martes, 17 de diciembre de 2013

La fe, los milagros y la razón


—Porque ustedes tienen poca fe. Les
aseguro que, si tuvieran la fe del tamaño de
una semilla de mostaza, dirían a aquel
monte que se trasladara allá, y se trasladaría.
Y nada sería imposible para ustedes.
Mateo 17, 20
En primer lugar quiero hacer la aclaración de que, en este ejercicio, me referiré de manera recurrente a los católicos, porque me criaron como uno y porque son los creyentes con los que tengo contacto más directo y de los que extraigo prácticamente todos mis ejemplos, aunque estoy cierto de que se podrán identificar en mis palabras a los creyentes de todas las religiones.
¿Qué es la fe? Ni siquiera los creyentes se ponen de acuerdo, y mucho se ha debatido sobre su significado y alcances. Sin embargo, la definición más aceptada es aquella que parte de la definición bíblica que señala que “La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven.” (Hebreos 11,1): Si la fe es algo así como “creer sin pruebas” o “la prueba misma de lo que no se ve”, y los milagros, por su parte, son “pruebas de la existencia de Dios (que no se ve)”, entonces: ¿qué hacen los creyentes buscando o queriendo ver milagros en cada acontecimiento inusual?
Conozco un gran número de católicos que en todo lo improbable favorable ven un milagro, y en todo lo improbable desfavorable ven la “obra del demonio” o una “prueba de dios”. Por ejemplo: si se murió su hijo de cáncer, luego, es una “prueba de dios” que mandó a los padres (o en su defecto, “dios da y dios quita por razones misteriosas”). Por el contrario, si se salva su hijo de cáncer, es un “milagro de dios” gracias a la “intermediación de Juan Pablo II”. Muchas veces he escuchado a creyentes decirme: “¿ya supiste que se salvó “fulano” de morir de cáncer después de que lo visitó la Virgen de Zapopan?... ¿Aún así dudas de la existencia de Dios?”. Hasta aquí, todo pudiera ser bastante noble de parte de ellos, pero no excluye el hecho de que es también bastante ilógico.
Si los católicos están obligados a tener fe, ¿por qué tienen la inclinación o la tentación de buscar milagros que respalden sus creencias?, ¿por qué cuando se encuentran con un agnóstico o ateo casi siempre defienden “su fe” con pruebas de la existencia de dios a través de los milagros? Si hubiera pruebas de la existencia de Dios, de entrada no sería necesario que la palabra “fe” se usara casi 300 veces en la Biblia, y es más, ni siquiera habría nada que debatir, de la misma forma que ya nadie debate que la Tierra es casi redonda. Me parece que el único punto de que exista el concepto “fe en dios”, es precisamente ese: No existen pruebas sólidas de que Dios existe. El hecho de que existan tantos santos y que existan procedimientos de canonización basados en “milagros verificables”, es una absoluta sinrazón en la que han caído tanto los creyentes como la Iglesia, ésta última –asumo- para poder retener creyentes a los que no les basta la fe para seguir creyendo en dios o para poder creer en él.
En virtud de lo anterior, mi hipótesis es la siguiente: La gran mayoría de los creyentes necesitan pruebas para creer en dios, porque les guste o no, tienen cerebro, y el cerebro necesita estar tranquilo con algo razonable que sustente dicha creencia. Hace miles de años, cuando se escribió la Biblia por seres humanos (incluso si aseguraron haber platicado directamente con dios), no había ninguna evidencia de que la lluvia o la sequía no fuera producto de la voluntad de un ser invisible que vivía en el cielo (porque eso creían literalmente, que estaba en el cielo). Ahora que existen evidencias de que mucho de lo que está escrito en la Biblia es falso (y/o no verificable), se han generado dos vertientes paralelas para un mismo fin: la primera, apostarle a la “no literalidad” de lo escrito, sino al significado que “dios quiso” transmitir con historias como todo lo contenido en el Génesis. La segunda, apostarle a la búsqueda de pruebas documentadas de situaciones altamente improbables, y luego ponerles el apellido de milagros y atribuírselos al mismo ser invisible que vive en el cielo (aunque quizás ahora ya no se lo crean tan literalmente como antes).
Me parece ilógico (por contradictorio) tener fe y buscar pruebas al mismo tiempo. Si la fe fuera verdadera, no necesitaría sustentarse en milagros, es más, no se creería en los milagros como pruebas de dios. Si la fe fuera genuina, ante la presencia de un milagro, se debería de decir “no creo en los milagros, porque dios nos pidió que creyéramos en él sin ninguna prueba, y creer que dios hizo el milagro para probarnos su existencia, es negar la propia esencia de la fe.”. Pero no, la gran mayoría van en busca de milagros en todos lados, desde la bella puesta de sol y el aleteo de un colibrí, hasta todas las personas que sanan de manera improbable o inexplicable para la medicina. Además de ello, muchas veces los usan como “argumentos razonables” para justificar su “fe” en dios, y para compeler a los demás a que también la tengan. A los que les responden que no se cree que la puesta de sol sea una prueba de la existencia de dios, les llaman ciegos y les pregunta “¿qué más pruebas quieres?”. “Una verificable” desde luego sería una respuesta válida, pero inútil en ese hipotético debate, porque te dirán “puedes voltear para allá y verificar que el sol se está poniendo y que ello es majestuoso, ¿algo más?”
Además, considero que decir que se tiene fe y simultáneamente creer que dios efectivamente hace o manda hacer milagros, es también lo mismo que creer que dios es idiota o al menos incongruente. Pongámonos en los zapatos (o sandalias) de dios: escribimos (o inspiramos) un libro en el cual utilizamos casi 300 veces la palabra “fe” en todos los contextos posibles aunque básicamente con un único significado: Creer sin ver y sin cuestionar. Eso les exigimos a todos aquellos que quieran ser nuestros fieles: que crean en nosotros sin ninguna prueba de nuestra existencia. Hasta aquí, y más allá de lo cuestionable de una petición de esa naturaleza, creo que es bastante claro lo que esperamos de aquellos que quieran llamarse nuestros hijos o siervos (ambas acepciones bíblicas aceptadas). Pero por otro lado, para no perder “el negocio”, decidimos darles “probaditas” de nuestra existencia cada que podemos, y con parámetros (según ellos objetivos) como la cantidad de veces que nos recen o que vayan a nuestros “centros de adoración” (e.g. templos). Obviamente un creyente con una fe genuina, jamás se molestaría en rezar para pedirnos algo, pues eso sería una prueba de que en realidad no tiene fe en que somos un dios infalible, ya que sus rezos solo nos demostrarían dos cosas: que quieren una prueba de nuestra existencia y que no confían en nuestro “plan perfecto”. Entonces, “hacer milagros” sería equivalente a premiar a los menos fervorosos, premiar a los más desobedientes de todos los que se llaman nuestros siervos. Por otro lado, hacer milagros a los que no rezan para pedirnos cosas (solo para alabarnos), sería innecesario pues evidentemente no los necesitan para creer en nosotros, ya que al no pedir absolutamente ninguna prueba, ya están dando muestra plena de su fe. Ayudarlos sin que nos lo pidan, solo para que sean felices en la Tierra (como curándolos de su enfermedad o arreglando sus problemas financieros) sería también ilógico, pues con su fe ya se ganaron el “paraíso eterno” que hemos creado para ellos (y cansado de prometérselos además), entonces tampoco tiene caso ayudarlos o mejor aún, la mejor forma de ayudarlos sería matarlos en su vida terrenal para que accedan cuanto antes a nuestra presencia por su genuina fe en nosotros.
En virtud de lo anterior, queda claro que un dios que atiende rezos, hace favores (o excepciones) especiales, viole leyes de la naturaleza a favor de algunos, le dé valor al número de rosarios o padres nuestros que rece una persona, y en general que se preocupe por estar haciendo milagros a diestra y siniestra según quién y cómo se los pida, es un dios incongruente con su propia “palabra”, con su propia infalibilidad, con sus propias promesas (y amenazas) y con su propia exigencia de fe.

