundaria y el bachillerato que brinda el Colegio Inglés Hidalgo.
En el nivel de calidad de los tres ámbitos, el Colegio Inglés Hidalgo tiene gran injerencia, pues se encarga de seleccionar al personal docente, de establecer las normas de disciplina (y hacerlas cumplir) y de seleccionar a los alumnos que admiten para estudiar en él.
En ese sentido, mi experiencia en el Colegio Inglés Hidalgo fue enriquecedora en los tres aspectos, pues se me brindó educación de calidad en el aspecto académico, se me inculcaron valores humanos, respeto y disciplina, y por último, se me brindó la oportunidad de conocer a grandes personas que a la fecha, dieciséis años después de haber entrado al Colegio, siguen siendo grandes amigos, de hecho, mi mejor amiga del Colegio Inglés Hidalgo, es mi esposa desde hace seis años.
Debo reconocer que una parte importante de que este éxito fuera posible era gracias a la personalidad de la Directora, la maestra Conchita, que era una persona muy profesional en su labor. Precisamente una de las anécdotas que quiero mencionar se dio ya cerca de terminar el bachillerato, en quinto o sexto semestre, cuando fui a comer a la casa de la maestra Conchita, y de su esposo, Emilio. La directora nos daba una clase en ese semestre sobre desarrollo humano o un tema afín, y una vez a la semana a uno de los alumnos nos tocaba ir a comer a su casa. Me acuerdo que cuando me enteré de ambas cosas, de la clase y de lo de la comida, sentí un escalofrío, ya que durante los dos años previos la palabra Conchita era sinónimo de disciplina y de pánico. Todos le sacábamos la vuelta y sabíamos que si te portabas lo suficientemente mal podrías pagar el precio de ser reprendido por la mismísima Conchita. Recuerdo que en El Príncipe, Maquiavelo recomienda que los súbditos deben tener respeto y miedo y, en el peor de los casos, con el miedo es suficiente. Conchita conseguía inspirar ambas sensaciones, pero sin duda la segunda con mayor agudeza. Afortunadamente era por orden alfabético y, por ende, fui de los últimos en ir, lo cual me permitió constatar que los demás compañeros, de entrada, regresaban vivos y que, además, decían que no les había ido tan mal. Para un adolescente de 17 años como yo, de todos modos fue una experiencia especial, pues ella formaba parte de otro universo ajeno al mío, y entrar en un espacio tan íntimo como su casa me hizo sentir verdaderamente parte de esa institución llamada Colegio Inglés Hidalgo. Había compañeros que buscaron casi toda clase de pretextos para no ir, y de hecho se burlaban de quienes sí lo hacíamos, pero para mí fue una buena experiencia que todavía recuerdo con lujo de detalles, con los que podría llenar, quizás, varias cuartillas.
Las demás anécdotas que más recuerdo y que más me hacen reír, son un mal ejemplo para otros estudiantes que puedan leer este libro, y para mis hijas que quizá algún día lean estas palabras, ya que debo confesar que fui un alumno un poco vago, y que tenía varios cómplices para complementar las vagancias, sin llegar a extremos, aclaro. Solo me basta decir que mis tres años en el Inglés Hidalgo estuvieron llenos de grandes vivencias personales y lograron que mi etapa de bachillerato fuera realmente inolvidable. Formé parte, dos de los tres años que estuve allí, de la sociedad de alumnos como encargado de actividades deportivas, lo cual me permitió organizar varios torneos de fútbol y de basquetbol, también conocí muchas hermosas mujeres y me casé con la más bella de todas las que he conocido en mi vida, formé grandes amistades -las cuales no solo conservo sino que he fomentado aún más-, organizamos buenos eventos y borracheras, llevamos varias serenatas, en fin, fueron grandes días que marcaron mi vida de una forma indudablemente positiva.
Así las cosas, debo decir que el Inglés Hidalgo forma parte indeleble de mi vida y de mis seres más cercanos. Tan solo en mi familia carnal tuvimos un acumulado de 13 años en el Colegio. Yo estuve toda la preparatoria y mis hermanos, César y Jorge, estudiaron 4 y 6 años, respectivamente, mientras que entre mi esposa y mis tres cuñados estuvieron un total de 20 años estudiando en el Colegio. De esa forma, empezando por mi cuñado mayor que entró en 1991 y terminando por mi cuñada menor que se graduó en el año 2007, son 17 años ininterrumpidos en que, entre mi familia carnal y mi familia política, he estado en permanente contacto, directo o indirecto, con esta noble institución.
Además de lo anterior, hace algunos años fui nombrado, en una especie de asamblea o reunión de exalumnos, como “Presidente de la Sociedad de Exalumnos” del Colegio Inglés Hidalgo y aunque desconozco si lo sigo siendo, he sido invitado varias veces a la ceremonia de graduación de los alumnos de la preparatoria para dirigirles unas palabras, en algo que para mí siempre es un gran honor y que seguiré haciendo siempre que me sea posible. De igual forma, estoy seguro que el Colegio Inglés Hidalgo seguirá apostándole a la gran calidad formativa desde los tres aspectos que mencioné, consolidándose como una gran opción para los padres que quieren poner a sus hijos en buenas manos.

SALVADOR ROMERO ESPINOSA