- UNA MIRADA IRREVERENTE A LA MADRE MODERNA DE TODAS LAS BATALLAS NAVIDEÑAS -
En estas fechas, y conforme mis hijas crecen, regresa el conflicto de tratar de explicarles quién y cómo trae los regalos navideños el día 25 de diciembre.
Definitivamente lo primero que se debe cuestionar uno es el valor de la tradición en sí, consistente en engañar a los pequeños diciéndoles que un “ser supremo” (Niño Dios o Santa Claus) se aparece mágicamente en las noches en cada casa entregando regalos a diestra y siniestra, de acuerdo a su comportamiento (y a su estrato social).
Partiendo de la experiencia propia, debo decir que ese sentimiento de presencia “celestial” era interesante, sui generis y hasta angustiante, pero también divertido. Si hubiera la forma de regresar el tiempo y tomar en este momento la decisión de informarles a mis padres si deseaba o no ser engañado con esa tradición, realmente no sabría qué decidir, puesto que muchas veces la ignorancia es una bendición en sí, y crecer cada año con esa expectativa de que iba a recibir regalos divinos era bastante emocionante e incluso un buen incentivo para tratar de comportarme mejor.
Sin embargo, no dejo de pensar que existe la posibilidad de causar un daño a los niños, al hacerles creer en cosas mágicas e inexistentes, haciéndoles que su pequeño cerebro considere real lo ilusorio durante mucho tiempo, y que muchas veces eso puede repercutir en su vida adulta. No puedo evitar preguntarme si no será ese el origen de que de mayores seamos tan susceptibles de creer en apariciones, fantasmas, brujas, hadas, duendes, gnomos, orbs, ángeles, vampiros, todo tipo de deidades, etc, etc. Porque el cerebro se moldea y nunca es tan receptivo como en nuestros primeros 6 años de vida, y es probable que la huella de haber hecho al niño creer en cosas invisibles, mágicas y divinas trayéndoles juguetes cada año, jamás se borre de su cerebro y lo deje susceptible de creer después en cosas imaginarias o, incluso, con la necesidad de hacerlo.
Claro, como niños nos emocionamos y le encontramos muchísimo más sentido a le época navideña viviendo con esa ilusión, pero no creo que se sepa todavía a ciencia cierta que tan alto es el precio que se debe de pagar por ese engaño y por esa ilusión, cuando se llega a la edad adulta. Quizá hasta sea una de las causas que retarde la madurez en muchas personas o también existe la posibilidad, aunque mi lógica me hacer verla más remota, de que el que se nos engañe diciéndonos que seres divinos son capaces de romper todas las leyes de la física (y la razón), entregando por sí solos decenas de millones de regalos en un par de horas, tenga efectos positivos y nos haga crecer como personas más felices y realizadas, en comparación con los “infelices” niños que nunca fueron engañados y que por ende nunca tuvieron ese sentimiento “divino”, de que el mismísimo dios (o su fiel sirviente) venían a traerles juguetes y regalos cada año.
Pero bueno, son cuestiones que como padre me he realizado últimamente, y aunque no he llegado a una conclusión sobre cómo proceder, y plenamente consciente de que ni mi esposa, ni mi familia, ni la sociedad me permitirían jamás la tamaña crueldad de no engañar a mis hijas con el tema de los “regalos divinos navideños”, procederé a la segunda parte de esta disertación: El Niño Dios o Santa Claus.
Esta disyuntiva nos mete a los padres en serios aprietos, porque aunque las tradiciones de poner “el nacimiento” en casa y en diversos lugares públicos, hasta el de realizar las pastorelas y posadas persiste en el país, y afortunadamente para la causa del Niño Dios, incluso en la mayoría de las escuelas “laicas” sigue utilizándose este tradicional ritual de la pastorela cada año, no menos cierto es que la mercadotecnia que rodea a Santa Claus es realmente avasallante.
