lunes, 1 de mayo de 2006

La Desconfianza en el Gobierno: ¿Vale la pena Votar?

LA DESCONFIANZA EN EL GOBIERNO:
¿VALE LA PENA VOTAR?


Ensayo participante en el Noveno Certamen Nacional "Francisco I. Madero"
convocado en el año 
2004 por el
Instituto Federal Electoral.

INTRODUCCIÓN
En un Estado verdaderamente libre,
el pensamiento y la palabra deben ser libres
- Suetonio


Existen muchas posibles vertientes para tratar el tema de la evidente falta de confianza y desilusión en el Gobierno y en las instituciones públicas por parte de la población. Sin duda, todos los sub-temas que pueden derivarse de este tema principal, son objeto de ser ampliamente desarrollados y es básicamente imposible tratarlos todos –al menos con cierta profundidad- en un solo ensayo.
Ahora que faltan poco menos de un mes para las elecciones presidenciales en México[1], y que en muchos sectores de la población reina una total desconfianza en las instituciones públicas municipales, estatales y federales, aderezado por el desconcierto y la “decepción democrática”, producto de las aparentemente nulas consecuencias de “la alternancia” o del dichoso “cambio”, me parece que es un buen momento para retomar el análisis de dicha desconfianza, porque creo que la solución de todo problema debe estar precedida por un conocimiento de sus raíces, de sus orígenes; y quiero aportar mi “granito de arena” dejando un precedente para todos aquellos que algún día se interesen en estudiar y solucionar -aunque solo sea en parte- el problema.
Por eso, en este ensayo me concentraré exclusivamente en el tratado de los temas relativos al origen y causas de la desconfianza generalizada que impera en el sentir de gran parte de los mexicanos[2] para con su gobierno y sus instituciones públicas, especialmente en los aspectos que considero más importantes y que deben solventarse antes de poder sentar los cimientos de una sociedad mexicana conformada por personas que puedan confiar más o, en ciertos casos, algo, en sus instituciones públicas y sus gobernantes. Estoy convencido que sí es posible mejorar la confianza que el ciudadano común tiene en las instituciones públicas –de lo contrario no hubiera considerado nunca escribir este ensayo, ni tampoco trabajaría en la administración pública- sin embargo, no creo posible que existan “fórmulas mágicas” para solucionar de un día para otro el problema de la desconfianza del mexicano en su gobierno y tampoco creo que la panacea consista en limitarnos a reconocer que el problema existe.
En razón de eso, considero temerario escribir un ensayo que proponga recetas o soluciones inmediatas al problema de falta de confianza en las instituciones públicas, sin tratar de identificar primero el fondo de la cuestión que nos ocupa, y que para tal efecto creo que podemos partir de dos preguntas generales: ¿Por qué los mexicanos -en general- no confiamos en nuestras instituciones públicas? y, en todo caso, ¿por qué las instituciones públicas no han sido dignas de ganarse nuestra confianza?

IDENTIFICANDO EL PROBLEMA
Me parece que la civilización
tiende más a refinar el vicio
que a perfeccionar la virtud.
- Edmond Thiaudière


Creo que el problema de la falta de confianza en las instituciones públicas es un problema profundo y de carácter eminentemente social, cuyo origen, valga la redundancia, es precisamente nuestra sociedad. Pienso que –según lo justificaré más adelante- antes de poder gozar de instituciones públicas intachables, dignas de confianza y rebosantes de ética, primero debemos cambiar nuestra idiosincrasia y nuestra percepción que del Estado tenemos la gran mayoría de los mexicanos -independientemente de nuestro sexo, estado civil, edad, profesión o lugar de residencia- como integrantes de una Nación democrática. Considero que la corrupción y la desconfianza son como un virus, y que dicho virus ha contagiado la sangre de todos los mexicanos, de tal forma que, como sucede con muchas enfermedades crónicas, se acostumbra uno a vivir con ellas, hasta el punto en que deja de notar que las consecuencias de dicha enfermedad son en realidad anormalidades, o peor aún, dejando de notar que se está enfermo. De esa forma considero la corrupción y la desconfianza, como un virus que ha contagiado a toda la población desde hace siglos, gestándose hace muchísimas generaciones, y transmitiéndose hereditariamente, de tal forma que el daño ocasionado no puede revertirse con programas de transparencia, a través de una campaña publicitaria en medios masivos de comunicación o dando unas cuantas pláticas sobre ética a los servidores públicos o trabajadores en general.
Considero que en este momento nuestra sociedad, pensada como un “todo” y representada por ese imaginario cuerpo humano infectado, está débil y a punto de tener una fuerte recaída en las próximas elecciones presidenciales por carecer, en términos generales, de confianza y de valores éticos y morales. En mi opinión, la forma en que dicha “enfermedad” se manifestará en los próximos días y hasta el 2 de julio del año 2006 dependerá del grupo social afectado por el “virus de la desconfianza y de la falta de ética”, y a continuación propongo algunos ejemplos muy generales: En las más altas esferas sociales y empresariales se manifestará principalmente con grandes apoyos económicos al partido o político que consideren los hará conservar sus riquezas y, en caso de gozarlas, sus prerrogativas. En la clase media apolítica se manifestará principalmente con síntomas tales como el hartazgo en las cuestiones políticas, desconocimiento y falta de interés en los verdaderos problemas públicos y, finalmente, abstencionismo en las urnas. En la clase obrero/sindical se manifestará con apoyo multitudinario, ciego, forzado y acrítico al candidato o candidatos que apoyen sus acaudalados líderes, tanto en la campaña como en las urnas. En la clase más pobre se manifestará con grandes movilizaciones a favor del candidato que logre venderse como el nuevo Mesías de los pobres y desprotegidos, el que ofrezca mayores “estímulos” para asistir al mitin y que a su vez les prometa el mayor número de prerrogativas simplonas y populistas.
Empero, el problema de la falta de confianza en las instituciones públicas es tan profundo que antes de poder solucionarlo de fondo, debemos detectar cuáles son las causas que lo mantienen persistente y consistente, buscando todas las fuentes que originan dicha desconfianza. Una vez detectados los orígenes de la desconfianza y de la corrupción, debemos proceder a erradicarlos o disminuirlos sensiblemente y, únicamente hasta que se hayan detectado y erradicado dichas fuentes de corrupción y de falta de ética, se podrá efectivamente proceder a establecer programas y políticas que permitan el establecimiento –o la conservación[3]- de instituciones públicas confiables para los ciudadanos.

LA DESCONFIANZA HEREDADA
De tal padre, tal hijo.
- Refrán

Es interesante comparar la definición “formal” de la definición “social” o “común” de un mismo concepto. En nuestro país no solo es triste, sino alarmante, los grados de desconfianza que ha alcanzado la sociedad mexicana respecto a sus instituciones públicas. Desconfianza que desgraciadamente se transmite de generación en generación. ¿Cuántos niños[4] no habrán escuchado de sus padres o adultos cercanos expresiones como “todo es culpa del pinche gobierno”, “los políticos solo buscan la manera de sacarnos más dinero” o alguna frase parecida? ¿Cuántos de nosotros no escuchamos de niños hablar de “los mordelones”[5] o “las ratas”, sin entender plenamente la razón del mote? ¿Cuántos niños no han crecido escuchando que sus gobernantes son unos “abusivos”, unos “transas”, “una bola de corruptos”, “unos huevones” o algo peor?... Contra estas herencias sociales, ¿Cuántos pueden aceptar, cuando crecen, la posibilidad de que existan instituciones públicas y personas que las integren dignas de confianza y respeto? La respuesta es obvia.
La desconfianza en las instituciones públicas y sus representantes se agrava cuando los  mexicanos tenemos nuestro primer encuentro con la autoridad, al menos el primero que recordamos, pues dicho primer encuentro personalísimo y directo con una autoridad –generalmente en la juventud- se da por regla general[6] en las siguientes circunstancias, a saber: 1. Para tramitar la cartilla militar, que si bien –hasta donde sé- es todavía trámite exclusivo de los varones, generalmente suele –o al menos solía- ser un trámite largo, penumbroso y exhaustivo. 2. Por haber cometido alguna falta administrativa, como besar a la novia o ingerir bebidas alcohólicas en la vía pública. 3. Por realizar el trámite de algún otro documento oficial, como licencia de conducir, pasaporte o credencial de elector; y 4. Por haber cometido alguna infracción de tránsito. Y tú lector ¿Recuerdas el primer contacto personal y directo que tuviste con la autoridad?
Además, de acuerdo al sentir general y a la experiencia propia, gran parte de los casos mencionados son agravados por la lentitud del trámite o por la prepotencia de la autoridad con que se tiene contacto directo por vez primera, lo cual únicamente aumenta la desconfianza y el rencor contra las instituciones públicas y quienes las representan, amén de que aparezca o no la mordida en dicho encuentro.
Después de estas primeras vivencias, casi siempre juveniles, todo lo que escuchamos de niños se confirma y se refuerza en nuestra mente, idea que a muchos les perdura hasta que mueren, idea que además heredan a sus hijos, sobrinos, nietos, etc. perpetuándose así la cadena hereditaria de la desconfianza hacía las instituciones públicas y las personas que en ellas laboran.
Además de ello, no es secreto para nadie que uno de los temas más explotados por los grupos de rock y otros muchos géneros musicales, es el de odio y repugnancia al gobierno, de hecho en nuestro país, uno de esos grupos denominado “Molotov” tuvo el primer lugar de las listas de éxitos, escuchándose varios meses en todas las estaciones de radio juveniles su tema “Give me the power”, que entre otras cosas señala que “Hay que arrancar el problema de raíz, y cambiar al gobierno de nuestro país, a esa gente que está en la burocracia, a esa gente, que le gustan las migajas. Yo por eso me quejo y me quejo, porque aquí es donde vivo yo ya no soy un pendejo, que no wachas (sic) los puestos del gobierno, hay personas que se están enriqueciendo.”. Como este ejemplo, tenemos cientos, y casi no existe grupo de rock o juvenil que no tenga en su haber una canción que lance consignas contra el gobierno y/o los gobernantes; por lo que pocas personas hay que no recuerden haber escuchado y hasta disfrutado de una canción del referido estilo, eso sin hablar de los narcocorridos, en donde el héroe es el narcotraficante y los malos son la autoridad y “la Ley”. Con esto, sólo se refuerza el odio y rencor de los jóvenes hacia un gobierno con el que muchas veces todavía no han tenido su primer contacto directo, generándose con ello un prejuicio muchas veces insalvable, ya que las consecuencias psicológicas de los prejuicios, pueden ser un factor insuperable en la percepción que una persona pueda tener respecto a otra o respecto a una idea  u objeto cualquiera.


