LA
DESCONFIANZA EN EL GOBIERNO:
¿VALE LA
PENA VOTAR?
Ensayo participante en el Noveno Certamen Nacional "Francisco I. Madero"
convocado en el año 2004 por el
Instituto Federal Electoral.
convocado en el año 2004 por el
Instituto Federal Electoral.
INTRODUCCIÓN
En un Estado verdaderamente libre,
el pensamiento y la palabra deben ser libres
-
Suetonio
Existen muchas posibles vertientes para tratar el tema de la evidente
falta de confianza y desilusión en el Gobierno y en las instituciones públicas
por parte de la población. Sin duda, todos los sub-temas que pueden derivarse
de este tema principal, son objeto de ser ampliamente desarrollados y es
básicamente imposible tratarlos todos –al menos con cierta profundidad- en un
solo ensayo.
Ahora que faltan poco menos de un mes para las elecciones
presidenciales en México[1],
y que en muchos sectores de la población reina una total desconfianza en las
instituciones públicas municipales, estatales y federales, aderezado por el
desconcierto y la “decepción democrática”, producto de las aparentemente nulas
consecuencias de “la alternancia” o del dichoso “cambio”, me parece que es un
buen momento para retomar el análisis de dicha desconfianza, porque creo que la
solución de todo problema debe estar precedida por un conocimiento de sus
raíces, de sus orígenes; y quiero aportar mi “granito de arena” dejando un
precedente para todos aquellos que algún día se interesen en estudiar y solucionar
-aunque solo sea en parte- el problema.
Por eso, en este ensayo me concentraré exclusivamente en el tratado de
los temas relativos al origen y causas de la desconfianza generalizada que
impera en el sentir de gran parte de los mexicanos[2]
para con su gobierno y sus instituciones públicas, especialmente en los
aspectos que considero más importantes y que deben solventarse antes de poder
sentar los cimientos de una sociedad mexicana conformada por personas que puedan
confiar más o, en ciertos casos, algo, en sus instituciones públicas y sus
gobernantes. Estoy convencido que sí es posible mejorar la confianza que el
ciudadano común tiene en las instituciones públicas –de lo contrario no hubiera
considerado nunca escribir este ensayo, ni tampoco trabajaría en la
administración pública- sin embargo, no creo posible que existan “fórmulas mágicas” para solucionar de un
día para otro el problema de la desconfianza del mexicano en su gobierno y
tampoco creo que la panacea consista en limitarnos a reconocer que el problema
existe.
En razón de eso, considero temerario escribir un ensayo que proponga
recetas o soluciones inmediatas al problema de falta de confianza en las
instituciones públicas, sin tratar de identificar primero el fondo de la
cuestión que nos ocupa, y que para tal efecto creo que podemos partir de dos
preguntas generales: ¿Por qué los mexicanos -en general- no confiamos en
nuestras instituciones públicas? y, en todo caso, ¿por qué las instituciones
públicas no han sido dignas de ganarse nuestra confianza?
IDENTIFICANDO EL PROBLEMA
Me
parece que la civilización
tiende más a refinar el vicio
que a perfeccionar la virtud.
- Edmond Thiaudière
tiende más a refinar el vicio
que a perfeccionar la virtud.
- Edmond Thiaudière
Creo que el problema de la falta de confianza en las instituciones
públicas es un problema profundo y de carácter eminentemente social, cuyo
origen, valga la redundancia, es precisamente nuestra sociedad. Pienso que
–según lo justificaré más adelante- antes de poder gozar de instituciones
públicas intachables, dignas de confianza y rebosantes de ética, primero
debemos cambiar nuestra idiosincrasia y nuestra percepción que del Estado tenemos
la gran mayoría de los mexicanos -independientemente de nuestro sexo, estado
civil, edad, profesión o lugar de residencia- como integrantes de una Nación
democrática. Considero que la corrupción y la desconfianza son como un virus, y
que dicho virus ha contagiado la sangre de todos los mexicanos, de tal forma
que, como sucede con muchas enfermedades crónicas, se acostumbra uno a vivir
con ellas, hasta el punto en que deja de notar que las consecuencias de dicha
enfermedad son en realidad anormalidades, o peor aún, dejando de notar que se
está enfermo. De esa forma considero la corrupción y la desconfianza, como un
virus que ha contagiado a toda la población desde hace siglos, gestándose hace
muchísimas generaciones, y transmitiéndose hereditariamente, de tal forma que
el daño ocasionado no puede revertirse con programas de transparencia, a través
de una campaña publicitaria en medios masivos de comunicación o dando unas
cuantas pláticas sobre ética a los servidores públicos o trabajadores en
general.
Considero que en este momento nuestra sociedad, pensada como un “todo”
y representada por ese imaginario cuerpo humano infectado, está débil y a punto
de tener una fuerte recaída en las próximas elecciones presidenciales por
carecer, en términos generales, de confianza y de valores éticos y morales. En
mi opinión, la forma en que dicha “enfermedad” se manifestará en los próximos
días y hasta el 2 de julio del año 2006 dependerá del grupo social afectado por
el “virus de la desconfianza y de la falta de ética”, y a continuación propongo
algunos ejemplos muy generales: En las más altas esferas sociales y
empresariales se manifestará principalmente con grandes apoyos económicos al
partido o político que consideren los hará conservar sus riquezas y, en caso de
gozarlas, sus prerrogativas. En la clase media apolítica se manifestará
principalmente con síntomas tales como el hartazgo en las cuestiones políticas,
desconocimiento y falta de interés en los verdaderos problemas públicos y,
finalmente, abstencionismo en las urnas. En la clase obrero/sindical se
manifestará con apoyo multitudinario, ciego, forzado y acrítico al candidato o
candidatos que apoyen sus acaudalados líderes, tanto en la campaña como en las
urnas. En la clase más pobre se manifestará con grandes movilizaciones a favor
del candidato que logre venderse como el nuevo Mesías de los pobres y
desprotegidos, el que ofrezca mayores “estímulos” para asistir al mitin y que a
su vez les prometa el mayor número de prerrogativas simplonas y populistas.
Empero, el problema de la falta de confianza en las instituciones
públicas es tan profundo que antes de poder solucionarlo de fondo, debemos
detectar cuáles son las causas que lo mantienen persistente y consistente,
buscando todas las fuentes que originan dicha desconfianza. Una vez detectados
los orígenes de la desconfianza y de la corrupción, debemos proceder a
erradicarlos o disminuirlos sensiblemente y, únicamente hasta que se hayan
detectado y erradicado dichas fuentes de corrupción y de falta de ética, se
podrá efectivamente proceder a establecer programas y políticas que permitan el
establecimiento –o la conservación[3]-
de instituciones públicas confiables para los ciudadanos.
LA DESCONFIANZA HEREDADA
De
tal padre, tal hijo.
-
Refrán
Es interesante comparar la definición “formal” de la definición
“social” o “común” de un mismo concepto. En nuestro país no solo es triste,
sino alarmante, los grados de desconfianza que ha alcanzado la sociedad
mexicana respecto a sus instituciones públicas. Desconfianza que
desgraciadamente se transmite de generación en generación. ¿Cuántos niños[4]
no habrán escuchado de sus padres o adultos cercanos expresiones como “todo es
culpa del pinche gobierno”, “los
políticos solo buscan la manera de sacarnos más dinero” o alguna frase
parecida? ¿Cuántos de nosotros no escuchamos de niños hablar de “los
mordelones”[5] o
“las ratas”, sin entender plenamente la razón del mote? ¿Cuántos niños no han
crecido escuchando que sus gobernantes son unos “abusivos”, unos “transas”,
“una bola de corruptos”, “unos huevones”
o algo peor?... Contra estas herencias sociales, ¿Cuántos pueden aceptar,
cuando crecen, la posibilidad de que existan instituciones públicas y personas
que las integren dignas de confianza y respeto? La respuesta es obvia.
La desconfianza en las instituciones públicas y sus representantes se
agrava cuando los mexicanos tenemos
nuestro primer encuentro con la autoridad, al menos el primero que recordamos,
pues dicho primer encuentro personalísimo y directo con una autoridad –generalmente
en la juventud- se da por regla general[6]
en las siguientes circunstancias, a saber: 1. Para tramitar la cartilla
militar, que si bien –hasta donde sé- es todavía trámite exclusivo de los
varones, generalmente suele –o al menos solía- ser un trámite largo, penumbroso
y exhaustivo. 2. Por haber cometido alguna falta administrativa, como besar a
la novia o ingerir bebidas alcohólicas en la vía pública. 3. Por realizar el
trámite de algún otro documento oficial, como licencia de conducir, pasaporte o
credencial de elector; y 4. Por haber cometido alguna infracción de tránsito. Y
tú lector ¿Recuerdas el primer contacto personal y directo que tuviste con la
autoridad?
Además, de acuerdo al sentir general y a la experiencia propia, gran
parte de los casos mencionados son agravados por la lentitud del trámite o por la
prepotencia de la autoridad con que se tiene contacto directo por vez primera,
lo cual únicamente aumenta la desconfianza y el rencor contra las instituciones
públicas y quienes las representan, amén de que aparezca o no la mordida en dicho encuentro.
Después de estas primeras vivencias, casi siempre juveniles, todo lo
que escuchamos de niños se confirma y se refuerza en nuestra mente, idea que a
muchos les perdura hasta que mueren, idea que además heredan a sus hijos,
sobrinos, nietos, etc. perpetuándose así la cadena hereditaria de la
desconfianza hacía las instituciones públicas y las personas que en ellas
laboran.
