jueves, 28 de noviembre de 2013

Convivencia Humana en Redes Sociales

El ser humano es un animal social por naturaleza propia, ya que evolucionó durante cerca de siete millones de años en grupos sociales de entre veinte y doscientos individuos hasta convertirse, hace alrededor de doscientos mil años, en la especie que desde entonces somos. No obstante, apenas llevamos diez mil años siendo sedentarios, que en su momento debió ser un verdadero reto afrontar y del que derivaron instituciones como “el Estado”, “la Iglesia”, “la Moneda” y “el Matrimonio”, cuya exacta necesidad ahora podría ser cuestionada.
Sin embargo, no creo que exista nada que haya cambiado de manera tan radical e inmediata nuestra forma de relacionarnos socialmente como los celulares, el Internet, el correo electrónico y las redes sociales, al grado que quizás en los últimos treinta años hayamos modificado más nuestras interacciones sociales que en los anteriores dos mil años, sin aún comprender cómo nos impactará ello.
En primer lugar, debemos reconocer que el Facebook no ha cambiado nuestro cerebro. Un ser humano solo puede ocuparse, en promedio, de ciento cincuenta personas. Aunque tengas tres mil “amigos” en Facebook, la realidad es que solo tenemos capacidad para sentir cercanas a alrededor de ciento cincuenta personas, incluyendo a tus padres, hermanos, abuelos, primos, etc, y cuando una nueva persona llega a tu vida para convertirse en “cercana”, necesariamente otra tendrá que salir.
En segundo lugar, nuestra necesidad de dar y recibir afecto de “nuestra gente” tampoco ha cambiado. También llamada “acicalamiento social”, el ser humano necesita saber que al menos esas ciento cincuenta personas están preocupadas por él, y esas personas necesitan de nuestro cariño también, y lo sabemos. Por eso, muchas veces hemos estado frente a una publicación de un contacto de Facebook, y meditado profundamente si darle click en “Me Gusta”, comentarla o ignorarla, basándonos en toda una serie de factores, objetivamente ajenos al simple hecho de si nos gusta o no la publicación. Por ejemplo:
-          Si esa persona nos importa.
-          Si estamos contentos, distanciados, indiferentes o enojados con esa persona.
-          Si extrañamos a esa persona o queremos hacerle sentir nuestra cercanía.
-          Si esa persona suele dar “Me Gusta” a nuestras publicaciones o no.
En tercer lugar, está demostrado que el reconocimiento social estimula la producción de “premios” por nuestro cuerpo, como una adaptación evolutiva que nos incentive a ser útiles en nuestra sociedad. Por eso, cuando alguien reconoce nuestro esfuerzo o nuestro trabajo, tenemos esa sensación de profunda satisfacción, porque estamos siendo “bombardeados” por endorfinas y otros neuropéptidos. El problema es que el Facebook nos puede sobre-exponer a dicho reconocimiento y recibir un simple “Me Gusta” puede ayudarnos a liberarlos, volviendo adictivo dicho reconocimiento, aunque objetivamente seamos poco útiles para la comunidad.
En cuarto lugar, nuestras necesidades de intimidad y de privacidad tampoco han cambiado. Necesitamos distanciarnos de vez en cuando de ciertas personas, incluso cercanas, o círculos sociales para sentirnos relajados y descansar del escrutinio público. El problema es que la combinación Facebook/Smarthphones hace muchas veces imposible este distanciamiento, con todo lo que ello implica, ayudando a provocar tantos divorcios y despidos laborales producto de actividades en Facebook que salieron del anonimato pretendido. Todo esto además sin considerar el mal uso que se le pueda dar a nuestra información personal que alegremente compartimos.

Finalmente, considero que estamos muy lejos de comprender la magnitud del impacto y consecuencias que tendrán las redes sociales en nuestra vida y la de toda la comunidad, pero debemos estar muy alertas porque no todas pudieran ser positivas o benéficas, e incluso muchas de ellas nocivas para nuestra salud y bienestar.