LA INSTITUCIÓN FAMILIAR DEBILITADA

La patria, posiblemente, es como la familia:
sólo sentimos su valor cuando la perdemos.
 Gustave Flaubert

Por si el problema de la desconfianza heredada no fuera suficiente, en las últimas décadas nuestro país está sufriendo un padecimiento todavía más terrible que el tener familias que heredan desconfianza: el no tener familias o tener familias desintegradas. Evidentemente todos sin excepción tenemos padre y madre –aunque muchos dudemos que algunos individuos hayan tenido a la segunda y que otros desconozcan al primero-, sin embargo, en años recientes ha aumentado significativamente el número de divorcios en nuestro país, con la consecuencia directa de más niños y adolescentes creciendo en familias desunidas o llenas de problemas como la violencia y el maltrato. La familia es la base de la educación ética y moral de toda persona y, aunque no siempre es así, en las familias en las que existe falta de amor, respeto y  cariño, se tienden a disminuir los valores familiares en sus integrantes y, por ende, los de toda nuestra sociedad.
Así pues, debiéramos todos de preocuparnos por fomentar el valor de la institución familiar, debiéramos interesarnos e involucrarnos de manera más activa en promover la necesidad de familias unidas, pues en ellas se gestan y educan los adultos del mañana y, al verse resquebrajada esta institución, aumenta la probabilidad de que se vean resquebrajados los valores éticos de muchos de los que algún día serán ciudadanos mexicanos y, tal vez, nuestros gobernantes. Y conste que no estoy hablando de familias tradicionales, sino de familias que fomenten valor y respeto, sin importar si solo están formadas por una madre y un hijo.
La institución familiar, es tan inherente al ser humano como el aroma es inherente a la flor. Desde que se tiene conocimiento de la existencia del ser humano tal y como lo conocemos[7] -hace más de 150,000 años- su estructura social se ha fundado en la familia; es verdad, ha habido familias que han tenido muy variados estilos de organización, pero conservándose en casi todos los casos la estructura básica de un hombre y una mujer con crías perfectamente identificables con sus correspondientes padres: familia denominada por la sociología como “familia nuclear”. Esta institución ayudó a que el Hombre[8] pudiera sobrevivir primero[9], y desarrollarse en el pensamiento complejo después, pues contribuyó enormemente a que se perpetuaran los conocimientos adquiridos por anteriores generaciones, incrementándose un poco el conocimiento en cada generación, hasta llegar a la concepción de grandes inventos como el lenguaje, la escritura, la agricultura, la rueda, el automóvil, el avión, la energía atómica, etcétera, etcétera, que de ninguna forma hubieran sido posibles sin esa –muchas veces imperceptible e irrastreable-  transmisión de conocimientos de padre a hijos durante decenas de miles de años.
Pues bien, esa familia que permitió el desarrollo de la humanidad, es ahora una institución pasada de moda que muchos parecen olvidar, una institución que sus integrantes están dispuestos a abandonar al primer conflicto, al primer revés, a la primera desilusión. Para muchos padres los hijos son un deber que cumplir, se les envía a la escuela (llamada guardería) desde los 3 meses de edad y se les da seguimiento a su educación mínimo hasta sus 22 años, en que terminen sus estudios universitarios. La escuela suple así cada vez más a los padres en la histórica transmisión de conocimientos… y de valores. Muchos salvan esto, conviviendo en las tardes con sus hermanos y alguno o ambos padres; muchos otros, sin embargo, son hijos únicos con padres divorciados o que trabajan demasiado, y pasan sus tardes frente a un monitor, convirtiéndose éste en su principal fuente de conocimientos extra-escolares. La educación moral y ética queda pues, en mano de maestros, compañeros, programas televisivos, la Internet, los videojuegos y, en el mejor de los casos, de los libros. La educación ética y moral, que únicamente puede aprenderse del ejemplo, queda prácticamente ausente así de la vida de los menores, pues los ejemplos no los viven en carne propia, sino impersonalmente a través de los medios ya comentados. Después de un tiempo, los hijos pueden llegar a perder el respeto a sus padres, e incluso el afecto, considerándolos más como un lastre y una fuente de provisiones, que sus primeros y más grandes maestros. La falta de educación y respeto cada vez mayor de los hijos a sus padres es una clara muestra de ello.
Así, se pueden aprender también a través del televisor, la Internet y los videojuegos entre otras cosas: que todos los gobernantes son malos y/o estúpidos[10], que la promiscuidad es normal, que el cuerpo humano desnudo es cosa prohibida, que consumir alcohol es sinónimo de éxito económico y sexual, que la violencia y los homicidios son cosa normal y común en este mundo, y que alguien afortunado y “digno de respeto” está disfrutando de la protección que ofrecen ciertos condones mientras que ellos simplemente ven la televisión, etcétera. Por ello, considero que aún peor que heredar desconfianza de tu familia, es no tener esa familia que te la herede, por las consecuencias que ello representa, y heredarla de otro tipo de fuentes todavía más nocivas en la mayoría de los casos.

LA MORDIDA
Lo que consideramos como justicia es con mucha
frecuencia una injusticia cometida en favor nuestro.
-
Reveillere


Tarde o temprano, aunque generalmente aunada a nuestros primeros contactos con las instituciones públicas, aparece una figura definida típicamente en México como: “La Mordida”. La mordida no es otra cosa que un soborno. De hecho la Real Academia Española la define en su diccionario como: “3. Am. Provecho o dinero obtenido de un particular por un funcionario o empleado, con abuso de las atribuciones de su cargo. || 4. Am. Fruto de cohechos o sobornos.”, por lo cual al escribir sobre la mordida ya ni siquiera es necesario entrecomillarla.
Ahora bien, ¿qué mexicano mayor de edad –habiendo tenido la oportunidad de hacerlo- nunca ha dado o intentado dar, alguna mordida en su vida?, ¿qué mexicano mayor de edad –habiendo tenido la oportunidad de hacerlo- nunca se ha beneficiado, o intentado hacerlo, de la ayuda de algún conocido o funcionario para agilizar o evitarse un trámite cualquiera? No lo sé exactamente, pero sospecho fundadamente[11] que el porcentaje de mexicanos que honestamente respondan que “no” a ambas preguntas, en ningún caso será superior al 5 o 10 por ciento, lo cual nos habla de lo avanzado que está “el virus de la corrupción” en nuestra sociedad, y para muestra “un botón”: ¿Qué respondes tú, lector, a esas preguntas?
Lo peor de todo es nuestra reacción y nuestra hipocresía ante la mordida, nos molestamos por prestarnos, de propia voluntad, al juego de la corrupción y después acusamos a las autoridades de corruptas y abusivas. A pesar de que he visto o sabido de muchos agentes de vialidad que se “arreglan” con los automovilistas[12], nunca he visto a ningún agente apuntándole con una pistola en la cabeza al infractor, con objeto de que le entregue el soborno correspondiente, lejos de eso, he visto infractores suplicar por llegar al arreglo; al grado que las prácticas corruptas más populares, que implican la entrega de una mordida a la autoridad, son propiciadas la mayoría de las veces por los propios ciudadanos[13].
Si doña Sor Juana Inés de la Cruz hubiera vivido en nuestros días, al ver esta gran hipocresía y falta de ética de los ciudadanos y las autoridades gubernamentales, seguramente reescribiría algunas estrofas de su gran obra “Redondillas” para dejarlas más o menos así:

Ciudadanos necios que acusáis
al gobierno, sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;.

Si con ansia sin igual
solicitan que se presten,
¿por qué queréis que obre bien
si lo incitáis al mal?

Combatís su resistencia
Y luego, con gravedad,
Decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.
¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?
¿O cuál es de más culpar,
aunque cualquiera mal haga,
el funcionario que peca por la paga
o el ciudadano que paga por pecar?

¿Pues, para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queramos al gobierno como lo hacemos
o hagámoslo como lo buscamos.

¿Será?...