El problema de este tipo de “fe verdadera”, que personalmente no conozco en nadie -pues hasta los Papas usan “papa-móvil” blindado y hasta los que van a misa en carro se ponen cinturón de seguridad- es que es un tipo de fe que violenta completamente el funcionamiento de nuestro cerebro. El cerebro funciona en base a modelos y patrones, pero esos modelos y patrones necesitan tener por lo menos un sustento verificable para sostenerse. Así, los “conspiracionistas” ven en todo lo que pasa hechos maquiavélicos de cierto grupo de poderosos, y su prueba está, precisamente, en todo lo que pasa. La ventaja que tienen sobre los católicos, por ejemplo, es que para ser conspiracionista no se te exige creer en ello sin tener ninguna prueba. Para los católicos mexicanos la Iglesia les ofrece tres grandes pruebas de la existencia de Dios: la Biblia, Jesús, y la Virgen de Guadalupe, pero evidentemente muchas veces no les son suficientes para sostener todo el modelo fantástico sobre el cual está sustentada en su cerebro su percepción o modelo de realidad, y es entonces cuando empieza la buscadera de milagros en todo lo extraño que sucede. Ello es así, porque su cerebro les grita “Dame pruebas, dame pruebas!”, y por eso las buscan en absolutamente todo (antes en la lluvia ahora en los sucesos muy probablemente aleatorios que les van sucediendo a diario) sin darse cuenta que al hacerlo, al buscar milagros, se están exhibiendo como los seres verdaderamente racionales que en el fondo su cerebro les exige ser.