Además de ello, no es secreto para nadie que uno de los temas más
explotados por los grupos de rock y otros muchos géneros musicales, es el de
odio y repugnancia al gobierno, de hecho en nuestro país, uno de esos grupos
denominado “Molotov” tuvo el primer lugar de las listas de éxitos, escuchándose
varios meses en todas las estaciones de radio juveniles su tema “Give me the
power”, que entre otras cosas señala que “Hay
que arrancar el problema de raíz, y cambiar al gobierno de nuestro país, a esa
gente que está en la burocracia, a esa gente, que le gustan las migajas. Yo por
eso me quejo y me quejo, porque aquí es donde vivo yo ya no soy un pendejo, que
no wachas (sic) los puestos del gobierno, hay personas que se están
enriqueciendo.”. Como este ejemplo, tenemos cientos, y casi no existe grupo
de rock o juvenil que no tenga en su haber una canción que lance consignas
contra el gobierno y/o los gobernantes; por lo que pocas personas hay que no recuerden
haber escuchado y hasta disfrutado de una canción del referido estilo, eso sin
hablar de los narcocorridos, en donde
el héroe es el narcotraficante y los malos son la autoridad y “la Ley”. Con
esto, sólo se refuerza el odio y rencor de los jóvenes hacia un gobierno con el
que muchas veces todavía no han tenido su primer contacto directo, generándose
con ello un prejuicio muchas veces insalvable, ya que las consecuencias
psicológicas de los prejuicios, pueden ser un factor insuperable en la
percepción que una persona pueda tener respecto a otra o respecto a una idea u objeto cualquiera.
LA INSTITUCIÓN FAMILIAR DEBILITADA
La
patria, posiblemente, es como la familia:
sólo
sentimos su valor cuando la perdemos.
Gustave Flaubert
Por si el problema de la desconfianza heredada no fuera suficiente, en
las últimas décadas nuestro país está sufriendo un padecimiento todavía más
terrible que el tener familias que heredan desconfianza: el no tener familias o
tener familias desintegradas. Evidentemente todos sin excepción tenemos padre y
madre –aunque muchos dudemos que algunos individuos hayan tenido a la segunda y
que otros desconozcan al primero-, sin embargo, en años recientes ha aumentado
significativamente el número de divorcios en nuestro país, con la consecuencia
directa de más niños y adolescentes creciendo en familias desunidas o llenas de
problemas como la violencia y el maltrato. La familia es la base de la
educación ética y moral de toda persona y, aunque no siempre es así, en las
familias en las que existe falta de amor, respeto y cariño, se tienden a disminuir los valores
familiares en sus integrantes y, por ende, los de toda nuestra sociedad.
Así pues, debiéramos todos de preocuparnos por fomentar el valor de la
institución familiar, debiéramos interesarnos e involucrarnos de manera más
activa en promover la necesidad de familias unidas, pues en ellas se gestan y
educan los adultos del mañana y, al verse resquebrajada esta institución, aumenta
la probabilidad de que se vean resquebrajados los valores éticos de muchos de
los que algún día serán ciudadanos mexicanos y, tal vez, nuestros gobernantes. Y
conste que no estoy hablando de familias tradicionales, sino de familias que
fomenten valor y respeto, sin importar si solo están formadas por una madre y
un hijo.
La institución familiar, es tan inherente al ser humano como el aroma
es inherente a la flor. Desde que se tiene conocimiento de la existencia del
ser humano tal y como lo conocemos[7]
-hace más de 150,000 años- su estructura social se ha fundado en la familia; es
verdad, ha habido familias que han tenido muy variados estilos de organización,
pero conservándose en casi todos los casos la estructura básica de un hombre y
una mujer con crías perfectamente identificables con sus correspondientes
padres: familia denominada por la sociología como “familia nuclear”. Esta
institución ayudó a que el Hombre[8]
pudiera sobrevivir primero[9],
y desarrollarse en el pensamiento complejo después, pues contribuyó enormemente
a que se perpetuaran los conocimientos adquiridos por anteriores generaciones, incrementándose
un poco el conocimiento en cada generación, hasta llegar a la concepción de
grandes inventos como el lenguaje, la escritura, la agricultura, la rueda, el
automóvil, el avión, la energía atómica, etcétera, etcétera, que de ninguna
forma hubieran sido posibles sin esa –muchas veces imperceptible e
irrastreable- transmisión de
conocimientos de padre a hijos durante decenas de miles de años.
Pues bien, esa familia que permitió el desarrollo de la humanidad, es ahora
una institución pasada de moda que muchos parecen olvidar, una institución que
sus integrantes están dispuestos a abandonar al primer conflicto, al primer
revés, a la primera desilusión. Para muchos padres los hijos son un deber que cumplir,
se les envía a la escuela (llamada guardería) desde los 3 meses de edad y se
les da seguimiento a su educación mínimo hasta sus 22 años, en que terminen sus
estudios universitarios. La escuela suple así cada vez más a los padres en la
histórica transmisión de conocimientos… y de valores. Muchos salvan esto, conviviendo
en las tardes con sus hermanos y alguno o ambos padres; muchos otros, sin
embargo, son hijos únicos con padres divorciados o que trabajan demasiado, y
pasan sus tardes frente a un monitor, convirtiéndose éste en su principal
fuente de conocimientos extra-escolares. La educación moral y ética queda pues,
en mano de maestros, compañeros, programas televisivos, la Internet, los
videojuegos y, en el mejor de los casos, de los libros. La educación ética y
moral, que únicamente puede aprenderse del ejemplo, queda prácticamente ausente
así de la vida de los menores, pues los ejemplos no los viven en carne propia,
sino impersonalmente a través de los medios ya comentados. Después de un
tiempo, los hijos pueden llegar a perder el respeto a sus padres, e incluso el
afecto, considerándolos más como un lastre y una fuente de provisiones, que sus
primeros y más grandes maestros. La falta de educación y respeto cada vez mayor
de los hijos a sus padres es una clara muestra de ello.
Así, se pueden aprender también a través del televisor, la Internet y
los videojuegos entre otras cosas: que todos los gobernantes son malos y/o
estúpidos[10],
que la promiscuidad es normal, que el cuerpo humano desnudo es cosa prohibida,
que consumir alcohol es sinónimo de éxito económico y sexual, que la violencia
y los homicidios son cosa normal y común en este mundo, y que alguien afortunado
y “digno de respeto” está disfrutando de la protección que ofrecen ciertos
condones mientras que ellos simplemente ven la televisión, etcétera. Por ello,
considero que aún peor que heredar desconfianza de tu familia, es no tener esa
familia que te la herede, por las consecuencias que ello representa, y
heredarla de otro tipo de fuentes todavía más nocivas en la mayoría de los
casos.
LA MORDIDA
Lo
que consideramos como justicia es con mucha
frecuencia una injusticia cometida en favor nuestro.
- Reveillere
frecuencia una injusticia cometida en favor nuestro.
- Reveillere
Tarde o
temprano, aunque generalmente aunada a nuestros primeros contactos con las instituciones
públicas, aparece una figura definida típicamente en México como: “La
Mordida”. La mordida no es otra cosa que un soborno. De hecho la Real Academia
Española la define en su diccionario como: “3.
Am. Provecho o dinero obtenido de un particular
por un funcionario o empleado, con abuso de las atribuciones de su cargo. || 4. Am. Fruto de cohechos o sobornos.”, por lo cual al escribir sobre la
mordida ya ni siquiera es necesario entrecomillarla.
Ahora bien, ¿qué mexicano mayor de edad –habiendo tenido la
oportunidad de hacerlo- nunca ha dado o intentado dar, alguna mordida en su
vida?, ¿qué mexicano mayor de edad –habiendo tenido la oportunidad de hacerlo-
nunca se ha beneficiado, o intentado hacerlo, de la ayuda de algún conocido o
funcionario para agilizar o evitarse un trámite cualquiera? No lo sé
exactamente, pero sospecho fundadamente[11]
que el porcentaje de mexicanos que honestamente respondan que “no” a ambas
preguntas, en ningún caso será superior al 5 o 10 por ciento, lo cual nos habla
de lo avanzado que está “el virus de la corrupción” en nuestra sociedad, y para
muestra “un botón”: ¿Qué respondes tú, lector, a esas preguntas?
Lo peor de todo es nuestra reacción y nuestra hipocresía ante la
mordida, nos molestamos por prestarnos, de propia voluntad, al juego de la
corrupción y después acusamos a las autoridades de corruptas y abusivas. A
pesar de que he visto o sabido de muchos agentes de vialidad que se “arreglan”
con los automovilistas[12],
nunca he visto a ningún agente apuntándole con una pistola en la cabeza al
infractor, con objeto de que le entregue el soborno correspondiente, lejos de
eso, he visto infractores suplicar por llegar al arreglo; al grado que las prácticas corruptas más populares, que
implican la entrega de una mordida a la autoridad, son propiciadas la mayoría
de las veces por los propios ciudadanos[13].
Si doña Sor Juana Inés de la Cruz hubiera vivido en nuestros días, al
ver esta gran hipocresía y falta de ética de los ciudadanos y las autoridades
gubernamentales, seguramente reescribiría algunas estrofas de su gran obra “Redondillas”
para dejarlas más o menos así:
Ciudadanos
necios que acusáis
al gobierno,
sin razón,
sin ver que
sois la ocasión
de lo mismo
que culpáis;.
Si con ansia
sin igual
solicitan
que se presten,
¿por qué queréis
que obre bien
si lo
incitáis al mal?
Combatís su
resistencia
Y luego, con
gravedad,
Decís que
fue liviandad
lo que hizo
la diligencia.
Parecer
quiere el denuedo
de vuestro
parecer loco,
al niño que
pone el coco
y luego le
tiene miedo.
…
¿Qué humor
puede ser más raro
que el que,
falto de consejo,
él mismo
empaña el espejo
y siente que
no esté claro?
…
¿O cuál es
de más culpar,
aunque
cualquiera mal haga,
el
funcionario que peca por la paga
o el
ciudadano que paga por pecar?
¿Pues, para
qué os espantáis
de la culpa
que tenéis?
Queramos al
gobierno como lo hacemos
o hagámoslo
como lo buscamos.
¿Será?...
MEXICANOS DESCONFIADOS
Piensa mal y acertarás.