MEXICANOS DESCONFIADOS
Piensa mal y acertarás.
- Refrán

Insisto en que para proponer soluciones reales al problema, primero necesitamos medir o considerar la verdadera magnitud de la falta de confianza del ciudadano mexicano en sus instituciones públicas. Considero que un paso importante a seguir es analizar si dichas instituciones son la única entidad o las únicas entidades de las cuáles desconfía un mexicano común. Pienso que no es así, estoy fundadamente convencido que los mexicanos desconfiamos de nuestras instituciones públicas casi tanto como desconfiamos del resto de las personas[14]. Al hablar del tema de la falta de confianza en las instituciones públicas, creo que no podemos pasar por alto que el mexicano promedio también desconfía, muchas veces y entre otros(as), de:
·         Sus vecinos;
·         De la empresa que le presta el servicio telefónico (¿Quién no ha sospechado que le han cobrado más llamadas de las que realmente ha realizado?);
·         De la empresa que le vende gas (Y si no desconfía empiece a hacerlo, que hay muchas pruebas de la PROFECO de demuestran que estos señores no siempre venden “litros de a litro”);
·         De las gasolineras donde carga combustible para su auto (¿A quién no le ha parecido raro que le quepan tantos “litros” al tanque de su automóvil?);
·         De las instituciones bancarias (No es necesario abundar en este rubro);
·         De los talleres y/o agencias de automóviles (¿Quién no ha pensado que le están cobrando varios miles de pesos por no haberle hecho nada al carro? ¿Quién no prefiere presenciar el momento en que le cambian el aceite a su carro... por si las dudas?);
·         Del taquero de la esquina (¿Quién no ha oído hablar de la existencia o sospechado haber probado los famosos tacos de pastor… alemán cruzado con callejero?);
·         Del barman (¿Quién no ha sospechado haber recibido aguardiente por tequila o “presidente” por cognac?);
·         De los cientos de productos “milagrosos” que abundan en todos lados (Aquí las sospechas son más que evidentes);
·         De los medios de comunicación y sus encuestas (¿Nadie ha oído o dicho: “Claro, como no van a decir eso si ese periódico o ese medio está controlado por el gobierno o por tal partido”?);
·         De su abogado (¿Quién no ha escuchado la expresión, “seguro que mi abogado ya se vendió”?);
·         De sus socios o compañeros de trabajo;
·         Del líder sindical (¿Cuántos sindicalizados realmente confían plenamente en su líder?);
·         De su inquilino o de su arrendador (El que haya intentado arrendar un inmueble sabrá de lo que estoy hablando.)
·         De la empleada doméstica (¿A quién se culpa cada que se pierde algo en casa?);
·         De las iglesias y sus predicadores (¿Cuántos sermones y políticas eclesiásticas hemos sospechado que solo buscan la limosna cuantiosa?)
·         De su médico (¿Cuántas cesáreas serán realmente necesarias?);
·         De su cónyuge o pareja (Quizás sea éste es el caso más raro de todos… ajá); y,
·         Algunas veces, hasta de su propio perro… (me reservo ejemplos)

Es reveladora y preocupante la encuesta del Instituto Ciudadano de Estudios sobre Inseguridad, según la cual, actualmente el 47% de los mexicanos viven sintiéndose inseguros y desconfiados[15]. Cada día es más común que los mexicanos nos sintamos impotentes y nos resignemos a ser estafados o defraudados, quedándonos sólo el consuelo de que a otros conocidos nuestros les ha ido peor y/o que algún día nosotros mismos ya hemos engañado o estafado a alguien; convirtiéndose esto en un círculo vicioso que tiene ya proporciones descomunales y consecuencias terribles y palpables en toda nuestra sociedad.
Así las cosas, antes de seguir adelante debemos preguntarnos: ¿Es posible revertir la falta de confianza del mexicano en sus instituciones públicas con el simple establecimiento de programas de honestidad o instituciones de transparencia? ¿Es posible que el ciudadano mexicano siga desconfiando de casi todo, excepto, de sus instituciones públicas y sus gobernantes? Yo creo que no, yo creo que el cambio debe ser general, creo que el cambio no puede darse de la noche a la mañana, ni solo en forma parcial. Sin embargo, también creo que las instituciones públicas están obligadas a poner el ejemplo, sin importar que aún dando dicho ejemplo, quizás, no se confíe plenamente en ellas y menos de manera inmediata. El problema de la desconfianza en México es parecido al problema de un barco que se hunde, y creo que enfocar la mayor parte de los recursos gubernamentales en inculcar la confianza en las instituciones públicas sin antes resolver el problema de fondo, sin disminuir los exorbitantes índices de impunidad, sin eficientar la impartición de justicia en todos sus niveles, sin aumentar la seguridad en las calles, por ejemplo, es tanto como enfocar todas las fuerzas en sacar el agua de dicho barco a cubetazos y no hacer nada para tapar el agujero por el cual se está filtrando el agua a la embarcación; corriendo nuestra nación el riesgo de sucumbir ante la crisis de la desconfianza generalizada, por no atacarse el problema de fondo.
Ahora bien, rezan los refranes populares que: “El león cree que todos son de su condición” y que “La burra no era arisca, la hicieron”. Es un hecho que la mayoría de los mexicanos somos desconfiados porque también somos deshonestos y/o porque ya hemos sido víctima de algún acto deshonesto en nuestra contra. Personalmente he conocido personas que si encuentran un teléfono celular[16] en algún lugar público, prefieren decir que “ya les tocaba…” antes de devolverlo, o bien, que aleguen que si ellos hubieran perdido el suyo nadie se los hubiera devuelto[17]. En un estudio publicado hace no mucho por una revista de circulación nacional[18], se realizaron ejercicios de “pérdidas accidentales” de carteras en escuelas primarias y secundarias de diferentes entidades del País. Dicho estudio arrojó cifras alarmantes y reveladoras, tanto así que, en estados como Hermosillo o Toluca apenas 13 y 15 –respectivamente- de cada 100 carteras tiradas al suelo a propósito, fueron devueltas a su dueño por el niño-adolescente que la recogió. Si este tipo de prácticas -verdaderamente deshonestas- son comunes entre gente normal[19] y apenas en su pubertad, ¿qué podemos esperar de los adultos o de los que habitualmente se dedican a estafar gente?, ¿qué nos queda hacer como mexicanos ante esta falta de honestidad?: ¿Comprarnos un rifle? ¿Transar para avanzar? o ¿qué?
Sin duda, el problema de la desconfianza y de falta de ética está presente en todos y cada uno de los mexicanos, al grado que cuando un taxista o un policía encuentra algo de cierto valor, digamos más de cinco o diez mil pesos, y se decide a devolverlos a su dueño, éste hecho se convierte en noticia importante, se entrevista a la persona en los noticieros de cadena nacional, cuando en otros países quizás se trate de un acto imperceptible por normal.
Me pregunto si algún grupo editorial se atrevería a vender periódicos en recipientes transparentes, como en varios países desarrollados, en donde el comprador deposita su moneda, toma un periódico y cierra la urna de nuevo, y si digo “me pregunto” es por ironía, ya que conozco de antemano la respuesta. Me pregunto cuantas tiendas puede haber en este país como en otros países, en donde la caja está al fondo y no hay nadie vigilando la entrada; una vez más creo conocer perfectamente la respuesta.


EL IMPACTO ECONÓMICO
¿Cuál es el mejor gobierno?
El que nos enseña a gobernarnos
a nosotros mismos.
- Johann W. Goethe

Creo que una de las principales razones por las cuales nuestro país no se desarrolla económicamente, es precisamente la falta de confianza entre los mexicanos y la falta de ética de los mexicanos. Se han analizado ya los desastrosos efectos de la corrupción en la economía de un país, sin embargo, estoy cada vez más convencido de que en nuestro país, nuestra economía tampoco crecería mucho aunque nuestro gobierno fuera el gobierno menos corrupto de todo los países del mundo.
Porque supongamos que por arte de magia, nuestros gobernantes dejaran de ser mexicanos, dejaran de ser “uno de nosotros”, dejaran de ser nuestros padres, primos, amigos, compadres, hermanos, conocidos, cuñados, vecinos, etc. y fueran como muchos se los imaginan: de otro mundo; pero al revés, es decir, en sentido positivo. Me explico: muchas personas creen que los gobernantes “son malos”, son corruptos, no tienen ética, son “unos ratas”, “unos cerdos”, etc. como si fueran de otro planeta, y olvidan que son mexicanos y que se criaron en familias mexicanas, estudiaron en escuelas mexicanas, jugaron en parques mexicanos, etc. Bueno, supongamos ahora que por un milagro los gobernantes de México efectivamente se vuelvan mañana de otro planeta… pero para bien. Pensemos que todos los gobernantes amanecen el día de mañana revestidos de una conciencia, una rectitud y un actuar ético parecido al de Karol Wojtyla o Mohandas Karamchand Gandhi. Si fueran solo los de primer nivel, no durarían ni dos o tres meses antes de ser derrocados o asesinados, pero si fueran todos los burócratas de México, entonces probablemente habría primero una guerra civil, antes de que la economía avanzara al primer mundo, como muchos piensan.
Simplemente imaginémonos que a partir de mañana se detuviera y enjuiciara, o infraccionara, a todos los que manejan con más de tres cervezas encima, que no respetan los límites de velocidad, que ofrecen mordidas, que pagan menos impuestos de los debidos, que compran cualquier tipo de piratería, cuyos establecimientos violentan los ordenamientos en materia de salubridad, que manejan sin licencia, que injieren bebidas alcohólicas en la vía pública, que consumen drogas o que se despidieran a todos los que realizan actividades extra-laborales en sus horas laborales. Sería un cambio drástico en las vidas de muchísimos mexicanos, un cambio que el país no podría soportar por falta de infraestructura, de policías, de cárceles, de folios, de mentalidad, de actitud, de idiosincrasia, etc.
Con este ejemplo creo que queda claro que si todos nuestros gobernantes, si todos nuestros burócratas cambiaran de la noche a la mañana, el País no tendría la infraestructura material ni moral para soportar gobernantes honestos. El caos sería total y demoledor. Si acabara la corrupción en el gobierno de un día para otro, nuestra economía se derrumbaría estrepitosamente, pues terminarían las condiciones que han permitido el irregular funcionamiento de cientos de miles de comercios y negocios, grandes y chicos, gigantescos y miniaturas.
Así las cosas, creo que ya podemos sospechar cual es la magnitud real del problema de la desconfianza en nuestras instituciones públicas: el problema somos, en mayor o menor medida, todos y cada uno de los mexicanos. Aceptando esa premisa, podemos seguir tratando el tema desde una óptica más amplia y realista, sin perder de vista el objetivo, consistente en que sí es posible aumentar la confianza del mexicano en sus instituciones públicas, pero no “de la noche a la mañana” con fórmulas “mágicas”, ni tampoco de manera total e inmediata, sin embargo, si escribo estas líneas es porque considero que es necesario y trascendental que sean las propias instituciones públicas las que comiencen a revertir con el ejemplo la creciente falta de ética y desconfianza que impera en el país, porque no es lo mismo desconfiar en el vecino que dejar de creer en la policía y en los cuerpos de seguridad pública, por ejemplo, y porque creo que al perderse la confianza en las instituciones públicas se pone en riesgo la estabilidad de toda la República y del orden social, como lo veremos más adelante.