viernes, 13 de diciembre de 2013

De las “Trompetas del Apocalipsis” y otras conclusiones raras


Es sorprendente lo viral que pueden volverse un grupo de videos donde aparentemente se escuchan unas trompetas en medio de la noche en una ciudad cualquiera. Pero más sorprendente es la forma en que se concluyen cosas verdaderamente descabelladas, una de ellas es que se trata de las siete trompetas referidas en el libro del Apocalipsis de la Biblia, en referencia a los tres juicios que supuestamente el Dios Bíblico realizará cuando el Mundo termine.

Para empezar, y suponiendo sin conceder que lo que está escrito en la Biblia sea infalible, se me ocurren decenas de explicaciones para  el origen de dichos sonidos, desde una sencilla edición de audio para sobreponerlo a la grabación original, hasta ser producto de algún vecino budista drogado y con un buen sistema de sonido. En medio de eso caben muchísimas otras causas. Claro que también podría ser Dios tocando unas trompetas, pero en todos los casos, hasta que no se compruebe el origen (lo cual pudiera ser imposible) estamos obligados por la razón, la lógica y el sentido común a no dar ninguna por cierta. (De hecho ya se descubrió que los sonidos fueron extraídos de la película “La Guerra de los Mundos” de Spielberg y sobrepuestos a un archivo de video).

Lo importante saber es que cuando abandonamos las reglas del razonamiento lógico, corremos el riesgo de ser fácilmente timados por el prójimo o por lo que pasa a nuestro alrededor, y por eso es importante tratar de aplicarlas la mayor parte del tiempo posible. Obviamente hacerlo implica usar la corteza cerebral, y el cerebro evolucionó para evitar usarla todo el tiempo por una lógica de economía y administración de recursos. Un cerebro que utiliza la corteza para concentrarse y pensar profundamente requiere muchísima energía y genera muchos desechos, por eso el cerebro trata de utilizar el “piloto automático” en la mayor cantidad de ocasiones posibles. Esto es muy útil para realizar muchísimas acciones, tales como manejar, bailar, comer o caminar entre la muchedumbre, pues nos permite evitar pensar profundamente antes de cada paso que damos. Simplemente el cerebro genera un patrón y se atiene lo más posible a ese patrón (por eso, cuando caminamos y hay desniveles inesperados podemos lesionarnos o al menos sentir que nos vamos “al precipicio”). Otro ejemplo es subir escaleras: recuerdo que en una casa que viví el cuarto o quinto escalón era más alto que todos las demás, e invariablemente todo el que visitaba esa casa y subía por primera vez, tropezaba en él, porque el cerebro calcula la altura de los escalones basado en el primer escalón, generando con ello un patrón que le permite ahorrar energía al no tener que analizar uno por uno cada escalón, con el inconveniente en este caso, de que cuatro escalones después inevitablemente tropezabas.

Ahora bien, con nuestra concepción del Mundo es lo mismo, generamos un patrón sobre cómo creemos que funcionan las cosas, y nos aferramos a él, pero ¿qué pasa cuando nuestro modelo o patrón de la realidad está basado en un Mundo fantástico, lleno de seres increíbles cuya existencia nunca se ha comprobado, como dioses, ángeles, demonios, almas, espíritus y conspiraciones? Que el cerebro tratará siempre de ajustar cualquier cosa “inexplicable” con ese modelo de realidad que hemos generado para vivir “tranquilos”.