-
Refrán
Insisto en que para proponer soluciones reales al problema, primero
necesitamos medir o considerar la verdadera magnitud de la falta de confianza
del ciudadano mexicano en sus instituciones públicas. Considero que un paso
importante a seguir es analizar si dichas instituciones son la única entidad o
las únicas entidades de las cuáles desconfía un mexicano común. Pienso que no
es así, estoy fundadamente convencido que los mexicanos desconfiamos de
nuestras instituciones públicas casi tanto como desconfiamos del resto de las
personas[14]. Al
hablar del tema de la falta de confianza en las instituciones públicas, creo
que no podemos pasar por alto que el mexicano promedio también desconfía,
muchas veces y entre otros(as), de:
·
Sus vecinos;
·
De la empresa que le presta el servicio telefónico (¿Quién
no ha sospechado que le han cobrado más llamadas de las que realmente ha
realizado?);
·
De la empresa que le vende gas (Y si no desconfía empiece a hacerlo, que hay muchas pruebas de la
PROFECO de demuestran que estos señores no siempre venden “litros de a litro”);
·
De las gasolineras donde carga combustible para su
auto (¿A quién no le ha parecido raro que le
quepan tantos “litros” al tanque de su automóvil?);
·
De las instituciones bancarias (No es necesario abundar en este rubro);
·
De los talleres y/o agencias de automóviles (¿Quién
no ha pensado que le están cobrando varios miles de pesos por no haberle hecho
nada al carro? ¿Quién no prefiere presenciar el momento en que le cambian el
aceite a su carro... por si las dudas?);
·
Del taquero de la esquina (¿Quién
no ha oído hablar de la existencia o sospechado haber probado los famosos tacos
de pastor… alemán cruzado con callejero?);
·
Del barman (¿Quién no ha
sospechado haber recibido aguardiente por tequila o “presidente” por cognac?);
·
De los cientos de productos “milagrosos” que abundan
en todos lados (Aquí las sospechas son
más que evidentes);
·
De los medios de comunicación y sus encuestas (¿Nadie ha oído o dicho: “Claro, como no van
a decir eso si ese periódico o ese medio está controlado por el gobierno o por
tal partido”?);
·
De su abogado (¿Quién no ha
escuchado la expresión, “seguro que mi abogado ya se vendió”?);
·
De sus socios o compañeros de trabajo;
·
Del líder sindical (¿Cuántos sindicalizados realmente confían plenamente en su líder?);
·
De su inquilino o de su arrendador (El
que haya intentado arrendar un inmueble sabrá de lo que estoy hablando.)
·
De la empleada doméstica (¿A quién se culpa cada que se pierde algo en casa?);
·
De las iglesias y sus predicadores (¿Cuántos sermones y políticas eclesiásticas hemos
sospechado que solo buscan la limosna cuantiosa?)
·
De su médico (¿Cuántas
cesáreas serán realmente necesarias?);
·
De su cónyuge o pareja (Quizás sea éste es el caso más raro de todos… ajá); y,
·
Algunas veces, hasta de su propio perro… (me reservo ejemplos)
Es reveladora y preocupante la encuesta del Instituto Ciudadano de
Estudios sobre Inseguridad, según la cual, actualmente el 47% de los mexicanos
viven sintiéndose inseguros y desconfiados[15].
Cada día es más común que los mexicanos nos sintamos impotentes y nos resignemos
a ser estafados o defraudados, quedándonos sólo el consuelo de que a otros
conocidos nuestros les ha ido peor y/o que algún día nosotros mismos ya hemos
engañado o estafado a alguien; convirtiéndose esto en un círculo vicioso que tiene
ya proporciones descomunales y consecuencias terribles y palpables en toda
nuestra sociedad.
Así las cosas, antes de seguir adelante debemos preguntarnos: ¿Es
posible revertir la falta de confianza del mexicano en sus instituciones
públicas con el simple establecimiento de programas de honestidad o
instituciones de transparencia? ¿Es posible que el ciudadano mexicano siga
desconfiando de casi todo, excepto, de sus instituciones públicas y sus
gobernantes? Yo creo que no, yo creo que el cambio debe ser general, creo que
el cambio no puede darse de la noche a la mañana, ni solo en forma parcial. Sin
embargo, también creo que las instituciones públicas están obligadas a poner el
ejemplo, sin importar que aún dando dicho ejemplo, quizás, no se confíe
plenamente en ellas y menos de manera inmediata. El problema de la desconfianza
en México es parecido al problema de un barco
que se hunde, y creo que enfocar la mayor parte de los recursos gubernamentales
en inculcar la confianza en las instituciones públicas sin antes resolver el
problema de fondo, sin disminuir los exorbitantes índices de impunidad, sin
eficientar la impartición de justicia en todos sus niveles, sin aumentar la seguridad
en las calles, por ejemplo, es tanto como enfocar todas las fuerzas en sacar el
agua de dicho barco a cubetazos y no hacer nada para tapar el agujero por el
cual se está filtrando el agua a la embarcación; corriendo nuestra nación el
riesgo de sucumbir ante la crisis de la desconfianza generalizada, por no
atacarse el problema de fondo.
Ahora bien, rezan los refranes populares que: “El león cree que todos
son de su condición” y que “La burra no era arisca, la hicieron”. Es un hecho
que la mayoría de los mexicanos somos desconfiados porque también somos
deshonestos y/o porque ya hemos sido víctima de algún acto deshonesto en
nuestra contra. Personalmente he conocido personas que si encuentran un teléfono
celular[16]
en algún lugar público, prefieren decir que “ya les tocaba…” antes de
devolverlo, o bien, que aleguen que si ellos hubieran perdido el suyo nadie se
los hubiera devuelto[17].
En un estudio publicado hace no mucho por una revista de circulación nacional[18],
se realizaron ejercicios de “pérdidas accidentales” de carteras en escuelas
primarias y secundarias de diferentes entidades del País. Dicho estudio arrojó
cifras alarmantes y reveladoras, tanto así que, en estados como Hermosillo o
Toluca apenas 13 y 15 –respectivamente- de cada 100 carteras tiradas al suelo a
propósito, fueron devueltas a su dueño por el niño-adolescente que la recogió. Si
este tipo de prácticas -verdaderamente deshonestas- son comunes entre gente normal[19]
y apenas en su pubertad, ¿qué podemos esperar de los adultos o de los que
habitualmente se dedican a estafar gente?, ¿qué nos queda hacer como mexicanos
ante esta falta de honestidad?: ¿Comprarnos un rifle? ¿Transar para avanzar? o
¿qué?
Sin duda, el problema de la desconfianza y de falta de ética está
presente en todos y cada uno de los mexicanos, al grado que cuando un taxista o
un policía encuentra algo de cierto valor, digamos más de cinco o diez mil
pesos, y se decide a devolverlos a su dueño, éste hecho se convierte en noticia
importante, se entrevista a la persona en los noticieros de cadena nacional,
cuando en otros países quizás se trate de un acto imperceptible por normal.
Me pregunto si algún grupo editorial se atrevería a vender periódicos
en recipientes transparentes, como en varios países desarrollados, en donde el
comprador deposita su moneda, toma un periódico y cierra la urna de nuevo, y si
digo “me pregunto” es por ironía, ya que conozco de antemano la respuesta. Me
pregunto cuantas tiendas puede haber en este país como en otros países, en
donde la caja está al fondo y no hay nadie vigilando la entrada; una vez más
creo conocer perfectamente la respuesta.
EL IMPACTO
ECONÓMICO
¿Cuál
es el mejor gobierno?
El que nos enseña a gobernarnos
a nosotros mismos.
- Johann W. Goethe
El que nos enseña a gobernarnos
a nosotros mismos.
- Johann W. Goethe
Creo que una de
las principales razones por las cuales nuestro país no se desarrolla
económicamente, es precisamente la falta de confianza entre los mexicanos y la
falta de ética de los mexicanos. Se han analizado ya los desastrosos efectos de
la corrupción en la economía de un país, sin embargo, estoy cada vez más
convencido de que en nuestro país, nuestra economía tampoco crecería mucho
aunque nuestro gobierno fuera el gobierno menos corrupto de todo los países del
mundo.
Porque
supongamos que por arte de magia, nuestros gobernantes dejaran de ser
mexicanos, dejaran de ser “uno de nosotros”, dejaran de ser nuestros padres,
primos, amigos, compadres, hermanos, conocidos, cuñados, vecinos, etc. y fueran
como muchos se los imaginan: de otro mundo; pero al revés, es decir, en sentido
positivo. Me explico: muchas personas creen que los gobernantes “son malos”,
son corruptos, no tienen ética, son “unos ratas”, “unos cerdos”, etc. como si
fueran de otro planeta, y olvidan que son mexicanos y que se criaron en
familias mexicanas, estudiaron en escuelas mexicanas, jugaron en parques
mexicanos, etc. Bueno, supongamos ahora que por un milagro los gobernantes de
México efectivamente se vuelvan mañana de otro planeta… pero para bien.
Pensemos que todos los gobernantes amanecen el día de mañana revestidos de una
conciencia, una rectitud y un actuar ético parecido al de Karol Wojtyla o
Mohandas Karamchand Gandhi. Si fueran solo los de primer nivel, no durarían ni
dos o tres meses antes de ser derrocados o asesinados, pero si fueran todos los
burócratas de México, entonces probablemente habría primero una guerra civil,
antes de que la economía avanzara al primer mundo, como muchos piensan.
Simplemente imaginémonos
que a partir de mañana se detuviera y enjuiciara, o infraccionara, a todos los
que manejan con más de tres cervezas encima, que no respetan los límites de
velocidad, que ofrecen mordidas, que pagan menos impuestos de los debidos, que
compran cualquier tipo de piratería, cuyos establecimientos violentan los
ordenamientos en materia de salubridad, que manejan sin licencia, que injieren
bebidas alcohólicas en la vía pública, que consumen drogas o que se despidieran
a todos los que realizan actividades extra-laborales en sus horas laborales. Sería
un cambio drástico en las vidas de muchísimos mexicanos, un cambio que el país
no podría soportar por falta de infraestructura, de policías, de cárceles, de
folios, de mentalidad, de actitud, de idiosincrasia, etc.