En ese tenor, en términos prácticos tenemos sobre este imaginario cuadrilátero por una parte al nacimiento y a la pastorela, y por la otra toda la comercialización y mercadotecnia que rodea al siempre simpático gordito, que va desde decenas de películas, caricaturas, enormes afiches, juguetes, peluches, renos, comerciales e historietas, hasta la presencia del mismísimo Santa Claus en las calles y centros comerciales.
Así las cosas, ¿Cómo explicarle al niño que ese tierno gordinflón que canta hermosas canciones en decenas de películas no le va a traer sus juguetes?, ¿Cómo explicarle que el Santa Claus con el que se tomó la foto en la plaza comercial no le llevará sus juguetes porque solo trabaja en Estados Unidos? No solo tenemos que engañar al menor con el mito de que un ser divino vendrá en la noche a traerle juguetes, sino además tenemos que decirle que no será el de su elección. A veces me suena como un toque adicional -injusto y cruel- al mito.
Este tipo de cuestiones me hace reflexionar sobre el papel de la Iglesia Católica, que con tanto dinero que tiene bien pudiera considerar asociarse con Disney e invertir decenas de millones de dólares en alguna súper-producción “hollywoodesca” que enalteciera el papel del Niño Dios en la Navidad, con un trama muy básico en el cual llegara el Niñito Dios al Polo Norte y empezara a darle instrucciones a Santa Claus sobre cómo hacer las cosas, con el estilo que cualquier empleador capitalista suele utilizar con sus empleados, y que luego saliera disparado a salvar la Navidad de algún poderoso Grinch o mejor aún, del mismísimo Lucifer en una batalla épica, apoyado de algún grupo de niños que cantara hermosos y pegajosos villancicos con impresionantes coreografías y efectos especiales en diversos momentos de la filmación.
Con una película así, el Vaticano nos ayudaría mucho a los padres cuando tratáramos de explicar a nuestros hijos tres cuestiones básicas para robustecer a la figura del Niño Dios en lo particular, y La Mentira Navideña en lo general, a saber: Uno, que el Niñito Dios y Santa Claus trabajan de manera conjunta; dos, que Santa Claus es empleado (el gato pues) del Niñito Dios; y tres, que el Niñito Dios también es “cool” así como el verdadero salvador y héroe de la Navidad.
Evidentemente, con todos estos toques de corte pagano, el Vaticano no podría aceptar que financió una cosa así, por lo que deberán de buscar (o utilizar) algún truco para que no quede rastro de dónde salió el dinero (no creo que les cueste mucho trabajo). Sobre los costos de este tipo de producción no creo que tampoco tengan problema alguno, si tan solo para proteger a los sacerdotes pedófilos de Boston y a su obispo Bernard Law gastaron 85 millones de dólares hace unos años, no creo que no puedan gastar una suma similar en fortalecer la figura del Niño Dios frente a Santa Claus, aunque quizá también sería prudente que no salieran demasiados sacerdotes de la orden de los Legionarios de Cristo en la película, para evitar tentaciones innecesarias en ellos.
Pero volviendo al tema monetario, si la producción es lo suficientemente buena o convincente, hasta pudieran recuperar todo el gasto invertido, ya que desde las taquillas abarrotadas, hasta la comercialización de toda la parafernalia que rodea este tipo de superproducciones, como: golosinas, pizzas, hamburguesas, refrescos, peluches, juegos de mesa y por supuesto juguetes –imagínense a Hasbro produciendo decenas de millones de niñitos dioses y luciferitos action figures-. Todos los niños querrían tener su Niñito Dios de juguete y muchos padres serían profundamente felices viendo como sus hijos juegan a “darle en su madre” a Satanás con su Niñito Dios.
Finalmente quiero cerrar diciendo que todo este ensayo carece de fundamentos científicos y teológicos, y que por tanto carece de seriedad alguna en los campos de la religión y de la ciencia. Su objeto no es otro que desahogar con un poco de sentido del humor e irreverencia, los sentimientos de un padre envuelto en esta lucha de la lógica contra capitalismo, del capitalismo contra la ortodoxia, y de la lógica contra la ortodoxia, mientras busca la mejor manera de criar a sus hijas.