Las consecuencias de ese modelo tan “cómodo” para el cerebro (le evita esforzarse en pensar y en buscar la comprobación de los hechos) están a la vista:
  •        Una luz en el cielo: Es una nave espacial llena de extraterrestres que vienen a conspirar con el gobierno norteamericano.
  •        Una coincidencia: Es el destino que está escrito en algún lugar superior.
  •        Una silueta en la oscuridad: Es el fantasma de una viejita.
  •        Se me pierde algo: Me lo escondió un espíritu chocarrero.
  •        No me puedo levantar ni mover aunque me siento despierto. Se me subió el muerto.
  •        Sucedió algo altamente improbable: Un milagro de dios o de uno de sus miles de santos.
  •        Tengo problemas de amor o dinero: El horóscopo tenía la razón.
  •        Me salió algo terriblemente mal: Dios me castigó o me está poniendo a prueba.
  •        Siento que ya conocía a alguien que me acaban de presentar: Nos conocimos en otra vida antes de reencarnar en esta.
  •    Gané dinero en el casino. Todos los astros se alinearon para ayudarme, porque seguramente había una alineación similar a la del día en que nací aunque de seguro me va a ir mal en el amor.
  •        Escuché una voz en mi cabeza que me decía “estrella el avión contra el edificio”. Fue Dios indicándome lo que tenía que hacer.
  •     Tengo un evento y está nublado. Voy a enterrar un cuchillo, lo cual ayudará a generar una variación meteorológica determinante para modificar el rumbo de las nubes que percibo como amenaza, o voy a rezar para que mi dios intervenga y mande las nubes para otro lado.
  •        Se aparece una mancha de humedad en una pared. Es una aparición divina y se trata de una prueba de la existencia de un dios igualito que nosotros ("imagen y semejanza").
  •        Soñé con mi abuelito: Está en el purgatorio pagando por sus pecados y quiere que le rece para que pueda salir más pronto.
  •      Etc, etc, etc...

Todo esto debió de ser de mucha utilidad mientras evolucionábamos, porque el cerebro se siente “incómodo” sin tener una explicación para todo lo que percibe, ya que esa falta de explicación se percibe como amenaza y genera intranquilidad. El cerebro odia el “no sé”, y siempre busca una manera de evitar los “no sés”, a pesar de que ello lo orille a creer en algo que no se pueda comprobar, incluso (o especialmente) si es absurdísimo. En los millones de años de evolución en los cuales la información que se transmitía de una generación a otra era muy limitada, y los medios para explicar muchas cosas que sucedían a nuestro alrededor más limitados aún, creer en el dios del sol y de la lluvia, por ejemplo, era muy útil para que el cerebro no gastara energía innecesaria tratando de explicar o entender algo que estaba completamente fuera de su alcance.

Afortunadamente ya no es así. La capacidad de transmitir información profundamente detallada de una generación a otra, de la mano del método científico y las reglas del razonamiento lógico, nos han hecho madurar como cultura lo suficiente para poder respondernos como individuos “no lo sé” a aquello que no entendemos o cuyo origen desconocemos. En un proceso de madurez que quizá algún día se traduzca en ventaja evolutiva, tenemos que educarnos para aceptar como respuesta un “no sé, pero quizá algún día lo sepa” a lo que no podamos probar, porque tenemos la información suficiente para entender las reglas bajo las cuales se rigen las cosas, pero sobre todo porque tenemos cientos de antecedentes de “misterios fantásticos” resueltos con el paso del tiempo y los avances de la ciencia, y que ahora hasta nos produce risa saber que se aceptaban como verdades generalizadas (como que la Tierra era plana y estaba sostenida por cuatro elefantes gigantes parados sobre una tortuga todavía más gigantesca). En ese sentido, creo que estamos obligados a poner nuestro “granito de arena” para evitar ser el hazmerreir de las futuras generaciones y tratar de empezar a cuestionarnos todas esas cosas fantásticas e incomprobables que alegremente damos por hecho para sedar a nuestro cerebro (o sea, a nosotros mismos).

Finalmente, considero importante que cuestionemos todo aquello que damos por cierto sin otro fundamento que la herencia cultural y que hay que tener mucho cuidado cuando de sacar conclusiones descabelladas se trate cada que se nos presente ante nosotros algo “inexplicable”, porque de otra forma siempre habrá gente dispuesta a explotar de alguna forma u otra (limosnas, remedios milagrosos, etc.) el modelo de realidad que hemos abrazado por comodidad y/o por herencia, y que si bien nos ahorra el uso de la corteza del cerebro de manera recurrente, también nos puede quitar una buena parte de nuestra libertad.