Con este
ejemplo creo que queda claro que si todos nuestros gobernantes, si todos
nuestros burócratas cambiaran de la noche a la mañana, el País no tendría la
infraestructura material ni moral para soportar gobernantes honestos. El caos
sería total y demoledor. Si acabara la corrupción en el gobierno de un día para
otro, nuestra economía se derrumbaría estrepitosamente, pues terminarían las
condiciones que han permitido el irregular funcionamiento de cientos de miles
de comercios y negocios, grandes y chicos, gigantescos y miniaturas.
Así las cosas, creo que ya podemos sospechar cual es la magnitud real
del problema de la desconfianza en nuestras instituciones públicas: el problema
somos, en mayor o menor medida, todos y cada uno de los mexicanos. Aceptando
esa premisa, podemos seguir tratando el tema desde una óptica más amplia y
realista, sin perder de vista el objetivo, consistente en que sí es posible
aumentar la confianza del mexicano en sus instituciones públicas, pero no “de
la noche a la mañana” con fórmulas “mágicas”, ni tampoco de manera total e
inmediata, sin embargo, si escribo estas líneas es porque considero que es
necesario y trascendental que sean las propias instituciones públicas las que
comiencen a revertir con el ejemplo la creciente falta de ética y desconfianza
que impera en el país, porque no es lo mismo desconfiar en el vecino que dejar
de creer en la policía y en los cuerpos de seguridad pública, por ejemplo, y
porque creo que al perderse la confianza en las instituciones públicas se pone
en riesgo la estabilidad de toda la República y del orden social, como lo
veremos más adelante.
NUESTRAS INSTITUCIONES
PÚBLICAS
Las
instituciones bajo las cuales vivimos, compatriotas,
aseguran
a cada persona el perfecto goce de todos sus derechos.
- John Tyler
La sociedad mexicana no acepta fácilmente la responsabilidad que tiene
sobre el funcionamiento de sus instituciones públicas porque, de entrada, ni
siquiera las considera suyas. Este es un gran problema, ya que el primer paso
para que la sociedad se interese y responsabilice de sus instituciones públicas consiste, precisamente, en que las sepa y
considere suyas. Esto es así porque las instituciones públicas son de todos
nosotros y, por ello, todos debemos de interesarnos por su buen funcionamiento
e, independientemente de que nos interesemos o no de ellas, considero que todos
somos responsables de su funcionamiento y su confiabilidad.
Quiero aclarar que para mí, en términos prácticos, las instituciones
públicas no difieren mucho de la mayoría de las instituciones privadas. Quizá
algunas puedan diferenciarse de ellas por razón de su finalidad, pero no será
siempre así, ya que muchas veces comparten los mismos objetivos que las
privadas, por ejemplo: existen instituciones públicas y privadas de
beneficencia, existen instituciones públicas y privadas con fines de
investigación y estudio e, incluso, también existen instituciones con exclusivo
ánimo de lucro en ambos niveles. De acuerdo a lo anterior, no es posible
diferenciar a las instituciones públicas de las privadas únicamente por su fin,
pues existen muchas que lo comparten. Es verdad que en el fondo, la finalidad
última de las instituciones públicas siempre debe ser la búsqueda del bien de
la colectividad a través de la prestación de servicios y funciones públicas,
sin embargo, muchas instituciones privadas cumplen también con ese fin –algunas
veces incluso mejor- que las propias instituciones públicas, por lo que el fin
último no es necesariamente la gran diferencia entre ambas instituciones.
Así las cosas, para mí la gran diferencia entre una institución pública
y una institución privada es material y consiste en los recursos con los cuales
funcionan las primeras y las segundas. Es decir, una institución privada
utiliza recursos privados para realizar sus operaciones[20],
sean éstas del tipo que sean, mientras que una institución pública utiliza
recursos públicos, es decir, provenientes de la recaudación del Estado, para
realizar sus operaciones.
Esta diferencia es importante porque los recursos públicos son
recursos provenientes de todos y cada uno de los habitantes de este país y, por
lo tanto, todos somos “accionistas” de las instituciones públicas pues todos,
en mayor o menor medida, aportamos recursos para su existencia y
funcionamiento. Es válido entonces señalar que las instituciones públicas mexicanas
son propiedad de todos y cada uno de los mexicanos. Como “accionistas” que
somos de esta gran “sociedad” llamada Estado, para poder confiar en ella
primeramente tenemos, o debemos tener, derecho de conocer la utilización y el
destino del dinero que es utilizado para el funcionamiento de las instituciones
públicas, así como las razones por las cuales fue destinado de tal o cual
manera.
En este sentido, la primera premisa que debe darse para que una
institución pública sea congruente con su origen teleológico es la
transparencia de sus cuentas y políticas. Hasta donde sé, ningún gerente de
ninguna empresa tiene derecho de ocultarles información, sobre el manejo de la
empresa y sus recursos, a los socios de la misma. Así tampoco, ningún
gobernante ni funcionario público debiera tener derecho de ocultarnos el manejo
que se da a nuestras instituciones y empresas públicas –salvo previamente
justificadas excepciones-, de las que todos nosotros, por el simple hecho de
ser mexicanos y pagar impuestos, somos socios
o copropietarios.
El problema es que muchos mexicanos no las consideran así -y muy lejos
se encuentran de hacerlo- ya que en lugar de sentirse socios de las instituciones públicas, se sienten verdaderos
enemigos de ellas. Muchos mexicanos hemos llegado a considerar a las
instituciones públicas como entidades diseñadas para dañarnos o perjudicarnos,
como si se trataran de nuestros verdugos. Pocos mexicanos confían en sus
fuerzas policiales, de seguridad pública y en su Ministerio Público[21].
Mucha gente prefiere no denunciar los delitos de que son víctimas, a menos que
tengan la obligación de hacerlo por razones ajenas a su deber ético, como puede
ser el cobro de un seguro. Por eso, cuando alguien es golpeado y lastimado,
amenazado, ilegalmente espiado, despojado de su cartera o de las autopartes de
su automóvil, etc. prefiere guardar silencio legal que acudir ante una
institución pública. Igualmente es difícil encontrar a una persona que haya
perdido un juicio controvertido –incluyendo los de naturaleza electoral- y que
no haya atribuido su derrota a una supuesta corrupción de los árbitros y de los
juzgadores en su contra, y existen muchos otros casos similares.
La gente tiene miedo, por ejemplo, a la Secretaría de Hacienda y al
Servicio de Administración Tributaria, buscando a toda costa evadir contacto
con dichas instituciones públicas, sin considerar, ni por un instante, que al
aportar parte de sus ingresos a dichas instituciones le están haciendo un bien
a su país. Si felicitáramos al azar a algún mexicano que acaba de pagar sus
impuestos, comentándole que al hacerlo está cumplimentando un honroso deber
patriótico y que está contribuyendo a la grandeza de nuestra República,
seguramente –si anda de buen humor- se carcajearía con nosotros preguntándonos
si nos sentimos bien, aunque si anda de mal humor, nos estaríamos arriesgando a
recibir alguna majadería o improperio por respuesta. Pocas personas mexicanas
debe haber -a ninguna la conozco personalmente- que se alegren de pagar impuestos,
que se sientan orgullosas de hacerlo, que presuman haber pagado todos sus
impuestos sin haber inventado deducciones o triquiñuelas. Todo lo contrario, de
los mexicanos más envidiados y a veces hasta admirados por la sociedad son
aquellos que se las arreglan para pagar la menor cantidad de impuestos posible
o que no los pagan del todo; por su parte los mexicanos más orgullosos son los
que alardean haberse transado al
fisco, mientras los oyentes se preguntan con gran admiración “¡¿Cómo lo hizo?!”,
sin saber o sospechar que a quien se han transado
es a ellos mismos, pues ellos son dueños de las instituciones públicas contra
las que con gozo se presume haber cometido fraude[22].
LOS PARTIDOS POLÍTICOS Y LA DEMAGOGÍA
La política no consiste en el voto político ni en las ideas
filosóficas.
La política es el modo de vivir cada uno de nosotros.
-
Abbie Hoffman.
Por si todo este aire de desconfianza y de indiferencia ante las
instituciones públicas fuera poco, existe un factor que en estos últimos años
terminó con la confianza de muchos ingenuos que veían a la democracia como la
panacea que solucionaría de tajo todos los problemas del país, y que creyeron
que por el simple hecho de que el PRI saliera de la Presidencia después de más
de 70 años gobernando, el País avanzaría al Primer Mundo. Ahora es común
escuchar en las calles, “ahora sí ya no sé por cual votar, si todos son
iguales…”. Esta pérdida de confianza en los partidos políticos como
instituciones públicas, trae como consecuencias principales el que se ponga en
riesgo el estado democrático, por un lado, y el que la gente ya no busque más los colores de un partido, sino
individuos populares (o populistas), lo que en mi entender, trae mayores
perjuicios que beneficios para el estado de derecho que debe imperar en el
país, pues se pone en riesgo la permanencia de la democracia y del
institucionalismo político que, aún con sus defectos, es preferible que
cualquier especie de dictadura populista como la que sufren actualmente los
venezolanos.
Otro problema es el relativo a una práctica común de los políticos,
consistente en anteponer los intereses de su partido a los intereses de la
Nación. Considero que la llamada “disciplina partidista” es un “cáncer” de la
política y de las instituciones públicas que termina por “aborregar” a muchos
políticos y funcionarios de un solo partido, de tal forma que a pesar de haber
500 diputados federales, es común saber que sobre los temas importantes solo
hay 2 o 3 posiciones, una por fracción parlamentaria, y todo aquel que vote en
sentido diverso a su fracción, es inmediatamente satanizado por todos los
políticos de todos los partidos. Este tipo de actitudes, hace que la gente no
solo desconfíe sino que sienta verdadero recelo por dichos funcionarios, máxime
cuando el común de la población considera que perciben un injusto sueldo por
“estar ahí echadotes, nomás alzando la mano…”[23].