NUESTRAS INSTITUCIONES PÚBLICAS
Las instituciones bajo las cuales vivimos, compatriotas,
aseguran a cada persona el perfecto goce de todos sus derechos.
- John Tyler

La sociedad mexicana no acepta fácilmente la responsabilidad que tiene sobre el funcionamiento de sus instituciones públicas porque, de entrada, ni siquiera las considera suyas. Este es un gran problema, ya que el primer paso para que la sociedad se interese y responsabilice de sus instituciones públicas consiste, precisamente, en que las sepa y considere suyas. Esto es así porque las instituciones públicas son de todos nosotros y, por ello, todos debemos de interesarnos por su buen funcionamiento e, independientemente de que nos interesemos o no de ellas, considero que todos somos responsables de su funcionamiento y su confiabilidad.
Quiero aclarar que para mí, en términos prácticos, las instituciones públicas no difieren mucho de la mayoría de las instituciones privadas. Quizá algunas puedan diferenciarse de ellas por razón de su finalidad, pero no será siempre así, ya que muchas veces comparten los mismos objetivos que las privadas, por ejemplo: existen instituciones públicas y privadas de beneficencia, existen instituciones públicas y privadas con fines de investigación y estudio e, incluso, también existen instituciones con exclusivo ánimo de lucro en ambos niveles. De acuerdo a lo anterior, no es posible diferenciar a las instituciones públicas de las privadas únicamente por su fin, pues existen muchas que lo comparten. Es verdad que en el fondo, la finalidad última de las instituciones públicas siempre debe ser la búsqueda del bien de la colectividad a través de la prestación de servicios y funciones públicas, sin embargo, muchas instituciones privadas cumplen también con ese fin –algunas veces incluso mejor- que las propias instituciones públicas, por lo que el fin último no es necesariamente la gran diferencia entre ambas instituciones.
Así las cosas, para mí la gran diferencia entre una institución pública y una institución privada es material y consiste en los recursos con los cuales funcionan las primeras y las segundas. Es decir, una institución privada utiliza recursos privados para realizar sus operaciones[20], sean éstas del tipo que sean, mientras que una institución pública utiliza recursos públicos, es decir, provenientes de la recaudación del Estado, para realizar sus operaciones.
Esta diferencia es importante porque los recursos públicos son recursos provenientes de todos y cada uno de los habitantes de este país y, por lo tanto, todos somos “accionistas” de las instituciones públicas pues todos, en mayor o menor medida, aportamos recursos para su existencia y funcionamiento. Es válido entonces señalar que las instituciones públicas mexicanas son propiedad de todos y cada uno de los mexicanos. Como “accionistas” que somos de esta gran “sociedad” llamada Estado, para poder confiar en ella primeramente tenemos, o debemos tener, derecho de conocer la utilización y el destino del dinero que es utilizado para el funcionamiento de las instituciones públicas, así como las razones por las cuales fue destinado de tal o cual manera.
En este sentido, la primera premisa que debe darse para que una institución pública sea congruente con su origen teleológico es la transparencia de sus cuentas y políticas. Hasta donde sé, ningún gerente de ninguna empresa tiene derecho de ocultarles información, sobre el manejo de la empresa y sus recursos, a los socios de la misma. Así tampoco, ningún gobernante ni funcionario público debiera tener derecho de ocultarnos el manejo que se da a nuestras instituciones y empresas públicas –salvo previamente justificadas excepciones-, de las que todos nosotros, por el simple hecho de ser mexicanos y pagar impuestos, somos socios o copropietarios.
El problema es que muchos mexicanos no las consideran así -y muy lejos se encuentran de hacerlo- ya que en lugar de sentirse socios de las instituciones públicas, se sienten verdaderos enemigos de ellas. Muchos mexicanos hemos llegado a considerar a las instituciones públicas como entidades diseñadas para dañarnos o perjudicarnos, como si se trataran de nuestros verdugos. Pocos mexicanos confían en sus fuerzas policiales, de seguridad pública y en su Ministerio Público[21]. Mucha gente prefiere no denunciar los delitos de que son víctimas, a menos que tengan la obligación de hacerlo por razones ajenas a su deber ético, como puede ser el cobro de un seguro. Por eso, cuando alguien es golpeado y lastimado, amenazado, ilegalmente espiado, despojado de su cartera o de las autopartes de su automóvil, etc. prefiere guardar silencio legal que acudir ante una institución pública. Igualmente es difícil encontrar a una persona que haya perdido un juicio controvertido –incluyendo los de naturaleza electoral- y que no haya atribuido su derrota a una supuesta corrupción de los árbitros y de los juzgadores en su contra, y existen muchos otros casos similares.
La gente tiene miedo, por ejemplo, a la Secretaría de Hacienda y al Servicio de Administración Tributaria, buscando a toda costa evadir contacto con dichas instituciones públicas, sin considerar, ni por un instante, que al aportar parte de sus ingresos a dichas instituciones le están haciendo un bien a su país. Si felicitáramos al azar a algún mexicano que acaba de pagar sus impuestos, comentándole que al hacerlo está cumplimentando un honroso deber patriótico y que está contribuyendo a la grandeza de nuestra República, seguramente –si anda de buen humor- se carcajearía con nosotros preguntándonos si nos sentimos bien, aunque si anda de mal humor, nos estaríamos arriesgando a recibir alguna majadería o improperio por respuesta. Pocas personas mexicanas debe haber -a ninguna la conozco personalmente- que se alegren de pagar impuestos, que se sientan orgullosas de hacerlo, que presuman haber pagado todos sus impuestos sin haber inventado deducciones o triquiñuelas. Todo lo contrario, de los mexicanos más envidiados y a veces hasta admirados por la sociedad son aquellos que se las arreglan para pagar la menor cantidad de impuestos posible o que no los pagan del todo; por su parte los mexicanos más orgullosos son los que alardean haberse transado al fisco, mientras los oyentes se preguntan con gran admiración “¡¿Cómo lo hizo?!”, sin saber o sospechar que a quien se han transado es a ellos mismos, pues ellos son dueños de las instituciones públicas contra las que con gozo se presume haber cometido fraude[22].

LOS PARTIDOS POLÍTICOS Y LA DEMAGOGÍA
La política no consiste en el voto político ni en las ideas filosóficas.
La política es el modo de vivir cada uno de nosotros.
- Abbie Hoffman.

