Acabamos de pasar por una difícil situación familiar, ya que mi hija mayor, de cuatro años, estuvo siete días enferma, de los cuales, cuatro días pasó hospitalizada producto de un par de infecciones en la garganta y oído, combinadas con un rotavirus atípico.
Ahora que todo parece arreglado, no me queda más que reflexionar sobre lo importante que son mis hijas para mí, en lo particular, y de la familia en lo general.
Creo que todo ser vivo tiene el instinto de la supervivencia profundamente arraigado dentro de sí (de otra forma no sería lógica su existencia), y sin embargo, actualmente parece que existen más y más personas que están renunciando a ella por una gran diversidad de razones que no pretendo analizar en este momento. Dada la cantidad de personas que habitamos el Mundo (cerca de 7,000 millones al cierre del 2010), esta renuncia masiva a la reproducción no representa un gran impacto global. Sin embargo, a nivel regional, algunos países están sufriendo una verdadera especie de extinción de su “raza”, ya que han renunciado a la procreación. Sin embargo, no es para analizar ese fenómeno que escribo este post.
Su finalidad es hacer constancia escrita de lo importante que son para mí, mis hijas, mi esposa y mi familia. Ellas son la razón que me impulsa a ser mejor persona y mejor en mi trabajo, la razón que me hace echarle muchas ganas a todo lo que hago, la razón por la cual vale la pena trabajar, la razón por la cual vale la pena hacer grandes sacrificios, la razón por la cual vale la pena dejar de pensar en mi y desprenderme un poco del egoísmo, hedonismo y materialismo tan profundamente arraigado en mi cultura y mi generación.
Cuando te das cuenta de lo delicada que es la vida, y que en cualquier momento y por cualquier causa puedes morir o perder a algún miembro de tu familia, te das cuenta que su presencia es lo más importante que tienes y que debemos aprovechar a los hijos brindándoles Tiempo de Calidad. La cantidad de tiempo puede variar mucho, pero la calidad es sin duda mucho más importante. Disfrutar su crecimiento, su primera palabra, su primer paso, su primera sonrisa, su primer "papá", su primera letra escrita, su primera suma, etc., son momentos incuantificables en dinero y que difícilmente atestigua un padre descuidado.
El otro día, recuerdo que estaba reflexionando sobre lo mucho que quiero a mis hijas, y me imaginaba en situaciones difíciles como un secuestro. Pensando, por ejemplo, en un escenario de tu vida contra la de alguna de ellas, llegué a la inmediata conclusión, de que sin dudarlo daría mi vida. Pero supuse también otro escenario, uno que –increíblemente para mí- sucede comúnmente en muchos lugares del Planeta, en que me ofrecieran dinero por una de mis hijas (por ejemplo, para llevársela a otro país y explotarla, prostituirla, sacarle los órganos y/o matarla). Me reí de solo pensarlo, evidentemente jamás lo haría, ni por 1 peso, ni por un millón, ni por $55,000 millones de dólares (es decir, lo suficiente para ser el hombre más rico del Mundo). No hay ideal, oro, dinero, propiedades o riqueza en el Planeta que yo cambiaría por alguna de mis hijas.
A partir de esa reflexión me vinieron otras dos a la cabeza. La primera es la notoria influencia de la cultura sobre un ser humano. Es decir, siendo yo un homo sapiens prefiero morir antes de hacer algo que otro homo sapiens haría por unos cuantos pesos. Y sin embargo, genética y biológicamente la misma especie. Es casi tan cercano como encontrar a un homo sapiens que respira aire y a otro que respire agua... Realmente me resulta impactante como esa "maleabilidad" que nos permitió "conquistar" el Planeta y superar condiciones extremadamente adversas a lo largo de la historia de nuestra especie, nos permite también ser tan diferentes según el entorno cultural en el que vivamos.
La segunda reflexión también me dejó impactado. Al igual que yo, creo que somos millones de padres que daríamos la vida por la de nuestros hijos, y que jamás los venderíamos o cambiaríamos por ninguna fortuna. Sin embargo, muchas veces por realizar actividades sin importancia o innecesarias dejamos de estar con ellos, dejamos de jugar con ellos, de ver una película con ellos, de leerles un libro, de llevarlos al parque, de platicar con ellos, de escucharlos, de conversar con ellos, de admirar sus primeros pasos y palabras, de hacer la tarea con ellos, etc., etc. Me pareció algo hasta cierto punto incongruente, ya que si bien es cierto no podemos vivir como calcomanías de nuestros hijos (aún suponiendo que no tuviéramos la necesidad de trabajar para mantenerlos), no menos cierto es que, muchas veces por distraernos o, incluso, por ganar unos cuantos pesos de más (ya no necesarios para la supervivencia de la familia, sino para nuestros lujos materiales), sacrificamos a cuenta gotas lo que nunca haríamos de un solo golpe: la oportunidad de tener, educar y disfrutar a nuestros hijos.
No estoy diciendo que un padre debe renunciar a disfrutar la vida, ni que jamás deba pasar tiempo de solaz y esparcimiento sin sus hijos a un lado, pero muchas veces desperdiciamos valioso tiempo para disfrutar y convivir con nuestros hijos por cosas inocuas, como ver las noticias, por ejemplo.
Este año que he tenido que viajar constantemente por trabajo, he aprendido a pasar Tiempo de Calidad con mis hijas, y creo que las conozco, aprecio y valoro más que cuando podía estar diariamente con ellas. Ahora valoro tanto esos pequeños detalles, como prepararles su “bibi” de las noches y llevarlas a acostar, que hasta me siento agradecido de haber tenido la oportunidad de dejar de verlas para valorarlas mucho más. Me he dado cuenta, que con pequeños detalles, que con una hora que se les dedique prestándoles absoluta atención, vale más que estar 10 horas con ellas en la casa y a un lado mío sin prestarles atención.
Evidentemente, la felicidad de mis hijas y de mi familia no estaría completa sin la intervención y el papel trascendental que desempeña una madre en su educación. En ese sentido, fui muy afortunado en haber sido elegido por una mujer maravillosa que me permitió la dicha de ser el padre de sus hijas.
Saludos!