Esto es importante mencionarlo porque no se puede respetar ni confiar en quien
se siente recelo o rencor.
A pesar de lo anterior, he notado que los partidos políticos poco se
han preocupado por esta situación y por la percepción que la ciudadanía pueda
tener de ellos, llegándose a formar alianzas entre partidos de derecha e
izquierda, sin importar que los principios políticos, éticos y doctrinales de
cada partido los haga incompatibles totalmente y que, los simpatizantes de
dichos partidos, puedan sentirse confundidos ante tales alianzas que parecieran
enviarnos el mensaje de que los partidos políticos hacen “todo lo que sea por conservar
u obtener El Poder”. De igual forma, no es raro ver personajes “brincar” de un partido
a otro para obtener una candidatura, con una ligereza tal que realmente da
miedo. Es increíble ver como defienden la ideología de un partido durante
décadas solo para un mes después de su postulación por otro partido, dedicarse
a atacar a dicho partido y su ideología ¿En dónde está la congruencia del
político y del partido que lo postula? Es tan ridículo como si un jugador
pudiera cambiarse de selección nacional cada mundial, de acuerdo a sus
intereses, para un mundial defender la camiseta brasileña y otro la argentina, asegurando
en cada salto que el país para el que juega es el mejor.[24]
Sin embargo, el principal ingrediente que sirve como combustible de la
desconfianza ciudadana, es la demagogia de los candidatos que aspiran ocupar
algún cargo de elección popular. Es muy grave que no existan medios legales
claro y estrictos que permitan controlar y reglamentar las dichosas “promesas
de campaña” y es muy falto de ética que al no existir dichos medios legales los
políticos den “rienda suelta a su imaginación” en las campañas políticas,
jugando muchas veces con las necesidades de los electores, muchos de los
cuales, solo aspiran a tener una oportunidad para darles de comer a sus
vástagos. También es bastante molesto para la ciudadanía el que se gasten
tantos recursos y se contamine tanto el medio ambiente con la enfermiza
cantidad de pendones, bardas y folletos que se distribuyen por todas las
poblaciones y ni que decir de la desmesurada presencia de candidatos a todos
los cargos y de todos colores en los medios masivos de comunicación, o en el
peor de los casos, que pretenda comprarse el voto con una camisa, una pluma,
una torta y/o un encendedor. Por otro lado, desgraciadamente cualquier político
sabe que mucha gente quiere precisamente regalitos a cambio de su voto, por
ello sabe que pierde muchos votos si no le entra al juego de los obsequios de
campaña.
Así las cosas, considero que el verdadero problema son las promesas,
mismas que pocas veces se cumplen tal y como se propusieron, lo cual va
generando desconfianza y rencor en la gente, que no puede olvidar las promesas
de un México mejor de la noche a la mañana, sin que eso suceda. La consecuencia
es que después de haber transcurrido un par de siglos de constante demagogia,
la desconfianza en las instituciones públicas denominadas partidos políticos y
en sus integrantes crece, y cuando no se confía en los partidos políticos
difícilmente se podrá confiar en las instituciones públicas gubernamentales
presididas por los integrantes de dichos partidos, lo cual genera apatía
ciudadana el día de las elecciones, ya que no existe motivación real en el
ciudadano común para salir a ejercer dicho derecho.
LA BUROCRACIA COMO CLASE SOCIAL
El
Estado es una comunidad humana que
(exitosamente)
se atribuye el monopolio
del
legítimo uso de la fuerza
dentro
de un espacio territorial determinado.
- Max Weber
El hablar de desconfianza en las instituciones públicas equivale a
hablar de desconfianza en quienes integran dichas instituciones, es decir,
desconfianza en todas y cada una de las personas que laboran en dichas
instituciones públicas, pues hablar de desconfianza en las instituciones
públicas implica indisoluble y necesariamente hablar de desconfianza en
aquellos que las integran; además, como veremos más adelante, no creo que sea
posible la existencia de instituciones públicas carentes de ética, sin que
entre sus filas haya a su vez personas carentes de ética.
Actualmente el número de personas que integran la totalidad de las instituciones
públicas en nuestro país es incierto, al menos para mí, pues no conozco ninguna
estadística oficial al respecto, sin embargo, podemos arriesgar a dar un
estimado de 5 millones en total, haciendo rápidamente el mismo ejercicio
lógico-aritmético realizado por el periodista Sergio Sarmiento[25].
Tomando esta cifra como punto de partida, nos encontramos con que alrededor del
5% de los mexicanos trabajan en alguna institución de carácter público, es
decir, que funciona –al menos mayoritariamente- con recursos públicos. Sin
embargo, esta cifra llega a ser mucho más dramática si consideramos que cada
servidor público pudiera ser la principal fuente de ingresos familiar,
dependiendo de él un promedio de al menos 2 o 3 personas. Esto indica que
alrededor del 15 al 20% de los mexicanos viven “del presupuesto” –como
comúnmente se dice- y ésta, sin duda, es una cifra considerable, pues 2 de cada
10 mexicanos que transitan por la calle tienen alguna relación de dependencia
económica directa o indirecta con las instituciones públicas y, por lo tanto,
al no ser las instituciones públicas dignas de confianza, en teoría tampoco
dichos mexicanos podrían serlo, pues las integran o dependen directamente de
quien sí las integra.
De entrada, me parece exagerado que exista 1 trabajador de la
burocracia por cada 4 trabajadores asalariados en nuestro país y, dejando de
lado el problema ético, económicamente hablando es realmente preocupante esta
cifra. Pero lo más terrible para el problema en cuestión, es que habiendo
tantos servidores públicos, difícilmente puede haber un verdadero control
selectivo de carácter ético, moral y profesional entre quienes ocupan algún
escaño dentro de la administración pública.
Además, esta cifra tiende a aumentar cada 3 o 6 años, pues en cada
nueva administración municipal, estatal y federal, se engrosa, al menos un
poco, el número de servidores públicos, pues como no pueden despedirse a muchos
de los que ya estaban ahí[26]
y se tienen necesidades de mejorar los servicios o simples compromisos
políticos, no queda otra opción que crear más plazas, muchas de ellas quizás
innecesariamente. Este es un problema de falta de un marco jurídico adecuado y
en muchos casos de ética, volviéndose significativo el hecho de que en
municipios grandes e importantes como Guadalajara, se destine cerca del 50% de los
egresos totales al pago de servicios personales.
Podemos decir que este 5% de los mexicanos, que se extiende hasta un 15-20%
sumando a los dependientes, forman una verdadera clase social, máxime cuando
muchos de esos mexicanos forman parte de estructuras laborales y sociales
perfectamente identificables como son los sindicatos. Esta clase social,
detenta gran parte del poder en nuestro país, quizás solo por debajo de la pequeña
clase burguesa que tiene a su disposición más de la mitad de todos los recursos
del país y parte del control de los gobernantes de primer nivel. Karl Marx
escribió en 1843 una tesis en la cual considera al Estado y al Derecho como variables dependientes de la parte de la
sociedad que detenta el poder. Sin duda, algo de razón tenía Marx, toda vez
que ya no parece simple casualidad que muchas leyes y la organización política
del país favorezcan a las clases dominantes, es decir, a los ricos y a los burócratas
que integran las instituciones públicas de nuestro país. No son muchas las
empresas en nuestro país que pueden igualar las prestaciones promedio a que
tiene derecho un trabajador promedio de las instituciones públicas mexicanas.
Los trabajadores del gobierno tienen leyes especiales, mismas que generalmente
enumeran derechos a que no tienen derechos los trabajadores de la iniciativa
privada. Trabajadores como los del IMSS que tienen derecho a jubilarse 10 años
antes que el promedio de los trabajadores del país, percibiendo una vez
jubilados hasta 3 veces más que el resto de dichos trabajadores, es sin duda un
claro ejemplo de ello, y ante tales ventajas se puede entender porque se
aferran a dichos beneficios. Otro ejemplo claro es el beneficio que tienen los
trabajadores sindicalizados de algunos municipios como el de Guadalajara consistente
en el derecho de no ir a trabajar el día de su cumpleaños.
Considerando que son muy pocos los escaños de las plazas públicas ocupados
por funcionarios de elección popular, de primer nivel o de confianza, tenemos
que el resto de los servidores públicos son ciudadanos comunes que en mi
entender han formado ya una verdadera clase social, cuya existencia muchas
veces genera rencor y desconfianza entre los mexicanos que no forman parte de
ella, pues injustamente gozan de mayores prerrogativas que el común de los
trabajadores y, además, porque ha habido muchos casos en que dichos servidores
se han dado a conocer por su prepotencia, ineptitud, cinismo y/o proclividad
hacía la corrupción. El problema es que desgraciadamente pocos ya creen en
ellos y -por consecuencia- en las instituciones que representan, en buena parte
a causa de la práctica común de decirnos “mejor regrese mañana”, a sabiendas
que al día siguiente tampoco habrá de tenerse una resolución al trámite que
realizamos.
Otro gran problema –quizás el toral- reside en que ante los beneficios
de ser “servidor público” se deje de lado la ética y la vocación que dicho
nombramiento representa, a cambio de los beneficios económicos. Esto genera
instituciones públicas formadas por servidores públicos paradójicos, pues no
están interesados en servir al prójimo ni entraron al gobierno para hacerlo,
sino por obtener una contraprestación, y en algunos casos, de gozar o conservar
los privilegios que ello representa a cambio de ser “carne de cañón electoral”
de la persona que lo invitó al puesto, práctica que choca brutal y directamente
de frente con el concepto teleológico del servidor
público.
EL EFECTO
MEDIÁTICO
El negocio de darle a la gente lo que quiere
es el argumento de los narcotraficantes.
Las noticias son algo en que la gente no sabe
que está interesada hasta que escuchan sobre ellas.