Por si todo este aire de desconfianza y de indiferencia ante las instituciones públicas fuera poco, existe un factor que en estos últimos años terminó con la confianza de muchos ingenuos que veían a la democracia como la panacea que solucionaría de tajo todos los problemas del país, y que creyeron que por el simple hecho de que el PRI saliera de la Presidencia después de más de 70 años gobernando, el País avanzaría al Primer Mundo. Ahora es común escuchar en las calles, “ahora sí ya no sé por cual votar, si todos son iguales…”. Esta pérdida de confianza en los partidos políticos como instituciones públicas, trae como consecuencias principales el que se ponga en riesgo el estado democrático, por un lado, y el que la gente ya no busque más los colores de un partido, sino individuos populares (o populistas), lo que en mi entender, trae mayores perjuicios que beneficios para el estado de derecho que debe imperar en el país, pues se pone en riesgo la permanencia de la democracia y del institucionalismo político que, aún con sus defectos, es preferible que cualquier especie de dictadura populista como la que sufren actualmente los venezolanos.
Otro problema es el relativo a una práctica común de los políticos, consistente en anteponer los intereses de su partido a los intereses de la Nación. Considero que la llamada “disciplina partidista” es un “cáncer” de la política y de las instituciones públicas que termina por “aborregar” a muchos políticos y funcionarios de un solo partido, de tal forma que a pesar de haber 500 diputados federales, es común saber que sobre los temas importantes solo hay 2 o 3 posiciones, una por fracción parlamentaria, y todo aquel que vote en sentido diverso a su fracción, es inmediatamente satanizado por todos los políticos de todos los partidos. Este tipo de actitudes, hace que la gente no solo desconfíe sino que sienta verdadero recelo por dichos funcionarios, máxime cuando el común de la población considera que perciben un injusto sueldo por “estar ahí echadotes, nomás alzando la mano…”[23]. Esto es importante mencionarlo porque no se puede respetar ni confiar en quien se siente recelo o rencor.
A pesar de lo anterior, he notado que los partidos políticos poco se han preocupado por esta situación y por la percepción que la ciudadanía pueda tener de ellos, llegándose a formar alianzas entre partidos de derecha e izquierda, sin importar que los principios políticos, éticos y doctrinales de cada partido los haga incompatibles totalmente y que, los simpatizantes de dichos partidos, puedan sentirse confundidos ante tales alianzas que parecieran enviarnos el mensaje de que los partidos políticos hacen “todo lo que sea por conservar u obtener El Poder”. De igual forma, no es raro ver personajes “brincar” de un partido a otro para obtener una candidatura, con una ligereza tal que realmente da miedo. Es increíble ver como defienden la ideología de un partido durante décadas solo para un mes después de su postulación por otro partido, dedicarse a atacar a dicho partido y su ideología ¿En dónde está la congruencia del político y del partido que lo postula? Es tan ridículo como si un jugador pudiera cambiarse de selección nacional cada mundial, de acuerdo a sus intereses, para un mundial defender la camiseta brasileña y otro la argentina, asegurando en cada salto que el país para el que juega es el mejor.[24]
Sin embargo, el principal ingrediente que sirve como combustible de la desconfianza ciudadana, es la demagogia de los candidatos que aspiran ocupar algún cargo de elección popular. Es muy grave que no existan medios legales claro y estrictos que permitan controlar y reglamentar las dichosas “promesas de campaña” y es muy falto de ética que al no existir dichos medios legales los políticos den “rienda suelta a su imaginación” en las campañas políticas, jugando muchas veces con las necesidades de los electores, muchos de los cuales, solo aspiran a tener una oportunidad para darles de comer a sus vástagos. También es bastante molesto para la ciudadanía el que se gasten tantos recursos y se contamine tanto el medio ambiente con la enfermiza cantidad de pendones, bardas y folletos que se distribuyen por todas las poblaciones y ni que decir de la desmesurada presencia de candidatos a todos los cargos y de todos colores en los medios masivos de comunicación, o en el peor de los casos, que pretenda comprarse el voto con una camisa, una pluma, una torta y/o un encendedor. Por otro lado, desgraciadamente cualquier político sabe que mucha gente quiere precisamente regalitos a cambio de su voto, por ello sabe que pierde muchos votos si no le entra al juego de los obsequios de campaña.
Así las cosas, considero que el verdadero problema son las promesas, mismas que pocas veces se cumplen tal y como se propusieron, lo cual va generando desconfianza y rencor en la gente, que no puede olvidar las promesas de un México mejor de la noche a la mañana, sin que eso suceda. La consecuencia es que después de haber transcurrido un par de siglos de constante demagogia, la desconfianza en las instituciones públicas denominadas partidos políticos y en sus integrantes crece, y cuando no se confía en los partidos políticos difícilmente se podrá confiar en las instituciones públicas gubernamentales presididas por los integrantes de dichos partidos, lo cual genera apatía ciudadana el día de las elecciones, ya que no existe motivación real en el ciudadano común para salir a ejercer dicho derecho.

LA BUROCRACIA COMO CLASE SOCIAL
El Estado es una comunidad humana que
(exitosamente) se atribuye el monopolio
del legítimo uso de la fuerza
dentro de un espacio territorial determinado.
- Max Weber

El hablar de desconfianza en las instituciones públicas equivale a hablar de desconfianza en quienes integran dichas instituciones, es decir, desconfianza en todas y cada una de las personas que laboran en dichas instituciones públicas, pues hablar de desconfianza en las instituciones públicas implica indisoluble y necesariamente hablar de desconfianza en aquellos que las integran; además, como veremos más adelante, no creo que sea posible la existencia de instituciones públicas carentes de ética, sin que entre sus filas haya a su vez personas carentes de ética.
Actualmente el número de personas que integran la totalidad de las instituciones públicas en nuestro país es incierto, al menos para mí, pues no conozco ninguna estadística oficial al respecto, sin embargo, podemos arriesgar a dar un estimado de 5 millones en total, haciendo rápidamente el mismo ejercicio lógico-aritmético realizado por el periodista Sergio Sarmiento[25]. Tomando esta cifra como punto de partida, nos encontramos con que alrededor del 5% de los mexicanos trabajan en alguna institución de carácter público, es decir, que funciona –al menos mayoritariamente- con recursos públicos. Sin embargo, esta cifra llega a ser mucho más dramática si consideramos que cada servidor público pudiera ser la principal fuente de ingresos familiar, dependiendo de él un promedio de al menos 2 o 3 personas. Esto indica que alrededor del 15 al 20% de los mexicanos viven “del presupuesto” –como comúnmente se dice- y ésta, sin duda, es una cifra considerable, pues 2 de cada 10 mexicanos que transitan por la calle tienen alguna relación de dependencia económica directa o indirecta con las instituciones públicas y, por lo tanto, al no ser las instituciones públicas dignas de confianza, en teoría tampoco dichos mexicanos podrían serlo, pues las integran o dependen directamente de quien sí las integra.
De entrada, me parece exagerado que exista 1 trabajador de la burocracia por cada 4 trabajadores asalariados en nuestro país y, dejando de lado el problema ético, económicamente hablando es realmente preocupante esta cifra. Pero lo más terrible para el problema en cuestión, es que habiendo tantos servidores públicos, difícilmente puede haber un verdadero control selectivo de carácter ético, moral y profesional entre quienes ocupan algún escaño dentro de la administración pública.
Además, esta cifra tiende a aumentar cada 3 o 6 años, pues en cada nueva administración municipal, estatal y federal, se engrosa, al menos un poco, el número de servidores públicos, pues como no pueden despedirse a muchos de los que ya estaban ahí[26] y se tienen necesidades de mejorar los servicios o simples compromisos políticos, no queda otra opción que crear más plazas, muchas de ellas quizás innecesariamente. Este es un problema de falta de un marco jurídico adecuado y en muchos casos de ética, volviéndose significativo el hecho de que en municipios grandes e importantes como Guadalajara, se destine cerca del 50% de los egresos totales al pago de servicios personales.
Podemos decir que este 5% de los mexicanos, que se extiende hasta un 15-20% sumando a los dependientes, forman una verdadera clase social, máxime cuando muchos de esos mexicanos forman parte de estructuras laborales y sociales perfectamente identificables como son los sindicatos. Esta clase social, detenta gran parte del poder en nuestro país, quizás solo por debajo de la pequeña clase burguesa que tiene a su disposición más de la mitad de todos los recursos del país y parte del control de los gobernantes de primer nivel. Karl Marx escribió en 1843 una tesis en la cual considera al Estado y al Derecho como variables dependientes de la parte de la sociedad que detenta el poder. Sin duda, algo de razón tenía Marx, toda vez que ya no parece simple casualidad que muchas leyes y la organización política del país favorezcan a las clases dominantes, es decir, a los ricos y a los burócratas que integran las instituciones públicas de nuestro país. No son muchas las empresas en nuestro país que pueden igualar las prestaciones promedio a que tiene derecho un trabajador promedio de las instituciones públicas mexicanas. Los trabajadores del gobierno tienen leyes especiales, mismas que generalmente enumeran derechos a que no tienen derechos los trabajadores de la iniciativa privada. Trabajadores como los del IMSS que tienen derecho a jubilarse 10 años antes que el promedio de los trabajadores del país, percibiendo una vez jubilados hasta 3 veces más que el resto de dichos trabajadores, es sin duda un claro ejemplo de ello, y ante tales ventajas se puede entender porque se aferran a dichos beneficios. Otro ejemplo claro es el beneficio que tienen los trabajadores sindicalizados de algunos municipios como el de Guadalajara consistente en el derecho de no ir a trabajar el día de su cumpleaños.
Considerando que son muy pocos los escaños de las plazas públicas ocupados por funcionarios de elección popular, de primer nivel o de confianza, tenemos que el resto de los servidores públicos son ciudadanos comunes que en mi entender han formado ya una verdadera clase social, cuya existencia muchas veces genera rencor y desconfianza entre los mexicanos que no forman parte de ella, pues injustamente gozan de mayores prerrogativas que el común de los trabajadores y, además, porque ha habido muchos casos en que dichos servidores se han dado a conocer por su prepotencia, ineptitud, cinismo y/o proclividad hacía la corrupción. El problema es que desgraciadamente pocos ya creen en ellos y -por consecuencia- en las instituciones que representan, en buena parte a causa de la práctica común de decirnos “mejor regrese mañana”, a sabiendas que al día siguiente tampoco habrá de tenerse una resolución al trámite que realizamos.
Otro gran problema –quizás el toral- reside en que ante los beneficios de ser “servidor público” se deje de lado la ética y la vocación que dicho nombramiento representa, a cambio de los beneficios económicos. Esto genera instituciones públicas formadas por servidores públicos paradójicos, pues no están interesados en servir al prójimo ni entraron al gobierno para hacerlo, sino por obtener una contraprestación, y en algunos casos, de gozar o conservar los privilegios que ello representa a cambio de ser “carne de cañón electoral” de la persona que lo invitó al puesto, práctica que choca brutal y directamente de frente con el concepto teleológico del servidor público.