- Neil Hickey
Otro complemento a nuestro “caldo de cultivo” de desconfianza
generalizada, es la tendencia amarillista de muchos medios de comunicación.
Personalmente he visto como es posible cambiar totalmente en los medios un
hecho de acuerdo al enfoque que éstos le den, basta leer 3 o 4 periódicos y ver
un par de noticieros diariamente para percatarse de este efecto. Todos los días
se resaltan las noticias relativas a los actos de corrupción, a los secuestros,
a los homicidios, a las violaciones, de tal forma que la sociedad mexicana,
sumamente dependiente de su televisor o de la Internet, crece temiendo salir a
la calle y desconfiando cada vez más y más de sus fuerzas de seguridad y de sus
políticos y gobernantes, atribuyéndoles la culpa de todos esos males tan comunes… y de los que –irónicamente en
muchos casos- nunca han sido víctimas.
Es evidente que los mass media
son un negocio y como tal deben manejarse,
presentándole a la gente lo que ésta quiere, necesita, interesa o
disfruta saber. A pocos les interesa ver un reportaje de un gobernante cuando
éste se porta bien, gana premios de profesionalismo o trabaja horas extras,
pero que interesante y popular es verlo cuando se llena los bolsillos de
dólares o apuesta miles de ellos en Las Vegas, por ejemplo.
Otro efecto que ha cambiado radicalmente la manera de “hacer política
y gobierno” son las encuestas. Prácticamente todos los días se hacen encuestas
sobre temas relacionados con los gobernantes, con las políticas
gubernamentales, con las instituciones públicas, con los partidos políticos,
con los candidatos a cargos públicos, etc. Sin embargo, en ocasiones se ha
llegado al grado en que las encuestas se vuelven un fin en sí, y ya no un medio,
comodebieran serlo. Esto crea un efecto que produce incertidumbre, pues muchas
veces las encuestas reflejan opiniones que no existirían si no hubiera existido
dicha encuesta. Por ejemplo, si a mi me preguntaran: ¿Qué carro es mejor, el
Dodge Viper o el Porsche Carrera?, es muy probable que en base al recuerdo que
tenga, quizás solo fotográfico o videográfico de ambos automóviles, me incline
a responder que “Sin duda es mejor carro el Porsche”. Dicha opinión, estará
totalmente viciada por mi desconocimiento de ambos carros y, sin embargo, me
atreví a darla con tal de participar en la encuesta. Así de imprecisas son
muchas encuestas actuales, pues en recurrentes ocasiones se cuestiona sobre
temas de importancia a gente que carece de elementos reales para opinar y que,
sin embargo, opina, tomándose el resultado como una verdad cierta o como la vox
populi.
Otro problema con esta encuestitis
consiste en que muchas veces los resultados varían de manera radical entre un
medio de comunicación y otro generándose desconfianza en la población; así como
el que dichas encuestas son utilizadas como prueba fehaciente de que algo es
como la encuesta lo señala, con lo que, si seguimos así se dará el caso de que
si alguna encuesta arrojara que el 51% de la gente opina que el cielo es verde,
los que lo vemos azul estaríamos considerados inmediatamente como daltónicos.
Esto solo genera un mayor ambiente de desconfianza y de incertidumbre entre la
ciudadanía mexicana, que al ver resultados tan dispares entre similares
encuestas, duda necesariamente de la veracidad de, por lo menos, alguna de
ellas o, incluso, de su propia opinión. Esta incertidumbre, lejos de fomentar
la certeza en las instituciones públicas y los gobernantes, las perjudica, máxime
cuando diariamente escuchamos declaraciones que acusan a determinados medios y
a sus encuestas de participar en un complot, y de favorecer a determinados
intereses gubernamentales o políticos, sembrándose otra gran semilla de
desconfianza en la sociedad mexicana, que en nada beneficia al Estado
Democrático y que sí tiende a fomentar el abstencionismo en las urnas.
EL ESTADO DE DERECHO
El
estado de Derecho es una situación de vida y de convivencia,
el cual garantiza que las personas gozarán, de
manera irrestricta,
de
sus derechos y libertades individuales,
mientras
que simultáneamente se protegen los de la colectividad.
- Hellen Mack
Todos los temas referidos son evidentes síntomas del gran deterioro de
la confianza en las instituciones públicas y no solo eso, sino, como ya se
dijo, del gran deterioro que se vive en nuestra sociedad. Una sociedad que no
cree en sus instituciones públicas -o peor aun, que ni siquiera sabe que son
suyas-, una sociedad que no cree en sus gobernantes, es una sociedad que ha
dejado de creer en el Estado de Derecho. Tal vez suene a perogrullada, pero
nada más preocupante para mí que el saber que muchos, muchísimos de mis
compatriotas, ya no creen en su propio gobierno y en sus propias instituciones
públicas. Perder la fe en el Estado de Derecho es tanto como perder la fe en un
padre, en un hermano o en un hijo; porque hay que destacar que el común de los
mexicanos no solo desconfía del gobernante, como persona física, sino de todas
las instituciones públicas, sin importar quien las presida, pues otro mal común
del mexicano es la generalización deductiva: si un servidor público es corrupto
luego todos lo son, y si todos los servidores públicos son corruptos luego
todas las instituciones públicas también y por tanto, todos son desdeñables y
hasta desechables. Olvidan que la historia ha demostrado que sólo a través de
un Estado de Derecho el ser humano puede encontrar los medios necesarios para
perfeccionarse como ser humano y puede vivir en armonía con todos los seres
humanos que lo rodean, máxime con las conglomeraciones humanas, llamadas
ciudades, en que ahora habitamos la mayor parte de los ciudadanos del mundo y
de nuestro país. Dicho Estado de Derecho, producto de un contrato social
llamado en nuestro país Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos,
es necesario para subsistir de manera estable como sociedad moderna, ya que como
bien lo señalaba Rousseau, dicho contrato social, dicha Carta Magna, es el
medio ideal para: “Encontrar una forma de
asociación que defienda y proteja de toda fuerza común a la persona y a los
bienes de cada asociado, y gracias a la cual cada uno, en unión de todos los
demás, solamente se obedezca a sí mismo y quede tan libre como antes.”. [27]
Muchos critican y no encuentran motivos para pagar impuestos que
mantengan sus instituciones públicas, principalmente por alguna o algunas de
varias razones, entre otras:
1. Porque no confían en ellas;
2. Porque no las consideran necesarias;
3. Porque no las consideran suyas;
4. Porque les cuestan dinero; o
5. Porque les quitan tiempo;
Desgraciadamente esto ha traído como consecuencia –tal y como ya se dijo-
la falta de fe en la necesidad de su existencia, lo que implícitamente trae
como consecuencia falta de confianza en el Estado de Derecho. Sin embargo,
cuando la gente da “mordidas” o trata de evadir impuestos y engañar al fisco
para dejar de mantener dichas instituciones, en ningún momento considera las
consecuencias de un país sin instituciones públicas y sin gobierno. Todos ellos
creen que sería gloriosa su existencia sin impuestos, sin instituciones
públicas, sin políticos y sin gobernantes pero creo que están equivocados, y
esa falta de confianza ya no es una cuestión de popularidad del gobernante en
turno, sino que se ha vuelto un problema directamente relacionado con la
estabilidad política, democrática y social de nuestra República.
UN PAÍS SIN
INSTITUCIONES PÚBLICAS
Espero
fervientemente que dicha cuestión esté tranquilizada
y
que ninguna excitación seccional o ambiciosa o fanática
pueda
amenazar otra vez la permanencia de nuestras instituciones.
- Franklin Pierce
Imaginémonos por un momento un país sin gobierno y sin instituciones
públicas. Imaginémonos por un momento un país sin semáforos, sin nadie que
construya las calles o las repare, sin leyes ni reglamentos, sin alcantarillas,
sin policías, sin identificaciones oficiales, sin nadie que nos registre las
escrituras públicas de nuestras propiedades, si nadie que registre nuestro
nacimiento, nuestro matrimonio o nuestra defunción, sin nadie que nos lleve
agua potable entubada a nuestras casas, sin nadie que pase a recoger la basura
a nuestro domicilio, sin juzgados ni tribunales para reclamar lo que nos
corresponde, sin nadie que –aun sin que tengamos dinero- nos socorra en una
emergencia, sin nadie que proporcione campañas de vacunación gratuitas a
quienes menos recursos tienen y evite epidemias que afecten a todos, incluyendo
a los que sí los tienen, sin nadie que avale los triunfos de nuestros
candidatos, sin nadie que nos defienda en caso de que algún otro país decida
apoderarse de nuestros territorios, sin nadie que certifique la comida que nos
alimenta, sin ninguna institución que expida y certifique la moneda nacional
que nos permite realizar nuestras compras, sin nadie que… etc., etc.
De faltar todos estos servicios: ¿Quién se iba a poner a prestar las
referidas y muchas otras tareas? ¿Quién iba a prestar dichas funciones y
servicios? ¿A quien le íbamos a confiar la emisión de billetes y de
identificaciones?: ¿A nuestro vecino?; ¿A los que no pagan impuestos? ¿A los
que se quejan del gobierno[28]?
¿A las empresas privadas en las que muchas veces tampoco confiamos? ¿A los que
ya no creen en las instituciones públicas ni en nadie?... ¿No?... ¿A quién
entonces?
Creo firmemente que para que la gente pueda volver a creer en las
instituciones públicas lo primero es hacer conciencia; todos y cada uno de
nosotros debemos convencernos de que dichas instituciones son necesarias para
el desarrollo del país o, al menos, para su conservación como lo conocemos. Sencillamente
no podemos confiar o creer en algo que no consideramos necesario en nuestras
vidas, máxime cuando tampoco lo consideramos nuestro. Es cierto que en nuestras
instituciones públicas se han dado muchos casos de corrupción y de ineptitud en
su manejo, pero eso no las vuelve desdeñables, ni desechables, ni prescindibles.
Apliquemos la analogía del cuerpo humano, imaginemos a la sociedad
como a un ser humano y a sus instituciones públicas como su sistema óseo. En
este sentido, tenemos que son los huesos –instituciones públicas- los que nos
dan el soporte y la infraestructura necesaria para desarrollarnos, para lograr
nuestros objetivos y cumplir nuestras metas. Muchos de nosotros no notamos la
existencia de nuestros huesos hasta que se nos rompen o hasta que nos duelen,
sin embargo los necesitamos más que los músculos o que los propios sentidos.
Siguiendo con la analogía, supongamos que la sociedad de nuestro país, en este
momento, es un ser humano con osteoporosis[29],
cuyos huesos están débiles y además causan dolor y molestan a todo el ser
humano –sociedad- que padece dicha enfermedad. Ahora imaginemos que nosotros,
todos los mexicanos, somos ese ser humano con osteoporosis, ¿llegaríamos a la
conclusión de que nuestros huesos, por tanto dolor que nos causan y por
“inútiles” que los consideremos, son desechables? ¿Podríamos vivir sin nuestros
huesos? ¿Podríamos vivir sin nuestras instituciones públicas? Para mi, una
sociedad de cien millones de personas sin instituciones públicas sería como un
ser humano sin huesos… se derrumbaría.
Así las cosas, debe quedarnos claro a todos los integrantes de la
sociedad que el problema no consiste en definir si las instituciones públicas
–en términos generales- son necesarias o no lo son, también debe dejarse claro
que el problema no son las instituciones públicas en sí, como concepto genérico,
sino otras muy diversas cuestiones, casi todas ellas ajenas al fin para el cual
fueron concebidas dichas instituciones y a su función teleológica, tales como
su degeneración, sus integrantes o la corruptibilidad de la que son objeto. Eso
son los problemas que hay que atacar desde todas las trincheras en donde nos
sea posible, pero no dar la guerra por perdida, porque sin un árbitro no podríamos
coexistir.
EL PROBLEMA ÉTICO ES HUMANO
…porque un hombre que quiera en todo hacer profesión
de bueno
fracasará necesariamente entre tantos que no lo son.
-
Nicolás Maquiavelo
¿Qué hacer para construir confianza en las instituciones públicas? La
respuesta a esta pregunta no es sencilla, pero el primer paso es volver dichas
instituciones, unas instituciones cuyos actos estén indiscutiblemente
revestidos de ética y/o carentes de corrupción. Es claro entonces que la
confianza en las instituciones públicas debe construirse desde abajo, desde la
raíz, desde los cimientos de una institución de cualquier índole: sus
principios éticos y morales.
Ahora bien, una institución en sí, independientemente si es de
carácter público o privado, solo puede tener cimientos éticos si éstos le son
investidos por el elemento más importante de toda institución: las personas que
la conforman. Partiendo de la premisa de que no puede existir ninguna
institución sin personas, llegamos a la conclusión que las instituciones con
cimientos éticos, son instituciones formadas con personas que tienen esos
mismos cimientos.
Evidentemente no existen dos personas dentro de una misma institución
que tengan exactamente la misma influencia ética dentro de dicha institución.
Sin duda alguna habrá personas cuyos cimientos éticos sean definitivos para formar
una institución, mientras que habrá otras personas cuya ética no represente algún
cambio inmediato y radical en los cimientos éticos de esa misma institución,
por lo que el compromiso primordial debe ser de los dirigentes de las
instituciones públicas, a pesar de que el compromiso y la convicción ética deba
darse necesariamente en todos sus integrantes. Surge de esto una pregunta
importante ¿pueden existir instituciones éticas formadas por personas sin ética?,
o a la inversa ¿pueden formar parte de instituciones sin ética, personas con
una gran ética? La respuesta es complicada, pero creo que en términos generales
es: no. Sin embargo no podemos generalizar, existen muchos servidores públicos
profesionales, capaces, responsables y con una gran base de valores éticos y
morales, sin embargo, desgraciadamente parecen ser más los que no tienen dichas
características y, por tanto, muchas veces logran inclinar la balanza de las
instituciones públicas al lado de la improbidad.
En cualquier caso, debe quedar claro que el problema es
primordialmente humano no institucional, y por ende, el cuestionamiento
ciudadano debe enfocarse de manera individual a cada una de las aproximadamente
5 millones de personas que integran las instituciones públicas, en lugar de
descalificar a las instituciones en lo general. Desafortunadamente, entre tanta
corrupción es difícil detectar los focos rojos y por ello, es más fácil
descalificar a todos por igual, pero considero que la labor ciudadana es muy
importante y creo que muchos mexicanos están desaprovechando la oportunidad
histórica que tienen de fiscalizar y de vigilar a su gobierno y a las personas
que lo integran, en perjuicio de todo el país.
PROPUESTAS
Por malo que
sea un gobierno,
hay algo peor,
y es la supresión del gobierno.
- Hippolyte Taine
hay algo peor,
y es la supresión del gobierno.
- Hippolyte Taine
Ahora que ya se tiene una idea del origen de la desconfianza y de sus
consecuencias, creo que las primeras premisas que deben solventarse, para poder
dar pasos tendientes a solucionar el problema de falta de confianza del
mexicano en sus instituciones públicas, consisten precisamente en:
1. Hacer sabedor a todo mexicano que las instituciones públicas son
suyas; debemos[30]
concentrarnos en hacerlo consciente de que las instituciones públicas no son
enemigos a vencer sino empresas públicas de las que él es accionista y
copropietario y que, como tal, tiene derechos y obligaciones para con ellas, de
tal forma que se interese en ellas, se involucre y las respete, en lugar de
temerles y/u odiarles;
2. Hacer sabedor a todo mexicano de lo importante que son las
instituciones públicas en su vida diaria y de las consecuencias que se
derivarían de la extinción de dichas instituciones; irónicamente el capitalismo
nos acostumbra a desechar aquello que nos parezca inútil, y debe dejarse claro
a todo mexicano que las instituciones públicas no son desechables; y
3. Los gobernantes deben encargarse de establecer primero el ejemplo y
después programas serios e institucionales de ética y moral, de tal forma que
sean las instituciones públicas las que pongan, con su ejemplo, el freno a la
desconfianza generalizada de la sociedad mexicana en todo lo que la rodea.
No creo que sea posible iniciar programas fructíferos que busquen
inculcar confianza en las instituciones públicas, sin generar primero interés
en los mexicanos por dichas instituciones. La prueba más grande de ello es el
relativo bajo número de mexicanos que se ha interesado por conocer los alcances
de la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública.[31]
Ahora bien, sus obligaciones para con nuestras instituciones públicas
y gobierno las conocemos el común de los mexicanos[32]
y, muchas veces, las detestamos o simplemente no las toleramos, pero ¿cómo
podría ser de otra manera si no conocemos nuestros derechos para con ellas?
Creo que es importante que dejemos de temer a las instituciones públicas y nos atrevamos
a cruzar la puerta para acceder a ellas, sin miedo a represiones y sin
obstáculos burocráticos.
Es por eso que considero firmemente que, dada la situación actual de
nuestra sociedad, el primer paso firme que debe dar el gobierno para fomentar
la confianza de la sociedad en sus instituciones públicas, es mediante la
consecución y el fomento de una total transparencia en el manejo de los
destinos de las instituciones públicas. Cualquier ciudadano mexicano, debe
tener derecho a conocer no sólo el destino de cada peso presupuestado a una
institución pública,
sino también la función específica de cada uno de los integrantes de dichas
instituciones y las razones por las cuales se tomaron las determinaciones que
dirigieron los rumbos de cada institución.
Por otro lado, ¿por
qué no pueden ser las promesas de campaña verdaderos contratos notariados?, ¿por
qué no se castiga a quien no cumple sus promesas de campaña?, ¿por qué puedo
prometer que si soy Presidente eliminaré el Impuesto sobre la Tenencia de
Vehículos sabiendo que si gano y no lo elimino no podré ser sancionado? No lo
sé, pero como ya lo dije antes, el ejemplo ético lo deben de poner las
instituciones públicas, pues en teoría, el Servidor Público debe ser el más
noble de los ciudadanos, no el más corrupto, debe ser el más altruista de los
ciudadanos, no el más avaro, el más comprometido en la búsqueda del bien común
y no en la del bien propio. Por eso es que las instituciones públicas, todas
ellas formadas por servidores públicos, deben ser siempre las que fijen el
rumbo moral de una sociedad, y no sólo el económico y el político, como
tradicionalmente se piensa. Yo pienso que los ciudadanos que aspiren a tener
grandes riquezas, deben alejarse de las instituciones públicas, pues debe
revertirse la creencia de que “vivir fuera del presupuesto es vivir en el
error”, debe de ennoblecerse la función pública, aunque solo quedara un puñado
de verdaderos servidores públicos, es decir, cuya vocación de vida sea el
servicio al prójimo, que eso es lo que ese par de palabras significan. Tampoco
estoy diciendo que los servidores públicos deban trabajar gratuitamente, pues
definitivamente existen cargos de alto nivel de responsabilidad que requieren
una remuneración justa. Igualmente, no es ajeno para mí el hecho de que el
gobierno necesita hacerse en muchos casos de servicios personales y
profesionales de alto nivel, y que ese tipo de servicios los pueden prestar
únicamente personas especializadas que generalmente cobran bastante bien por
sus servicios, empero, para su contratación deberán seguirse procesos de
licitación pública transparentes y claros. Alguna vez Ronald Reagan señaló con
cierto conocimiento de causa: "Las mejores mentes no están en el gobierno.
Y si estuvieran, ya las habría contratado alguna empresa".