EL EFECTO MEDIÁTICO
El negocio de darle a la gente lo que quiere
es el argumento de los narcotraficantes.
Las noticias son algo en que la gente no sabe
que está interesada hasta que escuchan sobre ellas.
- Neil Hickey

Otro complemento a nuestro “caldo de cultivo” de desconfianza generalizada, es la tendencia amarillista de muchos medios de comunicación. Personalmente he visto como es posible cambiar totalmente en los medios un hecho de acuerdo al enfoque que éstos le den, basta leer 3 o 4 periódicos y ver un par de noticieros diariamente para percatarse de este efecto. Todos los días se resaltan las noticias relativas a los actos de corrupción, a los secuestros, a los homicidios, a las violaciones, de tal forma que la sociedad mexicana, sumamente dependiente de su televisor o de la Internet, crece temiendo salir a la calle y desconfiando cada vez más y más de sus fuerzas de seguridad y de sus políticos y gobernantes, atribuyéndoles la culpa de todos esos males tan comunes… y de los que –irónicamente en muchos casos- nunca han sido víctimas.
Es evidente que los mass media son un negocio y como tal deben manejarse,  presentándole a la gente lo que ésta quiere, necesita, interesa o disfruta saber. A pocos les interesa ver un reportaje de un gobernante cuando éste se porta bien, gana premios de profesionalismo o trabaja horas extras, pero que interesante y popular es verlo cuando se llena los bolsillos de dólares o apuesta miles de ellos en Las Vegas, por ejemplo.
Otro efecto que ha cambiado radicalmente la manera de “hacer política y gobierno” son las encuestas. Prácticamente todos los días se hacen encuestas sobre temas relacionados con los gobernantes, con las políticas gubernamentales, con las instituciones públicas, con los partidos políticos, con los candidatos a cargos públicos, etc. Sin embargo, en ocasiones se ha llegado al grado en que las encuestas se vuelven un fin en sí, y ya no un medio, comodebieran serlo. Esto crea un efecto que produce incertidumbre, pues muchas veces las encuestas reflejan opiniones que no existirían si no hubiera existido dicha encuesta. Por ejemplo, si a mi me preguntaran: ¿Qué carro es mejor, el Dodge Viper o el Porsche Carrera?, es muy probable que en base al recuerdo que tenga, quizás solo fotográfico o videográfico de ambos automóviles, me incline a responder que “Sin duda es mejor carro el Porsche”. Dicha opinión, estará totalmente viciada por mi desconocimiento de ambos carros y, sin embargo, me atreví a darla con tal de participar en la encuesta. Así de imprecisas son muchas encuestas actuales, pues en recurrentes ocasiones se cuestiona sobre temas de importancia a gente que carece de elementos reales para opinar y que, sin embargo, opina, tomándose el resultado como una verdad cierta o como la vox populi.
Otro problema con esta encuestitis consiste en que muchas veces los resultados varían de manera radical entre un medio de comunicación y otro generándose desconfianza en la población; así como el que dichas encuestas son utilizadas como prueba fehaciente de que algo es como la encuesta lo señala, con lo que, si seguimos así se dará el caso de que si alguna encuesta arrojara que el 51% de la gente opina que el cielo es verde, los que lo vemos azul estaríamos considerados inmediatamente como daltónicos. Esto solo genera un mayor ambiente de desconfianza y de incertidumbre entre la ciudadanía mexicana, que al ver resultados tan dispares entre similares encuestas, duda necesariamente de la veracidad de, por lo menos, alguna de ellas o, incluso, de su propia opinión. Esta incertidumbre, lejos de fomentar la certeza en las instituciones públicas y los gobernantes, las perjudica, máxime cuando diariamente escuchamos declaraciones que acusan a determinados medios y a sus encuestas de participar en un complot, y de favorecer a determinados intereses gubernamentales o políticos, sembrándose otra gran semilla de desconfianza en la sociedad mexicana, que en nada beneficia al Estado Democrático y que sí tiende a fomentar el abstencionismo en las urnas.

EL ESTADO DE DERECHO
El estado de Derecho es una situación de vida y de convivencia,
 el cual garantiza que las personas gozarán, de manera irrestricta,
de sus derechos y libertades individuales,
mientras que simultáneamente se protegen los de la colectividad.
- Hellen Mack

Todos los temas referidos son evidentes síntomas del gran deterioro de la confianza en las instituciones públicas y no solo eso, sino, como ya se dijo, del gran deterioro que se vive en nuestra sociedad. Una sociedad que no cree en sus instituciones públicas -o peor aun, que ni siquiera sabe que son suyas-, una sociedad que no cree en sus gobernantes, es una sociedad que ha dejado de creer en el Estado de Derecho. Tal vez suene a perogrullada, pero nada más preocupante para mí que el saber que muchos, muchísimos de mis compatriotas, ya no creen en su propio gobierno y en sus propias instituciones públicas. Perder la fe en el Estado de Derecho es tanto como perder la fe en un padre, en un hermano o en un hijo; porque hay que destacar que el común de los mexicanos no solo desconfía del gobernante, como persona física, sino de todas las instituciones públicas, sin importar quien las presida, pues otro mal común del mexicano es la generalización deductiva: si un servidor público es corrupto luego todos lo son, y si todos los servidores públicos son corruptos luego todas las instituciones públicas también y por tanto, todos son desdeñables y hasta desechables. Olvidan que la historia ha demostrado que sólo a través de un Estado de Derecho el ser humano puede encontrar los medios necesarios para perfeccionarse como ser humano y puede vivir en armonía con todos los seres humanos que lo rodean, máxime con las conglomeraciones humanas, llamadas ciudades, en que ahora habitamos la mayor parte de los ciudadanos del mundo y de nuestro país. Dicho Estado de Derecho, producto de un contrato social llamado en nuestro país Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, es necesario para subsistir de manera estable como sociedad moderna, ya que como bien lo señalaba Rousseau, dicho contrato social, dicha Carta Magna, es el medio ideal para: “Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado, y gracias a la cual cada uno, en unión de todos los demás, solamente se obedezca a sí mismo y quede tan libre como antes.”. [27]
Muchos critican y no encuentran motivos para pagar impuestos que mantengan sus instituciones públicas, principalmente por alguna o algunas de varias razones, entre otras:
1. Porque no confían en ellas;
2. Porque no las consideran necesarias;
3. Porque no las consideran suyas;
4. Porque les cuestan dinero; o
5. Porque les quitan tiempo;
Desgraciadamente esto ha traído como consecuencia –tal y como ya se dijo- la falta de fe en la necesidad de su existencia, lo que implícitamente trae como consecuencia falta de confianza en el Estado de Derecho. Sin embargo, cuando la gente da “mordidas” o trata de evadir impuestos y engañar al fisco para dejar de mantener dichas instituciones, en ningún momento considera las consecuencias de un país sin instituciones públicas y sin gobierno. Todos ellos creen que sería gloriosa su existencia sin impuestos, sin instituciones públicas, sin políticos y sin gobernantes pero creo que están equivocados, y esa falta de confianza ya no es una cuestión de popularidad del gobernante en turno, sino que se ha vuelto un problema directamente relacionado con la estabilidad política, democrática y social de nuestra República.

UN PAÍS SIN INSTITUCIONES PÚBLICAS
Espero fervientemente que dicha cuestión esté tranquilizada
y que ninguna excitación seccional o ambiciosa o fanática
pueda amenazar otra vez la permanencia de nuestras instituciones.
- Franklin Pierce

Imaginémonos por un momento un país sin gobierno y sin instituciones públicas. Imaginémonos por un momento un país sin semáforos, sin nadie que construya las calles o las repare, sin leyes ni reglamentos, sin alcantarillas, sin policías, sin identificaciones oficiales, sin nadie que nos registre las escrituras públicas de nuestras propiedades, si nadie que registre nuestro nacimiento, nuestro matrimonio o nuestra defunción, sin nadie que nos lleve agua potable entubada a nuestras casas, sin nadie que pase a recoger la basura a nuestro domicilio, sin juzgados ni tribunales para reclamar lo que nos corresponde, sin nadie que –aun sin que tengamos dinero- nos socorra en una emergencia, sin nadie que proporcione campañas de vacunación gratuitas a quienes menos recursos tienen y evite epidemias que afecten a todos, incluyendo a los que sí los tienen, sin nadie que avale los triunfos de nuestros candidatos, sin nadie que nos defienda en caso de que algún otro país decida apoderarse de nuestros territorios, sin nadie que certifique la comida que nos alimenta, sin ninguna institución que expida y certifique la moneda nacional que nos permite realizar nuestras compras, sin nadie que… etc., etc.
De faltar todos estos servicios: ¿Quién se iba a poner a prestar las referidas y muchas otras tareas? ¿Quién iba a prestar dichas funciones y servicios? ¿A quien le íbamos a confiar la emisión de billetes y de identificaciones?: ¿A nuestro vecino?; ¿A los que no pagan impuestos? ¿A los que se quejan del gobierno[28]? ¿A las empresas privadas en las que muchas veces tampoco confiamos? ¿A los que ya no creen en las instituciones públicas ni en nadie?... ¿No?... ¿A quién entonces?
Creo firmemente que para que la gente pueda volver a creer en las instituciones públicas lo primero es hacer conciencia; todos y cada uno de nosotros debemos convencernos de que dichas instituciones son necesarias para el desarrollo del país o, al menos, para su conservación como lo conocemos. Sencillamente no podemos confiar o creer en algo que no consideramos necesario en nuestras vidas, máxime cuando tampoco lo consideramos nuestro. Es cierto que en nuestras instituciones públicas se han dado muchos casos de corrupción y de ineptitud en su manejo, pero eso no las vuelve desdeñables, ni desechables, ni prescindibles.
Apliquemos la analogía del cuerpo humano, imaginemos a la sociedad como a un ser humano y a sus instituciones públicas como su sistema óseo. En este sentido, tenemos que son los huesos –instituciones públicas- los que nos dan el soporte y la infraestructura necesaria para desarrollarnos, para lograr nuestros objetivos y cumplir nuestras metas. Muchos de nosotros no notamos la existencia de nuestros huesos hasta que se nos rompen o hasta que nos duelen, sin embargo los necesitamos más que los músculos o que los propios sentidos. Siguiendo con la analogía, supongamos que la sociedad de nuestro país, en este momento, es un ser humano con osteoporosis[29], cuyos huesos están débiles y además causan dolor y molestan a todo el ser humano –sociedad- que padece dicha enfermedad. Ahora imaginemos que nosotros, todos los mexicanos, somos ese ser humano con osteoporosis, ¿llegaríamos a la conclusión de que nuestros huesos, por tanto dolor que nos causan y por “inútiles” que los consideremos, son desechables? ¿Podríamos vivir sin nuestros huesos? ¿Podríamos vivir sin nuestras instituciones públicas? Para mi, una sociedad de cien millones de personas sin instituciones públicas sería como un ser humano sin huesos… se derrumbaría.
Así las cosas, debe quedarnos claro a todos los integrantes de la sociedad que el problema no consiste en definir si las instituciones públicas –en términos generales- son necesarias o no lo son, también debe dejarse claro que el problema no son las instituciones públicas en sí, como concepto genérico, sino otras muy diversas cuestiones, casi todas ellas ajenas al fin para el cual fueron concebidas dichas instituciones y a su función teleológica, tales como su degeneración, sus integrantes o la corruptibilidad de la que son objeto. Eso son los problemas que hay que atacar desde todas las trincheras en donde nos sea posible, pero no dar la guerra por perdida, porque sin un árbitro no podríamos coexistir.