Por último, creo que debe erradicarse la impunidad, creo
que ese es el mal que mayor desconfianza genera en las instituciones públicas y
sus integrantes, considero que mientras se pueda
seguir robando, secuestrando, desacatando órdenes judiciales, cometiendo
peculado, asesinando, traficando narcóticos, etc., de manera impune, ningún
mexicano vivirá seguro ni mucho menos podrá confiar en sus instituciones
públicas, cuya esencia consiste precisamente en garantizar la vida armónica de
todos los integrantes de una sociedad determinada. No puede haber leyes que
beneficien a algunos o que no se apliquen a otros, pues solo hasta que el
mexicano perciba esta imparcialidad, solo hasta entonces podrá confiar en sus
instituciones públicas. Es necesario que la ley se aplique por igual a
gobernantes y gobernados, a ricos y pobres, a hombres y mujeres, a jóvenes y
ancianos, pues eso es una premisa ética del Estado de Derecho sin la cual éste
vive al borde del colapso en todo momento.
¿VALE LA PENA VOTAR?
No hay
situación más propicia para la corrupción que la abulia y el desencanto
ciudadanos,
pero sobre todo, lo que más corrompe son los recursos de todo tipo
que utilizan
quienes gozan de privilegios injustos y desean preservarlos.
Por eso, la
abstención manda una señal inequívoca a los grupos de poder
políticos y
no políticos: "Hagan lo que quieran con el País".
- Isabel Sepúlveda
Después del análisis realizado, llegamos finalmente a la pregunta que
realizamos al inicio del ensayo. En mi opinión el derecho al voto es algo tan
importante como el derecho a la educación, a la salud o la libertad de
conciencia. Me parece grotesco que existan tantos mexicanos que no valoren ese
derecho que tanto sudor y sangre le ha costado garantizarnos a muchísimos seres
humanos que nos precedieron los últimos milenios. El voto es el arma moral que
nos permitirá cuestionar, juzgar, analizar o criticar en un futuro a nuestros
gobernantes, independientemente si hayamos o no hayamos votado por el ganador
en la elección. ¿Cómo podemos juzgar el desempeño de alguien si el día de la
elección no salimos a votar? Es como si en nuestra familia se determinara la
decisión de comprar una casa, y el día que toda la familia sale a buscar casa
yo prefiero quedarme dormido o viendo la televisión. Después, ¿cómo puedo
quejarme de la casa que compraron si decidí no ejercer mi derecho a votar, mi
prerrogativa a elegir?
Es evidente que no existe mucha confianza de la ciudadanía en el
gobierno, ni en los partidos políticos, ni en los candidatos. Muchísimos
mexicanos piensan “¿para qué votar si todos son iguales?”, y no se dan cuenta
que el abstencionismo genera ilegitimidad en el gobernante y hace palpable el
desinterés de la ciudadanía en las cuestiones públicas, con lo cual se generan
las condiciones necesarias para la corrupción entre los gobernantes y los
grupos de poder, que luchan siempre por mantener las condiciones que les han
permitido tener ese poder, muchas de las cuales se oponen con el bienestar
general de la ciudadanía.
El abstencionismo permite a otros elegir por nosotros, permite que los
grupos capaces de movilizar la mayor cantidad de “mercenarios del voto”
obtengan los triunfos y adivinen a quién van a buscar beneficiar una vez en el
poder. Les permite a los que tienen dinero para comprar votos y/o credenciales
de elector, compren también sus cargos de elección popular, y adivinen de dónde
van a sacar los recursos para pagar el dinero empleado en adquirir esos votos. En
fin, abstenerse es contribuir a que imperen prácticas anti-democráticas. Abstenerse
es contribuir a que existan gobernantes corruptos. Abstenerse es darle la espalda
a las instituciones añoradas por muchísimos seres humanos, incluso hoy en día.
Yo invito a todos a que no desaprovechen nuestra joven democracia y
salgan a votar en estas y en todas las elecciones a las que tengan derecho; que
nadie que pueda se quede nunca sin votar es algo trascendental para la vida
democrática, económica, política y social del País, pero no solo eso, sino que
cada votante se comprometa a dar seguimiento objetivo y perspicaz a las
funciones públicas, que no crea todo lo que ve en los medios de comunicación,
sino que verdaderamente se interese por el análisis crítico, por la política y
por el bienestar del país; que cada ciudadano fiscalice y analice, dentro de
sus posibilidades, la gestión pública, y que nadie se quede con los brazos
cruzados ante las injusticias, al mismo tiempo que es menester renunciar a la
corrupción y dedicarnos a cumplir las leyes y reglamentos, pues la única forma
eficiente de predicar es precisamente con el ejemplo, pues ¿con qué calidad
moral puede un asesino juzgar a otro?
Salvador Romero Espinosa
[1] Última revisión y modificación del ensayo hecha en el mes de junio
del 2006.
[2] Cuando hable de “mexicano(s)” estoy hablando del gentilicio de
manera general y sin género definido, es decir, me estoy refiriendo a todas las
personas mexicanas del sexo que éstas sean, pues de acuerdo a la Real Academia
Española esa es la forma correcta de hablar el castellano.
[3] Porque debemos reconocer que actualmente existen instituciones
públicas revestidas de principios y en las que la ciudadanía confía, quizás no
plenamente, pero sí lo suficiente como para no descalificarlas en todo su
actuar.
[4] Cuando hable de “niño(s)” estoy hablando del gentilicio de manera
general y asexual, es decir, me estoy refiriendo a los seres humanos menores de
12 años, sin importar su sexo.
[5] Para referirse a los agentes de tránsito.
[6] Antes de escribir este ensayo me di a la tarea de cuestionar sobre
el tema a varias personas, de diferentes edades y estratos sociales, de tal
forma que si bien apenas cuestioné a cerca de 40 individuos, los resultados
fueron reveladores y prácticamente los mismos en todos los casos.
[7] Homo Sapiens Sapiens.
[8] hombre. (Del lat. homo,
-ĭnis). m. Ser animado racional, varón o mujer. Diccionario de la R.A.E.
[9] Proporcionando a sus miembros protección, compañía, seguridad y
socialización.
[10] Prueba de ello es la forma en que se humillan y se mofan de
nuestros gobernantes en programas de alto “rating” televisivo. Quizá un adulto
pueda entender el concepto de estos programas, pero un niño no. Los niños
empiezan a pensar que el Presidente de la República y otras figuras públicas son
verdaderos peleles, indignos de cualquier tipo de respeto.
[11] Fundo mi suposición en una breve encuesta realizada a 37 personas
conocidas mías, con lo que garantice la mayor honestidad posible. El resultado
fue un contundente 5.5% de respuestas “no”.
[12] Yo mismo me llegué a “arreglar” en mi adolescencia dos o tres
veces.
[13] Muchas de las personas a las que he cuestionado sobre este tema, me
comentan que lo hacen por evitarse el engorroso trámite que representaría no
dar la mordida. Consideran incluso que los trámites ante las instituciones
públicas son lentos e ineficientes con el objetivo de fomentar la mordida y
perpetuarla. Sin embargo, actualmente existen formas ágiles para dar
cumplimiento a muchas obligaciones ante la autoridad y eso no parece haber
disminuido los índices de mordidas en el país.
[14] Sin importar que éstas sea físicas ó jurídicas o morales; nacionales
ó extranjeros; hombres ó mujeres, etc.
[15] Consultadas en http://www.icesi.org.mx;
y http://www.prodigyweb.net.mx/aarangod;
el día 3 de octubre del año 2004.
[16] Pongo el ejemplo del celular, por ser un instrumento que puede ser
fácilmente devuelto, a diferencia de unos lentes, una chamarra u otro objeto
que, dada la dificultad para identificar al legítimo dueño son objetos que nos
puedan dar fácilmente pretextos para no buscar a su propietario.
[17] También he conocido personalmente a personas que lo devuelven y
que, por ese hecho, son víctimas de burlas y hasta cuestionamientos sobre su
Coeficiente Intelectual.
[18] “Selecciones del Reader’s Digest de México”, Edición de Septiembre
de 2003.
[19] Entendamos por “normal” a aquella gente no dedicada directamente a
la delincuencia.
[20] Es cierto que los subsidios son recursos públicos ejercidos por
empresas privadas, pero éstos son entregados para fines específicos y fiscalizados
por instituciones públicas.
[21] Esto lo demuestran los, alarmantemente bajos, índices de denuncia
de delitos existentes en nuestro país.
[22] En culturas más desarrolladas, como la japonesa, uno de los delitos
peor vistos por la sociedad, es el haber cometido un fraude contra el fisco,
pues lo consideran tal y como lo es, como un fraude contra toda la sociedad.
[24] Por suerte la FIFA tiene esa práctica tajantemente prohibida.
[25] Publicada por el diario Reforma el día 13 de agosto de 2004.
[26] Las
leyes y los sindicatos vuelven una misión
imposible y poco rentable el intento de despido de algún burócrata de base.
[27] Rousseau, Jean-Jacques. El
contrato social o Principios de derecho político. Estudio preliminar y
traducción de María José Villaverde. Madrid: Editorial Tecnos, 1988.
[28] Porque desgraciadamente ahora, la percepción de muchos mexicanos es
que todos los gobernantes, sean “del color” que sean, son iguales. Calculo que
más de la mitad de los ciudadanos del país ya no cree en las instituciones
públicas como tales, independientemente del partido político o del gobernante
que esté al frente de ellas, lo cual, en mi percepción agrava todavía más la
magnitud del problema de la falta de confianza en las instituciones públicas.
[29] f. Med.
Fragilidad de los huesos producida por una menor cantidad de sus componentes
minerales, lo que disminuye su densidad.
[30] Al decir “debemos” me refiero a los que estemos convencidos en la
necesidad de mejorar la confianza en las instituciones públicas y fomentar la
ética dentro de la sociedad mexicana.
[31] De acuerdo al sitio web oficial del IFAI (http://www.ifai.org.mx/textos/stats.xls), se habían recibido
del 1ro de enero del 2003 al 19 de agosto del 2004, un total de 47,343 solicitudes
de información. Suponiendo sin conceder –porque sé de buena fuente que un
importante porcentaje de las solicitudes son realizadas por periodistas- que
todas las solicitudes fueron hechas por diversas personas, tendríamos como
resultado que, en casi dos años, únicamente el 0.04% de los mexicanos se han
interesado en ello.