EL PROBLEMA ÉTICO ES HUMANO
…porque un hombre que quiera en todo hacer profesión de bueno
fracasará necesariamente entre tantos que no lo son.
- Nicolás Maquiavelo

¿Qué hacer para construir confianza en las instituciones públicas? La respuesta a esta pregunta no es sencilla, pero el primer paso es volver dichas instituciones, unas instituciones cuyos actos estén indiscutiblemente revestidos de ética y/o carentes de corrupción. Es claro entonces que la confianza en las instituciones públicas debe construirse desde abajo, desde la raíz, desde los cimientos de una institución de cualquier índole: sus principios éticos y morales.
Ahora bien, una institución en sí, independientemente si es de carácter público o privado, solo puede tener cimientos éticos si éstos le son investidos por el elemento más importante de toda institución: las personas que la conforman. Partiendo de la premisa de que no puede existir ninguna institución sin personas, llegamos a la conclusión que las instituciones con cimientos éticos, son instituciones formadas con personas que tienen esos mismos cimientos.
Evidentemente no existen dos personas dentro de una misma institución que tengan exactamente la misma influencia ética dentro de dicha institución. Sin duda alguna habrá personas cuyos cimientos éticos sean definitivos para formar una institución, mientras que habrá otras personas cuya ética no represente algún cambio inmediato y radical en los cimientos éticos de esa misma institución, por lo que el compromiso primordial debe ser de los dirigentes de las instituciones públicas, a pesar de que el compromiso y la convicción ética deba darse necesariamente en todos sus integrantes. Surge de esto una pregunta importante ¿pueden existir instituciones éticas formadas por personas sin ética?, o a la inversa ¿pueden formar parte de instituciones sin ética, personas con una gran ética? La respuesta es complicada, pero creo que en términos generales es: no. Sin embargo no podemos generalizar, existen muchos servidores públicos profesionales, capaces, responsables y con una gran base de valores éticos y morales, sin embargo, desgraciadamente parecen ser más los que no tienen dichas características y, por tanto, muchas veces logran inclinar la balanza de las instituciones públicas al lado de la improbidad.
En cualquier caso, debe quedar claro que el problema es primordialmente humano no institucional, y por ende, el cuestionamiento ciudadano debe enfocarse de manera individual a cada una de las aproximadamente 5 millones de personas que integran las instituciones públicas, en lugar de descalificar a las instituciones en lo general. Desafortunadamente, entre tanta corrupción es difícil detectar los focos rojos y por ello, es más fácil descalificar a todos por igual, pero considero que la labor ciudadana es muy importante y creo que muchos mexicanos están desaprovechando la oportunidad histórica que tienen de fiscalizar y de vigilar a su gobierno y a las personas que lo integran, en perjuicio de todo el país.
PROPUESTAS
Por malo que sea un gobierno,
hay algo peor,
y es la supresión del gobierno.
-
Hippolyte Taine


Ahora que ya se tiene una idea del origen de la desconfianza y de sus consecuencias, creo que las primeras premisas que deben solventarse, para poder dar pasos tendientes a solucionar el problema de falta de confianza del mexicano en sus instituciones públicas, consisten precisamente en:
1. Hacer sabedor a todo mexicano que las instituciones públicas son suyas; debemos[30] concentrarnos en hacerlo consciente de que las instituciones públicas no son enemigos a vencer sino empresas públicas de las que él es accionista y copropietario y que, como tal, tiene derechos y obligaciones para con ellas, de tal forma que se interese en ellas, se involucre y las respete, en lugar de temerles y/u odiarles;
2. Hacer sabedor a todo mexicano de lo importante que son las instituciones públicas en su vida diaria y de las consecuencias que se derivarían de la extinción de dichas instituciones; irónicamente el capitalismo nos acostumbra a desechar aquello que nos parezca inútil, y debe dejarse claro a todo mexicano que las instituciones públicas no son desechables; y
3. Los gobernantes deben encargarse de establecer primero el ejemplo y después programas serios e institucionales de ética y moral, de tal forma que sean las instituciones públicas las que pongan, con su ejemplo, el freno a la desconfianza generalizada de la sociedad mexicana en todo lo que la rodea.
No creo que sea posible iniciar programas fructíferos que busquen inculcar confianza en las instituciones públicas, sin generar primero interés en los mexicanos por dichas instituciones. La prueba más grande de ello es el relativo bajo número de mexicanos que se ha interesado por conocer los alcances de la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública.[31]
Ahora bien, sus obligaciones para con nuestras instituciones públicas y gobierno las conocemos el común de los mexicanos[32] y, muchas veces, las detestamos o simplemente no las toleramos, pero ¿cómo podría ser de otra manera si no conocemos nuestros derechos para con ellas? Creo que es importante que dejemos de temer a las instituciones públicas y nos atrevamos a cruzar la puerta para acceder a ellas, sin miedo a represiones y sin obstáculos burocráticos.
Es por eso que considero firmemente que, dada la situación actual de nuestra sociedad, el primer paso firme que debe dar el gobierno para fomentar la confianza de la sociedad en sus instituciones públicas, es mediante la consecución y el fomento de una total transparencia en el manejo de los destinos de las instituciones públicas. Cualquier ciudadano mexicano, debe tener derecho a conocer no sólo el destino de cada peso presupuestado a una institución pública, sino también la función específica de cada uno de los integrantes de dichas instituciones y las razones por las cuales se tomaron las determinaciones que dirigieron los rumbos de cada institución.
Por otro lado, ¿por qué no pueden ser las promesas de campaña verdaderos contratos notariados?, ¿por qué no se castiga a quien no cumple sus promesas de campaña?, ¿por qué puedo prometer que si soy Presidente eliminaré el Impuesto sobre la Tenencia de Vehículos sabiendo que si gano y no lo elimino no podré ser sancionado? No lo sé, pero como ya lo dije antes, el ejemplo ético lo deben de poner las instituciones públicas, pues en teoría, el Servidor Público debe ser el más noble de los ciudadanos, no el más corrupto, debe ser el más altruista de los ciudadanos, no el más avaro, el más comprometido en la búsqueda del bien común y no en la del bien propio. Por eso es que las instituciones públicas, todas ellas formadas por servidores públicos, deben ser siempre las que fijen el rumbo moral de una sociedad, y no sólo el económico y el político, como tradicionalmente se piensa. Yo pienso que los ciudadanos que aspiren a tener grandes riquezas, deben alejarse de las instituciones públicas, pues debe revertirse la creencia de que “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”, debe de ennoblecerse la función pública, aunque solo quedara un puñado de verdaderos servidores públicos, es decir, cuya vocación de vida sea el servicio al prójimo, que eso es lo que ese par de palabras significan. Tampoco estoy diciendo que los servidores públicos deban trabajar gratuitamente, pues definitivamente existen cargos de alto nivel de responsabilidad que requieren una remuneración justa. Igualmente, no es ajeno para mí el hecho de que el gobierno necesita hacerse en muchos casos de servicios personales y profesionales de alto nivel, y que ese tipo de servicios los pueden prestar únicamente personas especializadas que generalmente cobran bastante bien por sus servicios, empero, para su contratación deberán seguirse procesos de licitación pública transparentes y claros. Alguna vez Ronald Reagan señaló con cierto conocimiento de causa: "Las mejores mentes no están en el gobierno. Y si estuvieran, ya las habría contratado alguna empresa".
            Por último, creo que debe erradicarse la impunidad, creo que ese es el mal que mayor desconfianza genera en las instituciones públicas y sus integrantes, considero que mientras se pueda seguir robando, secuestrando, desacatando órdenes judiciales, cometiendo peculado, asesinando, traficando narcóticos, etc., de manera impune, ningún mexicano vivirá seguro ni mucho menos podrá confiar en sus instituciones públicas, cuya esencia consiste precisamente en garantizar la vida armónica de todos los integrantes de una sociedad determinada. No puede haber leyes que beneficien a algunos o que no se apliquen a otros, pues solo hasta que el mexicano perciba esta imparcialidad, solo hasta entonces podrá confiar en sus instituciones públicas. Es necesario que la ley se aplique por igual a gobernantes y gobernados, a ricos y pobres, a hombres y mujeres, a jóvenes y ancianos, pues eso es una premisa ética del Estado de Derecho sin la cual éste vive al borde del colapso en todo momento.

¿VALE LA PENA VOTAR?
No hay situación más propicia para la corrupción que la abulia y el desencanto
ciudadanos, pero sobre todo, lo que más corrompe son los recursos de todo tipo
que utilizan quienes gozan de privilegios injustos y desean preservarlos.
Por eso, la abstención manda una señal inequívoca a los grupos de poder
políticos y no políticos: "Hagan lo que quieran con el País".
- Isabel Sepúlveda

Después del análisis realizado, llegamos finalmente a la pregunta que realizamos al inicio del ensayo. En mi opinión el derecho al voto es algo tan importante como el derecho a la educación, a la salud o la libertad de conciencia. Me parece grotesco que existan tantos mexicanos que no valoren ese derecho que tanto sudor y sangre le ha costado garantizarnos a muchísimos seres humanos que nos precedieron los últimos milenios. El voto es el arma moral que nos permitirá cuestionar, juzgar, analizar o criticar en un futuro a nuestros gobernantes, independientemente si hayamos o no hayamos votado por el ganador en la elección. ¿Cómo podemos juzgar el desempeño de alguien si el día de la elección no salimos a votar? Es como si en nuestra familia se determinara la decisión de comprar una casa, y el día que toda la familia sale a buscar casa yo prefiero quedarme dormido o viendo la televisión. Después, ¿cómo puedo quejarme de la casa que compraron si decidí no ejercer mi derecho a votar, mi prerrogativa a elegir?
Es evidente que no existe mucha confianza de la ciudadanía en el gobierno, ni en los partidos políticos, ni en los candidatos. Muchísimos mexicanos piensan “¿para qué votar si todos son iguales?”, y no se dan cuenta que el abstencionismo genera ilegitimidad en el gobernante y hace palpable el desinterés de la ciudadanía en las cuestiones públicas, con lo cual se generan las condiciones necesarias para la corrupción entre los gobernantes y los grupos de poder, que luchan siempre por mantener las condiciones que les han permitido tener ese poder, muchas de las cuales se oponen con el bienestar general de la ciudadanía.
El abstencionismo permite a otros elegir por nosotros, permite que los grupos capaces de movilizar la mayor cantidad de “mercenarios del voto” obtengan los triunfos y adivinen a quién van a buscar beneficiar una vez en el poder. Les permite a los que tienen dinero para comprar votos y/o credenciales de elector, compren también sus cargos de elección popular, y adivinen de dónde van a sacar los recursos para pagar el dinero empleado en adquirir esos votos. En fin, abstenerse es contribuir a que imperen prácticas anti-democráticas. Abstenerse es contribuir a que existan gobernantes corruptos. Abstenerse es darle la espalda a las instituciones añoradas por muchísimos seres humanos, incluso hoy en día.
Yo invito a todos a que no desaprovechen nuestra joven democracia y salgan a votar en estas y en todas las elecciones a las que tengan derecho; que nadie que pueda se quede nunca sin votar es algo trascendental para la vida democrática, económica, política y social del País, pero no solo eso, sino que cada votante se comprometa a dar seguimiento objetivo y perspicaz a las funciones públicas, que no crea todo lo que ve en los medios de comunicación, sino que verdaderamente se interese por el análisis crítico, por la política y por el bienestar del país; que cada ciudadano fiscalice y analice, dentro de sus posibilidades, la gestión pública, y que nadie se quede con los brazos cruzados ante las injusticias, al mismo tiempo que es menester renunciar a la corrupción y dedicarnos a cumplir las leyes y reglamentos, pues la única forma eficiente de predicar es precisamente con el ejemplo, pues ¿con qué calidad moral puede un asesino juzgar a otro?

Salvador Romero Espinosa



[1] Última revisión y modificación del ensayo hecha en el mes de junio del 2006.
[2] Cuando hable de “mexicano(s)” estoy hablando del gentilicio de manera general y sin género definido, es decir, me estoy refiriendo a todas las personas mexicanas del sexo que éstas sean, pues de acuerdo a la Real Academia Española esa es la forma correcta de hablar el castellano.
[3] Porque debemos reconocer que actualmente existen instituciones públicas revestidas de principios y en las que la ciudadanía confía, quizás no plenamente, pero sí lo suficiente como para no descalificarlas en todo su actuar.
[4] Cuando hable de “niño(s)” estoy hablando del gentilicio de manera general y asexual, es decir, me estoy refiriendo a los seres humanos menores de 12 años, sin importar su sexo.
[5] Para referirse a los agentes de tránsito.
[6] Antes de escribir este ensayo me di a la tarea de cuestionar sobre el tema a varias personas, de diferentes edades y estratos sociales, de tal forma que si bien apenas cuestioné a cerca de 40 individuos, los resultados fueron reveladores y prácticamente los mismos en todos los casos.
[7] Homo Sapiens Sapiens.
[8] hombre. (Del lat. homo, -ĭnis). m. Ser animado racional, varón o mujer. Diccionario de la R.A.E.
[9] Proporcionando a sus miembros protección, compañía, seguridad y socialización.
[10] Prueba de ello es la forma en que se humillan y se mofan de nuestros gobernantes en programas de alto “rating” televisivo. Quizá un adulto pueda entender el concepto de estos programas, pero un niño no. Los niños empiezan a pensar que el Presidente de la República y otras figuras públicas son verdaderos peleles, indignos de cualquier tipo de respeto.
[11] Fundo mi suposición en una breve encuesta realizada a 37 personas conocidas mías, con lo que garantice la mayor honestidad posible. El resultado fue un contundente 5.5% de respuestas “no”.
[12] Yo mismo me llegué a “arreglar” en mi adolescencia dos o tres veces.
[13] Muchas de las personas a las que he cuestionado sobre este tema, me comentan que lo hacen por evitarse el engorroso trámite que representaría no dar la mordida. Consideran incluso que los trámites ante las instituciones públicas son lentos e ineficientes con el objetivo de fomentar la mordida y perpetuarla. Sin embargo, actualmente existen formas ágiles para dar cumplimiento a muchas obligaciones ante la autoridad y eso no parece haber disminuido los índices de mordidas en el país.
[14] Sin importar que éstas sea físicas ó jurídicas o morales; nacionales ó extranjeros; hombres ó mujeres, etc.
[15] Consultadas en http://www.icesi.org.mx; y http://www.prodigyweb.net.mx/aarangod; el día 3 de octubre del año 2004.
[16] Pongo el ejemplo del celular, por ser un instrumento que puede ser fácilmente devuelto, a diferencia de unos lentes, una chamarra u otro objeto que, dada la dificultad para identificar al legítimo dueño son objetos que nos puedan dar fácilmente pretextos para no buscar a su propietario.
[17] También he conocido personalmente a personas que lo devuelven y que, por ese hecho, son víctimas de burlas y hasta cuestionamientos sobre su Coeficiente Intelectual.
[18] “Selecciones del Reader’s Digest de México”, Edición de Septiembre de 2003.
[19] Entendamos por “normal” a aquella gente no dedicada directamente a la delincuencia.
[20] Es cierto que los subsidios son recursos públicos ejercidos por empresas privadas, pero éstos son entregados para fines específicos y fiscalizados por instituciones públicas.
[21] Esto lo demuestran los, alarmantemente bajos, índices de denuncia de delitos existentes en nuestro país.
[22] En culturas más desarrolladas, como la japonesa, uno de los delitos peor vistos por la sociedad, es el haber cometido un fraude contra el fisco, pues lo consideran tal y como lo es, como un fraude contra toda la sociedad.
[23] Frase escuchada de la senil dueña de una papelería.
[24] Por suerte la FIFA tiene esa práctica tajantemente prohibida.
[25] Publicada por el diario Reforma el día 13 de agosto de 2004.
[26] Las leyes y los sindicatos vuelven una misión imposible y poco rentable el intento de despido de algún burócrata de base.
[27]  Rousseau, Jean-Jacques. El contrato social o Principios de derecho político. Estudio preliminar y traducción de María José Villaverde. Madrid: Editorial Tecnos, 1988.
[28] Porque desgraciadamente ahora, la percepción de muchos mexicanos es que todos los gobernantes, sean “del color” que sean, son iguales. Calculo que más de la mitad de los ciudadanos del país ya no cree en las instituciones públicas como tales, independientemente del partido político o del gobernante que esté al frente de ellas, lo cual, en mi percepción agrava todavía más la magnitud del problema de la falta de confianza en las instituciones públicas.
[29] f. Med. Fragilidad de los huesos producida por una menor cantidad de sus componentes minerales, lo que disminuye su densidad.
[30] Al decir “debemos” me refiero a los que estemos convencidos en la necesidad de mejorar la confianza en las instituciones públicas y fomentar la ética dentro de la sociedad mexicana.
[31] De acuerdo al sitio web oficial del IFAI (http://www.ifai.org.mx/textos/stats.xls), se habían recibido del 1ro de enero del 2003 al 19 de agosto del 2004, un total de 47,343 solicitudes de información. Suponiendo sin conceder –porque sé de buena fuente que un importante porcentaje de las solicitudes son realizadas por periodistas- que todas las solicitudes fueron hechas por diversas personas, tendríamos como resultado que, en casi dos años, únicamente el 0.04% de los mexicanos se han interesado en ello.
[32] Pagar impuestos, tramitar permisos y licencias, pagar derechos y servicios públicos, etc.